Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







martes, 1 de septiembre de 2009

Noche de agosto (II)



Al cabo de una hora tenía cubiertas cuatro o cinco cuartillas. La historia empezaba bien y prometía ser interesante. Hablaba de Lucía, una mujer joven que, en uno de sus habituales paseos nocturnos por el campo, se encontró con un hombre de aspecto distinguido y un tanto extraño, que dijo llamarse Juan Tiempo. Así, a secas. Lo vio sentado en una piedra, junto a la orilla del río, vestido con un traje anticuado y con un sombrero en la mano al que daba vueltas continuamente. Era raro encontrárselo allí, en las afueras del pueblo, de noche y vestido de esa manera. Pero lo más extraño era que este señor Tiempo parecía como si estuviera hablándole al árbol que tenía junto a él, un viejo álamo que crecía justo en la orilla.
La muchacha al principio tuvo miedo y pensó en retroceder. Pero luego se animó a seguir adelante, y fue ella la primera en saludar. Incluso se atrevió a preguntar a ese hombre extraño por su presencia allí. Al fin y al cabo, también ella era algo rara, como indicaba claramente esta aficción suya por los paseos nocturnos.

De cerca pudo apreciar que aparentaba unos sesenta años, o quizá más. Su pelo era grisáceo, como el de los viejos, y había arrugas en su rostro, pero los ojos se le antojaron también algo extraños. No sabía exactamente por qué. Quizá porque le parecían demasiado grandes y oscuros, demasiado vivos, demasiado brillantes para ser los de un viejo. Aunque pensó que tal vez se tratara de un simple efecto óptico, provocado por la luz de la luna.
Cuando le dijo su nombre, Juan Tiempo, se le ocurrió que quizá era uno de esos solitarios que intentan ocultar un pasado desafortunado, y no gustan de dar datos personales. Por lo demás, el hombre le pareció educado y afable. Y así, casi sin darse cuenta, Lucía se encontró sentada en otra piedra, charlando amigablemente con el señor Tiempo.

Hablaron de la noche, de las estrellas, de la soledad, de la luna, de los sueños... De todas las cosas sabía este extraño señor, de todas tenía algo inteligente que decir. Y cuando era ella quien hablaba, él entornaba sus grandes ojos brillantes, escuchaba atentamente y sonreía.
A nada decía que no, en nada estaba en desacuerdo. Sólo algunas veces se atrevía amablemente a intercalar un determinado matiz, una leve aclaración, una sutileza que le parecía que faltaba en lo que ella había dicho. Pero nunca para contradecirlo, sino para redondearlo, para darle más peso y más luz.

Según iba pasando el tiempo, que, por cierto, parecía más bien que no pasaba, que se había detenido en medio de la noche, Lucía se sentía más encantada con el viejo señor. Y empezó a pensar que quizá se encontraba frente al amigo que siempre había deseado tener, frente a esa alma gemela con la que se puede compartir caminos y sueños. Lástima que sea tan viejo, pensó. Treinta años menos y además sería mi compañero.
En ese momento se le ocurrió que podía llevarle a su lugar secreto, a su santuario. No muy lejos de allí, ascendiendo una suave colina por un camino estrecho y medio oculto entre la maleza, se llega a un pequeño claro, una breve terraza natural donde la vista es magnífica. La luna llena seguía estando bastante alta. Habría luz suficiente. Y desde allí la visión del río y el valle tenía que ser impresionante, especialmente esta noche.

-¿Qué tiene esta noche de especial? -preguntó él.
-No sé... Quizá el hecho de haberle encontrado. Es usted maravilloso y quiero hacerle este pequeño regalo. Por favor, acéptelo.

