Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







domingo, 27 de diciembre de 2015

Hechizo de luna




     «En la soledad de la terraza, una de las veces, Axel lloró el vacío del mundo. Sin embargo, conservó su ánimo resignado y fatalista.»

Isak (Karen) Dinesen
(Cuentos de invierno - 1942)

  
    «Me ocurría a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedía terreno, aceptando sin resistencia que se pudiera ir así de una cosa a otra. Digo que me ocurría, aunque una estúpida esperanza quisiera creer que acaso ha de ocurrirme todavía.»
    «Quién sabe cuánto hace que me repito todo esto, y es penoso porque hubo una época en que las cosas me sucedían cuando menos pensaba en ellas, empujando apenas con el hombro cualquier rincón del aire.»
    
Julio Cortázar
(El otro cielo - 1966)


    «Enamorarse es un triste error, una equivocación que, como un invasor hechizo lunar, anega nuestra conciencia, nos hipnotiza, nos embruja y acaba colocándonos indefectiblemente ante una pared de frío, encerrándonos en algún lejano rincón de un laberinto nebuloso y oscuro, aparentemente sin salida. Después, afortunadamente, con el paso del tiempo, podemos comprobar que hay un modo de salir, pero en esos momentos de bruma nos es imposible verlo.
    Pero también en esto hay excepciones. Y en algunos raros casos, resulta ser todo lo contrario... Algo así como encontrar la puerta azul de un paraíso perdido, el mágico puente que nos lleva a un mundo de ensueño, del que no quisiéramos salir nunca.
    Hay una única compañía que es indispensable, absolutamente necesaria, sin la cual no se puede vivir, y es la de uno mismo. Me estoy refiriendo, por supuesto, a esa relación armónica básica que es ser amigo de sí mismo. Pero cuando sucede lo otro, cuando se abre de buena manera la ventana con paisaje azul y se da esa otra relación, entonces es como si ese "sí mismo" completara el círculo de su vida.
    Como decía, rara vez ocurre, pero sin duda existe esa magia.»

Alberto Linde
(El laberinto de los sueños - 2015)

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       No he leído aún el cuento del amigo Cortázar, por lo que no puedo saber con exactitud a qué asunto se refiere, aunque me suene mucho... Pero esas frases suyas (leídas al azar) las he sentido en relación con la posterior cita del amigo Linde, y por eso las pongo. Y lo mismo me pasa con las frases de Karen Dinesen, que he encontrado también por azar, si es que eso del azar existe...
    La razón de esta entrada está en las palabras del viajero Linde, que me envió hace poco y están sacadas de una obrita que está escribiendo sobre la materia de los sueños, en la que es experto. Me parece muy bien que se desenmascaren ciertos espejismos, pero que al mismo tiempo se deje la puerta abierta a la extraña pero posible situación de que tras algunos de ellos se encuentre un fondo de realidad. De que, en algunos casos, sea efectivamente agua eso que vemos brillar en el horizonte del desierto.  
    En cuanto a lo de enamorarse..., de momento prefiero no pronunciarme. Es, sin duda, un tema interesante, pero difícil y complejo, del que hablaré en otra ocasión, cuando las runas sean favorables.


Antonio H. Martín
(27 de diciembre, 2015)



                                            

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imágenes: Leonid Afremov


lunes, 21 de diciembre de 2015

Arbórea




«Cuando venga la muerte, que lo haga en silencio, sin gestos bruscos ni ácidas preguntas, sin hielo y sin fuego. Y que se acerque despacio, envuelta en su oscura capa de definitiva noche... Sólo quiero ver su ojos, la magia o la sombra de su mirada.»

Alessandro Castelli
(En el umbral - 1982)


    Sin llegar a lo de aquella canción de hace años, en la que el intérprete expresaba su deseo de tener un millón de amigos, puedo decir con sinceridad y sin fantasear ni literaturizar nada, que una de las íntimas alegrías que he encontrado en esta vida es la de tener muchos amigos. Todos ellos han sido y son siempre amables conmigo, me acompañan en los días solitarios, escuchan mis palabras, mis risas o lamentos, y me miran con comprensión en las horas tristes, e incluso danzan para mí a veces para darme ánimos.
    Son cientos de amigos, todos hermosos, bellos, alegres, hasta los más oscuros. La demás gente suele mirarlos poco más que como si fueran objetos inanimados y los llama «árboles». Yo no puedo menos que llamarlos amigos...
    Da igual que sean castaños, robles, fresnos, nogales o abetos... A todos, sin distinción, los considero mis amigos. No es sólo por su inestimable valor, ni por su estética, sino sobre todo por otra cosa que no sabría explicar... 
    Se trata de uno de mis pocos afectos que, usando términos hinduistas, se aparta de lo meramente «rajásico» y se acerca algo a la esfera de lo «sáttvico». Sin querer significar con esto nada fuera de lo común.
    En cualquier caso, benditos sean por siempre estos amigos árboles. Estos verdes compañeros de viaje, junto a los que puedo escuchar el seductor y amable susurro de la brisa (que a veces me cuenta historias), o la titánica  música del viento. Bajo cuya amplia sombra puedo guarecerme cuando el sol aprieta en verano, y cuya silueta desnuda, en invierno, se recorta por la noche contra un cielo lleno de estrellas, al que parecen tocar con sus largas, cimbreantes y afiladas manos, cual puentes entre la realidad y el sueño, como si acariciaran suavemente el infinito...  
  

Antonio H. Martín
(21 de diciembre, 2015)