Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







viernes, 31 de agosto de 2012

El trueno



Existen tres formas de conmoción: la del cielo,
que es el trueno, la del destino
y finalmente la del corazón.

Si a raíz de la conmoción del destino
se moviliza uno interiormente,
podrá superar sin mayores esfuerzos
los golpes del destino que llegan de afuera.



I Ching

(51. Chen / El trueno)

lunes, 27 de agosto de 2012

La dualidad




Continúo rescatando viejas páginas de mi diario de un obstinado. No se trata de hablar siempre de mí mismo y de mis antiguos problemas de hace más de veinte años, sino de exponer los pasos de un proceso personal, para echar luz sobre causas y efectos. Hablo de mí, aparte de porque es el caso que mejor conozco, porque este cuaderno ha sido y es sólo eso: un cuaderno íntimo, de confesiones y reflexiones personales. No me pongo como ejemplo de nada. Me limito a recordar el modo en que me sentía en aquellos tiempos, para establecer las relaciones que hay entre el ayer y el hoy. Es una forma de mirarse en un espejo antiguo, apartando las telarañas del tiempo, y reconocer qué líneas del rostro siguen igual y cuáles han cambiado, intentando definir y completar el propio paisaje.


AHM.

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Diario de un obstinado
(30 de noviembre, 1987)


Hay algo sobre lo que me gustaría escribir esta noche, un tema que considero de vital importancia, algo que me toca muy de cerca y muy adentro y que me gustaría expresar con nitidez y profundidad, abarcando todo su complejo entramado psicológico, su multiplicidad de formas y contenidos. Quizá por el deseo inconsciente de encontrar una síntesis, una respuesta clara y sencilla, un último significado que ilumine todo el laberinto.
Me estoy refiriendo a la dualidad, algo con lo que trato diariamente, que es para mí pasado, presente y seguramente futuro, que configura mi realidad y da forma a mi vida cotidiana, interna y externamente.
Pero, por desgracia, no puedo hacerlo, al menos no como yo quisiera. En primer lugar, no soy psicólogo, y mucho menos filósofo, y mi conocimiento de esas disciplinas es muy escaso. Y en segundo lugar, mi actual estado mental y psíquico es demasiado pobre, demasiado insensible y torpe para poder intentarlo siquiera con una cierta dignidad. A lo único que ahora puedo alcanzar es a fumar mis cigarros, beber mi coñac y garabatear en esta hoja con un poco de coherencia, mientras escucho en mi caja de música los Conciertos de Brandemburgo, de Bach. Y aun esto carece en mí de maestría, le falta la entrega necesaria, no tiene la suficiente solidez. Ni siquiera para esto estoy maduro; mientras escribo, mientras bebo, fumo y escucho la música, intentando concentrar mis pensamientos y expresarlos en el papel, mi mente y mi cuerpo se rebelan, me asaltan imágenes extrañas y otros pensamientos y otros deseos vienen a cruzarse con los primeros, interceptándolos, bloqueándolos y haciendo imposible una línea continua y precisa.
En fin, quizá todo esto también tenga algo que ver con la dualidad, o quizá simplemente tenga que ver con mi falta de seriedad, de autenticidad, en una palabra, con mi idiotez. Continúo siendo un enfermo del tiempo, un esclavo de la medida y la norma, un pobre y miserable sirviente de la obligación. Es casi la una de la noche, y ya es demasiado tarde para mí, tengo prisa por acostarme, prisa por dormir profundamente durante las horas que quedan, para mañana poder enfrentarme de nuevo al mundo cotidiano del trabajo y la realidad mundana con un poco de energía, para tener un poco de fuerza, una pequeña reserva que me permita seguir soportando la tormenta de lo absurdo, de lo vacío, de lo sin alma.
Este es quizá el motivo principal por el que no escribo lo que quiero escribir. Quería exponer la cuestión de la dualidad, de la ambigüedad de tendencias que conviven simultaneamente en un mismo individuo y del estado caótico en el que éste se encuentra cuando aún no ha conseguido enlazar ambos polos opuestos y armonizar su vida. Pero este pequeño lobo estepario se siente ahora demasiado cansado para ahondar en el tema. La tiranía de una realidad extraña, de una medida del tiempo ajena al corazón, a la que se ha sometido voluntariamente, por debilidad o cobardía, le provoca un falso sueño, un falso cansancio, le obliga a eludir, a postergar aquello que más le importa, aquello que más necesita, y que es rasgar de uno en uno, valientemente, sin ningún miedo, los velos que encubren su propia imagen. Mirar directamente al espejo, sin nada entre medias, y reconocerse, y aceptarse o rechazarse. Volverse loco de una vez por todas, definitivamente, o alcanzar una nueva alegría...

