Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







jueves, 31 de marzo de 2011

Sobre el amor




"Soy un admirador de la infidelidad, del cambio, de la fantasía. No veo ningún valor en fijar mi amor en cualquier rincón del mundo. Aquello que amamos lo considero siempre y únicamente como una metáfora. En cuanto el amor queda amarrado a algo y se torna fidelidad y virtud, se me hace sospechoso."

Hermann Hesse



Totalmente de acuerdo con Hesse. A algunos pueden parecerle sus palabras algo radicales, incluso ofensivas, sobre todo cuando menciona lo de la infidelidad, pero no lo entiendo yo así... Hesse nos habla del amor en su totalidad, de ese sentimiento grande e intenso que abarca mil seres y cosas distintas. Que incluye tanto a la persona amada, como la emoción vibrante que se siente ante un bello paisaje al atardecer, cuando la brisa nos susurra sus secretos. Abrazo de sol y caricia de luna, sombras serpeantes a la orilla del camino y brillos de color en flores y hojas, que son como estrellas en medio de la fronda. Cantos alegres que bajan de la montaña, alados, como aves que cuentan historias de nubes y vientos. Y la ronca voz del valle, honda y maternal, que abraza al brioso río, y que nos habla de los muchos sueños que crecen entre la alta hierba, allí donde duendes y hadas bailan juntos en las noches de luna llena.
Todo esto y mucho más es lo que percibe el amante, y lo que le enciende por dentro. Bien es cierto que, en determinados instantes, puede ver el universo entero reflejado en los ojos de su amada, y fundirlo y beberlo en la magia de un beso... Pero, ¿es por eso infiel al maravilloso mundo? No, no lo es. Como tampoco es infiel a su amada cuando no está con ella, sino caminando entre árboles, entre robles, alisos y fresnos, tarareando canciones y jugando con la brisa. Es indistinto el aquí o el allí, el hoy o el mañana. Tanto vale el azul como el verde, el ocre como el púrpura. Todos los colores, todas las voces forman parte de la misma sinfonía. Y es de esta sinfonía de lo que está enamorado.

Sin embargo, los ojos de los que no saben ver notarán infidelidad donde sólo hay entrega, porque para ellos lo que vale es lo fijo, lo quieto, la gruesa puerta y la muralla alta de piedra, que guarda y encierra. Ponen nombre al amor, un nombre único, y desconfían si este nombre es cambiado por otro. Sólo entienden de nombres y números, de cajones y armarios, donde creen que la realidad está clasificada, descifrada y a salvo de cualquier mutación.
Pero el caminante sólo sabe caminar, y su amor no se detiene en la muralla sino que busca también la piedra del río, la nube y la estrella. En el delicado juego de luces del bosque puede encontrar tesoros sin nombre que llaman poderosamente su atención, y no quiere evitar quedarse allí un tiempo, todo el necesario, porque no siente traición hacia otros lugares, sino la presencia de la misma música con otro rostro. Su puerta está siempre abierta, al igual que sus ventanas, porque el mundo es su casa y su casa el mundo.

Alguna vez, en alguna hora deliciosamente perdida de un paseo sin rumbo, el caminante ha llegado a escuchar estas palabras de boca de su amada:

"Te quiero, porque eres libre."



Antonio H. Martín


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foto: Antonio H. M. (Marzo-2011)

