Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







jueves, 29 de diciembre de 2011

El camino difícil



EL CAMINO DIFÍCIL


por Hermann Hesse



Delante del desfiladero, junto a la oscura entrada rocosa, quedé vacilante y me volví mirando hacia atrás.
El sol brillaba sobre ese grato mundo verde y en los prados relucían tremolantes las pardas flores de la hierba. Allí se estaba bien, había calidez y placer amable, allí el alma vibraba en lo profundo, satisfecha como un velludo abejorro saturado de aroma y luz. Y quizá yo estaba loco por querer abandonarlo todo y disponerme a subir a la montaña.
El guía me tocó suavemente el brazo. Como uno que sale a la fuerza de un baño tibio, así desprendí mis ojos del querido paisaje. Entonces vi el desfiladero que yacía en una penumbra sin sol. Un arroyito negro se arrastraba al pie de la hendidura y en sus orillas la hierba crecía descolorida en pequeños racimos; y en su fondo se lavaban piedras de colores ya muertos, pálidas como los huesos de los seres que alguna vez estuvieron vivos.

"Descansemos un poco", dijo el guía.
Sonrió pacientemente y nos sentamos. Hacía fresco, y de la rocosa entrada venía una silenciosa corriente de aire sombrío, pétreo y frío.
¡Qué desagradable parecía iniciar ese camino! Desagradable resultaba atormentarse a través de ese lúgubre paso de piedra, cruzar ese arroyo frío, trepar en tinieblas por el desfiladero estrecho y escarpado.
"El camino parece detestable", dije titubeando.
Dentro de mí, como una lucecita moribunda, aleteaba la esperanza vehemente, increíble e insensata, de que quizá pudiéramos volver atrás, de que el guía se dejase persuadir y que finalmente se nos ahorrara todo esto. Y en realidad, ¿por qué no? ¿No era acaso mil veces más hermoso el lugar de donde veníamos? ¿No fluía la vida allí más rica, más cálida y estimable? ¿Y acaso no era yo un hombre, un ser ingenuo y efímero con derecho a un poquito de dicha, a un rinconcito de sol, a una vista llena de azul y de flores?
No, yo quería quedarme. No tenía ganas de hacerme el héroe o el mártir. Pasaría toda mi vida satisfecho si pudiera quedarme en el valle bajo el sol.
Entonces comencé a tiritar; en ese lugar era imposible permanecer mucho tiempo.

"Te estás helando", dijo el guía, "es mejor que nos vayamos".
Dicho esto se levantó, se estiró cuan largo era y me miró sonriente. Ni burla o compasión ni dureza o indulgencia existían en su sonrisa. En ella no había sino comprensión y sabiduría. Esta sonrisa decía: "Te conozco. Conozco tu miedo, sé lo que sientes y no he olvidado para nada tu fanfarronería de ayer y de anteayer. Cada desesperado brinco de liebre cobarde que ahora da tu alma y cada coqueteo con la amable luz del sol me son conocidos y familiares desde antes de que los pusieras en ejecución".

Con esa sonrisa me estuvo mirando el guía, y luego se adelantó dando el primer paso hacia el oscuro valle rocoso; y entonces lo odié y lo amé como un condenado ama y odia el hacha sobre su nuca. Pero más que otra cosa yo odiaba y despreciaba su saber, su dominio y frialdad, su carencia de debilidades gratas. Y odiaba en mí mismo todo aquello que le otorgaba la razón, incluso lo que admitía de él, lo que en mí quería seguirlo.
Ya había dado muchos pasos hacia adelante, a través de las piedras del negro arroyo, y estaba a punto de desaparecer tras el primer recodo del barranco...

"¡Detente!", exclamé lleno de tal miedo que no tuve más remedio que pensar: si esto fuera un sueño, en este mismo instante mi espanto lo destruiría y yo volvería a despertarme. "Detente", volví a decir, "no puedo, no estoy preparado todavía".
El guía se detuvo y miró en silencio hacia mí, sin un reproche, pero con aquella tremenda comprensión, con aquella sapiencia, presentimiento y ese saber-de-antemano tan difíciles de soportar.

"¿Prefieres que volvamos?", preguntó entonces, y todavía no había terminado de decir la última palabra, cuando ya sabía yo, muy a pesar mío, que le diría que no, que debía negarme. Y al mismo tiempo, todo lo viejo, acostumbrado, amado y familiar gritaban desesperadamente dentro de mí: "¡Di que sí, di que sí!". Y mi patria y el mundo entero colgaban de mis pies como una bola.
Y yo quería decir que sí, aunque sabía bien que me sería imposible.

Entonces, con su mano extendida, el guía me señaló hacia el valle, atrás, y yo me volví nuevamente hacia la amada región. Y ahora vi lo más penoso que podía ocurrirme: mis queridos valles y llanuras yacían pálidos y desanimados bajo un sol sin fuerzas; los colores sonaban falsos y chillones, las sombras parecían llenas de negro hollín y sin encanto. Y a todo se le había extirpado el corazón, a todo le había sido sustraído el encanto y el aroma, todo tenía el olor y el sabor de las cosas de las que uno se ha indigestado hasta las náuseas. ¡Oh, qué bien conocía yo aquéllo, cómo temía y odiaba esa espantosa modalidad del guía de hacerme despreciar lo que me era querido y agradable, de hacer que se escaparan su savia y espíritu, de falsificar los aromas y de envenenar silenciosamente los colores! ¡Ah, ya conocía yo todo eso: lo que ayer fuera vino hoy se convertía en vinagre! Y nunca más el vinagre se convertiría en vino. Nunca más.

Callé y seguí al guía lúgubremente. Él tenía razón, como siempre. Y todo no resultaría tan malo si por lo menos permaneciera cerca mío y visible, en vez de desaparecer de improviso --como a menudo hacía-- cuando había que tomar una decisión, dejándome solo... solo con aquella voz extraña dentro de mi pecho en la que se había transformado.
Yo callaba, pero mi corazón gritó fervorosamente: "¡Quédate un instante, ya te sigo!"

Las piedras del arroyo eran desagradablemente resbaladizas; era agotador, daba vértigo andar así, paso a paso sobre una piedra estrecha y mojada que se achicaba y cedía bajo las suelas. Cerca de allí el sendero del arroyo empezaba a elevarse rápidamente, y las sombrías paredes del desfiladero convergían más, se extendían hoscas, y cada una de sus aristas mostraba la intención maligna de querer apretarnos con sus pinzas y cortarnos para siempre el camino de regreso. Sobre verrugosas peñas amarillas fluía espesa y viscosa una capa de agua. El cielo, la nube y el azul habían desaparecido sobre nosotros.

Marché y marché detrás del guía, y a menudo cerraba los ojos del miedo y la repugnancia que sentía. Una oscura flor al borde del camino se irguió entonces, aterciopeladamente negra y con una mirada melancólica. Era hermosa y me habló con familiaridad. Pero el guía caminaba de prisa y yo sentía que si que si llegaba a bajar la vista una sola vez hasta ese triste ojo de terciopelo, entonces mi aflicción y desesperada pesadumbre serían tan onerosas e insoportables, que mi espíritu permanecería siempre proscrito en esa sarcástica región del absurdo y de la demencia.

Mojado y sucio continué arrastrándome, y cuando las húmedas paredes se iban cerrando sobre nosotros, el guía comenzó a cantar su vieja canción de consuelo. Con voz juvenil, clara y firme cantaba al compás de sus pasos las palabras: "¡Quiero, quiero, quiero!". Yo sabía que él quería animarme, que deseaba ahuyentar de mí el ingrato esfuerzo y el desconsuelo de ese viaje infernal. También sabía que él esperaba que uniera mi voz a la suya. Pero yo no quería tal cosa, no quería concederle esa victoria. ¿Acaso tenía yo algún deseo de cantar? ¿Y no era yo un hombre, un pobre tipo que había sido arrastrado contra su voluntad hacia cosas y hechos que Dios no podía exigirle? ¿No podía permanecer cada clavel y cada nomeolvides junto al arroyo, allí donde estaba, y florecer y marchitarse según los dictados de su naturaleza?

"¡Quiero, quiero, quiero!", cantaba el guía sin cesar. ¡Oh, si hubiese podido regresar! Pero, con la ayuda asombrosa del guía, hacía tiempo que trepaba por los paredones y sobre los precipicios, para los que no existía ningún camino de vuelta. El llanto me ahogaba por dentro, pero no podía llorar, eso menos que nada. De manera que me uní con voz fuerte y porfiada al canto del guía, con su mismo compás y tono, pero yo no cantaba lo que él, sino esto: "¡Debo, debo, debo!". Sólo que no era fácil cantar mientras trepaba, y pronto perdí el aliento y jadeando me vi obligado a callar. Pero él prosiguió cantando incansablemente: "¡Quiero, quiero, quiero!", y con el tiempo llegó a obligarme a que cantara lo mismo que él. Ahora la subida empezó a mejorar, y sentí que ya no debía, sino que quería hacerlo. En cuanto a fatigarme por causa del canto, nada de eso sentía ya.

