Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







miércoles, 30 de diciembre de 2009

Viejo año que se va...



Viejo año que se va, no se sabe a dónde.
En ti hubo un poco de todo: puentes brillantes entre soles y aguas turbulentas, túneles oscuros que engullían las horas, blandas esquinas de cera que regalaban sorpresas, destellos en la noche, mesas de luz y palabras, portales abiertos, truenos del mundo y amables silencios.
Por tus caminos andaron los sueños, las nubes y la luna. Hablaron los árboles y las aves, y las piedras escucharon... Todo se intentó, todo me pareció posible, en algún momento. Y todo lo sentí lejano en algún otro, cuando me vencía la bruma. Pero casi siempre hubo una estrella sonriendo y una voz que llamaba.

-El poeta dejó la huella de su amor sobre el papel, nombrando a lo invisible; el pintor cubrió de vivos colores su lienzo y puso rostro y figura a sus ilusiones, a sus visiones; el músico dio voz al silencio y consiguió que las estatuas bailaran; y el pensador encontró una nueva salida del laberinto, otra ventana, otra puerta.-

Remolinos que giran y giran, norias del tiempo, entre luces y sombras, entre días y noches, entre el bostezo y el suspiro, entre el brillo y la nada.

Viejo año que se va, no se sabe a dónde, gracias por tu presencia, tu paso y tu huella. Acepto tu huida hacia el horizonte. Pero no te lleves contigo a las estrellas, y deja que la luna me siga contando sus historias, sus viejos relatos de dama enamorada.
Mi ventana seguirá abierta el nuevo año, de par en par, con viento, lluvia o nieve, porque sigo esperando al pájaro del sueño...


Antonio Martín
(30 de diciembre, 2009)





________________________

- "White Wings"
- música: Oystein Sevàg
- foto: "Invierno", regalo de mi amigo José Antonio Beorlegui

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Lluvia de luna




Mañana es esa noche que llaman "buena", una noche donde se supone que se reunen las familias y los amigos, con ánimo de fiesta, de alegre armonía, de buenos deseos y buenas promesas, con ánimo de reencuentro y de estrechar lazos. Noche de grandes comidas y grandes palabras, de risas y bailes, de besos y abrazos con sabor a vino y champán.
Bueno, en muchos casos será así, pero en otros no...

Los solitarios sólo pediremos a esa noche que tenga algún claro entre las nubes, que entre las olas de ruido haya alguna isla de silencio que nos permita leer y pensar, quizá escribir, o escuchar música auténtica, esa música que vuela...
Sólo que, a través de nuestra pequeña ventana, podamos ver caer algo de esa lluvia de luna que tanto necesitamos para seguir viviendo, para poder cruzar el puente entre la sombra y el sueño.
Y si eso no es posible, siempre nos quedará la mañana de "navidad", mañana silenciosa y tranquila, con calles vacías y abiertas, por donde el aire corre a sus anchas y hasta el sol se pregunta qué nuevo desierto está iluminando.


Antonio Martín
(23 de diciembre, 2009)


miércoles, 16 de diciembre de 2009

Extrañeza



Juan Muntañola había cumplido treinta y ocho años dos días antes, y esta tarde de otoño, mientras caminaba por el parque de vuelta a casa, bajo una fina lluvia y pisando el lecho de hojas caídas, lento y con la mirada un tanto perdida, comprendió que su vida se había llenado de extrañeza.
Iba recordando los detalles de ese día de anteayer; un día que debería haber sido alegre, por la visita de amigos y familiares, pero que se quedó en una especie de mala obra teatral, en la que no brillaba nada, el público no aplaudía y donde hasta el apuntador miraba constantemente el reloj entre bostezos.
Recordó que su madre le propuso hacer un viaje juntos a los valles de León en la próxima primavera, los valles en los que había transcurrido parte de su infancia y que él había querido conocer hace tiempo. Pero su respuesta fue negativa, dijo que estaba muy ocupado y no tenía tiempo para viajes ociosos. Eso fue lo que dijo, pero lo que sintió fue algo muy distinto...
Juan, ante esa invitación a la aventura sentimental, se quedó frío como el hielo. Sonrió, agradeció la idea, se disculpó, y notó que un vacío le mordía por dentro.

En aquel momento no entendió bien qué le pasaba, cual era la causa de su reacción. Pero lo entendía ahora, mientras caminaba despacio sobre las hojas caídas. Algo en su interior se había roto, un dique, antaño orgulloso y fuerte, se había derrumbado, y un mar de extrañeza había anegado su pequeño mundo personal. No sabía con exactitud el por qué, pero reconocía que ése era el paisaje que le rodeaba. Un paisaje vacío de destellos, oscuro, invadido por la distancia.
Al llegar a casa lo primero que hizo fue sentarse a su mesa y coger su viejo cuaderno, y allí escribió:

Hace un par de días cumplí treinta y ocho años. Ya son muchas sombras en la pared de mi tiempo. Azul, rojo y verde van cediendo ante el empuje triste del gris y el negro.
Vino a verme mi madre, y luego mi hermana me llamó por teléfono para felicitarme, y mi padre. Y más tarde vinieron de visita mi hermano y su novia. Hablé con voz ronca, me entregué un poco, sonreí otro tanto, sentí frío, sentí nada.
Sombras en la pared de mi tiempo... ¡Pero qué tonterías estoy diciendo! Ni sombras ni nada.
Sólo un par de vivos ojos asombrados.


