Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







martes, 30 de junio de 2009

La casa sola y vacía



Esto no tiene nada que ver con el Zen, me parece a mí, pero como hoy es el último día de Junio quería despedirme (del mes en que nací) con otra canción.
Ésta la grabé en el 2003, o sea que ya ha llovido, bueno, no tanto, la verdad.
Es una balada que todos conoceréis y que yo canté a mi manera, en una de esas noches con luces de neón y copas doradas...
No quiero con este tema apuntar a nada triste. Ningún amor perdido estaba presente en el momento de cantar, ninguna pena, ni había el más mínimo deseo de olvidar a nadie que no se pudiera olvidar.
Sólo fue un pequeño homenaje al amor. Así, sin adjetivos, sin complementos, sin adornos de ningún tipo.
Me recordó, no sé bien por qué, esa parte de la letra que habla de "la casa sola y vacía" a aquel primer cuento de Julio Cortázar: "La casa tomada".
Tampoco tiene nada que ver una cosa con la otra, pero la mente establece sus relaciones sin importarle la lógica.

Un abrazo.

AC.



domingo, 28 de junio de 2009

El puente



Antes de seguir con otras historias zen, o lo que quiera venir, porque mi ventana sigue abierta y puede entrar cualquier cosa, me gustaría incluir un texto más del maestro Suzuki.
Y aquí está:


EL ZEN, ILÓGICO

"Paso con las manos vacías, y ¡mira!, la azada
está en mis manos;
Yo voy de pie y cabalgo al mismo tiempo a lomos
de un buey;
Cuando paso sobre el puente,
no es el agua la que corre, sino el puente".

Estos versos forman la famosa Gâthâ de Jenye (Shan-hui, 497-569), que generalmente se cita con el nombre de Fudashi (Fu-tai-shih); esta estrofa reproduce un punto de vista fundamental, que comparten los partidarios del Zen. Si bien su contenido no agota en manera alguna las doctrinas del Zen, sin embargo, indica de modo plástico el camino que persigue el Zen. Quien anhele conseguir una visión penetrante en la verdad del Zen -en tanto que ésta sea posible-, deberá aprender en primer lugar a comprender qué es lo que esta estrofa significa propiamente.

Nada parece más ilógico y contradice más la inteligencia sana del hombre que estos cuatro versos. Los críticos se sentirán inclinados a declarar al Zen como absurdo, desconcertante y allende el límite del pensamiento racional. Pero el Zen permanece inflexible y se niega a admitir que el llamado entendimiento sano del hombre, tal como contempla las cosas, tenga la última palabra; antes bien, él declara que la razón que nos hace posible obtener un conocimiento penetrante de la verdad se remonta a la búsqueda irracional de una interpretación "lógica".
Si nosotros queremos buscar seriamente en el fundamento o razón de la vida, entonces tendremos que sacrificar las conclusiones lógicas usuales y que nos son tan queridas y abrirnos un nuevo camino de la meditación, en la que nosotros huyamos de la tiranía de la lógica e igualmente de la parcialidad de nuestro uso corriente del idioma.

Por muy paradójico que pueda parecer, el Zen insiste en que nosotros debemos mantener la azada en las manos vacías y en que no es el agua, sino el puente, el que fluye por debajo de nuestros pies.


D. T. Suzuki

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- Del libro "Introducción al Budismo Zen"
- (traductor desconocido)
- Ed. Mensajero, 1972

Verano



Y entre una y otra historia zen, me parece bien un intermedio musical, un interludio. El tema, del amigo Antonio Vivaldi, se titula "Verano", de su famosa obra Las Cuatro Estaciones, pero creo que aparte del calor y la pasión, es una música refrescante. Para mí que la compuso una noche que corría la brisa, y un aroma de amapolas entró por su ventana...
Sólo me queda añadir un ¡Viva Vivaldi!

AC.


jueves, 25 de junio de 2009

Notas sobre el Zen




Con el objeto de echar luz sobre algunos de los aspectos que aquí se han comentado someramente sobre el Zen, me permito incluir aquí unas cuantas notas. Pero en este caso el autor no soy yo, que disto mucho de ser un entendido en la materia, sino que acudo a Daisetz Teitaro Suzuki, maestro zen y escritor, que fue nada menos que el divulgador del Zen en Occidente.
Las notas son citas escogidas por mí de su obra Die Grosse Befreiung (La Gran Liberación), concretamente párrafos del segundo capítulo, titulado "¿Qué es el Zen?".
Este libro, que aquí se publicó con el nombre de "Introducción al Budismo Zen", está prologado por el prestigioso psicoanalista Carl Gustav Jung, y es toda una joya que sirve efectivamente de introducción, al menos teórica, al fascinante mundo del Zen.
El maestro Suzuki (1870-1966) escribió muchos libros sobre Zen, intentando siempre explicar algo tan incomprensible para nuestra mente occidental como es el sentido del Zen, en términos que pudiéramos entender. Parece que siempre lo más sencillo es lo más difícil de explicar, pero él, ya digo, lo intentó durante muchos años, y creo que fueron bastante significativos sus logros a este respecto.
Entre sus amigos, gente que le admiraba y respetaba se encuentran, aparte del mencionado Jung, Hermann Hesse, Erich Fromm y Alan Watts.
Y paso ya a dejar al maestro que nos hable sobre el Zen...

AC.

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¿QUÉ ES EL ZEN?

por Daisetz Teitaro Suzuki


... Hemos afirmado que en el Zen cristaliza toda la filosofía del Oriente, pero esto no quiere decir que el Zen sea filosofía en el sentido corriente de la palabra. El Zen no es un sistema que se base en lógica y análisis. Si él algo es, es lo contrario de la lógica, bajo la cual yo entiendo el modo dualista de pensar. Bien es verdad que en el Zen puede hallarse un elemento intelectual, pues el Zen es el espíritu en su condición de un todo, y en él tienen cabida muchas cosas. Pero el espíritu no es algo compuesto, que pueda dividirse en tantas y tantas capacidades sin que después de esta desmembración quede algo de sobra.
Ni el Zen tiene nada que enseñarnos por la vía del análisis intelectual, ni contiene dogmas fijos que deberán aceptar sus adeptos. En este aspecto el Zen es totalmente caótico, por así decirlo. Probablemente, los seguidores del Zen tendrán una serie de dogmas o teorías, pero ellos los tienen por su propia cuenta y en su propio interés, no se lo deben al Zen.
Así, en el Zen tampoco existen libros sagrados, ni doctrinas dogmáticas, ni cualesquiera fórmulas simbólicas, que pudieran hacer accesible la esencia del Zen. Si se me preguntara qué enseña el Zen, yo debo responder que el Zen no enseña nada. Las doctrinas que se dan en el Zen proceden del propio interior de cada uno. Nosotros mismos somos nuestros maestros; el Zen sólo muestra el camino. Puede que esta orientación sea una doctrina, pero en el Zen no existe nada que pueda calificarse de doctrina fundamental o base filosófica.