Inmediatamente pensó que quizá se había excedido en sus palabras de adulación. A pesar de todo, no dejaba de ser un extraño. Pero pronto alejó este pensamiento, cuando el señor Tiempo se levantó sonriente y accedió a acompañarla. Se puso su viejo sombrero y empezaron a caminar en dirección a la colina. Pero, después de unos pocos pasos, se paró y miró hacia atrás como si hubiese olvidado algo. Levantó el sombrero y lo agitó en el aire como si saludara... Quizá estaba despidiéndose del árbol.
Fue algo difícil ascender por el camino debido a la espesura, que acentuaba las sombras. Y además porque no era exactamente un camino, sino más bien un sendero delgado y sinuoso que parecía pertenecer más a los zorros que a los humanos. Pero Lucía lo conocía bien y el señor Tiempo, a pesar de no llevar bastón, mantenía el paso como un experto andarín. Así que, en cuestión de pocos minutos, media hora a lo sumo, se plantaron los dos en medio de la terraza, en cuyo centro había una enorme encina que la cubría casi por completo.

Lo primero que hizo el señor Tiempo fue, por supuesto, saludar a la encina. Y luego ambos se quedaron mirando en silencio el bello panorama que se extendía ante sus ojos. El río viajaba hacia lo lejos, hacia lo profundo del valle, como una fabulosa serpiente hecha de agua y luna. Y sobre el horizonte, por encima de las lejanas colinas del otro lado, dormidas y oscuras, asomaba la constelación de Orión, gigante en la noche. Casi se podían ver sus ojos ardientes mirando fijamente a Aldebarán, la codiciada.

-¿Le gusta? -preguntó ella, con algo de timidez.
-Por supuesto. Este sitio es muy bueno para perder la distancia.
-¿Cómo dice?
-La distancia, lo que nos separa de aquello que anhelamos, se pierde aquí con facilidad.

Lucía, que no acababa de entender las palabras del viejo, se le acercó más para poder mirarle a los ojos, para interrogar en su mirada. Pero lo que vio no fue una respuesta ni nada parecido. Lo que vio la dejó atónita y con el cuerpo temblando peligrosamente cerca del borde de la terraza. Porque allí, ante ella, no había ningún viejo, sino un muchacho de no más de veinte años, al que le asomaba una melena larga y oscura por debajo del sombrero, con los ojos chispeantes y una sonrisa alegre y blanca, que se veía como música en medio de las sombras.
La cogió de la mano suavemente y, sin dejar de sonreír, le dijo con voz atiplada:

-Perdóneme, Lucía. No quería asustarla. Es por este sitio tan especial que ha elegido... Recuerde: mi nombre es Tiempo. Pero no soy como piensa la gente. Yo nunca soy el mismo. Mi forma depende de dónde esté y de quien me esté mirando...


Aquí se interrumpía el relato. Hasta aquí había llegado. En realidad, no sabía cómo seguir. ¿Qué podía pasar ahora? Evidentemente era un cuento fantástico y podía ocurrir cualquier cosa... Pero no, no era del todo así: la fantasía no era gratuita, guardaba un cierto simbolismo. Pero, ¿qué simbolismo era ese? ¿Qué quería decir ella sobre el tiempo? ¿Qué es lo que sabía?
La verdad es que era relativamente fácil, al principio, conectar con una imagen y seguirla sobre el papel hasta donde quisiera llevarnos. Pero cuando la imagen se para nos quedamos como vacíos, y ni siquiera sabemos ya muy bien de qué estábamos hablando. Lo correcto sería escribir con un plan previo, pero no tenía ninguno... Así que no sabía qué hacer.

Quizá Lucía se podía enamorar de ese señor tan raro que se había vuelto joven. Sería interesante besar al tiempo. O quizá pensara que se hallaba frente a un peligroso criminal que tenía una gran habilidad con los disfraces, y saldría corriendo de allí como alma que lleva el diablo. ¿Sería ese hombre un diablo? Pero, qué pena que la escena terminara así. Había allí una atmósfera con cierta magia, que sería lamentable romper...

