El viejo soñó que paseaba por un largo camino, como en una tarde antigua. Era un camino recto que se perdía en un horizonte lejano e indefinido, en medio de una ancha llanura. Caminaba despacio, solo, pensativo, como siempre, dejándose llevar por la cadencia de un tiempo casi detenido, pausado, lento, un tiempo de sueños...
Poco a poco, el cielo se fue llenando de nubes oscuras, casi negras. El suave sol del atardecer pareció convertirse en luna, y la tarde se volvió noche. Pensó que una tormenta en aquel momento le pillaría totalmente desprotegido. No había ningún refugio a la vista, ni siquiera un árbol solitario en aquella inmensa llanura. Pero a pesar de eso, no apretó el paso, siguió caminando despacio, sin temor a la lluvia. Son cosas que pasan en los sueños, y el viejo sabía que estaba soñando. Tenía cierta curiosidad por saber qué se siente bajo un aguacero en medio de un sueño.
Al principio no se dió cuenta, porque sobre todo miraba hacia el cielo, pero luego vió que una figura se acercaba por el camino, en sentido opuesto al suyo. Había otro caminante en aquel sendero. Andaba también despacio, sin prisa alguna y como concentrado en sus pensamientos, porque mantenía su mirada fija en el suelo, en sus propios pasos.
Según se acortaba la distancia, el viejo pudo ver que se trataba de alguien de apariencia joven, alto, delgado y con pelo largo, que vestía como una ancha gabardina. Esto le extrañó, porque pensó que se trataría de un lugareño que volvía de sus labores en el campo, pero su juventud y su melena no encajaban en esa imagen.
A unos pocos pasos, los dos se pararon, frente a frente, y se saludaron.
"Buenas tardes, caminante", dijo el joven.
"Hola, buenas tardes. Qué raro se me hace encontrar a alguien en este camino", replicó el viejo.
"¿Por qué raro?", preguntó el joven, a quien se le apreciaba cierto brillo en los ojos, a pesar de estar de espaldas a la luz.
"Pues porque sé que esto es un sueño, y en mis sueños no suelo encontrarme con nadie, y menos en un camino solitario en medio de una llanura".
"Pues será ésta la primera vez, pero aquí estoy. A mí también me gusta caminar por sitios tranquilos y despejados. En la ciudad hay mucha gente, mucho ruido. La gente es buena, y constantemente me invitan a sus casas y me ofrecen su pan y su vino, pero aquí, en estos caminos, escucho mejor la voz que debo escuchar..."
"¿Y qué voz es ésa?, si puedo preguntar."
"Claro que puedes, viejo caminante. Además, estoy acostumbrado a las preguntas. Desde que recuerdo, no he hecho otra cosa que responder a las preguntas que me hacían unos y otros. La voz a la que me refiero es la voz de mi padre."
"¿La voz de tu padre?"
El viejo se acercó al joven y le miró directamente a los ojos.
"¿Tienes un rato para conversar?", preguntó el viejo.
"Sí, tengo tiempo."
"Sentémonos aquí en la hierba un momento. Aún no llueve, y cuando lo haga tampoco podremos hacer gran cosa, porque no hay ningún sitio donde refugiarse".
"Bien, sentémonos pues y hablemos. ¿De qué quieres hablar?"
Y se sentaron en el borde del camino, frente a frente, mientras las nubes se movían con el viento y la luz jugaba al escondite con las sombras, de manera que a veces era de día y a veces de noche.
"En primer lugar, ¿quién eres, joven caminante? ¿Cuál es tu nombre? ¿Y qué haces aquí, en un camino solitario de mi sueño? ¿Has venido a decirme algo?"
"Mi nombre no importa. Soy un simple mensajero, y ya te he dicho que estoy aquí porque me gusta caminar en soledad de vez en cuando. La ciudad está bien, hay buena gente, pero aquí escucho mejor la voz de mi padre. No he venido aquí a decirte nada, porque no podía saber que te iba a encontrar. Quizá seas tú quien deba decirme algo..."
"¿Yo?"
"Sí, ¿no dices que éste es tu sueño?"
El viejo miró al suelo, miró hacia dentro, hacia el horizonte, a las nubes oscuras, al sol o la luna, o lo que fuera aquella luz que venía y se iba... Y luego volvió a mirar a los brillantes ojos del joven caminante.
"Sé quién eres", dijo al fin.
"¿Me conoces?"
"Sí, te conozco, desde hace mucho tiempo."
"Me alegra oír eso. Para eso he venido, para que me conozcan todos, y a través de mí sepan de la voz de mi padre, que trae la buena nueva para todos los hombres."
"Amigo, permite que te llame así, no vuelvas a la ciudad, no vuelvas. Vete esta misma noche lejos, muy lejos. Hay otros muchos sitios donde puedes sembrar tu palabra. Aquí ya has cumplido."
"¿Qué me quieres decir?"
"Mira, joven caminante, mensajero de la buena nueva, yo te conozco bien. No soy un sabio ni tengo ningún templo, pero éste es mi sueño. Así que escúchame. La gente que dices es buena, sí, pero entre ella, mezclada con ella, está también la mala gente y la mala gente es la que siempre termina triunfando en este mundo."