En la meditación, una persona ha de concentrar sus pensamientos en alguna cosa, por ejemplo, en la unicidad de Dios o en su amor sin límites, o en la caducidad de las cosas. Pero el Zen quiere evitar precisamente esto. Lo que el Zen persigue con todas sus fuerzas es la consecución de la libertad, y en concreto, la libertad respecto a todos los obstáculos no naturales.
La meditación es algo impuesto artificialmente, no respondiendo a la postura natural del espíritu. ¿Sobre qué medita el pájaro en el aire o el pez en el agua? El pájaro vuela, el pez nada. ¿No es esto suficiente? ¿Quién quisiera fijar su espíritu en la unidad de Dios o del hombre? ¿O en la nulidad de esta vida? ¿Quién quiere o desea ser estorbado en las manifestaciones cotidianas de su voluntad de vivir por meditaciones, por ejemplo, acerca de la infinita bondad de un ser divino o el fuego perpetuo del infierno?

Algunos afirman que el Zen es una forma de la mística y, por lo tanto, no puede reivindicar o pretender ser original en la historia de las religiones. Puede ser, pero el Zen es una mística de peculiar índole. Es místico en el sentido, por ejemplo, en que el sol brilla, la flor crece lozana, o en que yo oigo que uno redobla el tambor ahí fuera. Si éstas son realidades místicas, entonces el Zen se halla repleto de tal clase. Cuando un maestro del Zen fue preguntado en cierta ocasión qué es el Zen, respondió: "Vuestros pensamientos de todos los días". ¿No es esto claro y auténtico?
El Zen no tiene nada en común con espíritu sectario de cualquier clase. Los cristianos pueden practicar el Zen igualmente que los budistas, exactamente igual que en el mismo océano viven peces grandes y pequeños. El Zen es el océano, el Zen es el aire, el Zen es la montaña, el Zen es el trueno y el relámpago, la flor primaveral, calor de verano y nieve del invierno; ciertamente más que esto, el Zen es el hombre.

Bajo todas las formalidades, tradiciones y superestructuras que se han acumulado en su larga historia, en el fondo pervive este aspecto esencial del Zen. Su mérito principal radica en el hecho de que nosotros somos capaces de penetrar en esta realidad última sin desviación alguna.
Como ya quedó dicho anteriormente, la originalidad del Zen, tal como se practica en el Japón, se basa en la disciplina sistemática del espíritu. El misticismo habitual resulta demasiado excéntrico, porque se encuentra demasiado apartado de la vida cotidiana; aquí el Zen ha aportado una transformación. Lo que en otros tiempos habitaba en el cielo, el Zen lo ha traído a la tierra. Con el desarrollo del Zen la mística perdió lo místico, ya no sigue siendo el producto salido del esfuerzo de una naturaleza especialmente dotada. Pues el Zen descubre su esencia en la vida trivial y sin acontecimientos del hombre corriente de la calle, aprehende el hecho de la vida en medio de la vida, tal como ella acontece.

El Zen educa sistemáticamente al espíritu para ver esto. Abre el ojo del hombre en relación al misterio máximo, que se desarrolla a diario y de hora en hora; expande al corazón de manera que es capaz de rastrear la eternidad del tiempo y la inmensidad del espacio; nos brinda una vida en el mundo, como si camináramos en el jardín del Edén; y todos estos hechos espirituales se desarrollan sin refugiarse en una doctrina, sino aferrándose de manera sencilla y directa a la verdad, que habita en lo más íntimo de nuestro ser.


D. T. Suzuki

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- Del libro "Introducción al Budismo Zen"
- Ed. Mensajero, 1972



Hakuin



¿ES ASÍ?


El maestro Zen Hakuin (1) era conocido entre sus vecinos como aquél que llevaba una vida pura.
Una jovencita japonesa muy atractiva, cuyos padres regentaban una tienda de comidas, vivía cerca de su casa. Una mañana repentinamente, los padres descubrieron con espanto que la muchacha estaba embarazada.
Esto puso a los tenderos fuera de sí. La joven, al principio, se negaba a delatar al padre de la criatura, pero después de mucho hostigarla y amenazarla acabó dando el nombre de Hakuin.
Muy irritados, los padres fueron en busca del maestro.

"¿Es así?", fue todo lo que él dijo.

Al nacer el niño, lo llevaron a casa de Hakuin. Por entonces éste había perdido ya toda su reputación, lo cual no le preocupaba mucho, pero en cualquier caso no faltaron atenciones en la crianza del niño. Los vecinos daban a Hakuin leche y cualquier otra cosa que el pequeño necesitase.
Pasó un año, y la joven madre, no pudiendo resistir más, confesó a sus padres la verdad: que el auténtico padre del niño era un hombre joven que trabajaba en la pescadería.
La madre y el padre de la chica fueron en seguida a casa de Hakuin para pedirle perdón. Después de haberse deshecho en disculpas, le rogaron que les devolviese el niño.

Hakuin no puso ninguna objeción. Al entregarles al pequeño, todo lo que dijo fue: "¿Es así?".

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(1) Uno de los máximos exponentes de la escuela Rinzai (1685-1768), al cual se debe en gran parte el desarrollo del sistema koan en el Japón.
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- Del libro "Carne de Zen - Huesos de Zen"
(antología de historias antiguas del budismo Zen)
- Traducción y notas de Ramón Melcón López-Mingo
- Editorial Swan, 1979

martes, 23 de junio de 2009

La taza de té



(Como se ha hablado aquí, comentando el último texto, de "lleno" y "vacío", me ha parecido bien continuar con esta breve historia zen, que habla precisamente de lo mismo, y en la forma concentrada y directa que caracteriza al espíritu zen.)


LA TAZA DE TÉ

Nan-in, un maestro japonés de la era Meiji (1868-1912) recibió cierto día la visita de un erudito, profesor en la Universidad, que venía a informarse acerca del Zen.
Nan-in sirvió el té. Colmó hasta el borde la taza de su huésped, y entonces, en vez de detenerse, siguió vertiendo té sobre ella con toda naturalidad.
El erudito contemplaba absorto la escena, hasta que al fin no pudo contenerse más.

"Está ya llena hasta los topes. No siga, por favor".

"Como esta taza," dijo entonces Nan-in, "estás tú lleno de tus propias opiniones y especulaciones. ¿Cómo podría enseñarte lo que es el Zen a menos que vacíes primero tu taza?".


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- Del libro "Carne de zen - Huesos de zen"
- Traducción de Ramón Melcon López-Mingo
- Editorial Swan, 1979

domingo, 21 de junio de 2009

El bote vacío



EL BOTE VACÍO

por Chuang Tse


Aquel que gobierna sobre los hombres vive en la confusión.
Aquel que es gobernado por hombres vive en el dolor.
Por tanto, Yao deseaba
no influir en los demás
ni ser influido por ellos.
El camino para apartarse de la confusión
y quedar libre del dolor
es vivir en el tao,
en la tierra del gran vacío.