En fin, que no sabía cómo seguir. Rafaela dejó caer el bolígrafo y se fue a la cocina a prepararse una taza de té. Luego se asomó al pequeño balcón por ver si encontraba por ahí a su musa. Pero sólo vio a sus vecinas, que seguían sentadas en la terraza del bar hablando de sus cosas, de sus cosas de siempre. ¿No se cansarán? Pero no, no se cansaban. Es su forma de vivir, lo que les gusta, y podrían estar hablando de lo mismo hasta el alba. Sintió una lejanía, una distancia que no le era desconocida.
Qué difícil era vivir entre esta gente, tan simpática, tan amable y tan vulgar... Sintió que esa distancia era demasiado larga, que su tiempo era otro. Pero, ¿dónde estaba su tiempo? ¿Perdido en un sueño? No se puede vivir sólo de sueños.


(continuará...)


Antonio H. Martín
(agosto, 1997)


11 comentarios:

  1. Hola

    Muy bello tú relato, cada vez me atrapa más

    esto es mio en contestación a la historia aquí planteada, “el tiempo es aquello que intentamos dar marcha atrás algunos, y nos damos cuenta que no todos somos relojeros”

    un abrazo

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  2. Me gusta mucho tu relato Antonio, porque la metaliteratura es un recurso de veras difícil y tú la utilizas de maravilla, con una increíble permeabilidad entre los relatos que se entremezclan. Porqué habíamos empezado en el punto en que Castellón escribía un relato en homenaje a su amiga Rafaela, que rápidamente pasa a protagonista y hace el bucle, empezando ella misma a escribir su relato veraniego y ahora los protagonistas son Lucía y el Tiempo, que a su vez dejan Rafaela en la estacada, porqué independiente de ella ya tienen su lógica y su camino que a su vez se enlazan al Cuaderno Nocturno… Bueno, no sigo porque creo que estoy montando un lío ;)
    Vuelve Gárgola al principio simplemente para decir que ya esta esperando la continuación de la historia en la que se ha sumergido (¿o escalado???jajaja)

    besos

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  3. Y sigue bello el relato.
    Está tomando el rumbo de reflexión, una buena reflexión sobre el paso del tiempo, el acto de escribir, y el "sentirse diferente".
    Y con ese tu ambiente de bosques y lunas,que tan bien sabés pintar.

    Un gran beso,Antonio!
    (ah! y volvió Lila!)

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  4. Pues mire vd, Sra. Gárgola, que aquí el Druida, y a menudo, que él no escribe bien... que quizás son los temas que elige lo que interesa. Siejjjqueeee...

    Creo además, que no sólo se le da bien la metaliteratura, y que maneja el tiempo ¡de cine! si no que ha nacido para la simbología, que le sale así..como quien no quiere la cosa... y nos deja pallá!

    Pues nada, buen hombre, vd. siga escribiendo así de mal, pero continue, continue... y ni se le ocurra parar, que ya ve que la "peña" se impacienta.

    Te sigo, amigo Antonio.

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  5. Qué fascinante relato mi querido Antonio...

    Mira cuán caprichosas son las palabras y en especial las que, de una u otra forma, traen mundos, historias y personajes a este plano de la realidad ;)

    Resulta que nos asalta una idea y con un empujón a nuestra voluntad nos coloca frente al ordenador. Inmediatamente despùés los dedos empiezan su vertiginosa carrera por las letras dibujadas en las teclas y a veces parece que su velocidad no obedece a la imperiosa necesidad de las palabras de ser escritas, que casi casi se atropellan para aparecer en la pantalla (es cuando quisiera tener más brazos y manos con dedos para escribir 'en paralelo' y burlar la limitada tridimensionalidad de este mundo jaja)

    En fin... Esto a propósito de aquella maravillosa parte del cuento en que te preguntas qué seguirá después... qué pasará... que querrá hacer el personaje. A veces siento que las historias se escriben solas y me usan como su instrumento.