Entonces se hizo una mayor claridad en mi interior, y a medida que esa claridad aumentaba, retrocedió también la roca alisada; se hacía más seca, más benigna, ayudaba a menudo al pie inseguro, y sobre nosotros se fue mostrando más y más el claro cielo azul, ya como un arroyuelo azul entre las márgenes de piedra, ya como un pequeño lago azul que creciera ganando anchura.
Probé a querer con mayor fuerza y concentración, y el lago celestial siguió creciendo y el sendero se hizo más transitable. Y hasta podía correr un largo trecho ligero y grácil junto al guía. E inesperadamente vi la cercana cumbre sobre nosotros, empinada y resplandeciente entre el ardiente aire del sol.

Algo más abajo de la cima interrumpimos nuestra subida a gatas y salimos de la estrecha hendidura. El sol entró con fuerza en mis ojos enceguecidos, y al abrirlos de nuevo, las rodillas me temblaron de angustia, pues me veía aislado y sin apoyo en la empinada cresta, mientras me rodeaba un espacio celeste sin límites y sólo se erguía delante de nosotros la angosta cima. Pero de nuevo había cielo y sol, y así asistidos escalamos, palmo a palmo, con los labios apretados y la frente contraída, la última cuesta angustiosa. Por fin estábamos arriba, sobre un estrecho peñasco candente, en medio de un aire duro, burlón y sutil.



Era una montaña singular, y singular también era su cima. En aquella cúspide, a la que trepáramos por interminables y desnudas paredes de piedra, había brotado de la piedra un árbol pequeño y compacto con algunas ramas breves y vigorosas. Allí estaba, inconcebiblemente solo y extraño., recio y tieso sobre la roca, el frío azul del cielo entre sus ramas. Y en lo más elevado del árbol se posaba un pájaro negro que cantaba una canción áspera.

Sueño silencioso de un descanso breve, bien arriba del mundo: el sol llameaba, la piedra ardía, el árbol miraba rígida y severamente, el pájaro cantaba con aspereza. Su áspera canción se llamaba: "¡Eternidad, eternidad!". El pájaro negro cantó, y sus ojos relucientes y duros nos miraron como si fueran un cristal negro. Difícil de soportar era esa mirada, difícil de soportar era su canto, y terrible, sobre todas las cosas, la soledad y el vacío de esos parajes, la extensión de los desiertos espacios celestes que producía vértigo. Morir allí era una delicia inimaginable; permanecer, un tormento sin nombre. Alguna cosa tenía que ocurrir, pronto, al instante. De otro modo, nosotros y el mundo quedaríamos petrificados por el horror. Sentí entonces el hálito opresor y ardiente de algo que iba a suceder, como las ráfagas de viento antes de la tempestad. Lo sentí revolotear sobre mi cuerpo y sobre mi alma como una fiebre ardiente. Amenazaba, se acercaba... ya estaba aquí.

... De pronto el pájaro se balanceó desde la rama y se precipitó al espacio.
Mi guía dio un salto y se arrojó al azul, cayó en el cielo palpitante, voló.
Ahora la ola del destino se hallaba en su apogeo, ahora arrebató mi corazón, ahora se deshizo sin ruido.

Y yo caía, me precipitaba, saltaba, volé; agarrotado en el frío torbellino del aire, me sentí feliz y estremecido por la tortura del deleite a través del infinito, hacia el seno materno.



Hermann Hesse
(1919)




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- "El camino difícil y otros cuentos" (Märchen, 1919)
- Hermann Hesse
- traducción de Rodolfo E. Modern
- Ediciones Librerías Fausto (Buenos Aires, 1975)
- música: "Edward Leaves", por Alexandre Desplat
- vídeo: emzuniega

sábado, 10 de diciembre de 2011

Los surcos del tiempo



Siempre que me he acercado a la obra de Castaneda ha sido con respeto y admiración, sabiendo que me iba a encontrar con conceptos interesantes, con matices distintos y otras formas de mirar, que me iban a inducir a nuevas reflexiones sobre este misterio que nos envuelve y del que formamos parte indisoluble.
Y hace poco, releyendo su último libro (La Rueda del Tiempo, de 1998 -una selección de sus escritos), me he reencontrado con esta maravilla:

"(...) Otra estupenda unidad de aquel extraño sistema cognitivo residía en la comprensión que tenían los chamanes acerca de los conceptos de tiempo y espacio, y el modo en que los utilizaban. Para ellos, el tiempo y el espacio no eran los mismos fenómenos que forman parte de nuestras vidas en virtud de constituir parte integral de nuestro sistema cognitivo normal. Para el hombre corriente, la definición clásica de tiempo es un ''continuo no espacial en el que los eventos se producen en una sucesión aparentemente irreversible que va desde el pasado hacia el futuro a través del presente''. Y el espacio se define como ''la extensión infinita del campo tridimensional, dentro del cual existen las estrellas y las galaxias: el universo''.
"Para los chamanes del antiguo México, el tiempo era algo así como un pensamiento; un pensamiento pensado por algo de tal magnitud que rebasaba toda comprensión. Su conclusión lógica era que el hombre, siendo parte de ese pensamiento pensado por fuerzas inconcebibles para su mente, todavía retenía un pequeño porcentaje de dicho pensamiento; un porcentaje que podía ser redimido bajo determinadas circunstancias de extraordinaria disciplina.
"El espacio era, para aquellos chamanes, un ámbito abstracto de actividad. Lo llamaban el infinito y se referían a él como la suma total de los esfuerzos de todas las criaturas vivas. El espacio era, para ellos, más accesible, algo casi práctico. Era como si hubieran desarrollado en mayor porcentaje la formulación abstracta del espacio. Según las versiones aportadas por don Juan, los chamanes del antiguo México nunca contemplaron el tiempo y el espacio como oscuras abstracciones tal y como lo hacemos nosotros. Para ellos, tanto el tiempo como el espacio, si bien incomprensibles en sus formulaciones, formaban parte integral del hombre.
"Aquellos chamanes poseían otra unidad cognitiva, llamada la rueda del tiempo. Su manera de explicar la rueda del tiempo era decir que el tiempo era como un túnel de longitud y anchura infinitas, un túnel con surcos reflectantes. Cada uno de los surcos era infinito, y había un número infinito de ellos. Los seres vivos eran compelidos, por la fuerza de la vida, a fijar sus miradas en uno de los surcos. Mirar sólo uno de los surcos implicaba ser atrapados por él, vivir ese surco.
"La meta final de un guerrero es la de enfocar, mediante un acto de profunda disciplina, su atención inquebrantable en la rueda del tiempo con el fin de hacerla girar. Los guerreros que han logrado hacer girar la rueda del tiempo son capaces de mirar en el interior de cualquier otro surco y extraer de él lo que deseen.
"Al librarse de la fuerza hechizante que nos obliga a contemplar sólo uno de esos surcos, los guerreros pueden mirar en cualquiera de las dos direcciones: la llegada o la partida del tiempo."


Carlos Castaneda



Me encanta la idea, la imagen, el concepto, la posibilidad de ese camino, que nos permitiría mirar en otros surcos del tiempo y sacar de ellos aquello que necesitamos. Será cuestión de convertirse en esa clase de guerreros del espíritu, que tienen la capacidad, gracias a la fuerza de su disciplina interior, de viajar por esos surcos y enfocar su atención en lo que les interesa, para que eso... viva para ellos.
Esto me parece como montarse en un barco hacia lo desconocido, y poder atracar en cualquier orilla de ese mar infinito. Tener, por fin, acceso a la inmensidad de la vida...

Antonio H. Martín

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- imagen: AHM
- libro: La Rueda del Tiempo, Carlos Castaneda
- (Gaia Ediciones - Madrid, 1998)

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Le solitaire



Muchas veces he hablado aquí de la figura del solitario. Creo que es evidente que esa figura me resulta bastante familiar... Pero quiero dejar clara una cosa: que el solitario auténtico, nunca se siente solo, simplemente porque no lo está. Muchas presencias invisibles le acompañan.
Los que le ven caminar solo, creen que está solo, pero caminan a su lado amigos que nadie ve... Y cuando le ven sonreír, creen que está loco, pero no es así. Su sonrisa está dedicada a esos amigos, que casi siempre están cerca.
No es en absoluto una soledad vacía la suya. Sus ojos ven estrellas, donde otros ven sólo vacíos y sombras. El solitario auténtico tiene algo en la mirada, y ese algo siempre le acompaña.
¿Se puede decir, pues, que está solo?