Si un hombre está cruzando un río,
y un bote vacío choca con su esquife,
por muy mal genio que tenga
no se enfadará demasiado;
pero si ve en el bote a un hombre,
le gritará que se aparte.
Si sus gritos no son escuchados, volverá a gritar,
una y otra vez, y empezará a maldecir.
Y todo porque hay alguien en el bote.
No obstante, si el bote estuviera vacío,
no estaría gritando, ni estaría irritado.

Si uno puede vaciar su propio bote,
que cruza el río del mundo,
nadie se le opondrá,
nadie intentará hacerle daño.

El árbol derecho es el primero en ser talado,
el arroyo de aguas claras es el primero en ser agotado.
Si deseas engrandecer tu sabiduría
y avergonzar al ignorante,
cultivar tu carácter
y ser más brillante que los demás,
una luz brillará en torno a ti
como si te hubieras tragado el Sol y la Luna:
no podrás evitar las calamidades.

Un hombre sabio ha dicho:
"Aquel que está contento consigo mismo
ha realizado un trabajo carente de valor.
El éxito es el principio del fracaso.
La fama es el comienzo de la desgracia."

¿Quién puede liberarse del éxito
y de la fama, descender y perderse
entre las masas de los hombres?
Fluirá como el tao, sin ser visto,
se moverá con la propia vida
sin nombre ni hogar.
Él es simple, sin distinciones.
Según todas las apariencias, es un tonto.
Sus pasos no dejan huella. No tiene poder alguno.
No logra nada, carece de reputación.
Dado que no juzga a nadie,
nadie lo juzga.
Así es el hombre perfecto:
su bote está vacío.


Chuang Tse

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- De "El Camino de Chuang Tzu"
- Versión de Thomas Merton
- Editorial Debate, 1999

viernes, 19 de junio de 2009

Comentario de Isis



Imaginé desde el principio que este escrito mío de hace años iba a encontrarse con comentarios diversos, unos a favor y otros en contra, y que iba a originar cierta ambigüedad en las respuestas... Porque el tema parece ambiguo, quizá porque no está claramente definido, o simplemente porque no está bien escrito.
Bueno, y ha habido un poco de todo. Por lo general, parece que se me entiende, aunque casi siempre en los comentarios se ha incluido un respeto hacia los viejos, lo que me parece loable, pero esto viene motivado porque no ha quedado del todo claro a qué tipo de "viejos" me refería.
Quizá haría falta una "segunda lectura", porque aclaro en varias ocasiones que mi escrito no era contra la vejez, sino contra el anquilosamiento mental que se erige en un falso conocimiento de lo que es la vida, en una supuesta "sabiduría" basada sólo en experiencias normales.
Pero no hace falta que nadie vuelva a leer nada, que todos tenemos poco tiempo y mucho por leer, pensar y escribir.

Lo que sí quiero es destacar aquí uno de los comentarios que acompañan a la segunda parte de "Sobre los viejos", el comentario de la amiga Isis.
Todo lo que dice es tan cierto, y está tan en línea con el espíritu de mi viejo escrito, que deseo que quede resaltado y expuesto, más allá del rincón de los comentarios.
Para mí ha sido todo un abrazo de comprensión y complicidad.

Y tengo que confesar dos cosas:
Conocí el sitio de Isis hace meses, y justo cuando se estaba despidiendo, por algo que sonaba a cuestiones de amor o desamor. Dejé mi saludo, pero pensé para mis adentros que se trataba de otro blog "amoroso", de esos que se limitan a escribir pequeños poemas tristes sobre deseos y añoranzas, con fotos bonitas de mujeres solas en una playa...
Ah, pero más tarde Isis volvió, y ya no era la misma. ¡Se había quitado el velo!
No sé qué viajes interiores hizo, por qué experiencias pasó, qué libros leyó o a quién conoció... Pero esta nueva Isis era, al menos para mí, otra bien distinta.
Nada que ver con simples "problemas de amor", no. Esta nueva Isis sabe mucho de muchas cosas, pero sobre todo de la vida, y su forma de verla y sentirla enlaza mucho con la mía propia.
Quizá siempre fue así, y lo que pasa es que llegué a su página en mal momento y me creé una falsa imagen... Sea como fuere, me alegro hoy en día de que esta amiga, que se hace llamar Isis de la Noche, sea una amable estrella que brilla en este espacio nuestro de búsquedas y encuentros.


Antonio H. Martín
(19 de junio, 2009)


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(Comentario de ISIS)

por Isis de la Noche



"Si lo que quieres es vivir cien años..."

Así comienza una canción de Sabina que me gusta mucho...

No. No quiero vivir cien años. Y menos aún después de leer tus ideas en contra de la vejez!! jeje... (no tienes que explicarte, te he entendido perfectamente, es solo una ironía ;)

En realidad, esa inocencia, esa capacidad de asombro y ese sentido de aventura de la niñez y -con fortuna- de la juventud, pronto son alienados por las 'programaciones culturales' a las que todos somos sometidos. Después, y si hemos tenido la suerte de tomar conciencia de ella, emprendemos el arduo camino de liberarnos de esquemas y dejar de ver el mundo tras el cristal... Tarde o temprano llega el día en que debemos abrir la ventana... Y saltar por ella ;)

Por supuesto, lo otro es lo más 'conveniente'. Claro, porque es lo más fácil. Repetir modelos, vivir regidos por esquemas, optar según conveniencias.. Mientras el tiempo sigue pasando de manera imperceptible, llevándose con cada minuto la oportunidad que hubiéramos tenido de hacer de nuestra vida una aventura extraordinaria.

No por grandes logros ni históricos reconocimientos ;) (el mayor logro sería sustraernos de esta alienación...); sino por poder decir, al final de nuestra vida, que fuimos dueños de nuestros días. Que cada uno contó. Que vivimos nuestra propia vida, la que 'nos dio la gana' vivir. Y que no vimos el mundo tras el cristal, ni tras la mirada de los que nos precedieron. Sino con nuestros propios ojos, después de haberlos abiertos el día en que despertamos.

Sí... El mundo repite incesantemente modelos caducos de percepción. Y por eso los seres humanos se autolimitan al punto de morir sin siquiera imaginar todo aquello de lo que hubieran sido capaces.

(Adónde irían a parar tantas vidas que no se vivieron).

En realidad, lo más cómodo es repetir modelos. Lo otro implica creatividad, coraje, curiosidad, fe a toda prueba ;) Y muchos más obstáculos y limitaciones personales y circunstanciales que vencer. "¿Para qué??", es la pregunta que se hacen muchos... ¿para qué hacerse tanto lío si la vida es corta y es mejor una existencia tranquila?

'Porque no somos plantas' sería mi inmediata respuesta ;)

En fin...

Tal vez esa pregunta sea tan retórica como la interrogante que nos plantea cada nuevo amanecer. Precisamente, porque la vida es corta: sin importar los años que pasen, al final nos parecerá que el tiempo pasó demasiado rápido. ¿Qué estamos dispuestos a hacer con el tiempo que nos ha sido concedido?

¿Saltar por la ventana o cerrarla y reemplazar el prometedor paisaje por la inmutable imagen del cuadro??