    Ahora bien, que si el personaje es el Tiempo.... ¡¡tan solo puedo imaginar lo que querrá decir!! Por eso no me adelanto, no conjeturo, no sospecho nada ;) Abro mi mente a todas las posibilidades y me regocijo en el placer que es deambular por tu cuaderno nocturno.. Creo que también soy aficionada a los paseos bajo el manto de la noche ;)

    Me encantó la forma en que se hilvanan las dimensiones en tu relato: está quien escribe en su mundo y los personajes de su escrito en su propio mundo; mundos que se encuentran en ese mágico puente que crean las palabras, o tras esa puerta que ellas abren.

    Y es que esto de escribir, para mí, nada tiene que ver con el mero ejercicio intelectual... Algo hay que nos usa. El intelecto es una herramienta, así como la emoción o la fluidez de palabra... No concibo esta actividad sino como un ejercicio de la magia ;)

    Y no sigo porque si lo hago, encontraré en la primera línea de tu respuesta a mi comentario: "¿Qué te pasa Isis?"

    jeje

    Que no me pasa nada raro.. que siempre me secuestran las palabras y me usan a su antojo ;)

    besos miles!!

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  6. Hola, Jose Jaime.

    No, no somos relojeros, pero ten en cuenta que el tiempo no sólo es aquello que está dentro de un reloj. Creo que el tiempo es una forma de mirar.

    Saludos.

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  7. Hola, Gárgola.

    ¿Metaliteratura? Nunca se me hubiera ocurrido, jeje.
    Yo sólo me dejé llevar con toda naturalidad, y sí, se abren varias puertas a lo largo del pasillo del relato, pero eso mismo es lo que hacemos todos los días en nuestras casas. Y cada cuarto es diferente, con distinto ambiente y sus propios protagonistas.
    Opino que es una forma de intentar reflejar la multiplicidad de lo real.
    En breve sigo con esta historia "de bucles".

    Un beso.

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  8. Me alegra que te guste, Silvia.
    Queda una tercera parte y ya termino.
    Estoy deseando volver a ver a Lila.

    Un beso con luz de luna.

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  9. Pues te soy sincero, Cristal, si te digo que este cuento lo tenía guardado, desde hace doce años, por la única razón de ser un recuerdo de aquella tarde de agosto y de aquella vieja amistad. Nunca pensé que tuviera ningún valor literario, y mucho menos "metaliterario", jeje.
    Pero, no sé por qué, me acordé de él hace unos días y me dije que quizá era "publicable" para este cuaderno. Aunque, eso sí, advertí desde el principio que lo había escrito como un simple divertimento.
    Si os gusta y le veis algún valor, yo encantado.

    Un abrazo, amiga Cristal.

    PD.: el "dice" que faltaba ya lo había visto con mis gafas metaliterarias, jejeje.

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  10. Hola, Isis.

    Me ha hecho gracia esa imagen de las palabras "atropellándose" para salir en la pantalla. ¡Jaja! Y es verdad, es así. Pero tenemos que controlarlas y marcar el ritmo, porque si no... ¡se nos cuela todo el vocabulario de golpe! Y no se iba a entender nada.
    Tener más brazos, sí, y más teclados. Y más horas. De eso se quejaba el Tío Hermann, de que le gustaría escribir muchos diarios a un tiempo para alcanzar la multiplicidad de la vida real. Aunque ya escribía en cuatro o cinco, sentía que le faltaban muchos más. Al final, se dio cuenta de que era una imposibilidad.

    El Tiempo puede decir lo que quiera, para eso es el Tiempo, jeje. Pero este señor se llama Juan, así que...
    Efectivamente, Isis, las palabras nos "secuestran", pero es que es como si estuviéramos dentro de una mina de piedras preciosas. Ya tenemos la bolsa llena, pero no podemos irnos y dejar allí ese par de esmeraldas, esos zafiros, esos diamantes... Así que al final nos quedamos en la mina. Y cuando más tarde salimos al exterior, abrimos la bolsa y nos encontramos con un cuento.

    Besos, Isis.

    PD.- Me gusta lo que "te pasa".

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