sábado, 26 de marzo de 2011

La danza



Caminaba por el valle, absorto en sus pensamientos, en uno de sus habituales paseos, cuando al levantar la mirada vió algo que le había pasado desapercibido hasta entonces. Era sólo un semicírculo de árboles en la ladera del monte, algo aparentemente normal en esos parajes, pero al acercarse y mirarlo detenidamente sintió algo extraño, como si allí confluyeran fuerzas de otra índole, de una clase rara y especial.
Entre esos árboles altos y viejos, que le parecieron robles, la brisa era más fría y el silencio más profundo. Y como si se tratara de un lugar mágico, druídico, sintió que, de alguna forma inexplicable, allí cambiaba el ritmo del tiempo... Todo iba más despacio, lento como el caer de las hojas en otoño. Así que se quedó muy quieto, observando cada movimiento, cada luz y cada sombra. Intentaba, sin saber bien por qué, leer algo, algo que estuviera escrito entre las ramas y la hierba, entre cortezas y piedras, en la misma piel del aire.
Luego, la brisa cambió, sopló de distinta forma, y ramas, hojas y hierba se movieron como al son de una música de ensueño. Le vino a la memoria el bosquecillo de sinsapas de la novela de Gjellerup, en el que Kamanita y Vasiti se besaban bajo la luz de las estrellas... Y entonces lo vió.
Era como un espíritu, surgiendo de entre los árboles, una forma indefinida que recordaba vagamente a una mujer. Y esa forma empezó a danzar, entre brillos de otro mundo. Saltaba hasta las altas copas y luego se deslizaba hacia el suelo, siguiendo la cadencia de una música que poco a poco empezó a escuchar... Era una melodía alegre, jubilosa, que recordaba a los montes y prados de un sueño lejano. Vieja música celta, pintada de mil colores, acariciada por la luz oblicua del noroeste.
Notó que se le encendía el arpa de su ser más íntimo, que sus cuerdas medio olvidadas comenzaban a vibrar al son de esa música. Y, sin pensárselo dos veces, se puso él tambien a bailar, saltando y riendo, imbuido de la magia de ese sueño. Y entre paso y paso, pudo ver cómo ese espíritu le miraba y le sonreía. Hasta que se acercó y, sin dejar de danzar, dejó un beso fugaz sobre su boca asombrada, mientras le susurraba... "Has vuelto. Bienvenido a casa."


Antonio H. Martín




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- "The Blood of Cuchulainn"
- Mychael & Jeff Danna

martes, 15 de marzo de 2011

Mirando hacia el Norte



Otra vuelta de la vida, esta vez inesperada, me ha colocado en una nueva situación. Una en la que ciertos sueños parecen haber juntado sus fuerzas y confabulado para modificar el rumbo del aire...
Hoy me levanto muy temprano por la mañana, poco antes del alba, me asomo al balcón y lo que veo no es el feo edificio de enfrente, las casas anodinas y las filas de coches aparcados, sino a la buena tierra, a la tierra amable. Un horizonte de montes verdes, coronados por robles solitarios y algún bosquecillo de eucaliptos. Y abajo pequeños prados de alta hierba, salpicados por diminutas flores blancas y amarillas... Me quedo mirando todo esto, en silencio, e intento averiguar en qué sueño me encuentro, mientras las nubes me observan curiosas, pero el canto de los pájaros, los ladridos de los perros y los balidos de cabras y ovejas insisten una y otra vez, y al final me rindo, entre asombrado y agradecido, a la evidencia: sí, es cierto, estoy viviendo en el campo, en el siempre recordado y anhelado campo.
Mi nueva casa mira hacia el norte, desde el lecho de un valle. A ella nunca llega el sol, pero a través de amplias ventanas puedo ver su luz y disfrutar de un paisaje casi como de cuento de hadas. Los libros ya están colocados en sus estantes y parpadean, aún soñolientos, observando el nuevo cuarto de estudio, y según los susurros que oigo entre unos y otros parece que les gusta lo que ven.
No sé bien cómo he llegado hasta aquí, pero tengo muy claro que voy a vivir este regalo cada día, con toda la intensidad de que sea capaz.

De noche, cuando el pueblo duerme, me asomo otra vez al balcón blanco y puedo ver el movimiento contínuo del río, en cuyo espejo se refleja la luz tibia de las farolas y, ocasionalmente, la de la luna. Este río me dice algo muy sencillo, algo que, en este nuevo lugar, llega a emocionarme... Me cuenta, con su voz de agua, que la vida está en movimiento, siempre, y no puedo sino sonreír ante esta evidencia que la misma vida se ha encargado de mostrarme, cuando uno ya empezaba a dudar...


Antonio H. Martín