¡Nunca jamás!!! ;)

Prefiero la inquietante noche, el prometedor amanecer, la emoción de lo desconocido.

Y la certeza de que viví. De que escribí mi propia historia.

Tal vez, entonces, el mundo para mí no sea "absurdo y viejo", sino uno por el que valga la pena pasar ;)

un abrazo... joven impetuoso...


Isis de la Noche
(18 de junio, 2009)

http://isisdelanoche.blogspot.com

jueves, 18 de junio de 2009

Sobre los viejos (II)



SOBRE LOS VIEJOS (II)


Declaraciones de un joven un tanto impetuoso



Pienso que el mundo es así, tan absurdo y tan viejo, precisamente por esta admiración equivocada, por esta especie de veneración, pueril y asustada, que se tiene por lo viejo, por lo que está de vuelta. Ese mareo de años que nunca llegaron a nada, pero que están ahí sentados en el sillón del tiempo como si supieran algo.
La chispa joven del hijo, del niño, su fuerza rebelde y limpia, positiva y posible, dura muy poco. En seguida se adapta a los esquemas del padre, copia sus formas y hasta imita el tono de su voz. Demasiado pronto el hijo, después de unos cuantos bailes y algún que otro viaje, empieza a cambiar su sueño por nada. El retrato del abuelo impone desde el centro de la pared. Impone mucho. Desde esos ojos grises, profundos, le está mirando nada menos que la imperturbable y poderosa realidad. Y además, para qué engañarnos, la luna quedaba muy lejos y hacía mucho frío aquella noche... No hay otra salida, ni tiene por qué haberla. El chico lo entiende bien y todo queda en su sitio, en el de antes. El mundo, una vez más, está salvado y en orden. Como siempre.

Creo, no obstante, que todo eso tan imperturbable y poderoso es sólo la realidad del abuelo. Respetuosa y digna, como todas las realidades, pero también mutilada, insuficiente y vieja, sobre todo vieja. La realidad auténtica, la entera, que no ha sido desnatada por ninguna memoria, que está viva y se mueve como un pájaro de luz, como una serpiente de aire, no cabe en el cuadro del abuelo, ni en ningún otro. La realidad es curva, sinuosa, danzadora. Siempre se sale del cuadro.

Lo viejo es lo que mueve a este mundo. Por eso este mundo es así de viejo. Recuerdo ahora uno de mis paseos por el Retiro, de hace muchos años, en el que visité ese lugar ridículo y triste que llamaban "Casa de Fieras". Y recuerdo, aparte del pozo aquel donde los monos charlaban de sus cosas, mientras otros monos con chaqueta y corbata los miraban entre divertidos y asombrados. Todo un cuadro de familia. Recuerdo a un lobo encerrado en una pequeña jaula. Tres metros escasos para correr. Un asco de pradera. Y el pobre lobo corría, trotaba sin cesar de un lado para otro como buscando una salida que no había, un campo lejano e imposible... Así, más o menos, siento que se mueve el mundo. Entre paredes estrechas de un gris metálico, donde cuelgan imponentes retratos antiguos, tristes cuadros de viejos y viejas que lo único que hicieron fue servir a la nada y cuidar de su miedo.
Nos movemos sin cesar dentro de esa jaula, rebotando entre paredes de niebla. Pero no es la libertad lo que buscamos. No somos lobos. Lo que nos gustaría es encontrar una jaula más limpia y bonita, un poco más espaciosa, donde rebotar más a gusto.

Se me puede decir, quizá, que todo ese clonismo social, ese mareo de vidas iguales, copiadas y vacías, ese amor entre viejos, sucede a la fuerza. Que hay una presión muy grande que obliga a que todo se parezca. Pero yo, sinceramente, no me lo creo. La gente en general ama lo viejo por eso mismo, porque es vieja. Y lo es voluntariamente. Lo otro les asusta. Se mueve demasiado deprisa y no hay por donde cogerlo. No es seguro ni tranquilo, y así no se puede vivir, no se pueden hacer planes para el futuro. Es una locura.
Mejor recortar los sueños para que quepan dentro del marco del abuelo. Al fin y al cabo, él sabía bien lo que había que hacer y consiguió llegar hasta los noventa sin demasiados problemas. Es el ejemplo a seguir. Además, si no fuera por él no tendríamos esta estupenda casa y andaríamos de alquiler, trabajando como esclavos para llegar a fin de mes. El abuelo, como digo, es el ejemplo a seguir, con todo lo que ello implica. Él sabía bien que a la vida no hay que darle más vueltas, que todo está inventado, que el pan es pan y el vino vino, y los sueños no son sino pájaros inútiles que hay que quitarse de la cabeza.

Preciosos pero inútiles. La gente en general es más amante de los muebles, cuanto más pesados mejor. Le gustan las paredes recias y gruesas, y usa las ventanas sólo para ver si llueve. Los pájaros y los sueños quedan bien en las películas y en las novelas, pero no son nada prácticos, no generan muebles, ni dinero, ni cosas. Pobres pájaros, pobres sueños inútiles. De hecho, lo que más le gustaba al abuelo ese del retrato era verlos caer, contemplar cómo su música de plumas, de color y de aire se precipitaba sobre el suelo bajo el tiro certero de su escopeta.
Los viejos, no sé por qué, sienten algo así como odio hacia todo lo que vuela.

En fin , para qué seguir. Hago esta leve crítica porque creo que la vida puede ser otra cosa. No tengo nada personal contra los viejos. Bastante tienen con ser los continuadores del tiempo. Lo que niego es esa categoría casi filosófica que se da a la vejez, cuando no es más que la cristalización deforme de lo humano, un estado patológico que impide el desarrollo, la expresión natural de la vida.

Llegar a viejo, remontar la línea de los años, si somos amantes de esta aventura, es algo absolutamente deseable. Pero hacerse viejo, ser viejo es como caer enfermo de gravedad, como darle la espalda a la vida, como encerrarse en un armario antiguo en el que se hubiera detenido el tiempo.
Esto último, lo de detener el tiempo, nos gustaría poder hacerlo en más de una ocasión. Parar el reloj y recrearnos a placer en ese momento especialmente emotivo o feliz. Pero no es así como funciona. Cuando se para el reloj, el tiempo simplemente se va, y nos quedamos solos con cara de idiota mirando al vacío. Lo que hay que parar es el mundo, la máquina gris que un día y otro sigue dando vueltas a lo viejo, para que todos los días se parezcan, para que todo siga en orden, ese orden viejo, para que todo permanezca en su sitio, dentro de la jaula, detenido y roto, para que la vida no pueda llegar nunca a nada. Eso es lo que hay que parar. Al menos por dentro, en lo que concierne a nuestra parcela personal, en lo cercano y posible.
Parar el mundo significa nada menos que ver a la vida moverse, y poder, también, movernos con ella. Esto es lo que nos importa. Y que los viejos se queden con sus armarios y su arena.

