Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







viernes, 27 de mayo de 2011

Carta de Hesse



A UN JOVEN LLENO DE PROBLEMAS


Montagnola, finales de Octubre de 1932.


Estimado señor W. :

Su carta está dirigida a un hombre enfermo de la vista y abrumado de correspondencia; por ello seré breve. No obstante, una respuesta a su carta me parece un deber, porque su llamada es comprensible para mí y ha sabido acertarme.
Mi respuesta es: ¡Sí, diga usted sí a su apartamiento, a sus sentimientos, a su destino, a sí mismo! No existe otro camino. Adónde conduce, es cosa que no sé; pero conduce a la vida, a la realidad, a lo ardiente y lo necesario. Puede usted hallarlo insoportable y quitarse la vida; eso es posible hacerlo a todo el que lo desee, y pensar en ello hace bien en ocasiones; a mí también. Pero esquivarlo, rehuirlo, mediante la decisión, la traición a su propio sentido y destino, la unión a los normales, eso no puede hacerlo usted. No duraría mucho tiempo, y traería una desesperación más profunda que la actual.
Su otra pregunta es más difícil de contestar; me refiero a la que dice si la vida de uno de nosotros, tan aparte, tan fuera de lo normal, sometida a leyes tan distintas de las que rigen el mundo actual, merece la pena, en realidad, y si sosiega a aquel que la vive. No sé qué respuesta darle, o quizá tenga una distinta para cada nuevo día. Pienso, en algunos de ellos, que todo aquello a lo que he aspirado y en lo que he creído ha sido vano e insensato. Pero en otros días siento que yo mismo y mi vida, con todo lo difícil que es, estamos plenamente justificados, incluso logrados, y con este pensamiento me siento muy feliz... durante algunas horas. Y siempre que creo haber expresado mi fe en una buena fórmula, se me torna al instante dudosa y disparatada, y me veo precisado a buscar nuevos medios de defensa y nuevas formas. Tan pronto es esto un tormento como una inefable dicha. No sé si acaso merece la pena o no, y en el fondo me da completamente igual.
Y basta; ya sabe usted lo que pienso, y, por otra parte, no acertaría a decir nada más.


Hermann Hesse
(1932)

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Esta carta de Hesse la leí hace muchos años, creo que a mediados de los setenta, y debo decir que me ayudó mucho. Andaba yo entonces, con unos diecinueve años, metido en ese mar de dudas en el que uno no sabe bien a qué atenerse, en que se pone en tela de juicio el valor de los propios sentimientos, enfrentados a todo un mundo contrario y enemigo. La disyuntiva entonces era si merecía la pena seguir siendo un obstinado, si aquello tenía sentido o no era más que un peligroso deslizarse hacia la soledad más absoluta, e incluso hacia la locura...
Esta carta, junto con otros escritos del mismo autor, fue para mí como un empuje de ánimo y un saludo desde la lejanía. Así que decidí seguir el camino del corazón. Sobra decir ahora cuántos problemas supuso esa decisión, pero hoy sé con seguridad que elegí bien, y que cualquier otro camino hubiera terminado de mala manera.

Transcribo aquí y ahora esa carta olvidada, porque me he topado con ella, revolviendo entre viejos papeles, y el hecho de haberla encontrado, a mí, que no creo en la casualidad, me dice que debía publicarla en este cuaderno. Quién sabe si para que alguien joven, en parecidas circunstancias a las del interlocutor de entonces, la lea y saque buenas conclusiones de ella, tal y como a mí me ocurrió en su día.
Nunca se sabe quién va a acercarse por aquí, y me seduce la idea de que alguien pueda encontrar aquello que justamente necesita. Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos hallado ese brillo en la oscuridad, esa voz amiga que nos ha salvado del naufragio. Y sería para mí una gran satisfacción el saber que he contribuido con mi granito de arena, aunque sólo sea como divulgador, a ayudar a algún extraviado navegante.
No nos conocemos personalmente, en este vasto océano envuelto en niebla, pero... aquí está la voz del Tío Hermann, y la mía propia.


Antonio H. M.

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foto: Ahm.

jueves, 19 de mayo de 2011

Un cuento de hadas



"Considero el cerebro como un ordenador que dejará de funcionar cuando sus componentes fallen. No hay cielo o vida eterna para los ordenadores rotos, es un cuento de hadas para la gente que teme a la oscuridad."