Antonio H.M.

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imagen: AHM

jueves, 17 de noviembre de 2011

El caminante



A buen paso atraviesa la noche
un caminante.
Con él van
la alta montaña y el ondulado valle.
Hermosa está la noche.
El avanza, no se detiene,
y no sabe adónde su camino lleva.

De pronto canta un pájaro en la noche.
"¡Ay!, pájaro, ¿qué me has hecho?
¿por qué entorpeces mi paso y mis sentidos
y escancias dulce aflicción
en mi oído, obligándome a detenerme
y escucharte?
¿Por qué me seduces con tu canto y tu saludo?"

Calla el buen pájaro y dice luego:
"No, caminante, no, no es a ti
a quien seduzco con mi canto...
Atraigo a una hembra lejana.
A ti, ¿qué te importa?
Si estoy solo, la noche no es hermosa...
A ti, ¿qué te importa? Tu sino es caminar
¡y nunca, nunca detenerte!
¿Por qué sigues ahí,
qué te han hecho mis trinos,
caminante?"

El buen pájaro calló y meditó:
"¿Qué le han hecho mis trinos?
¿Por qué sigue ahí
ese pobre, ese pobre caminante?"


Friedrich Nietzsche


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Junto a este poema de Nietzsche, escribí, hace muchos años, en un margen de la página, lo siguiente: "Es ésta esa sombra triste que oscurece a veces el rostro del caminante: la soledad, el frío del silencio, la nostalgia y el anhelo de un hogar, con ecos y sonrisas. Mas esto es lo que se paga por el camino, éste es el precio por cruzar el puente..."
Hoy no estoy seguro de que eso sea así, pero reconozco que, en ocasiones, el camino ha de andarse en solitario, y eso nos aleja de ese entorno cálido y amable que, como cualquier ser humano, necesitamos. La soledad no tiene por qué ser el precio de la claridad, pero muchas veces, sin duda, lo es.
Menos mal que también, en algún momento, de alguna manera, inesperadamente, esa soledad encuentra una salida, un lazo, una compañía, una presencia. Y es entonces cuando se diluye, desaparece, se transforma, y deja de llamarse soledad...

Decía el pájaro del poema de Nietzsche: "Si estoy solo, la noche no es hermosa..." Así es, pero lo principal es andar el camino, y nunca detenerse. Es vital, si queremos seguir siendo caminantes. Como también lo es aprender la lección, difícil, de que a pesar de la soledad, la noche es hermosa. Verlo o no, depende del poder y la libertad de nuestra mirada.


Antonio H. Martín

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imagen: Antonio HM.

martes, 8 de noviembre de 2011

Una caricia...



Son muchos los que pasan por nuestro lado. El puente es ancho y largo. Son muchas las figuras que van o vienen... Un hola, una mirada fugaz, unas palabras, un gesto, un adiós... Pero unos pocos se detienen, y nos detienen, nos miran de otra manera, nos hablan distinto, nos llegan, nos acompañan, y terminan alojándose muy adentro... Y de esos, aunque un mal día se vayan, aunque se difuminen entre la bruma del otoño, algo suyo, o mucho, se queda para siempre.
Es al mirar los cristales de la lluvia sobre las hojas, cuando notamos que siguen ahí, medio ocultos en el rumor del aire, sonriendo, como una caricia...

(para mi amiga)


Antonio HM.


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- "Listen to your Heart", por Mike Rowland
- del álbum My Elfin Friends

martes, 1 de noviembre de 2011

Luces de otoño



Cada estación tiene su luz, y mi preferida, como ya he dicho otras veces, es la del otoño. Me encanta, me fascina esa luz inclinada, ese brillo solar que no quema, entre hojas rojas mecidas por un viento suave, que me recuerda mucho al país de los sueños, el país donde nací...
Aunque quizá no lo sea, para mí es la luz más nítida, la más clara, la que más cosas me cuenta... Así que en estos días he cogido mi pequeña cámara y he conseguido captar imágenes como éstas...


Antonio HM.











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imágenes: Antonio HM. (of course!)

domingo, 23 de octubre de 2011

La otra orilla



Hace pocos meses, por una de esas casualidades del destino, conocí a una persona de esas raras que se dedican a escribir, a expresar su intimidad mediante el universo de las letras, en esas horas de silencio, solitarias, en las que la hoja en blanco hace de espejo. Y anteayer me obsequió con unas copias de varios de sus escritos.
No sólo me ha gustado mucho cómo escribe, sino que en seguida le he pedido permiso para publicar algo suyo en este cuaderno. No tiene, de momento, ningún blog, más que nada por falta de tiempo para ello. Pero, sinceramente, creo que debería tenerlo cuanto antes, y no sólo eso, sino que debería publicar en papel sus escritos.
Así que, en esta ocasión, el cuaderno nocturno sirve de medio de presentación para esta buena escritora, que no sólo tiene mucho que decir, sino que además lo dice extraordinariamente bien. Y además, he elegido un texto que tiene mucho que ver con mi anterior entrada... Queda a vuestro juicio de buenos lectores comprobar si estoy en lo cierto.


Antonio HM.

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LA OTRA ORILLA



por ANA POO ESPINOSA



Lejos, muy lejos y cerca, muy cerca,
en ese "tal vez" indefinible
me han dicho que te han visto;
que inundabas con tu presencia otros espacios,
que saliste de viaje una vez más,
en la estación más silenciosa,
y encontraste por fin la respuesta a nuestra eterna pregunta.
Me lo han dicho el viento, los caminos
... y la otra orilla;
lo calla el río, el Arco, tu mirada,
las flores que te guardan y...
la mano desolada que las cuida.
Te fuiste al norte, y no te culpo
por ser norte sin puntos cardinales,
te culpo por la prisa,
no te enfades... verás, es que
me ha costado mucho alcanzarte
entre la savia delicada de esas flores;
caminan tan rápido los que sueñan y
como no dijiste nada...
pero no importa;
los hombres como tú nunca se irán del todo;
yo sé que existes en el paisaje que presides,
y son tus gestos los gestos de un muchacho que conozco.
Ya ves, te he descubierto;
y es aquí, frente a conocidos horizontes,
donde fluyen suavemente los días,
cuando a través de un tiempo ineludible
siento tu dimensión y sus latidos,
y te percibo extrañamente dulce,
con la severidad de las pocas palabras,
y la firmeza.
Reconozco tus silencios de mensajes indescifrables,
confiado en el amanecer de esa hora futura
que nosotros aún desconocemos.
Veo a un hombre que sueña lejos de los hombres
y espera...
No está solo;
lo Esencial le contempla.


Ana Poo Espinosa



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imagen: Antonio HM.
música: "Kissing in the Rain", Patrick Doyle
voz: Miriam Stockley

sábado, 15 de octubre de 2011

Cuando un amigo se va...


    Para alguien que estimo mucho, y que ahora está pasando por el duro trance de perder a su mejor amigo...
    Ojalá que recuperes pronto tu sonrisa, porque este mundo la necesita, como el sol de la mañana, la brisa entre las hojas o el agua en el río. Seguro que tu amigo que se va, desea lo mismo.

    Un fuerte abrazo.

Antonio HM




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imagen: "Amanecer en Otoño", por Gary Mc Parland
música: "When I am laid in Earth", de Henry Purcell
voz: Emma Kirkby

sábado, 1 de octubre de 2011

Música de otoño



Vuelve la luz inclinada, el susurro del viento en la tarde huidiza y tranquila, el vuelo suave de las hojas doradas que se van, que se dejan caer en el olvido, sin pena, cansadas... Vuelve la música dulce del otoño, que algunos sienten amarga. Y con ella, los viejos sueños amables que el verano ocultaba, las tímidas sombras, el brillo en la mirada...
Vuelven las hadas a tejer sus vestidos, con hilos de luna y hechizos de agua... Vuelven a soñar las estrellas sus caminos de plata, y a cantar las noches sus antiguas baladas.
Entre la fronda oscura y el destello de las horas que, poco a poco, recuperan su magia, se escuchan voces, murmullos y risas... Son los duendes del aire, que vuelven a los jardines de la tierra como gotas de lluvia...