Debo reconocer, sin embargo, que me atrae la vejez, que me gusta. Pero sólo cuando ésta es una altura, una lejanía que hace más ancho el horizonte. Me atrae esa vejez que no es vieja, que se mueve, que respira el presente, que es amiga del aire... Obviamente, no es de ésa de la que he estado hablando. Hablaba de la otra, de la vieja, de la que tiene la casa llena de armarios con miles de cosas dentro, la que tiene respuesta para todo, pero no sabe distinguir entre lo de ayer y lo de hoy, esto que ahora nos pasa por delante de los ojos.
Hablaba de esa otra, que es la que abunda y la que más conozco. Y, bueno, quizá todo lo que he dicho sea un poco simple. Al fin y al cabo, sólo soy un simple observador con muchas limitaciones. Sencillamente, así es como lo veo y no sé contarlo de otra manera. En fin, creo que ya vale, ya es suficiente por hoy. No quiero hacerme viejo con esto. Ya he dicho lo que quería decir.

Únicamente añadir, volviendo al principio, que a mi modo de ver, si el diablo sólo fuera viejo, y no diablo, sabría efectivamente muchas cosas, pero no podría transformar ninguna. Y creo que la vida trata precisamente de eso.


Antonio Castellón
(Domingo, 27 de julio, 1997)

miércoles, 17 de junio de 2009

Sobre los viejos (I)



SOBRE LOS VIEJOS (I)

Declaraciones de un joven un tanto impetuoso



(Lo que sigue es un texto antiguo, que escribí en el lejano siglo XX, hace la friolera de doce años. Recuerdo el por qué lo escribí de esta manera y comprendo que suene ahora como "un tanto impetuoso". Hoy no escribiría sobre este tema de la misma forma, pero sigo entendiendo bien lo que quise decir. Hoy matizaría algunos detalles, pero creo que el fondo sería más o menos el mismo. Hay personas que no sabemos crecer, o simplemente no nos interesa...)


"Más sabe el diablo por viejo que por diablo".
Vaya estupidez. Como si los viejos, por el mero hecho de serlo, gozaran de una categoría especial que los inmunizara contra la ignorancia. Un viejo puede ser tan idiota como cualquiera. Puede que incluso más, porque su respuesta actual, la de ahora mismo, habita demasiado en el recuerdo, trabaja mucho con archivos y fotografías, y eso le confunde y le equivoca. O sea, que es muy poco actual. La vida se le escapa más deprisa aún, le deja más atrás, aunque él crea que la está mirando pasar desde el balcón de su memoria.
La vejez no sabe nada. Sólo es un globo lleno de arena. Cuatro películas antiguas y un par de anécdotas que han perdido su gracia. La lucha, el trabajo, un viaje, un beso y alguna cosa rara que nunca entendió pero de la que siempre se acuerda. Eso, o poco más, es todo lo que sabe el viejo.
Sería válida una vejez que fuera dinámica, flexible, aérea. Pero a eso creo que lo llaman juventud.

En este mundo se valora mucho el peso de la experiencia, la arruga sabia del viejo. Saber dónde está la puerta porque ya se ha pasado por ahí, sonreír tranquilo y confiado porque se guarda una llave en algún sitio. Pero a eso se reduce su valor, al exacto conocimiento de puertas y ventanas, de escaleras y armarios. Todo lo que sabe el viejo es moverse por la vieja casa, entrar y salir por la misma puerta de siempre. Sabe dónde hay que ir para conseguir esto o lo otro, qué hay que hacer en cada caso concreto. Pero de lo abstracto, de lo mágico, de lo nuevo, sabe menos que nadie. De esa cosa lúdica y misteriosa, de ese fulgor y ese aliento que está detrás de todo lo que se mueve, de todo lo que vive, de eso el viejo no sabe. Quizá sabía algo antes, cuando era joven, pero lo ha olvidado.

Se le puede preguntar al viejo sobre muchas cosas, sobre esto o aquello: en qué año ocurrió aquel famoso accidente, por dónde queda la cafetería más próxima o la estación del metro, qué es lo mejor para aliviar el catarro, o cuándo se celebran las fiestas de su barrio o de su pueblo. Datos vulgares que el viejo guarda en su memoria por simple inercia, pero que expone, a veces, como si se tratara de la ruta del tesoro.
También podemos preguntarle -y esto es su tema preferido- sobre la historia reciente, sobre los detalles de algún suceso que él vivió de cerca y los motivos ocultos que lo provocaron, que sin duda conoce mejor que nadie. Para eso el viejo es testigo y guardián de su tiempo. Un experto contable que se atreve, de cabeza, con largas sumas y complicadas divisiones con muchos decimales. Pero no se le puede inquirir sobre aquello que más nos importa, sobre esto que ahora nos sucede. Porque entonces el viejo abrirá su armario de recetas y nos soltará su discurso, su historia, su consejo de viejo, que no sirve para nada. Es su cuento personal, lo más valioso de su armario, y podemos escucharlo con interés y respeto, incluso con afecto, pero es agua pasada y no nos vale.
Aunque todas las aguas se parezcan, no es lo mismo si el que lo cuenta no es un navegante sino, simplemente, el dueño de un pozo. No es el mismo el brillo del agua.

Pudiera ser, sin embargo, que nos encontrásemos ante un ser vivo, ante alguien que sigue en movimiento -que también sabe de puertas y armarios, pero sin importarle demasiado. Con ése sí podríamos hablar de lo que nos importa, y puede que hasta tuviera algo que enseñarnos, quizá mucho. Pero a ese pájaro raro no lo veríamos como un viejo.
Tener unos cuantos años más, pocos o muchos, no tiene nada que ver con la vejez. Los años son como sueños que corren por una pendiente, arriba o abajo. Como animales salvajes. Aves migratorias que vuelan hacia el norte o hacia el sur, según el viento que el hombre guarda en su pecho. Y el otro que sopla afuera, que puede que sea el mismo. Pero la vejez, como categoría humana, figura de piedra y memoria, es sólo un desierto sin aire. Y el viejo un absurdo contador de arena, que colecciona polvo y sombras.
En ese mar vacío los años no van a ninguna parte. El viejo es aquel que dejó de vivir hace tiempo, el que ancló su barca en la orilla y dejó que el río se marchara...

El peso de su experiencia es considerable, su saco está casi lleno, pero dentro sólo hay mariposas tristes y quietas, clavadas en cajas de cristal. Dentro está su tesoro antiguo, el oro y la plata, su arqueología de sombras, su orgullosa colección de arena. Pero falta la luz y el aire.
Sabe muchas cosas el viejo, pero de lo que nos importa no sabe nada.

(...)


