Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







viernes, 21 de diciembre de 2007


Nocturno

Da igual lo serio que uno pueda hacerse con el tiempo, lo sabio que pueda llegar a ser, lo fuerte, impermeable, flexible o transparente...
Siempre, sobre todo por estas fechas, tendrá uno cerca simpáticos niños tirando petardos y riendo como monos de feria.
No es que el conocimiento sólo pueda brillar en medio del desierto, o en la cueva de una montaña. Precisamente es aquí, en este breve infierno lleno de subnormales e idiotas, donde más debería sentirse su poder y su claridad.
De esto último deduzco que yo no poseo ese conocimiento. Dependo demasiado del silencio. Una pequeña y simple chispa de claridad viene, en mi caso, si antes ha sido alimentada y nutrida por varias horas de tranquilidad y silencio. Por eso suele venir, cuando quiere, de madrugada, después de una noche sin ruidos, ni risas, ni petardos.
No me molesta la luna, no me molestan las estrellas. Al contrario, esas presencias las acepto como amable y seductora compañía.
Mi conocimiento sólo brilla en el desierto, o en la montaña, siempre refugiado entre sombras y silencio.
No es así porque yo quiera que así sea, es así porque yo soy así.

A.C. (19, dic, 2006)

viernes, 14 de diciembre de 2007


Li Po (II)

Esta noche duermo en el templo erigido en la cumbre del Monte Sagrado.
Desde aquí podría coger las estrellas con la mano.
No me atrevo a elevar la voz en este silencio
porque temo turbar a los moradores del cielo.

Li Po

martes, 11 de diciembre de 2007


Li Po

Gracias Isoba, por pasearte por este raro jardín.
Me gustó mucho tu haiku.
Y ahora un poemita del maestro Li Po, de la dinastía Tang, la época más poética de la antigua China.

"Me preguntáis por qué estoy aquí, en la montaña azul.
Yo no contesto, sonrío simplemente, en paz el corazón.
Caen las flores, corre el agua, todo se va sin dejar huella.
Es éste mi universo, diferente del mundo de los hombres.

lunes, 3 de diciembre de 2007




Otra vez el tiempo...

Otra vez el tiempo. Me encuentro en esta noche tranquila, sólo ligeramente fría con un antiguo poema japonés de Reizei Tamehide:

En la breve estancia
de la luz
del relámpago
he contado el número
de gotas de lluvia en las hojas.

Este “tanka” me hace pensar en la fugacidad con que normalmente concebimos la vida. No quiero decir que la vida sea fugaz, sino que nosotros la concebimos así, la vemos de esa manera. Solemos sentirnos como viajeros de un tren que no tiene paradas. Sólo una salida inicial y un final de trayecto. Y el viaje, una rápida sucesión de estaciones y paisajes que apenas si logramos atisbar desde la ventanilla.
No se pueden contar las gotas de lluvia con la luz de un relámpago. El poeta también podía haber dicho que de un solo trago se bebió la luna que flotaba en el río, y también hubiéramos tachado esto como imposible. Pero quizá habría que poner en duda esta negación, y pensar si no tendrá que ver con esa imagen del tren, del viaje rápido y fugaz, de la vida como algo pasajero e inasible.
Hablaba aquí el otro día de que hay una forma distinta de mirar, un vuelo conceptual que cruza la barrera del espejo. Sería como bajarse del tren en marcha y dejarse inundar por la visión del mundo. Desde esa nueva posición seríamos capaces de contar las gotas de lluvia a la luz de un relámpago, podríamos bebernos la luna de un trago o cruzar el río caminando por un puente de niebla.
Si nos parece imposible y fantástico, es sólo porque aún estamos metidos en el tren. El viaje triste y fugaz. Tiremos de la palanca de emergencia, y saltemos fuera.

Antonio C.