Antonio H. Martín



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música: La Petite Fille de la Mer - Vangelis

viernes, 23 de septiembre de 2011

Bettina



Carta a su marido, Achim von Arnim
(30 de enero de 1810)
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Landshut


Ignoro qué puede aún suceder allá donde las montañas azules se inclinan, allá donde el sol se pone. ¡Ah, el universo, esa estrecha morada donde apenas se puede respirar! Pienso con frecuencia que el sueño es preferible al estado de vigilia: en él, las fronteras de la existencia se derrumban, nadie puede retenerme en la veloz carrera que me arrastra. Pero cuando velo, vuelvo a encontrarme bien en Landshut. Cuando sueño, mi lecho angosto es un asilo donde los mares son inmensos y las montañas desmesuradas, donde el Infinito se somete, toma forma y raíces. Además, únicamente en el sueño se presiente cuán infinita es el alma; el hombre navega, en uno solo de sus pensamientos, en uno solo de sus soplos, como un pececito en el agua, desconoce su origen y su destino. Si, durante el día, deseaba escalar las montañas tirolesas, por la noche, me encontraba en ellas, sumergiendo mi mirada en la inmensidad, hasta en las hondonadas más sombrías, que mi vista no alcanzaba. Y los árboles eran tan altos, que bien habría podido alzar eternamente la vista para distinguir la más alta de las cimas.
Y esta sensación de angustia en presencia de las grandes cosas que amplifican el alma, esta sensación que tantas veces deseo experimentar en los días huecos, también se apodera de mí en el sueño, y en él encuentro una quietud de la que pocas veces gozo en los días de la vida. Cosas separadas por la eternidad en los sueños convergen, como bajo el efecto de una palabra mágica; se da incluso el caso de que, en un momento de reminiscencia, se vivan auténticas historias, cuyo efecto ha pasado ya en el sentimiento, ya en el carácter.

Hoy, he soñado que estábamos sentados el uno frente al otro, delante de una ventana abierta, sobre la cual había olorosas flores; había descansado mis pies sobre los tuyos, y me sentía más a gusto, más apacible de lo que jamás me había sentido en Schlangenbad y a la orilla del Rhin: qué grandeza, qué fuerza ha asumido para mí ahora ese instante de mi sueño, pues desde hace mucho tiempo siento este deseo en la realidad y percibo al despertar la cercana posibilidad de convertir el invierno en primavera, y que tu pie sea un soporte para los míos. Sí, el soñador no debe contar sus años, pues ignora si es joven o viejo. Se dice con frecuencia que Dios no puede hacer que lo que es deje de ser; el sueño prueba lo contrario.


Bettina Brentano
(1785-1859)

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Al final de una carta de su hermano Clemens Brentano, éste le decía: "Tú y yo estamos fuera de todo orden", y Bettina, la esposa de Achim von Arnim, le contestaba: "Mi alma es una danzarina apasionada que salta siguiendo una música interior que sólo oigo yo".


- del libro "El Entusiasmo y la Quietud"
- edición de Antoni Marí
- Tusquets editores (Barcelona, 1979)

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imagen 1: por Ahm.
imagen 2: retrato de Bettina Brentano

viernes, 16 de septiembre de 2011

Entre dos sueños...



Es difícil de asumir, y cuesta hasta creerlo... Me parecía que hacía tan sólo unos días, una semana a lo sumo, que había escrito la página anterior, pero no, resulta que ya ha pasado un mes. Todo un mes, treinta días sin memoria, como treinta sombras en la pared de la noche. ¿Es esto la vida? ¿Paseamos como fantasmas por un camino imaginario que apenas percibimos, del que apenas tenemos noción ni recuerdo?
No, seguramente no es así. Seguramente esto forma parte de mi mundo personal, de mi ya vieja calidad de medio sombra, de ser fantasmal y huidizo que hace tiempo se perdió entre dos sueños...


Antonio H. Martín
(Diario de un obstinado - 28 de mayo, 1991)




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imagen: AHM
música: Cluster One, por Pink Floyd

jueves, 15 de septiembre de 2011

La vieja maleta



Después de otro año de rutinas y vacíos, de luchas y de pérdidas, he vuelto a poner ante mí la hoja en blanco. No sé muy bien por qué lo he hecho, porque lo que sí sé bien es que mi mente está más blanca aún que la hoja. En fin, aquí estamos la hoja y yo, mirándonos en silencio y reflejando nuestra mutua blancura...
La caja de música me está ofreciendo ahora un precioso concierto de Händel. Pero entre el allegro y mi apagada persona hay como una diferencia de onda, una barrera invisible que me impide contactar, apreciar, sentir. Demasiado júbilo para mí, demasiada armonía, demasiada belleza.
He quitado la cinta de Händel y en su lugar he puesto la danza final de La Consagración de la Primavera, de Stravinski. Esta sí que me llega, me toca más cerca y con más fuerza. Casi se puede decir que me golpea...
Ya ha terminado. Para continuar he puesto El Pájaro de Fuego, a ver qué pasa.

Por cierto, una de las dos parejas de canarios que viven en casa ha tenido hace unos días una preciosa cría. Sus alas aún son muy cortas y torpes para volar, pero sus patas ya son las de un adulto y se pasa la mitad del día dando saltos entre los palos de la jaula (que es bastante amplia); la otra mitad está metido en el nido con la madre, que hasta ahora aguanta paciente sus largas visitas. Ya veremos dentro de unos días más...
No deja de asombrarme, de maravillarme la incansable pujanza de la Naturaleza, la eterna renovación de la vida, que año tras año, interminablemente y siempre con la misma fuerza, regresa al lugar de donde se marchó. Al menos, siempre cuando cuenta con los medios necesarios para ello. Asunto éste que cada vez tiene más difícil, gracias a esos simpáticos e inteligentes seres de dos patas y cuatro ruedas llamados hombres modernos.

Bueno, mi mente sigue en blanco, pero menos. Ya se divisan en su horizonte algunas formas imprecisas que se acercan lenta y torpemente. ¿Serán pensamientos?
El caso es que ahora me da por preguntarme si tiene algún sentido, algún significado oculto todo ese barullo que mencioné antes, lo de las rutinas y los vacíos, las luchas y las pérdidas, toda esa obsesión personal... Y me lo pregunto a la luz de ese asombro ante la naturaleza, ante la fuerza de la vida que siempre regresa. La verdad es que veo muy clara la respuesta. No hay duda, todo eso se reduce a una simple y banal idiotez. No es más que un bagaje inútil y absurdo que arrastro día tras día durante años, y que no significa nada. Una ya vieja y gastada maleta que llevo siempre conmigo a todas partes, desde mi adolescencia, y quién sabe si desde antes, y que contribuye enormemente a impedirme el avance, a no permitirme andar con soltura. Un bulto innecesario y pesado que no me deja vivir.

Por propio carácter, yo siempre he sido y continúo siendo un amante del individualismo. El proceso de individuación del que habló Jung, o la rara y preciosa virtud de la obstinación que siempre defendió mi querido Hermann Hesse, han sido y son para mí materias de primera magnitud. ¿A qué puede llegar un hombre si no sigue el camino a través de sí mismo? ¿Qué puede llegar a comprender, a asumir de un modo íntegro y auténtico, total? No tengo dudas sobre esto. Siempre he hecho todo lo posible para apartarme de los intentos de masificación que nos rodean por todas partes en este mundo de ovejas. Siempre me he esforzado en mantenerme fuera de la corriente, en el otro lado, en el del lobo, el lobo estepario, y cuando, en momentos, sólo en momentos, lo he conseguido de verdad ha sido cuando mejor y más vivo me he sentido. Y cuando algunas veces, demasiadas, he intentado lo contrario, el integrarme en la masa, asumir sus pensamientos y sus actitudes y ser uno más entre los demás, entonces ha sido cuando peor, más falso y más pobre de vida me he sentido.

¿Qué pasa pues con mi maleta? ¿No se trata de un símbolo de mi individualismo, de un signo de mi obstinación? No, definitivamente no. Mi maleta, por supuesto, está llena de cosas que me pertenecen, que son de mi exclusiva propiedad. Pero no son realmente mías, no me pertenecen ni las pertenezco en el nivel que de verdad importa. Esa maleta, mi vieja y gastada maleta, que ahora mismo, en este preciso momento sigo llevando a cuestas, no me pertenece, repito, como individuo, sino como persona. No es un signo de individualismo, sino de personalismo. Su existencia responde a la obsesión por lo personal, no a la obstinación por lo individual.
Ya sé que no lo explico bien. Pero sé muy bien lo que quiero decir.

Quizá cuando, por ejemplo, alguna vez viaje en tren, y ese tren pase sobre un puente, abra entonces la ventanilla y arroje mi maleta al río, para que se hunda y se pierda. Y con ella... yo.
Lo que quede después tendrá mucho más que ver conmigo mismo.