Antonio Castellón
(27 de julio, 1997)

domingo, 14 de junio de 2009

Alcance



Bueno, otra pequeña interrupción antes de abrir el baúl donde guardo las viejas páginas.
Es que el calor me obliga a distraerme más de lo normal y me paseo por uno y otro sitio. En este caso, leyendo el blog de "Vagabundia", de JMiur (un interesante blog investigador de temas informáticos -sobre todo relativos a Blogger), me he encontrado con un vídeo muy bueno.
El vídeo ha quedado finalista en el 5º concurso de cortos y animaciones organizado por la National Film Board de Canadá, y Cannes Short Film Corner, un festival amparado por YouTube.
Lleva el título de "Reach" (que creo que se traduce por alcance o extensión), y su autor es Luke Randall, de Australia.
Es una buena animación, que a pesar de su simplicidad seguro que nos lleva a más de una reflexión. En palabras de JMiur, se trata de una "joyita", y estoy de acuerdo.
Espero que os guste, y sobre todo que os haga pensar...

AC.

sábado, 13 de junio de 2009

Linda



Lo siento, no lo he podido evitar.
Sigo con el "rescate" del baúl, donde guardo las páginas del viejo cuaderno, pero me cuesta hacer cualquier cosa con esta ola de calor que ha entrado aquí de repente. A otros quizá les guste y les siente bien, pero para mí el calor es como un azote, como una paliza, como un castigo.
Los lobos esteparios gustamos de otros climas más frescos.
En fin, el caso es que esta mañana he visto la última entrada que ha puesto la amiga Cristalook en su sitio, una entrañable y cariñosa entrada dedicada a su perrita Líli, y no he podido sustraerme a la tentación...

Yo también "tuve" una amiga similar, hace algunos años, muchos años ya. Era una mezcla de pomerania y "chucho", según el veterinario, pero para mí era un encanto, y ante todo "mi pequeña amiguita" de cuatro patas. Una mañana, al despertar, me la encontré a los pies de mi cama, metida en un barreño. Yo tendría unos doce o trece años, y ella tan sólo unos pocos meses, o puede que semanas. Fue un fantástico regalo y una muy grata sorpresa. La vi tan bonita que le puse el nombre de Linda.

Tenía su genio, su "mala leche", pero sólo si la provocabas. Por lo general, era muy cariñosa y juguetona. Estuvo con nosotros unos dieciseis años. Hubo en casa otros perros, buenos amigos también, pero a Linda la recuerdo especialmente. Sentí mucho no poder estar en su despedida. Y esta pequeña entrada quiere ser un homenaje a mi querida y entrañable Linda, que tan buenos momentos me regaló con su vida.
Para que vea desde dónde esté que no la he olvidado.

Después sigo removiendo en el baúl.


AHM

miércoles, 10 de junio de 2009

Danza de las mil manos



Andaba yo preparando un "rescate" de mi viejo cuaderno de papel, para ponerlo aquí, en este nuevo cuaderno de cristal, cuando una buena amiga de Argentina (que esta vez no es Roxana), me ha sorprendido con un bonito regalo.
Se trata de un vídeo musical, pero sobre todo de una maravilla visual.
Hace poco hablaba yo aquí de la "Multiplicidad", y ponía como ilustración una foto de una modelo hindú (de nombre Brisa) que mostraba múltiples brazos. Bueno, pues en este vídeo se puede ver más de lo mismo, mucho más.

Según el texto que acompaña al regalo, es un grupo chino de veintiuna bailarinas (creo que el nombre es Guan Yin) que ya actuó en los juegos olímpicos del 2004. Y la bailarina principal se llama Tai Lihua, de 29 años, que es la que siempre se ve en primer lugar.
Pero lo curioso de todo esto es que... ¡todas son sordo-mudas!
Parece ser que actúan basándose sólo en las señas que les hacen sus instructores desde los rincones del escenario. Eso es lo que dice el texto aludido, pero me imagino que toda esta danza la tienen ya bien aprendida.
El caso es que es, como decía, toda una maravilla visual, y sonora, que merece la pena ver.
Aquí yo no sólo hablaría de "multiplicidad", sino también de sincronicidad.

El vídeo creo que se grabó durante el festival de primavera de este mismo año, en Beijing, que antes llamábamos Pekín.
Me parece un buen interludio antes de publicar el rescate que estoy preparando.
Espero y deseo que sea de vuestro agrado.

AHM



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lunes, 8 de junio de 2009

Sueño de flautas II



SUEÑO DE FLAUTAS

por Hermann Hesse


(Segunda parte)



Yo, por mi parte, continué tranquilo el camino sumido en mis pensamientos, hasta que el sendero dio vuelta en un recodo.
Allí había un molino, y junto al molino se hallaba una barca en el agua. Un hombre sentado en la barca parecía estar esperándome; en efecto, cuando me saqué el sombrero y subí a bordo, la barca comenzó a navegar enseguida río abajo. Me senté en la mitad de la embarcación, y el hombre atrás, al timón. Y cuando le pregunté a dónde íbamos, levantó la vista y me miró con ojos grises y velados.
"Donde quieras", me dijo con voz apagada. "Río abajo hacia el mar o a las grandes ciudades, la elección es tuya. Todo me pertenece".
"¿Todo te pertenece? ¿Entonces eres el rey?"
"Quizá", dijo él. "Y tú eres un poeta, según creo. ¡Cántame entonces una canción de viaje!"
Me infundía temor ese hombre serio y sombrío, y además nuestra barca navegaba tan rápido y sin ruido río abajo, que saqué fuerzas de flaqueza y canté acerca del río que lleva las naves y en el que se refleja el sol; el río, que es más ruidoso en contacto con las orillas rocosas y termina alegremente su peregrinaje.
El semblante de aquel hombre permanecía impasible; cuando finalicé, asintió silenciosamente, como uno que sueña. Y enseguida, ante mi asombro, él mismo comenzó a cantar. Y también cantó acerca del río y del viaje del río por los valles, y su canción era más bella y vigorosa que la mía, pero todo sonaba muy distinto.
El río, tal como él lo cantaba, bajaba como un ser destructor dando tumbos desde las montañas, hosco y salvaje, rechinando los dientes al sentirse refrenado por los molinos y presionado por los puentes; odiaba a todos los barcos que debía sostener; y bajo sus olas, y entre largas y verdes plantas acuáticas, mecía sonriente los blancos cuerpos de los ahogados.
Nada de esto me gustaba; pero su tono era tan hermoso y enigmático que quedé completamente confundido, y angustiado callé. Si lo que aquel cantor viejo, sutil e inteligente cantaba con su voz sofocada era cierto, entonces todas mis canciones habían sido nada más que tontería, torpes juegos infantiles. Entonces el mundo no era básicamente bueno y lleno de luz, como el corazón de Dios, sino opaco y sufriente, malo y sombrío; los bosques no susurraban de placer, susurraban de dolor.