Ayer leí en una revista una cita de una escritora austríaca del siglo pasado, Marie von Ebner-Eschenbach. Nunca había oído hablar de ella, ni tengo idea de cual es el contenido de su obra literaria, pero desde el primer momento me llamó la atención su retrato, que acompaña a la cita. Se ve en él a una mujer de rostro serio y adusto, de unos sesenta años, con una mirada que expresa fuerza y decisión, y también una cierta ironía, como quien ha vivido intensamente y hasta el final todas sus ilusiones, todos sus ideales; que ha desenmascarado a más de una dorada estatua de su tiempo, y sin embargo ha sabido mantener, después de muchos años de experiencias amargas, de desengaños y derrotas, su obstinación, el aprecio y el respeto por su propio sentido, por su razón y su ley.
La cita es muy breve, pero bastante sustanciosa. Dice así:
"Cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado en el que se pudo."


Antonio H.Martín

(Diario de un obstinado - 1987)


jueves, 23 de agosto de 2012

Con un pedazo de tiza


Acabo de encontrar este vídeo y me ha emocionado. La historia es muy simple, pero me hace recordar de nuevo aquello que nunca se debe olvidar: que dentro de nosotros siempre hay una luz, una fuerza secreta. La posibilidad de encontrar una salida aun dentro del más oscuro e intrincado de los laberintos. Cuando lo de afuera nos ataca, queriéndonos arrastrar hacia el caos, la mirada interior puede mostrarnos una puerta abierta hacia la vida.


Antonio H. Martín

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Escapar de la violencia doméstica, de la intimidación en la escuela, del acoso, del maltrato de un profesor que desconoce la tragedia silenciosa. Un niño se refugia en un frágil universo con fronteras de tiza y números, un diminuto escenario sobre el cual danza y realiza su huida de la infeliz realidad donde sobrevive.

Esa es la historia que cuenta With a Piece of Chalk (Con un pedazo de tiza), un cortometraje de cerca de 4 minutos publicado en Youtube por el grupo de jóvenes cineastas JubaFilms, residentes en Alemania. El video presenta a Justen Beer, un talentoso break-dancer de 12 años. Hasta el momento supera el millón de visitas en esa red social.

"Como bailar es más que mover el cuerpo, tratamos de contar una historia a través de cualquier tipo de danza", afirman los cineastas en su sitio web. "Nuestro objetivo es convertirnos en una gran fuente de inspiración para todos, sin importar si son bailarines o no. La inspiración cambia el mundo y aporta nuevas esencias a la vida", afirman.

El breve atisbo a las jornadas de este niño asediado por la violencia, que encuentra en el baile un camino personal hacia la paz, nos revela otro de los rostros de la fortaleza humana. Aún en el más sombrío de los tiempos, nos habitan energías suficientes para convertir un callejón sin salida en un campo abierto por la imaginación. El dolor de este pequeño transformado en arte: no hay mejor metáfora del irreductible espíritu humano.



Boris Leonardo Caro



sábado, 18 de agosto de 2012

Fantasía hessiana



Supongamos por un momento que, después de leerle y admirarle durante muchos años, de considerarle mi maestro e incluso llamarle "mi tío Hermann" con afecto y cariño, Hermann Hesse se decidiera, desde el más allá (creo que vive en una gran casa en las inmediaciones de la constelación de Orión, según vi una vez en un sueño) a dedicarme a mí, a este humilde caminante, unas breves letras.
Serían más o menos así:


Este aficionado a pensar y escribir, que es esencialmente un sentidor y que se hace llamar "Antonio H. Martín" (suele comentar que esa hache es un homenaje a mi lobo estepario), me ha llamado la atención últimamente, porque sus escritos han cambiado de tono, debido a no sé qué difícil situación por la que está pasando. Y quisiera dedicarle unas letras, desde mi lejano retiro, como hice otras muchas veces con otros lectores, cuando aún vivía en ese mundo.
A este hombrecito le he visto varias veces merodeando por los alrededores de mi antigua casa terrestre, buscando entre mis viejos recuerdos. Y una noche incluso, por esos mágicos puentes del sueño, estuvo de visita en mi casa actual, paseando por mi biblioteca. Es un ser algo raro, conflictivo, problemático y neurótico, pero también un buen soñador. Me recuerda algo a varios de mis personajes literarios, como Lauscher, Klingsor o el mismo Harry Haller. Y por eso quiero dedicarle esta letras.
Siempre le ha gustado escribir, pero nunca ha pensado en que ello fuera una salida a sus conflictos, sino sólo una vía de escape pasajera, momentánea, una forma de expresarse, desahogarse y conseguir algo de claridad en su caos interior. Nunca se ha considerado a sí mismo como escritor, y nunca lo ha pretendido, a pesar de algunas buenas críticas que ha recibido en este cuaderno y que a él le parecen sólo muestras de afecto.
Y ahora este caminante, este solitario tiene problemas... Bueno, siempre los ha tenido, pero ahora parece que esos problemas se acentúan de forma un tanto peligrosa. ¿Qué puedo decirle? Pues que la vida siempre es difícil, y que seguir un camino, sea cual sea, pero más si ese camino es crudamente individual, conlleva sufrimiento, dolor, y pasar por valles y desiertos de soledad que nos hacen temblar. Y que ante una situación de esta magnitud uno sólo puede hacer una cosa: aferrarse a aquello que ama.
Lo que uno ama es lo que da sentido a nuestra vida. Lo que uno ama es nada menos que la base sobre la que todo lo demás se sustenta. Lo que nos hace sentir, lo que nos permite vivir. En el caso de mi "lobo estepario" era su fe en los Inmortales. En el caso de este caminante de cuaderno no lo sé, pero seguro que hay algo por ahí, danzando todavía en las galerías de su corazón. Y a eso es a lo que debe dirigir su mirada, con toda la fuerza de la que aún sea capaz.
Este es mi consejo de viejo. Encontrar esa luz oculta, que seguro está en alguna parte de su ser, y mirarla fijamente, llenarse de ella, abrazarla. Con esa luz podrá seguir caminando, ya sea entre valles, desiertos o incluso ciénagas. Esa luz será la linterna en la noche, su pequeña estrella en medio de la oscuridad. Con ella sabrá ver las líneas invisibles que se esconden entre la niebla, encontrará los atajos entre la maleza y podrá volver a escuchar la música que le enamoró hace tanto tiempo. Esa música que él solía llamar "magia", y que es el pulso y el destello que le movió desde siempre a caminar y a vivir.

Un abrazo de tu tío Hermann






miércoles, 15 de agosto de 2012

Extrañeza



Hay etapas en la vida en que todos los rostros que vemos son extraños. Incluso el de uno mismo lo es en gran parte, porque esa imagen que nos devuelve el espejo no es del todo reconocible. Hay algo nuevo en ella, algo que antes no estaba y que aún no atinamos a definir, pero que en cualquier caso nos resulta, efectivamente, extraño.
Intentando salir de esta rara situación, miramos al pasado buscando un asidero, algún recuerdo que nos identifique y nos sitúe. Pero, curiosamente, también vemos ese pasado, aquello que vivimos, como algo diferente a lo que creíamos recordar, como algo terminado, sin vida ya. Incluso llegamos a sentir el frío de que aquello que almacena nuestra memoria parece tratarse de la historia de otro, no de la nuestra propia. Y dudamos de si alguna vez tuvimos alguna historia...
Todos, todos los rostros son extraños. Los hay amables y no amables, simpáticos o desagradables, sonrientes u oscuros... Pero todos ellos son extraños, y cuando nos miran y los miramos no sentimos ninguna relación emocional con ellos. Son como los rostros de seres de otros mundos. Mundos que escapan a nuestra capacidad de entrada, separados de nuestra realidad por millones de kilómetros.
En una etapa como ésta, si uno sigue teniendo la fuerza y el deseo de continuar, la sensación es como empezar desde cero. Nada hay ya en el ayer, nada que tenga vigencia en el hoy, y el mañana es algo tan incierto como un estrecho camino entre la niebla.
Lógicamente, la tristeza es el sentimiento que más nos ataca en estos momentos. Pero a la tristeza la vemos como un sentimiento inútil e ineficaz. ¿De qué nos sirve estar tristes, dejarnos invadir por esa sombra que nos muerde por dentro? Lo único que vemos en ella es que viene a hundirnos aún más, quizás definitivamente. Así que, a un lado la tristeza, fuera con ella. Tirémosla al río, como la tela rota que es.