Ya de noche, bajó a tomar café al bar habitual (se había convertido en una costumbre), y escuchó estas palabras de uno de los presentes:
-Yo aquí me siento en mi territorio. Esto es zona nacional...
Las palabras, el tono y la excesiva cercanía del citado presente, le impelieron a apurar su café y a salir rápidamente de su zona.
No es que sintiera temor, es que no quería castigar a su cansado estómago con una nueva náusea.
"La noche es mía", se dijo, "y voy sólo donde quiero".

De vuelta en casa, después de callejear un rato, se dedicó a mirar los libros, sus viejos amigos, pero no abrió ninguno. Sólo los miraba como desde lejos, desde muy lejos, quizá esperando alguna voz que le llamara. Pero no encontró más que silencio. Estaba claro que la extrañeza era ahora la dueña... Tan sólo llegó a coger uno de esos libros, El extranjero, de Albert Camus, miró su portada, le dió vueltas con la mano, como el que calibra un objeto cualquiera, pero tampoco lo abrió y volvió a dejarlo en su sitio.
Luego se puso a revolver entre sus papeles, como si buscara algo, pero sin tener una conciencia clara de por qué lo hacía. Y se encontró con una pequeña foto. Allí se veía a un joven de unos veintidós años, con el pelo largo, bigote y una tenue sombra de barba. Su expresión era seria, y sus ojos miraban con fuerza, intensamente, amorosamente, a no se sabe qué sueño lejano.
Juan buscó en su memoria, pero no logró dar con su identidad. Después fue a mirarse en un espejo, por si acaso, pero no, qué va, en absoluto, nada que ver, concluyó.
Así que se quedó con la duda: "¿Quién era ese joven?", se preguntaba, "¿y por qué tengo yo su fotografía?".

Todo, hasta su propia imagen del pasado, se le había vuelto extraño...


Antonio Martín
(16 de diciembre, 2009)

jueves, 10 de diciembre de 2009

Morlita *



Se supone que la tortuga tiene mucha paciencia, dada la lentitud de sus movimientos, pero hasta una tortuga puede cansarse de esperar, sobre todo si se ve encerrada y quiere salir afuera, que es donde está su mundo natural.
La tortuga sabe que es lenta, pero también que es segura. Y sabe asimismo que es mucho más rápida que el caracol, que su casa es más resistente y más fuerte su voluntad.
¿Conseguirá esta tortuga abrir la ventana y perderse entre la hierba y la lluvia?

Y ya que esto hoy va de tortugas, voy a poner un texto taoísta del amigo Chuang Tse:


LA TORTUGA

Chuang Tzu, con su caña de bambú,
pescaba en el río Pu.

El príncipe de Chu
mandó a dos vicecancilleres
con un documento oficial:
"Por la presente queda usted nombrado
primer ministro."

Chuang Tzu cogió su caña de bambú.
Observando aún el río Pu,
dijo:
"Tengo entendido que hay una tortuga sagrada,
ofrecida y canonizada
hace tres mil años,
que es venerada por el príncipe,
envuelta en sedas,
en un precioso relicario
sobre un altar,
en el Templo.

¿Qué creen ustedes:
es acaso mejor otorgar la propia vida
y dejar atrás una concha sagrada
como objeto de culto
en una nube de incienso
durante tres mil años,
o será mejor vivir
como una tortuga vulgar
arrastrando la cola por el cieno?"

"Para la tortuga", dijo el vicecanciller,
"será mejor vivir
y arrastrar la cola por el cieno."

"¡Váyanse a casa!", dijo Chuang Tzu.
"!Déjenme aquí
para arrastrar mi cola por el cieno!"


________________________

- del libro "El Camino de Chuang Tzu" (o Chuang Tse)
- versión de Thomas Merton
- Ed. Debate (Madrid, 1999)

- (*) el nombre de "Morlita" quiere ser un pequeño homenaje a Michael Ende y su Historia Interminable.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

A. Martín



No tiene ninguna importancia, pero quiero dar aquí una breve explicación sobre mi cambio de nombre, al igual que hice en su momento con el cambio de imagen, cuando el lobo que aullaba a la luz de la luna se transformó en un señor con gafas...
El nombre y los apellidos nos los ponen al nacer, no los elegimos nosotros, pero pasado el tiempo podemos estar conformes o no con esa imposición. En mi caso, puedo afirmar que nunca estuve de acuerdo con el mío, no porque no me gustara, sino porque no tiene nada que ver conmigo. "Castellón" es un apellido que me pusieron cuando yo ya tenía nueve o diez años; es fácil imaginar la causa...
Y "Martín" formaba parte de mi nombre primitivo, el que me pusieron al nacer.

No se trata de buscarse a estas edades, ya avanzadas, un pseudónimo literario. Eso es algo que no me interesa, entre otras cosas porque no soy escritor. Pero, no sé, es como si me hubiera cansado de llevar un apellido postizo. Me siento mucho más a gusto con el de "Martín", un apellido muy corriente pero al que siento mucho más cerca.
Los que me habeis leído sabeis que ya he hablado aquí de un tal Martín, presentándole como un íntimo amigo, e incluso como un alter ego... Pues bien, desde ahora yo soy ese Martín.
Esto lo podría haber hecho desde el principio, cuando empecé con este Cuaderno Nocturno, y también hace veinte o treinta años, pero... las cosas suceden cuando suceden, ni antes ni después. Quizá cuando las partículas de energía se unen en una dirección concreta. Y a mí me ha tocado en este mes de diciembre.

Como decía al principio, esto no es importante, pero quería dejar constancia del pequeño cambio. Un nombre no es nada, lo que vale es el ser que hay detrás.


Antonio Martín
(9 de diciembre, 2009)