Seguimos navegando. Las sombras se hicieron más largas, y cada vez que yo comenzaba a cantar mi voz sonaba menos clara, e iba apagándose. Y cada vez el extraño cantor respondía con una canción que hacía al mundo más y más incomprensible y doloroso, y a mí me dejaba más y más desconcertado y triste.
Me dolía el alma, y yo sentía no haberme quedado en tierra junto a las flores o al lado de la bella Brigitte; para consolarme, empecé a cantar en la oscuridad creciente, con voz fuerte a través del rojo resplandor del anochecer, la canción de Brigitte y de sus besos.
Entonces se inició el ocaso y enmudecí. El hombre al timón cantó, y también él cantó del amor y del placer del amor, de ojos oscuros y ojos azules, de labios rojos y húmedos, y era hermoso y conmovedor lo que cantaba lleno de pena a medida que oscurecía sobre el río. Pero en su canción el amor era también lúgubre y temible, y se había convertido en un secreto mortal, dentro del cual los hombres, extraviados y dolidos, tanteaban entre penurias y anhelos, y se torturaban y mataban los unos a los otros.
Yo escuchaba y quedé muy fatigado y entristecido, como si hubiera estado viajando durante años a través de la mayor miseria y aflicción. Sentía que del desconocido emanaba y se deslizaba en mi corazón una permanente, silenciosa, fría corriente de pena y mortal angustia.
"Así que la vida no es lo más elevado y hermoso", dije finalmente con amargura, "sino la muerte. Entonces te ruego, oh triste monarca, que cantes una canción a la muerte".
El hombre al timón cantó de la muerte, y cantó más bellamente que antes. Pero tampoco era la muerte lo más hermoso y alto, tampoco en ella había consuelo. La muerte era vida, y la vida muerte, y estaban enzarzadas entre sí en un furioso combate de amor, y esto era lo último y el sentido del mundo, y de allí se desprendía un resplandor que podía, a pesar de todo, alabar toda miseria, pero también una sombra que enturbiaba todo placer y belleza rodeándolos de tiniebla. Pero desde esa tiniebla ardía el placer más bella e íntimamente, y el amor ardía más profundo en medio de esa noche.

Yo escuchaba y me había quedado totalmente en silencio; no existía en mí otra voluntad que la del extranjero. Su mirada descansó sobre mí, callada y con una cierta bondad melancólica, y sus ojos grises estaban cargados del dolor y la belleza del mundo. Me sonrió, y entonces cobré ánimos y le rogué en mi necesidad: "¡Ah, retorna, por favor! Tengo miedo aquí en la noche, quisiera volver a la casa de mi padre, o volver para encontrar a Brigitte".
El hombre se levantó y señaló la noche; el farol resplandeció claramente sobre su rostro enjuto e imperturbable. "Ningún camino va hacia atrás", dijo seria y amablemente, "hay que proseguir siempre hacia adelante, si se quiere conocer el mundo. Y de la muchacha de los ojos oscuros ya has tenido lo mejor y más hermoso, y cuanto más te alejes de ella, tanto más hermoso y mejor será. Pero marcha hacia donde quieras; te daré mi lugar al timón".
Yo me hallaba tremendamente entristecido, pero sabía que él tenía razón. Lleno de nostalgia pensé en Brigitte y en mi país y en todo lo que había sido hasta entonces cercano, luminoso y mío, y en todo lo que había perdido. Pero en ese momento iba a tomar el sitio del extraño y conducir el timón. Así debía ser.
Me levanté en silencio y me dirigí a través de la barca al asiento del timonel; el hombre se acercó a mí también en silencio, y cuando estuvimos el uno frente al otro me miró fijamente a la cara y me dio su farol.



Pero cuando me senté al timón y hube afianzado el farol junto a mí, me encontré solo en la barca; advertí con un profundo estremecimiento que el hombre había desaparecido. Sin embargo, no me sentía asustado, lo había presentido. Me parecía que el hermoso día de viaje, Brigitte, mi padre y la patria habían sido sólo un sueño, y que yo era un viejo apenado y que siempre había viajado a través de aquel río nocturno.
Comprendí que no debía llamar a ese hombre, y el reconocimiento de la verdad se desplomó sobre mí como una helada.
Para saber lo que ya presentía, me incliné sobre el agua y alcé el farol, y desde la negra superficie me miró un rostro penetrante y serio con ojos grises, un rostro viejo y sabio. Era el mío.
Y como ningún camino lleva hacia atrás, continué el viaje por las aguas oscuras a través de la noche.


Hermann Hesse (1919)



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- Publicado por Ediciones Librerías Fausto, Buenos Aires, 1975.
- Traducción de Rodolfo E. Modern

jueves, 4 de junio de 2009

Sueño de flautas



Muchos conocen la obra de Hermann Hesse, pero sólo a través de sus novelas más populares, como Demian, Siddharta o El Lobo Estepario. Hay sin embargo otras novelas menores que no son tan conocidas, como es el caso de "Gertrud", "Knulp" o "Rosshalde"... ¿Quién recuerda haber leído el Hermann Lauscher o Viaje al Oriente? Y además de estas otras obras, pequeñas pero no por eso menos importantes, están sus cuantiosas reflexiones, sus críticas literarias, sus poemas y sus cuentos. Sí, Hesse escribió muchos cuentos, y muy buenos, en una línea que podemos llamar romántica, entre fantástica y filosófica, que tiene sus raices en autores como Novalis, Hoffmann, Tieck, Eichendorff o el mismo Goethe.
Me gustaría contribuir aquí, en la medida de lo posible, a paliar ese desconocimiento, reescribiendo y publicando, en este pequeño espacio de mi cuaderno, algunos de sus cuentos. Y cuando digo "reescribir" me refiero literalmente a copiar, no a otra cosa. El tío Hermann me dio personalmente su permiso en el último sueño.
Para empezar he elegido uno de los cuentos de su libro, de 1919, MÄRCHEN, título que más o menos viene a traducirse como "Cuentos de Hadas". En la introducción de su versión en castellano, Rodolfo E. Modern nos explica que un märchen "significa una evasión del hoy para comprender lo permanente del corazón humano, de sus esperanzas, sueños y deseos. Eso a través de sucesos cuya aparente inverosimilitud, medida con los parámetros de las actitudes cotidianas, se revela, en una lectura más profunda, como un sondeo más acendrado en los fenómenos de la naturaleza, la humana incluida. Sus resultados se llaman conocimiento de una entidad final, de una unidad omniabarcadora, que coincide, por supuesto, con los postulados de la filosofía romántica, en la que las apariencias no son sino eso, apariencias."
Por mi parte, sólo añadir que espero que disfruteis de su lectura.


Antonio H. Martín

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SUEÑO DE FLAUTAS


por Hermann Hesse


(primera parte)


"Toma esto", dijo mi padre, y me alcanzó una pequeña flauta de hueso, "tómala y no olvides a tu anciano padre cuando alegres a la gente con tu música en países lejanos. Es tiempo de que veas el mundo y aprendas algo. He mandado hacer esta flauta, porque no te gusta ninguna otra tarea, excepto cantar. Piensa también que debes tocar siempre canciones bonitas y amables, de lo contrario sería malgastar el don que Dios te ha concedido".
Mi querido padre entendía poco de música, era un erudito. Él pensaba que yo no tenía más que soplar en la linda flauta para que todo anduviera bien. Como no lo quería despojar de su creencia, le agradecí, guardé la flauta y procedí a despedirme.
Nuestro valle me era conocido hasta el gran molino del caserío; detrás comenzaba el mundo, y debo admitir que me gustó mucho. Una abeja fatigada de volar se había posado sobre mi manga, y la llevé conmigo para tener, en mi primer descanso, un mensajero que llevara enseguida mis saludos a la patria que dejaba atrás.
Bosques y praderas acompañaban mi camino, y muy lozano también el río me acompañaba. Descubrí que el mundo se diferenciaba poco de mi patria. Los árboles y flores, las espigas de trigo y los avellanos me hablaban; yo cantaba sus canciones con ellos, y ellos me comprendían, como en casa. De pronto mi abeja despertó, se arrastró despaciosamente hasta mi hombro, levantó vuelo y giró dos veces en torno mío con su zumbido dulce y profundo; luego se orientó rectamente hacia atrás, hacia el hogar.