"Te comprendo bien, viejo, pero ésa es precisamente mi buena nueva: la que dice que el mundo va a cambiar."
"No, querido amigo, el mundo no va a cambiar en absoluto. El mundo va a seguir siendo el mismo. Y tu "
buena nueva va a quedar como un bonito cuadro colgado de la pared, una música sublime y amable enmarcada, encerrada, que muchos adorarán pero que muy pocos seguirán."
"¿Adorarán? Mi buena nueva no es motivo de adoración. Yo he venido a romper los antiguos ídolos y ha señalar el camino. He venido a juntar al hermano con el que no es hermano, al vecino con el vecino, al enemigo con el enemigo... He venido a unir lo que está desunido. Mi misión es que todos se reconozcan como hijos del padre..."
"Amigo, créeme, tu misión será un absoluto fracaso", dijo el viejo, con un tono que quería parecer rotundo.
En esto, el joven caminante se retiró un poco y miró inquisitivamente al viejo. Unas tímidas gotas de lluvia comenzaron a caer. La tormenta estaba ya a punto de descargar.
"¿Quién eres tú, extraño caminante?"
"Mi nombre tampoco importa. Considérame un viajero del tiempo."
"¿Un viajero del tiempo? ¿Qué es eso? ¿No serás el mismo que me quiso tentar en el desierto?"
"No, amigo mío, no soy ése. Mírame como un brujo, un mago que viaja en el tiempo, y que ha visto lo que vendrá. Por eso te aviso que debes irte de la ciudad esta misma noche..."
"Te creo. He visto cosas extraordinarias, y yo mismo las he hecho, sin saber muy bien lo que hacía, sólo dejándome guiar por la voz... ¿Viajero en el tiempo, dices? ¿De manera, que has visto el futuro?"
"Sí, lo he visto y lo he vivido. De allí vengo, aunque para mí eres tú quien viene del pasado."
"¿Y por qué debo irme de la ciudad? He tenido un buen recibimiento, y cada vez son más los que me siguen..."
"Hazme caso, por favor, y márchate."
"¿Por qué, extraño caminante? ¿Qué puede pasar?"
La tormenta se abrió con un bramido, las nubes oscuras rompieron en una lluvia torrencial y los dos caminantes, joven y viejo, se pusieron de pie y buscaron un refugio. Ya no era día ni era noche. Todo era lluvia, truenos y relámpagos...
Cruzaron la valla que había a un lado del camino, con la esperanza de encontrar al final algo que los protegiera, alguna granja, un cobertizo, algo... Y lo encontraron. Un pequeño refugio de piedra, de los que usan los pastores. Allí se metieron, bajo el techo de ramas y paja.
"¡Gran tormenta!", exclamó el viejo.
"Sí, parece como si mi padre no quisiera que me dijeras lo que vas a decirme..."
El viejo se calló, y pensó en si era correcto decir lo que iba a decir. ¿No había oído muchas veces que el tiempo no debía manipularse? ¿que modificar cualquier nimio detalle podía cambiar la historia? Y en este caso el detalle era tan importante...
Pero... ¡qué demonios! ¿No era esto un sueño? ¿su sueño? Aprovecharía la oportunidad que se le brindaba.
"¿Y bien?", preguntó de nuevo el joven caminante. "¿Vas a decirme por qué debo marcharme de la ciudad?"
"Sí, amigo, te lo voy a decir... Si te quedas, morirás. Te apresarán y te matarán.
Una sombra fugaz cruzó la mirada del joven, como si eso que acababa de escuchar le tocara por dentro, en alguna herida oculta de sus entrañas.
"¿No dices nada?", inquirió el viejo.
El joven miró a los ojos al extraño viejo, y en su mirada, antes brillante, se derramó esa pena escondida. Lloró suavemente mientras decía:
"No puedo creer que mi padre permita eso..."
"¿Tu padre?", gritó el viejo con rabia. "Tu padre..."
"¿Qué sabes tú de mi padre?"
"No, nada, no sé nada. ¡Y tú, amigo, tampoco! Perdona que te lo diga, pero éste es mi sueño y digo lo que quiero."
Ya más tranquilo, con la mirada serena, el joven dijo:
"Mira, viejo y extraño caminante, no sé cuál es el sentido de este encuentro y por qué tú, que dices ser un viajero del tiempo, un mago o un brujo, me cuentas estas cosas. No sé quién eres en verdad, pero no necesito saberlo. Agradezco tu mensaje, y te digo que ya lo conocía. Hace tiempo que esa sombra está conmigo."
"¿Entonces?"
"No creo en ella. El maligno pone muchas trampas en el camino, para confundirnos e impedir que alcancemos nuestro destino, pero son sólo espejismos."
"¿Espejismos? Te digo que yo he visto el futuro, que si te quedas en la ciudad serás traicionado y muerto, y que más tarde tu muerte será presentada al mundo como un símbolo de redención."
"¿De redención de qué?"
