Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







sábado, 30 de julio de 2011

Los sueños...



Los sueños, los buenos sueños, son como susurros que nos acarician durante la noche... Como luciérnagas que brillan en la oscuridad, como suaves alas de mariposa que, durante unos breves instantes, se posan sobre nuestra frente y nos hacen creer en magias lejanas...
Luego viene el día, con su luz dura, real, sus aristas definidas, concretas, sin solución, donde el vuelo es sólo una imposibilidad...
Pero... tampoco yo tengo solución. Y como caminante, siempre seré un enamorado del país de los sueños. De allí vine y sólo allí quiero volver...


Antonio HM.



Mt. Hehuan with sea of clouds & Milky Way @ TAIWAN from HD Taiwan on Vimeo.

miércoles, 27 de julio de 2011

La voz del río



Son las fiestas del pueblo. La gente se aglutina en el paseo del río, donde han colocado las casetas en las que se sirven pinchos y bebidas. Cae esa lluvia fina del norte, pero a nadie parece importarle. Llevan sus paraguas o chubasqueros, y las casetas disponen de tejadillos y anchas sombrillas de terraza. Al calor del pincho moruno o la hamburguesa, de la cerveza y el vino, se juntan personas variopintas que vienen de lejos. Están de vacaciones. Y este pueblo tiene fama de buena comida y buen servicio. Es pequeño, pero bonito y acogedor.
Con ellos traen su ruido...
Se les oye hablar a gritos, diciendo las tonterías de siempre. Los niños corretean y chillan, intentando no aburrirse, mientras sus padres desempeñan su papel de adultos, conocedores de los entresijos de este mundo de sabios... Y de fondo, una música de máquina, con ritmo repetitivo y machacón, que sale de unos altavoces ocultos entre los árboles del paseo. Una música que parece entonar con los visitantes, y también entonarlos para seguir consumiendo... Todo está diseñado para que el ambiente sea alegre, divertido, festivo.
Y sí, se ve una alegría de teatro de feria, de circo. Entre pincho y pincho, entre vasito y vasito, todos intentan demostrarse que están de vacaciones, en un momento agradable, relajado, contento. Todos se creen un poco que la cosa va bien, que casi son... felices.
Pero no hay más que observar un poco detenidamente, para descubrir aquí o allá una mirada extraña, un gesto raro... No hay más que observar bien para ver que todo es, efectivamente, un mal teatro. Que, en el fondo, todos están descontentos con todo. Y que, aunque hagan lo posible por aparentar lo contrario, lo que desean es que eso se termine cuanto antes, para volver a sus casas y seguir con sus rutinas de siempre.
La fiesta es como una obligación, un ritual convencional en el que la gente se mira como en un espejo. Buscando, quizá, una simplicidad que hace ya mucho tiempo que dejó de existir. Todos saben que ruido más comida más bebida no son una fórmula válida. Que esa música no es música, que esa comida es mala, y la bebida más. Que los amigos no son amigos, y que las risas son todas de mentira. Pero aún así lo siguen intentando una y otra vez. Por si alguna vez sonase la flauta... Y sí, suena, ya lo creo que suena, pero siempre es la flauta de la estupidez, y no otra...
¿Es eso lo que busca la gente en las fiestas? No, no podía ser así. Lo que la gente busca es... una alegría perdida, una armonía imposible. Y al no encontrarla, lo llenan todo de ruido, de locura, para por lo menos aturdirse y no sentir la miseria en la que están inmersos.

Después de reflexionar de esta manera, el amigo Anselmo se acercó a la orilla del río. Y allí vio que éste, el río, seguía su curso sin inmutarse, absolutamente ajeno a toda la algarabía humana. Esa tarde bajaba fuerte, rugiente, como con prisa, como llamado con urgencia por la madre mar. El río también gritaba, y tenía su propia música, pero tan auténtica, tan diferente a la otra...
En su voz, fuerte, profunda, rota y unida en mil llamadas, se podía escuchar... el silencio.

Más tarde, Anselmo se dirigió, lento y algo triste, hacia su casa, a reencontrarse con sus libros, pensando que, definitivamente, no había encontrado aún ni el tiempo ni el lugar...
Agazapada tras una pared de helechos, en el camino, bajo las últimas luces de la tarde, estaba la sombra... Le miró con ojos fríos, distantes, acerados. Pero no dijo nada.
Anselmo siguió su camino. Seguía lloviendo, y los sueños esperaban tras la puerta, junto con los libros y el aire, el otro aire... que era como la voz del río.


Antonio H. Martín

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Foto y vídeo: Antonio HM.

martes, 19 de julio de 2011

Besos...



Besos, perdidos en las galerías del ayer... Besos que en su momento brillaron como soles y quemaron las sombras, y de los que sólo queda hoy su silueta sobre el asfalto de una calle vacía...
Besos que enamoraron el aire...
Besos que unieron mundos, en un cerrar de ojos que hechizaba el espacio y el tiempo...

Todo era besar, sólo besar, y el mundo se conjuntaba, se hacía uno. Nada tiraba de ningún lado. Todo estaba unido. Esa es la magia del beso. Pero...
Los besos son sólo flores del instante, que en seguida son ahogados por el torbellino de todo lo que no es beso. El mundo, con sus reglas, con sus cadenas, se encarga de romper el hechizo del beso... Coloca a cada figura en su lugar correspondiente, dicta las normas, dirige la música, mata al beso...
Como un viento frío, como una nube de sombras, que asfixia cualquier destello...