Stephen W. Hawking



Estas palabras del conocido físico teórico, dichas en una reciente entrevista en Londres, no sorprenderán a nadie, dado el carácter eminentemente científico de quien las pronuncia. Pero a mí, profano absoluto en cuestiones de ciencia, sí me asombran, me hacen pensar y me mueven a un comentario personal.
Asimismo, en la citada entrevista, ante la clásica pregunta de "¿por qué estamos aquí?", Hawking responde que... "pequeñas fluctuaciones cuánticas en un universo recién creado plantaron las semillas de la vida humana"... Bien, pues tanto esto como lo anterior le parece a este caminante nocturno una excesiva reducción del misterio. Escrito así, insinúa la imagen de que soy una especie de místico, conocedor de verdades ocultas, pero no, no se trata de eso, y tampoco de que sea un loco. Se trata de que me parece una visión muy pobre el considerar al cerebro un simple ordenador, una máquina que computa, registra y archiva datos, para luego decidir, según la capacidad y flexibilidad de su sistema operativo, qué rumbo tomar ante una cuestión dada.
Evidentemente, el cerebro hace todas esas cosas, pero eso no lo convierte en absoluto en una máquina. Estoy convencido de que el cerebro, además de lo señalado, hace, o puede hacer, otras muchas cosas que desconocemos... Mi problema aquí es que no puedo demostrarlo, y así mi convicción queda como en una vaga nube creencial. Pero no me importa. Este cuaderno está tejido con hilos muy personales, basado en pensamientos e intuiciones que en absoluto requieren de una comprobación centífica, sino sólo de la respuesta vital. Y esa respuesta la he tenido ya muchas veces. Por eso sé de qué hablo.
Desde mi condición de lego en la materia, me atrevo a afirmar que la estimación del cerebro como un ordenador, no es más que una consecuencia lógica del pensamiento mecanicista. Responde a una determinada visión del mundo, a una determinada sintaxis mental. Pero, amigos, es que hay otras muchas visiones, otras muchas formas de ordenar las ideas y las emociones, otras muchas interpretaciones de este misterio que llamamos vida.

Ya en su primer libro divulgativo, "Historia del Tiempo", Hawking nos contaba lo siguiente: "Los primeros intentos teóricos de describir y explicar el universo involucraban la idea de que los sucesos y los fenómenos naturales eran controlados por espíritus con emociones humanas, que actuaban de una manera muy humana e impredecible. Estos espíritus habitaban en lugares naturales, como ríos y montañas, incluidos los cuerpos celestes, como el Sol y la Luna. Tenían que ser aplacados y había que solicitar sus favores para asegurar la fertilidad del suelo y la sucesión de las estaciones. Gradualmente, sin embargo, tuvo que observarse que había algunas regularidades: el Sol siempre salía por el este y se ponía por el oeste se hubiese o no se hubiese hecho un sacrificio al dios del Sol. Además, el Sol, la Luna y los planetas seguían caminos precisos a través del cielo, que podían predecirse con antelación y con precisión considerables. El Sol y la Luna podían aún ser dioses, pero eran dioses que obedecían leyes estrictas, aparentemente sin ninguna excepción, si se dejan a un lado historias como la de Josué deteniendo el Sol."

Lo dicho, puro pensamiento mecanicista. Aunque luego nos hable de los fallos del determinismo y del principio de incertidumbre de la mecánica cuántica y su indefinición de la posición y el movimiento de las partículas. Con la aparición de las ondas, vuelve a entrar en escena lo impredecible.
Por mi parte, disculpo a nuestros antepasados de sus peregrinas creencias en dioses humanizados que regían el universo a su antojo. Al fin y al cabo, la Humanidad estaba en su infancia en aquellos tiempos lejanos. Pero no se me escapa un detalle importante: que esos mismos antepasados, a causa de la flexible y abierta ductilidad de sus mentes aún no hechas, aún no determinadas, eran especialmente sensibles a fuerzas extrañas que hoy, desde el prisma de las leyes físicas, nos parecen de todo punto inverosímiles. Hay que recordar aquello de que "el niño ve cosas que el adulto no puede ver"...
De acuerdo, sabemos que el sol sale por el este y se pone por el oeste, y siguiendo esa pauta de pensamiento sabemos una infinidad de cosas más, conocimiento que nos ha permitido construir el cómodo mundo tecnológico que habitamos. Pero... ¿qué pasa con el misterio?
No quiero parecer oscuro, pero que me digan que "pequeñas fluctuaciones cuánticas en un universo recién creado plantaron las semillas de la vida humana", en realidad no me dice nada. ¿Cómo se explica, por ejemplo, la sincronicidad de Jung? ¿De qué extraña materia están hechos los sueños? ¿Qué sentido tiene que unas partículas fluctuaran hace muchos miles de millones de años y plantaran las semillas de algo que, al crecer, empezó a hacerse preguntas? ¿A qué se deben singularidades como el Big Bang o el Big Crunch?
¿Qué es la magia, y por qué no encaja en ningún parámetro de esa tan avanzada ciencia de la física? ¿Acaso no es más que una fábula sin fundamento real, alimento para crédulos incurables? No lo creo.