Ayer por la noche tuve el placer de escuchar en vivo, en una iglesia, la Partita nº 3, de Bach. El piano sonaba soberbio y brillante entre las viejas paredes de piedra. Cerré los ojos, y mientras escuchaba atentamente las filigranas de esa música encantada, me veía a mí mismo como una figura lejana, perdida en algún túnel del tiempo, que a pesar de todo intentaba recuperarse y reconocerse a través de la música.
Quizá haya caminos para disolver esa extrañeza, caminos de regreso o caminos nuevos. Mis ojos miran, intentando encontrar...


Antonio H. Martín

(15 de agosto, 2012)



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música: Partita nº 3 en la menor
autor: Johann Sebastian Bach
piano: Ilya Yakushev
imagen: "abandonada a la luz del amanecer" (de BIG)

lunes, 13 de agosto de 2012

En poco tiempo...



En poco tiempo, por uno de esos azares del destino, se había quedado sin nada. Sin dinero, sin casa, sin amigos, sin amor... Incluso había por ahí falsas historias que dibujaban una línea de sombra sobre su imagen, oscureciéndolo todo aún más.
Era una situación absolutamente nueva para él. Algo que hubiera querido no vivir nunca. Pero aquí estaba. Y él justo en medio, en el mismo centro de ese triste huracán, mirando con ojos aún asombrados, y viéndolo con el ropaje gris oscuro de un miedo incierto.
Los días eran largos y pesados, y las noches cortas, tímidas, nerviosas... El mañana era una luz difusa en el horizonte, que parecía resbalarse sin remedio hacia el abismo. Todo parecía apuntar al fin, y ese fin era la nada más absoluta, la ausencia, el vacío.
Pero, sin saber bien por qué, soportaba todavía los embates, resistía, luchaba, como si esperase algo inesperado, como si aún creyese en un mañana diferente y amable. Su ingenuidad quizá, el vestigio de alguna antigua esperanza... No lo sabía, pero ahí estaba, frente al viento, frente al mar, frente al vacío de la noche. Esperando que el aire cambiase su rumbo, que brillara de nuevo alguna luz. Que alguna voz sonara en medio de este espeso silencio.
Andaba perdido en estos pensamientos, en la terraza de un local casi vacío, cuando de pronto oyó el timbre del teléfono...


Antonio H.M.

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imágen: Vías del tren olvidadas en el bosque (de BIG)

sábado, 4 de agosto de 2012

Sobra la luz



"Todas las cosas que al mar tiramos, nos las devuelve siempre la marea. Cuanto más tratas de olvidarlo con más fuerza lo recuerdas..."

Fito


Es cierto lo que canta Fito, pero yo me pregunto: ¿por qué ese empeño del mar? ¿Qué le importan a él nuestros recuerdos y pesares? Y sobre todo, ¿por qué nos los devuelve? ¿Acaso no los quiere? ¿O es que quizás cree que debemos seguir recordándolos?
Cuando algo que hemos tirado al mar, con el deseo de que desaparezca de nuestra vida, vuelve una y otra vez a nosotros es sólo por un motivo: porque en realidad no queremos aún que eso se vaya. El mar es esa parte de nuestra conciencia que llamamos olvido. Queremos beber en las aguas de ese inmenso y profundo Leteo para evitar el dolor. Pero hay recuerdos que se resisten a desaparecer...
Y así lo hacen porque forman parte de nuestro ser, y olvidarlos o matarlos definitivamente sería como destruir un fragmento importante de nosotros mismos, como arrancarnos una parte del corazón. Por eso la marea nos los devuelve. Y la marea no es otra cosa que nuestra propia voluntad. Nuestro deseo de conservar de alguna manera aquello que nos hizo sentir vivos en otro tiempo.
La triste esperanza es la culpable de esto. La triste esperanza es la pálida sombra que no nos deja vivir. Así que es a ella a quien hay que tirar al mar.

"Sobra la luz que me hace ver todo lo que no escondía...", dice Fito. Sí, sobra esa luz, porque ya todo estaba claro desde el principio. Pero los seres humanos solemos tener estos errores: el deseo de encontrar y la ilusión de haber encontrado...
El mar dejará de devolvernos los recuerdos tirados sólo cuando los hayamos olvidado del todo. Y olvidar, como decía antes, es matar una parte de nuestra vida. Difícil, muy difícil y doloroso hacer eso. Pero o eso, o la marea...

Como decía yo hace tiempo: "Cada curva del camino era una invitación para seguir, pero sin el empuje del tiempo extraño, sin la tirantez del vacío."
Eso es lo que quiero vivir.

Antonio H. Martín




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música: Sobra la luz
álbum: Por la boca vive el pez (2006)
autor: Fito