Queda el recuerdo, pálido reflejo de aquello que fue, como una gota de lluvia que se niega a secarse... Queda... un hueco en el corazón, un pozo sombrío que nada, nada puede llenar...


Anselmo había leído aquella mañana una entrevista en un periódico. Un tal doctor Antoni Bolinches, psicólogo y sexólogo, decía cosas como estas: lo mejor es una pareja no convivencial, con una convivencia parcial, de sólo fines de semana, sobre todo si hay hijos adolescentes de por medio... La convivencia es lo que erosiona a la pareja. Citando a un tal A. Carr, decía que "El amor nace de nada... y muere de todo". Y añadía: "El amor es una flor que nace en el campo, pero debe cultivarse en jardín".
Se quedó perplejo ante esa entrevista, de la que sólo una frase le pareció rescatable: "la pareja estable favorece el amor, pero estropea el sexo."
Después tiró el periódico a la basura, seguro de que lo que decía el señor Bolinches no iba con él, no con su situación personal. Porque lo que él deseaba, por encima de todo, era esa convivencia, ese tesoro que el mundo le negaba. Estaba claro que el señor Bolinches no está enamorado, y puede ver su relación de pareja desde un punto de vista racional...
Ay, pero el enamorado ve las cosas de otro modo, muy distinto... El enamorado sólo quiere respirar si ella está a su lado. No sólo los fines de semana, sino todos los días. El enamorado bebe la vida a través de los besos, y cada momento junto a la pareja amada es para él lo mejor, el mayor de los tesoros.
Sin los besos, sin las miradas a corta distancia, sin los abrazos, sin las caricias... el enamorado se apaga...

A veces la vida hace buenos regalos, pero uno no suele adivinar nunca que cada regalo tiene su parte de sombra...


Antonio H. M.


domingo, 3 de julio de 2011

Anselmo



"No importa cómo lo hayan criado a uno. Lo que determina el modo en que uno hace cualquier cosa es el poder personal. Un hombre no es más que la suma de su poder personal, y esa suma determina cómo vive y cómo muere."

"El poder personal es un sentimiento. Algo así como tener suerte. O podríamos llamarlo un talante, un ánimo. El poder personal es algo que se adquiere a través de toda una vida de lucha."


Carlos Castaneda
(Viaje a Ixtlán)



Sin entrar en la particular filosofía de Castaneda, me atrevo a añadir que el poder personal es algo que reconocemos ya desde la infancia. Un signo muy especial, como una fórmula mágica que tenemos desde siempre y que nos acompaña durante toda la vida. Un sentimiento que nos identifica, que nos permite volar sobre muchas cosas, y que da valor y sentido a nuestra existencia.
Por supuesto, este poder puede crecer o disminuir, y eso dependerá de nuestros actos y no de otra cosa. Es como seguir un camino o no seguirlo... Si lo hacemos, llegaremos más lejos; si no lo hacemos, si nos quedamos parados o andamos por otros caminos, será como perder el tiempo y nuestro poder personal caerá. Hasta el punto, incluso, de llegar a perdernos y a no saber volver.
Es muy fácil caer en esos laberintos del pensamiento o la emoción que nos distraen del camino. Demasiado fácil. Por eso, debemos ser muy serios en esto y estar siempre alertas ante cualquier posible error. La vida es muy compleja y está llena de estímulos, de múltiples llamadas de trompeta que quieren acaparar nuestra atención. Estar lúcidos ante esto es una exigencia incuestionable. Está en juego nuestro poder personal, que es el color de nuestra vida, su tono, su música, su valor.

No soy maestro de nada, pero saber si algo va bien o no, si lo que hacemos nos acerca a donde queremos llegar o, por el contrario, nos aleja, es sencillo. Hay mil cosas que nos lo dicen, mil voces y detalles que nos lo indican. Lo único necesario es escuchar, mirar, estar bien atentos. Y si nos sentimos atraidos poderosamente por algo, debemos pararnos en la orilla, quedarnos quietos, y mirar el paisaje de ese presente desde una cierta distancia... Nuestro poder personal, el que nos quede, nos dirá claramente si aquello, lo que sea, nos conviene o no.

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Después de escribir lo anterior, Anselmo se puso los zapatos, y aunque era ya muy entrada la noche, se fue a pasear. Quería llegar hasta el viejo puente y mirar allí, en el agua del río, como en un espejo, el brillo de su propio poder.
Aunque era verano, una suave brisa hacía moverse las ramas de álamos y sauces. La ciudad estaba tranquila y vacía. Todos dormían, todos menos este caminante loco que quería escuchar la voz del río.
Cuando llegó y se paró en mitad del puente, vio que el agua discurría con calma, sin prisa, como siguiendo una danza serena y ensoñadora. Y después de reconocer su propia silueta entre las otras sombras, cerró los ojos y pensó intensamente en su vida actual...
La voz del río era amplia, profunda, coral. Sus aguas estaban llenas de susurros, de murmullos varios, diferentes, cada uno con un tono y un timbre distinto, pero todos unidos, mágicamente, musicalmente, como los instrumentos de una orquesta interpretando una misma sinfonía. Y entre esa multiplicidad de voces, reconoció una, como de mujer, que decía...
"Anselmo... Anselmo... Todo está bien..."


Antonio H. Martín

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- Imagen extraida del álbum musical "An Ancient Muse", de Loreena McKennitt