Antonio H. Martín
(Diario de un obstinado - 28 de abril, 1991)

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No hay una razón especial para elegir esta página de mi antiguo diario. Es sólo que la he encontrado, la he releído y me ha parecido interesante, como dato del camino individual de alguien, que en este caso era yo. Y no creo que sea necesario escribir ahora sobre la diferencia entre individualidad y personalidad. Pero si a alguien le interesa, por supuesto lo haré. El caso es que pueden parecer lo mismo, en una primera mirada, pero no lo son, en absoluto.

AHM.




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música: El Pájaro de Fuego, por Igor Stravinski
intérprete: Ballet Real Danés
imagen: torisphoto
http://www.flickr.com/photos/28662178@N08/4556457681/

viernes, 9 de septiembre de 2011

No más fuentes tristes...


"... Mas parece ser que todo sufrimiento tiene un límite. A partir del límite, o desaparece o se transforma, asume el color de la vida; acaso aún duele, pero ya el dolor es esperanza y vida. Así me ocurrió a mí con la soledad. Ahora no estoy menos solo que en mi peor época. Pero la soledad es un brebaje que ni me ha narcotizado ni puede ya dolerme; he bebido de esta copa lo bastante para haberme inmunizado contra su veneno. Pero en realidad no es veneno... lo fue, pero se ha transmutado. Veneno es todo aquello que no aceptamos, no amamos, no somos capaces de saborear con gratitud. Y todo lo que amamos, todo lo que nos sirve para extraer y sorber vida, es vida y es valor."


Hermann Hesse
(1918-1919)

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... ¿Merece la pena todo esto? Cada uno aprende su filosofía en el propio camino, con cada paso, con cada aliento, día a día, noche tras noche. Y la vida no nos enseña a morir, a escondernos en la sombra y lamentar su oscuridad. La vida nos enseña la alegría del sol y el misterio de la luna, nos muestra la mágica risa de las estrellas y la libre canción del viento. La vida camina a nuestro lado y nos susurra a cada instante su más íntimo secreto...
¡Basta ya de llorar! ¡Basta de gritar y lamentarse! No quiero ser un pobre mono que se revuelve en su jaula, un amargo payaso, un triste loco melancólico y resentido. Sólo quiero ser un hombre enamorado de su destino, un alegre caminante que sepa leer en las estrellas y encontrar su rumbo en medio de la noche.
El secreto quizá esté en saber recordar el sitio donde se encuentra ese pozo escondido en el desierto, y no olvidarlo ya nunca...


Antonio H. Martín
(Diario de un obstinado - 27 de septiembre, 1987)


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imagen: Antonio HM.
música: "Weep You No More Sad Fountains" (del film Sense and Sensibility), por Patrick Doyle
intérprete: City of Prague Philarmonic and the Crouch End Festival Chorus

martes, 6 de septiembre de 2011

Cuando llega la hora




Ikkyu, el maestro zen, era muy listo aun siendo un muchacho. Su maestro poseía una preciosa taza de té, una antigüedad muy rara y de gran valor. Un día, Ikkyu la rompió sin darse cuenta. Oyendo entonces el ruido de las pisadas de su maestro, escondió precipitadamente las piezas rotas tras de sí. Al entrar aquél en el cuarto, Ikkyu le preguntó:

"Maestro, ¿por qué la gente tiene que morir?".
"Es lo natural", explicó el viejo. "Todas las cosas tienen que morir, como tienen también tiempo para vivir".

Ikkyu sacó entonces la taza rota y dijo:

"Maestro, le ha llegado a su taza la hora de morir".

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Carne de Zen - Huesos de Zen
(Editorial Swan, 1979)

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Ya me hubiera gustado a mí saber decir esas cosas a mi madre, cuando, siendo niño, rompía sin querer alguna de sus figuras de porcelana...


AHM.

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imagen: "Taza de té del siglo XIX", por Cajchai (de flickr)
http://www.flickr.com/photos/61545916@N00/3891629833/

viernes, 2 de septiembre de 2011

Sí, eres mía...



"Sí, eres mía...", dijo el poeta.
"Pero como lo son las nubes... Como lo es el fulgor de la luna y las estrellas, en la noche fría y temblorosa, vacía e inmensa... Como el rumor de las fuentes en el silencio de la tarde, cuando te cuentan los sueños de las hojas y del aire... Como mis pasos en la vereda, que el viento borra... Como el agua del río, que siempre se va..."


Antonio HM.
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música: "Solveig's Song", por Edvard Grieg
imagen: "Hora dorada", por Alan Ranger

miércoles, 31 de agosto de 2011

Un Buda



En Tokyo, durante la era Meiji, vivían dos prominentes maestros de caracteres opuestos. Uno de ellos, Unsho, instructor de Shingon (1), seguía los preceptos del Buda escrupulosamente. No probaba jamás bebidas alcohólicas, ni ingería alimento alguno a partir de las once de la mañana (2). Por el contrario, Tanzan, el otro maestro, profesor de filosofía en la Universidad Imperial, no respetaba nunca los preceptos. Comía cuando tenía hambre, y si le entraba sueño dormía durante el día.
Unsho decidió ir a visitar a Tanzan. Lo encontró bebiendo alegremente vino, del que se supone que ni una sola gota debe tomar la lengua de un budista.
"¡Hola, hermano!", le saludó Tanzan. "¿No quieres un trago?".
"¡Nunca bebo!", exclamó Unsho solemnemente.
"Alguien que no bebe no es siquiera humano", declaró Tanzan.
"¿Quieres decir que me consideras inhumano simplemente porque no consiento en beber líquidos embriagantes?", exclamó Unsho, irritado. "Si no soy humano, ¿qué soy entonces?".
"Un Buda", respondió Tanzan.

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(1) - Secta mística y ritualista del budismo que precedió en cuatro siglos a la aparición del Zen en el Japón.
(2) - Tal como hacían los monjes hindúes, que comían una sola vez al día. Si bien esta costumbre no persistió en la China y el Japón, debido al rigor de su clima, siempre quedaron algunos fanáticos que siguieron adaptados al modelo de la India.
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Carne de Zen - Huesos de Zen
Editorial Swan (Madrid, 1979)

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Don Juan Matus, el maestro de Castaneda, decía que en el mundo de los brujos sólo se bebe agua. Pero yo creo que exageraba, para educar a su discípulo y encauzar su mente, un tanto dispersa. No creo que beber de vez en cuando una copa de buen vino esté reñido con el conocimiento. Beber, con el debido control, es una de las buenas cosas de la vida, como comer, pasear, charlar, leer y mil cosas más. El secreto de todo ello está en la justa medida. Embriagarse no es beber, al igual que atiborrarse de comida no es comer. Todo tiene su punto, más allá del cual cualquier cosa que hagamos se deforma, pierde su gracia y su chispa y se convierte en perjudicial.
Quien lee un buen libro, por ejemplo, y lo hace despacio, saboreando cada página y deleitándose con la lectura, está viviendo ese libro, y seguro que acabará con una grata sensación, como si hubiera hecho un viaje a tierras extrañas, tal vez maravillosas, y se sentirá enriquecido. Pero no es lo mismo si leemos muchos libros a la vez, buscando frenéticamente un conocimiento, una información concreta, una acumulación de datos... En ese caso, la mente se satura y terminamos con una sensación como de mareo. Con el vino, como con muchas otras cosas, pasa lo mismo.
Una buena copa, en un buen momento, de calma, de sosiego, o de fiesta y alegría, solo o con amigos, es uno de esos pequeños placeres que tiene la vida, y no tenemos por qué impedírnoslo. Quien se emborracha no bebe, se emborracha, que no es lo mismo en absoluto, sino todo lo contrario. Más allá de la medida siempre está el caos.
Y, que yo sepa, el maestro Siddhartha Gautama, el llamado Buda, el iluminado que alcanzó el nirvana en esta tierra, bebía. De manera que Unsho estaba equivocado, y Tanzan se rió de él cuando le llamó Buda.

Es curioso esto de querer alcanzar el conocimiento forzándose a seguir unas normas de restricción, evitándose algunos sencillos placeres. Cuestión ésta que abunda mucho en las diversas religiones. Sinceramente, no creo en ello. Llegar a sentir plenamente la magia de la vida no pasa por limitarse, sino, quizá, por todo lo contrario: por abrirse, por navegar por todos los mares posibles. La conciencia lo que quiere es descubrir, no ocultarse, no encerrarse. Pero, cuidado, hablo de navegar, no de ahogarse... El timón siempre ha de estar bajo nuestro control. Repito lo de antes: más allá de la medida siempre está el caos.
Mi imagen de un sabio no es la de alguien rígido, hierático, con los ojos oscuros y un báculo en la mano, que mira fríamente al mundo... Sino la de alguien que sonríe abiertamente, relajado, tranquilo, con paz en el corazón y... ¿por qué no?, con una copa en la mano, brindando por la alegría de estar vivo.