En eso surgió del bosque una muchacha joven, que llevaba un cesto en el brazo y un sombrero de paja de ala ancha que dejaba en sombras la rubia cabeza.



"Dios te guarde", le dije, "¿adónde vas?"
"Debo llevar la comida a los segadores", dijo. Y se puso a caminar a mi lado. "¿Y tú, dónde quieres ir?"
"Voy a conocer el mundo, mi padre me ha enviado. Él cree que yo debo tocar mi flauta en público, ante la gente, pero yo no sé hacerlo bien todavía, antes debo aprender mucho".
"Bueno, bueno. ¿Y qué sabes hacer en realidad? Porque algo debes saber".
"Nada en especial. Puedo cantar canciones".
"¿Qué clase de canciones?"
"De todo tipo ¿sabes? A la mañana y a la noche, a los árboles, a las bestias, a las flores. Ahora, por ejemplo, podría cantar una canción bonita acerca de una muchacha joven que sale del bosque para llevar la comida a los segadores".
"¿Puedes hacerlo? ¡Cántala entonces!"
"Lo haré, pero, ¿cómo te llamas?"
"Brigitte".

Entonces entoné la canción de la linda Brigitte con el sombrero de paja, y lo que llevaba en el cesto, y de cómo las flores la miraban cuando pasaba y los vientos azules la seguían a lo largo del cerco del jardín, y todo lo relacionado con ello. Atendió seriamente a la canción, y me dijo que era buena. Y cuando le comenté que estaba hambriento, levantó la tapa del cesto y extrajo un pedazo de pan. Mientras yo le echaba el diente con ahinco, al tiempo que continuaba ágilmente la marcha, ella me dijo: "No se debe comer a la carrera. Una cosa después de la otra". Entonces nos sentamos sobre la hierba, yo comí mi pan y ella se abrazó las rodillas con sus manos bronceadas y me miró.
"¿Quieres volver a cantarme alguna otra cosa?", preguntó cuando dejé de comer.
"Con gusto. ¿Qué quieres que cante?"
"Algo acerca de una chica que está triste porque ha sido abandonada por su novio".
"No, no puedo. No conozco eso, y tampoco debe uno estar triste. Mi padre dijo que debo cantar siempre canciones graciosas y amables. Te cantaré algo acerca del cuclillo o de la mariposa".
"Y de amor, ¿no sabes ninguna?" preguntó luego.
"¿De amor? Oh sí, eso es lo más lindo de todo".
Enseguida empecé una canción acerca de cómo el rayo de sol está enamorado de las rojas amapolas y juega con ellas lleno de alegría. Y de la hembra del pinzón, cuando aguarda al pinzón y al llegar éste vuela como si estuviera asustada. Y seguí cantando acerca de la muchacha de ojos pardos y del joven que llega y canta y recibe un pan de regalo; pero ahora no quiere más pan, quiere un beso de la doncella y quiere ver dentro de sus ojos pardos, y canta y canta hasta que ella empieza a sonreír y le cierra la boca con sus labios.

Entonces Brigitte se inclinó y cerró mi boca con sus labios; luego cerró los ojos y los volvió a abrir. Y yo miré las estrellas cercanas de un dorado oscuro y en ellas estábamos reflejados yo mismo y un par de blancas flores del prado.



"El mundo es muy hermoso", dije, "mi padre tenía razón. Pero ahora te ayudaré a llevar estas cosas hasta donde está esa gente".
Tomé su cesto y proseguimos el camino. Su paso sonaba con el mío y su alegría coincidía con la mía, y el bosque hablaba delicado y fresco desde la montaña. Yo nunca había caminado tan contento. Durante un largo rato canté con fuerza, hasta que tuve que cesar de puro exceso; era demasiado todo lo que susurraba y hablaba desde el valle y la montaña, desde la hierba y el follaje, desde el río y los matorrales.
Entonces pensé: si pudiera comprender y cantar al mismo tiempo las mil canciones del universo, del pasto y las flores, de los hombres y las nubes, de la floresta y el bosque de pinares, y también de los animales. Y asimismo todas las canciones de los mares lejanos y las montañas, de las estrellas y la luna; y si todo eso pudiera simultáneamente resonar en mi interior y ser cantado, entonces yo sería como el buen Dios y cada canción debería ser como una estrella en el cielo.
Pero mientras yo pensaba de este modo, lo cual me había dejado silencioso y maravillado, pues antes jamás se me habían ocurrido cosas así, Brigitte se detuvo y sujetó firmemente el asa del cesto.
"Ahora debo subir", dijo. "Allá arriba está nuestra gente. ¿Y tú, a dónde vas? ¿Por qué no vienes conmigo?"
"No, no puedo ir contigo. Tengo que ver el mundo. Muchas gracias por el pan, Brigitte, y por el beso. Pensaré en ti".
Ella tomó su cesto con la comida; y otra vez sus ojos de sombras pardas se inclinaron sobre mí, y sus labios se adhirieron a los míos. Su beso fue tan bueno y dulce, que casi me puse triste de pura felicidad. Entonces le dije adiós y marché presuroso carretera abajo.
La muchacha subió lentamente por la montaña; se detuvo bajo el follaje que caía al borde del bosque, y miró hacia abajo donde yo estaba. Y cuando le hice señas y agité el sombrero sobre mi cabeza, inclinó ella la suya una vez más y desapareció en silencio, como una imagen, entre la sombra de las hayas.

(...)

Hermann Hesse (1919)

lunes, 1 de junio de 2009

La sirena



Quería despedir este mes de Mayo con algo especial, bueno, al menos con algo diferente.
Así que os brindo una canción de mi cosecha, que grabé hace cuatro años. Yo no soy cantante, ni de lejos, pero hace un tiempo me animé a ir a los "karaokes", por aquello de liberar tensiones, y dejé algunas cosillas para el recuerdo.
Este es un tema de Víctor Manuel, que una noche loca me atreví a cantar, "La Sirena".
Espero que vuestras críticas no sean demasiado duras. Sólo se trata de un detalle para terminar el mes con una sonrisa.

Un abrazo a todos, y perdonad mi atrevimiento, sólo es pura diversión.

AC.


(Ah, me olvidaba, en mis "sesiones musicales" me hacía llamar Antonio Martín, por si algún día era famoso, jejeje, y que no confundieran al que canta con el que escribe.)