Preguntas y más preguntas... Por ejemplo, esta otra: ¿por qué, si se supone que estamos evolucionando, se ha llegado a la conclusión de que existe una segunda ley de la termodinámica, cuya flecha del tiempo apunta hacia una creciente entropía? ¿Es evolucionar caminar hacia el desastre? Y más aún: ¿es la entropía un desastre? Sin duda lo es a nivel humano, pero ¿lo es a nivel cosmológico?
En fin, muy rica la ciencia, muy loable en sus intentos de explicar, con experimentos de laboratorio y teorías de pizarra, la sustancia y el sentido de la realidad, pero...
Cualquier físico, si llegase a leer estos párrafos, se reiría abiertamente de mi ignorancia sobre estos temas, pero me da igual. Ya apunté antes que este cuaderno es personal, y lo expresado aquí no pretende ser más que una breve y profana reflexión, que se ciñe a un ámbito puramente individual. Que cada uno piense lo que quiera y se atreva a pensar. Para las leyes y las teorías, aceptadas o no, ya están los físicos, los filósofos y los matemáticos.

En mi caso ocurre que siempre quise ser un aprendiz de mago, y eso se nota en casi todo cuanto escribo. Y sucede también que no creo en un absurdo cielo para los ordenadores rotos, pero tampoco creo, en absoluto, que mi mente sea sólo un ordenador. Doy por cierto que después del último latido hay algo más, mucho más. Lo cual no garantiza la supervivencia de la individualidad, que sería quizás mucho creer, pero quién sabe... Eso pertenece a los secretos que están más allá del umbral.

No creo esto porque tema a la oscuridad. A mí me encanta la oscuridad. Y pienso que esta aventura misteriosa que caminamos día tras día y noche tras noche es, efectivamente, sepamos verlo o no, un cuento de hadas.


Antonio H. Martín

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foto: Ahm.

lunes, 9 de mayo de 2011

El callejón




Recuerdo haberlo leído en un libro de Castaneda: cuando éste se queja a su maestro de lo difícil que le resulta encontrar la paz en medio de la gran ciudad, el estado mental necesario para poder concentrarse en el camino del conocimiento, y confiesa que es preferible para él la calma y la belleza del campo, porque entonan mejor su ánimo, Don Juan le contesta que... cualquier calle lleva hacia el infinito, si uno sabe caminarla en completo silencio.

Estoy de acuerdo, pero hay que reconocer asimismo que existen sitios especiales, tanto en el campo como en la ciudad, que parecen llevarnos de la mano y nos introducen fácilmente en ese estado de sosiego. No de adormecimiento, sino de serena lucidez, en el que los sentidos se agudizan desde una ruptura del diálogo interno rutinario, desde una base de quietud mental que da lugar a un cambio cualitativo en el movimiento de la mente. Es decir, sitios en los que es más fácil "parar el mundo", en los que la mente detiene su ruido habitual y comienza a moverse en otro sentido, accediendo a otros niveles de percepción.
No sé si porque son sitios de poder (como diría el propio Castaneda), o simplemente porque reunen la suficiente dosis de armonía y encanto, junto con algún extraño aroma de magia que no sabría precisar.
En sitios así, y sin que haya una predisposición previa, la mente se aquieta y nos sentimos a veces, no sin asombro, como si hubiéramos traspasado un umbral y nos encontrásemos ante un atisbo del paraíso.

En el pueblo donde ahora vivo hay muchos sitios bonitos, lindos, atractivos, muchos rincones con encanto, que la gente de aquí ha sabido conservar y mantener, sin duda con fines turísticos. Pero hay un lugar en especial, uno pequeño, por el que paso casi a diario, que no aparece en las guías, y que es mi preferido. Se trata de un simple callejón, bordeado por viejas paredes de piedra. Más allá de estas pequeñas murallas, de unos dos metros de altura, hay frondosos jardines naturales. Pueden verse cerezos, higueras, limoneros y un enorme eucalipto. Pero el hechizo de este callejón no está en la belleza de sus plantas, ni en las bonitas farolas decimonónicas que se confunden con las hojas. El callejón posee, en su conjunto, una cualidad especial. Algo que me atrevo a llamar mágico sucede cuando se camina por él...
No exagero si digo que he entrado muchas veces en ese callejón con cierto estado de ánimo, y he salido con otro distinto... Y eso que no se tarda más de un minuto en recorrerlo... Hay algo en él que actúa como un bálsamo, y alivia cualquier pesadez, cualquier tensión. Muy terco y cerrado ha de andar uno, para no salir de ese callejón con una suave sonrisa en los labios.

En principio lo llamé "el callejón del laurel", porque mi imperdonable ignorancia botánica, sumada a mi despiste, confundió el aroma del eucalipto con el del laurel. Pero ahora pienso que puedo seguir llamándolo así, porque, efectivamente, uno sale de allí con un laurel en la mano, el de haber conseguido suavizar los pensamientos pesados e iluminar más de una sombra.
No sé si este callejón lleva también hacia el infinito, porque nunca lo he andado en completo silencio, pero sí estoy seguro que entre esas vallas de piedra hay una puerta secreta que lleva al otro lado del espejo... Lo presiento, con ese sexto sentido de los viajeros del sueño. Y quizás alguna noche la encuentre.
Si así fuera, prometo relatar aquí los detalles de tan extraño viaje...


Antonio H. Martín

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foto: Ahm