Antonio H. M.

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foto: AHM.

martes, 16 de agosto de 2011

El melancólico...



Quien es verdaderamente melancólico nunca vuelve en sí; cuando se da cuenta de que las cosas poseen una cara desconocida, siente una añoranza eterna por el paisaje ignoto hacia el que mira esa cara. La tristeza, ese "misterioso placer", ya no sólo se apodera de la persona de vez en cuando, sino que se convierte en su sombra. La tristeza, la inclinación a lo malo (al mal humor), no pueden remediarse mediante la razón, ni pueden explicarse a partir de la sociología, la antropología, la teología o la filosofía de la historia, porque el misterio del mal, de la nada, reside precisamente en que no puede definirse: encasillándolo en conceptos, nos estaríamos violentando a nosotros mismos. El melancólico no puede asirse a nada y tiene la sensación de haber sido expulsado por la existencia.
Considera su vida un fatídico error, un error del destino, por el que condena todo cuanto existe. El melancólico se distingue por esa misteriosa ingenuidad que lo incapacita para abstraer su propio yo de la existencia. Da igual lo que toque: todo lo remite a sí mismo; y cuando contempla su fuero interno, ve el reflejo reducido del mundo.
El vaciamiento infinito hace insoportable su soledad, pero sólo él sabe de qué ha sido despojado: para él, el defecto es una suerte de plenitud porque, perdiéndose, regresa a sí mismo con la forma de una copia cada vez más borrosa de su propio yo. Es como si nosotros, desorientados, quisiéramos comprobar a través de un catalejo si el mundo exterior tiene su continuación en nosotros o si somos nosotros los que miramos desde allí fuera nuestro yo que, perturbado, gira el catalejo. Pero demos la vuelta al catalejo: centrémoslo en la figura apenas perceptible del melancólico y posemos sobre él la mirada, para luego cambiar la perspectiva y mirar de nuevo al exterior, al mundo agrandado de tal manera que resulta opresivo.
¿Quién tiene razón? ¿El melancólico? ¿El mundo? En vano giramos el catalejo; como el navegante infatigable de Nietzsche, nunca estaremos en condiciones de decidir si vivimos la infinitud como prisión o como libertad.


László F. Földényi
("Melankólia" - Budapest, 1984)

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No es que esté melancólico, es que he leído en el blog de la amiga Inuit una definición de la nostalgia y me he acordado del libro de Földényi, cuyo final transcribo aquí. Ya sé que nostalgia y melancolía no son exactamente lo mismo, pero estoy seguro de que tienen mucho que ver. Quizá la diferencia sólo está en que la nostalgia es más concreta y la melancolía más abstracta. Es decir, que el melancólico siente una nostalgia indefinida, añora una patria que desconoce, un amor y una sensación de absoluto que nunca ha vivido, pero que anhela, como si alguna vez, quizá en sueños, hubiera estado allí...
Y acompaño esta entrada con una música que me parece muy apropiada: un tema del último álbum de John Foxx y Harold Budd. Y también con una fotografía reciente, de un acentuado sabor "retro", de mi amigo José A. Beorlegui. Así, texto, imagen y música conforman una figura bastante aproximada de esa niebla oscura y triste que llaman melancolía.


Antonio HM.

03 The Invisible Man
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imagen: José A. Beorlegui
música: The Invisible Man, por John Foxx y Harold Budd

viernes, 12 de agosto de 2011

Luna llena



Noche de agosto. El cielo, todo el día cubierto de nubes, se abre un poco para dejar ver a una luna llena, espléndida, que, como siempre, está cargada de sueños...
Un solitario, Anselmo, está sentado en un banco de madera, junto al río, respirando la paz del momento, dando un descanso al torbellino de sus pensamientos. Y ahora se acerca, como venido de la nada, otro solitario, Martín...

-Hola, Anselmo, ¿qué tal?
-Hola, Martín, ahora bien.
-¿Cómo que ahora bien? ¿Te ocurre algo?
-No, ahora no, pero llevo unos días difíciles...
-Cuenta, cuenta.
-No, amigo, prefiero callar y seguir mirando esta gran luna que ilumina la noche.
-Ya, entiendo. ¿Sabes?
-¿Qué?
-¿Sabes cuántas personas han mirado a la luna esta noche?
-Sí, y eso me hace sonreír.
-¿Por qué?
-Porque, que yo sepa, esas personas son tres: tú, amigo mío; yo, que soy un soñador lunático, y...
-¿Y quién?
-Y la mujer que amo.
-¿Cómo sabes eso?
-La misma luna me lo ha dicho.
-Bueno, seguro que hay muchas más...
-Para mí no, para mí sólo son tres.

Desde la distancia, sola en su cama oscura, rodeada de estrellas, la luna llena escucha y sonríe. Ya tiene otra pequeña historia que contar, de esas que les gusta oír a los caminantes nocturnos...


Antonio H. M.

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foto: AHM (12-Agosto-2011)

sábado, 30 de julio de 2011

Los sueños...



Los sueños, los buenos sueños, son como susurros que nos acarician durante la noche... Como luciérnagas que brillan en la oscuridad, como suaves alas de mariposa que, durante unos breves instantes, se posan sobre nuestra frente y nos hacen creer en magias lejanas...
Luego viene el día, con su luz dura, real, sus aristas definidas, concretas, sin solución, donde el vuelo es sólo una imposibilidad...
Pero... tampoco yo tengo solución. Y como caminante, siempre seré un enamorado del país de los sueños. De allí vine y sólo allí quiero volver...


Antonio HM.



Mt. Hehuan with sea of clouds & Milky Way @ TAIWAN from HD Taiwan on Vimeo.

miércoles, 27 de julio de 2011

La voz del río



Son las fiestas del pueblo. La gente se aglutina en el paseo del río, donde han colocado las casetas en las que se sirven pinchos y bebidas. Cae esa lluvia fina del norte, pero a nadie parece importarle. Llevan sus paraguas o chubasqueros, y las casetas disponen de tejadillos y anchas sombrillas de terraza. Al calor del pincho moruno o la hamburguesa, de la cerveza y el vino, se juntan personas variopintas que vienen de lejos. Están de vacaciones. Y este pueblo tiene fama de buena comida y buen servicio. Es pequeño, pero bonito y acogedor.
Con ellos traen su ruido...
Se les oye hablar a gritos, diciendo las tonterías de siempre. Los niños corretean y chillan, intentando no aburrirse, mientras sus padres desempeñan su papel de adultos, conocedores de los entresijos de este mundo de sabios... Y de fondo, una música de máquina, con ritmo repetitivo y machacón, que sale de unos altavoces ocultos entre los árboles del paseo. Una música que parece entonar con los visitantes, y también entonarlos para seguir consumiendo... Todo está diseñado para que el ambiente sea alegre, divertido, festivo.
Y sí, se ve una alegría de teatro de feria, de circo. Entre pincho y pincho, entre vasito y vasito, todos intentan demostrarse que están de vacaciones, en un momento agradable, relajado, contento. Todos se creen un poco que la cosa va bien, que casi son... felices.
Pero no hay más que observar un poco detenidamente, para descubrir aquí o allá una mirada extraña, un gesto raro... No hay más que observar bien para ver que todo es, efectivamente, un mal teatro. Que, en el fondo, todos están descontentos con todo. Y que, aunque hagan lo posible por aparentar lo contrario, lo que desean es que eso se termine cuanto antes, para volver a sus casas y seguir con sus rutinas de siempre.
La fiesta es como una obligación, un ritual convencional en el que la gente se mira como en un espejo. Buscando, quizá, una simplicidad que hace ya mucho tiempo que dejó de existir. Todos saben que ruido más comida más bebida no son una fórmula válida. Que esa música no es música, que esa comida es mala, y la bebida más. Que los amigos no son amigos, y que las risas son todas de mentira. Pero aún así lo siguen intentando una y otra vez. Por si alguna vez sonase la flauta... Y sí, suena, ya lo creo que suena, pero siempre es la flauta de la estupidez, y no otra...
¿Es eso lo que busca la gente en las fiestas? No, no podía ser así. Lo que la gente busca es... una alegría perdida, una armonía imposible. Y al no encontrarla, lo llenan todo de ruido, de locura, para por lo menos aturdirse y no sentir la miseria en la que están inmersos.