"Dirán que moriste para redimir los pecados del mundo. Que con tu sacrificio el hombre quedaba libre del pecado original..."
"¿Pero qué tontería es esa? ¿Quién..., quién se inventó eso?"
"Bueno, los padres de la iglesia, los que luego contaron tu leyenda, a su manera."
"¿Pero, qué iglesia? Yo no tengo iglesia, mi único credo es la doctrina del amor, que es la que me enseñó mi padre."
"Tu padre..."
"Te repito: ¿qué sabes tú de mi padre?"
"Nada, nada..."
"Bien, entonces todo está en su sitio. Sé muy bien cuál es mi misión y mi destino es cumplirla. No creo que mi padre piense que deba ser sacrificado para redimir a nadie. Yo ya redimo a las gentes mostrándoles el camino del amor. Veo cómo sus penas se trocan en alegrías a mi paso. Y si acaso sucediera lo que dices..."
"¿Qué?", preguntó el viejo con cierta ansiedad.
"Si sucediera..., sería porque es su voluntad."
Había dejado de llover. Ambos caminantes salieron del refugio y se dispusieron a despedirse y a seguir su camino.
Pero aún se dijeron unas palabras. El viejo en primer lugar:
"Querido amigo, quiero que sepas que entiendo tu misión y tu fidelidad y tu firme creencia, pero, en serio, opino que lo mejor que podrías hacer es marcharte de la ciudad esta misma noche."
El joven puso su mano derecha sobre el hombro del viejo y dijo:
"Afirmas venir del futuro y que esto donde estamos es un sueño tuyo. Una amplia llanura, un camino, una tormenta y un pequeño refugio. Tu sueño, dices, y yo en él. Y pienso... ¿no será todo lo demás también parte de tu sueño? Yo no he vivido la historia que me cuentas, y, la verdad, no me gustaría vivirla, pero si así ha de ser, así será.
"Te agradezco tu aviso, pero también te digo que de nada sirve, porque la tormenta aparecerá siempre en el momento más inesperado, y siempre nos sorprenderá en una llanura, sin árbol, sin refugio, sin cobijo."
"¿Entonces?", volvió a preguntar el viejo. "¿Te irás de la ciudad? Puedes seguir predicando en otros lugares y ampliar así tu mensaje en el mundo."
"Mi mensaje no es mío, sino de mi padre. Y él dirá dónde debe acabar. Tranquilo, viejo caminante, no temo a la muerte. Sé bien que mi reino no es de este mundo."
"Ya, pero hay formas y formas de morir, y la tuya..."
"Una pregunta, viajero del tiempo, ¿cómo será el símbolo que identifique a mi iglesia?"
Después de varios segundos de silencio, el viejo respondió en voz baja, casi en un susurro:
"Una cruz."
"¿Una cruz? ¿una cruz romana? En verdad que los caminos de mi padre son inescrutables."
"¿Te parece bien?"
"Amigo, yo no sé qué es lo que está bien y lo que no, sólo él lo sabe. Yo me limito a transmitir su mensaje, su mensaje de luz y esperanza."
"Pero, ¿y si te digo que ese mensaje y esa cruz no van a servir para nada? Sólo será un símbolo vacío. Las gentes lo adorarán en los templos y lo llevarán colgando de sus cuellos, pero sólo como una especie de talismán, para que les protega de los males, pero sin que tenga nada que ver con mejorar sus sentimientos, sus actitudes hacia los demás... Tu imagen seguirá ahí clavada durantes siglos, para nada. ¿Es eso lo que quieres?"
"No, no es eso lo que quiero, ni creo que sea lo que él quiere. Pero si así ha de ser, así será, y ni tú, ni yo ni nadie lo va a poder impedir. ¿Acaso no sabes, viejo caminante que viaja en el tiempo, que la vida es un misterio?"
"Sí, lo sé."
"Pues deja que el misterio siga su rumbo. Porque de todas formas lo va a hacer..."
Ya de vuelta en el camino y después de un abrazo, cada uno siguió el sentido de su marcha. El joven hacia el este y el viejo hacia el oeste. No llevaban más de diez pasos, cuando el joven se detuvo y volviéndose le dijo en voz alta al otro:
"¡Viejo caminante! Cuando vuelvas a tu tiempo, mira a ver los símbolos, porque quizá haga caso de tu aviso y me vaya esta noche de la ciudad. Adiós, amigo"
Aquella noche, el viejo se levantó muy temprano, antes incluso de rayar el alba. Y se fue deprisa hacia la iglesia más cercana. Se llevó una muy grata sorpresa, porque encima del tejado no vio ninguna cruz, sino un símbolo muy distinto: un círculo que encerraba la silueta de un corazón.
No se podía creer lo que veían sus ojos. ¿Habría su sueño servido para algo? ¿Habría sido mucho más que un sueño? ¿O es que aún seguía soñando?
Sobre la torre de la iglesia, un gran pájaro oscuro con el pico amarillo, un mirlo, entonaba su canto incomprensible y armónico, aprovechando que las calles aún estaban vacías...
Antonio H Martín
(6 de abril, 2009)