Después de reflexionar de esta manera, el amigo Anselmo se acercó a la orilla del río. Y allí vio que éste, el río, seguía su curso sin inmutarse, absolutamente ajeno a toda la algarabía humana. Esa tarde bajaba fuerte, rugiente, como con prisa, como llamado con urgencia por la madre mar. El río también gritaba, y tenía su propia música, pero tan auténtica, tan diferente a la otra...
En su voz, fuerte, profunda, rota y unida en mil llamadas, se podía escuchar... el silencio.

Más tarde, Anselmo se dirigió, lento y algo triste, hacia su casa, a reencontrarse con sus libros, pensando que, definitivamente, no había encontrado aún ni el tiempo ni el lugar...
Agazapada tras una pared de helechos, en el camino, bajo las últimas luces de la tarde, estaba la sombra... Le miró con ojos fríos, distantes, acerados. Pero no dijo nada.
Anselmo siguió su camino. Seguía lloviendo, y los sueños esperaban tras la puerta, junto con los libros y el aire, el otro aire... que era como la voz del río.


Antonio H. Martín

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Foto y vídeo: Antonio HM.

martes, 19 de julio de 2011

Besos...



Besos, perdidos en las galerías del ayer... Besos que en su momento brillaron como soles y quemaron las sombras, y de los que sólo queda hoy su silueta sobre el asfalto de una calle vacía...
Besos que enamoraron el aire...
Besos que unieron mundos, en un cerrar de ojos que hechizaba el espacio y el tiempo...

Todo era besar, sólo besar, y el mundo se conjuntaba, se hacía uno. Nada tiraba de ningún lado. Todo estaba unido. Esa es la magia del beso. Pero...
Los besos son sólo flores del instante, que en seguida son ahogados por el torbellino de todo lo que no es beso. El mundo, con sus reglas, con sus cadenas, se encarga de romper el hechizo del beso... Coloca a cada figura en su lugar correspondiente, dicta las normas, dirige la música, mata al beso...
Como un viento frío, como una nube de sombras, que asfixia cualquier destello...

Queda el recuerdo, pálido reflejo de aquello que fue, como una gota de lluvia que se niega a secarse... Queda... un hueco en el corazón, un pozo sombrío que nada, nada puede llenar...


Anselmo había leído aquella mañana una entrevista en un periódico. Un tal doctor Antoni Bolinches, psicólogo y sexólogo, decía cosas como estas: lo mejor es una pareja no convivencial, con una convivencia parcial, de sólo fines de semana, sobre todo si hay hijos adolescentes de por medio... La convivencia es lo que erosiona a la pareja. Citando a un tal A. Carr, decía que "El amor nace de nada... y muere de todo". Y añadía: "El amor es una flor que nace en el campo, pero debe cultivarse en jardín".
Se quedó perplejo ante esa entrevista, de la que sólo una frase le pareció rescatable: "la pareja estable favorece el amor, pero estropea el sexo."
Después tiró el periódico a la basura, seguro de que lo que decía el señor Bolinches no iba con él, no con su situación personal. Porque lo que él deseaba, por encima de todo, era esa convivencia, ese tesoro que el mundo le negaba. Estaba claro que el señor Bolinches no está enamorado, y puede ver su relación de pareja desde un punto de vista racional...
Ay, pero el enamorado ve las cosas de otro modo, muy distinto... El enamorado sólo quiere respirar si ella está a su lado. No sólo los fines de semana, sino todos los días. El enamorado bebe la vida a través de los besos, y cada momento junto a la pareja amada es para él lo mejor, el mayor de los tesoros.
Sin los besos, sin las miradas a corta distancia, sin los abrazos, sin las caricias... el enamorado se apaga...

A veces la vida hace buenos regalos, pero uno no suele adivinar nunca que cada regalo tiene su parte de sombra...


Antonio H. M.


domingo, 3 de julio de 2011

Anselmo



"No importa cómo lo hayan criado a uno. Lo que determina el modo en que uno hace cualquier cosa es el poder personal. Un hombre no es más que la suma de su poder personal, y esa suma determina cómo vive y cómo muere."

"El poder personal es un sentimiento. Algo así como tener suerte. O podríamos llamarlo un talante, un ánimo. El poder personal es algo que se adquiere a través de toda una vida de lucha."


Carlos Castaneda
(Viaje a Ixtlán)



Sin entrar en la particular filosofía de Castaneda, me atrevo a añadir que el poder personal es algo que reconocemos ya desde la infancia. Un signo muy especial, como una fórmula mágica que tenemos desde siempre y que nos acompaña durante toda la vida. Un sentimiento que nos identifica, que nos permite volar sobre muchas cosas, y que da valor y sentido a nuestra existencia.
Por supuesto, este poder puede crecer o disminuir, y eso dependerá de nuestros actos y no de otra cosa. Es como seguir un camino o no seguirlo... Si lo hacemos, llegaremos más lejos; si no lo hacemos, si nos quedamos parados o andamos por otros caminos, será como perder el tiempo y nuestro poder personal caerá. Hasta el punto, incluso, de llegar a perdernos y a no saber volver.
Es muy fácil caer en esos laberintos del pensamiento o la emoción que nos distraen del camino. Demasiado fácil. Por eso, debemos ser muy serios en esto y estar siempre alertas ante cualquier posible error. La vida es muy compleja y está llena de estímulos, de múltiples llamadas de trompeta que quieren acaparar nuestra atención. Estar lúcidos ante esto es una exigencia incuestionable. Está en juego nuestro poder personal, que es el color de nuestra vida, su tono, su música, su valor.

No soy maestro de nada, pero saber si algo va bien o no, si lo que hacemos nos acerca a donde queremos llegar o, por el contrario, nos aleja, es sencillo. Hay mil cosas que nos lo dicen, mil voces y detalles que nos lo indican. Lo único necesario es escuchar, mirar, estar bien atentos. Y si nos sentimos atraidos poderosamente por algo, debemos pararnos en la orilla, quedarnos quietos, y mirar el paisaje de ese presente desde una cierta distancia... Nuestro poder personal, el que nos quede, nos dirá claramente si aquello, lo que sea, nos conviene o no.

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Después de escribir lo anterior, Anselmo se puso los zapatos, y aunque era ya muy entrada la noche, se fue a pasear. Quería llegar hasta el viejo puente y mirar allí, en el agua del río, como en un espejo, el brillo de su propio poder.
Aunque era verano, una suave brisa hacía moverse las ramas de álamos y sauces. La ciudad estaba tranquila y vacía. Todos dormían, todos menos este caminante loco que quería escuchar la voz del río.
Cuando llegó y se paró en mitad del puente, vio que el agua discurría con calma, sin prisa, como siguiendo una danza serena y ensoñadora. Y después de reconocer su propia silueta entre las otras sombras, cerró los ojos y pensó intensamente en su vida actual...
La voz del río era amplia, profunda, coral. Sus aguas estaban llenas de susurros, de murmullos varios, diferentes, cada uno con un tono y un timbre distinto, pero todos unidos, mágicamente, musicalmente, como los instrumentos de una orquesta interpretando una misma sinfonía. Y entre esa multiplicidad de voces, reconoció una, como de mujer, que decía...
"Anselmo... Anselmo... Todo está bien..."


Antonio H. Martín

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- Imagen extraida del álbum musical "An Ancient Muse", de Loreena McKennitt

domingo, 26 de junio de 2011

El beso y las luces del norte


Esta es la mejor forma de arder...



Y después del fuego de la pasión, nada mejor que bañarse en las luces del norte...


In The Land Of The Northern Lights from Ole Christian Salomonsen on Vimeo.


El primer vídeo lo he encontrado en el blog de Vagabundia, y el segundo es un regalo de un buen amigo. Juntos, me parecen una buena forma de saludar a este recién estrenado verano. El amor, los besos, y después... el baño en auroras y estrellas.
Un abrazo y... ¡feliz verano!


Antonio HM.

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vídeo 1: "El Beso" - Tomy Ceballos
vídeo 2: "In the Land of the Northern Lights" - Ole Christian Salomonsen
música del 2º vídeo: Per Wollen

martes, 21 de junio de 2011

Juego de abalorios



...Uno de los más grandes físicos de todos los tiempos, Albert Einstein, que quizá fue un Maestro de Wu Li, escribió en 1938:
"Los conceptos físicos son creaciones libres de la mente humana, y no están, aunque pueda parecerlo, determinados en forma única por el mundo exterior. En nuestro esfuerzo por comprender la realidad somos algo así como un hombre que tratara de entender como funciona un reloj encerrado en su caja. Ve la esfera, las agujas que se mueven y hasta puede ser que escuche su tic-tac, pero no tiene los medios para abrir la caja. Si se trata de un hombre de ingenio, puede formarse una idea del mecanismo responsable de todas las cosas que está viendo, pero nunca podrá estar seguro de que el modelo, la imagen que se formó en su mente, sea la única capaz de explicar las cosas que está observando.
Nunca podrá estar en condiciones de comparar el mecanismo real con la imagen que él se ha formado y ni siquiera imaginar las consecuencias de tal comparación."

Mucha gente cree que los físicos están explicando el mundo. Algunos físicos parecen creerlo también; pero los Maestros de Wu Li saben que no hacen otra cosa sino danzar con él.
Le pregunté a Huang como estructuraba sus clases. Su respuesta fue:

- Cada lección es la primera. Cada vez que bailamos lo hacemos por vez primera.
- Pero, ciertamente, usted no puede volver a empezar de nuevo con cada lección - le argumenté -. La lección segunda tiene que estar basada en lo que usted enseñó en la primera. Y lo mismo la lección tercera sustentarse en la lección primera y en la lección segunda, y así sucesivamente.
- Cuando digo que cada lección es la primera lección -replicó-, no quiero decir que eso signifique que olvidemos lo que ya sabemos. Lo que quiero decir es: lo que estamos haciendo es nuevo, porque siempre que hacemos algo lo hacemos por primera vez.

Esta es otra de las características del Maestro. Cualquier cosa que haga la hará siempre con el mismo entusiasmo con que se hacen las cosas por primera vez. Y esta es la fuente de su energía ilimitada. Cualquier lección que enseñe (o que aprenda) será una lección nueva, una primera lección. Toda danza que baile, la baila por primera vez: siempre es algo nuevo, personal y vivo.


Gary Zukav
("La Danza de los Maestros", 1979)*

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Alegría es lo que me produce haber encontrado este libro de Zukav. Su tema es la física cuántica, y lo que he leído hasta ahora me parece apasionante. Os aconsejo su lectura. Estoy deseando saber qué es eso del Wu Li...
Pero ya, de entrada, me apunto a lo que dice el tal maestro Huang, de que toda danza se baila siempre por primera vez. Así es como veo la vida. Cualquier día ha de ser nuevo, cualquier sentimiento, cualquier gesto tiene que tener la frescura de lo nuevo. De lo contrario, no hacemos más que quedar apresados en un círculo de repetición, en un torbellino estático del tiempo, que da vueltas y más vueltas sobre sí mismo, sin vida y sin sentido.
De manera que, sin olvidar el pasado, hay que vivir cada día como lo que es: un presente nuevo, abierto a cualquier posibilidad, una realidad libre que, aún sabiendo las respuestas dadas, sigue preguntando, inquiriendo y, sobre todo, queriendo vivirse en cada instante.
Tal y como decía yo hace años, en mi cuaderno nocturno de papel, "mañana es ahora".

Leer a Zukav me ha hecho recordar al juego de abalorios de Hesse, en el que las diferentes materias, las ciencias de uno y otro signo, se mezclan con artes y filosofías, dando lugar, si se sabe jugar bien y se saltan -respetuosamente- las fronteras disciplinarias, a un resultado armonioso, a una visión de conjunto. Algo más cercano a como creo que es la realidad, algo como... la magia.


Antonio H. Martín

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- * La Danza de los Maestos (The Dancing Wu Li Masters) - Ed. Argos Vergara (Barcelona, 1981)
- imagen 1: "Amate Negro", por Liz Hentschel
- imagen 2: Galaxia NGC 1232

miércoles, 8 de junio de 2011

Sombras de luna


Sombras de luna
acarician la piel de la noche.
La brisa es seda
sobre el camino oscuro
y brillante.
Duerme el río su sueño
de agua y piedra,
y lo incierto tiembla en el aire...

Como pausa del tiempo,
canta el silencio en la hierba,
y se calla la memoria,
sin voz y sin dibujo
para explicar nada.
Hay una luz distinta
sobre las hojas,
y en ella se pierde la mirada...

De un árbol solitario,
nacido de la luna,
brotan historias
como flores blancas,
de duendes y hadas.
Y desde lo profundo
del bosque,
el lobo escucha...

Había una vez,
hace mucho tiempo,
en un país muy lejano,
un hada de cabellos dorados
con un corcel de fuego.
Sus ojos tenían el brillo del mar,
pero en su pecho anidaba
el hechizo de la bruma...

En las noches de lluvia,
danzaba desnuda
entre las sombras,
y preguntaba a la luna
por aquél que un día
dejó en sus labios
la luz de un beso.
¿Dónde está él ahora, luna?...

Sombras de luna
acarician la piel de la noche.
No hay respuestas.
Silencio.
La brisa se detiene
y el árbol calla.
Duerme el río su sueño,
y lo incierto tiembla en el aire.

Ya sabe el lobo
el final de la historia...



Antonio HM.

viernes, 27 de mayo de 2011

Carta de Hesse



A UN JOVEN LLENO DE PROBLEMAS


Montagnola, finales de Octubre de 1932.


Estimado señor W. :

Su carta está dirigida a un hombre enfermo de la vista y abrumado de correspondencia; por ello seré breve. No obstante, una respuesta a su carta me parece un deber, porque su llamada es comprensible para mí y ha sabido acertarme.
Mi respuesta es: ¡Sí, diga usted sí a su apartamiento, a sus sentimientos, a su destino, a sí mismo! No existe otro camino. Adónde conduce, es cosa que no sé; pero conduce a la vida, a la realidad, a lo ardiente y lo necesario. Puede usted hallarlo insoportable y quitarse la vida; eso es posible hacerlo a todo el que lo desee, y pensar en ello hace bien en ocasiones; a mí también. Pero esquivarlo, rehuirlo, mediante la decisión, la traición a su propio sentido y destino, la unión a los normales, eso no puede hacerlo usted. No duraría mucho tiempo, y traería una desesperación más profunda que la actual.
Su otra pregunta es más difícil de contestar; me refiero a la que dice si la vida de uno de nosotros, tan aparte, tan fuera de lo normal, sometida a leyes tan distintas de las que rigen el mundo actual, merece la pena, en realidad, y si sosiega a aquel que la vive. No sé qué respuesta darle, o quizá tenga una distinta para cada nuevo día. Pienso, en algunos de ellos, que todo aquello a lo que he aspirado y en lo que he creído ha sido vano e insensato. Pero en otros días siento que yo mismo y mi vida, con todo lo difícil que es, estamos plenamente justificados, incluso logrados, y con este pensamiento me siento muy feliz... durante algunas horas. Y siempre que creo haber expresado mi fe en una buena fórmula, se me torna al instante dudosa y disparatada, y me veo precisado a buscar nuevos medios de defensa y nuevas formas. Tan pronto es esto un tormento como una inefable dicha. No sé si acaso merece la pena o no, y en el fondo me da completamente igual.
Y basta; ya sabe usted lo que pienso, y, por otra parte, no acertaría a decir nada más.


Hermann Hesse
(1932)

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...


Esta carta de Hesse la leí hace muchos años, creo que a mediados de los setenta, y debo decir que me ayudó mucho. Andaba yo entonces, con unos diecinueve años, metido en ese mar de dudas en el que uno no sabe bien a qué atenerse, en que se pone en tela de juicio el valor de los propios sentimientos, enfrentados a todo un mundo contrario y enemigo. La disyuntiva entonces era si merecía la pena seguir siendo un obstinado, si aquello tenía sentido o no era más que un peligroso deslizarse hacia la soledad más absoluta, e incluso hacia la locura...
Esta carta, junto con otros escritos del mismo autor, fue para mí como un empuje de ánimo y un saludo desde la lejanía. Así que decidí seguir el camino del corazón. Sobra decir ahora cuántos problemas supuso esa decisión, pero hoy sé con seguridad que elegí bien, y que cualquier otro camino hubiera terminado de mala manera.

Transcribo aquí y ahora esa carta olvidada, porque me he topado con ella, revolviendo entre viejos papeles, y el hecho de haberla encontrado, a mí, que no creo en la casualidad, me dice que debía publicarla en este cuaderno. Quién sabe si para que alguien joven, en parecidas circunstancias a las del interlocutor de entonces, la lea y saque buenas conclusiones de ella, tal y como a mí me ocurrió en su día.
Nunca se sabe quién va a acercarse por aquí, y me seduce la idea de que alguien pueda encontrar aquello que justamente necesita. Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos hallado ese brillo en la oscuridad, esa voz amiga que nos ha salvado del naufragio. Y sería para mí una gran satisfacción el saber que he contribuido con mi granito de arena, aunque sólo sea como divulgador, a ayudar a algún extraviado navegante.
No nos conocemos personalmente, en este vasto océano envuelto en niebla, pero... aquí está la voz del Tío Hermann, y la mía propia.


Antonio H. M.

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foto: Ahm.