Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







martes, 30 de abril de 2013

En el oráculo...



    Llegó allí, a aquel misterioso recinto del oráculo, después de seguir un largo y quebrado camino... Atravesando el bosque de los sueños, de hojas brillantes y azules, donde entre duendes y hadas se tejen en silencio las fantásticas filigranas que luego van a posarse en la mente de los atribulados durmientes. Y cruzando el río oscuro y frío que susurra secretos bajo la luna, ese en cuyas orillas se encuentran los árboles con los dorados frutos que proporcionan el bálsamo del olvido.
    Y tras subir a una empinada colina envuelta por el viento, que dominaba todo el valle, se encontró por fin en una sala grande y casi vacía con muros de piedra, ornados con extrañas pinturas que evocaban antiguos mitos olvidados. El ambiente, medio en penumbra, infundía temor y respeto, y entre el perfume del olíbano y la danza de las sombras provocada por un fuego que ardía en algún punto impreciso de la sala, el recién llegado se sintió fascinado y atemorizado a un tiempo, incapaz de pronunciar ninguna palabra. Pero después de unos minutos de silencio, se atrevió a hacer su pregunta a aquella figura que le miraba, quieta y callada, tras una hierática máscara de jade:

    —Oráculo, quiero saber cuánto me queda de vida.
    El oráculo consultó sus piedras y contestó, con voz grave y lejana:
    —Un año, quizá dos.
    —No, no me refiero al tiempo que me queda de vida, sino a cuánta vida queda dentro de mí...
    El oráculo volvió a consultar sus piedras y contestó:
    —Un kilo, quizá dos.
    —¿Y eso es mucho o poco? --preguntó de nuevo.
    El oráculo se quitó entonces su máscara de jade y dijo, algo irritado:
    —Oye, majete, el par de monedas que has dejado a la entrada no te da derecho a pasarte de la raya. Esto no es un consultorio ni el despacho del psiquiatra. Así que... ¡ya te estás marchando con la música a otra parte!
    —Usted perdone, señor Oráculo, yo creía que...
    —Nada, nada, lo de las creencias en el templo de enfrente. ¡Hala! ¡Fuera! ¡Humo!
   
    Y el caminante se marchó cabizbajo, pensando en que las cosas ya no eran como antes...


AntonioHMartín                                  

domingo, 28 de abril de 2013

El viajero



    Un inesperado cambio de tiempo ha ensombrecido y hecho huir a la sonriente primavera. Tanto es así que parece como si hubiese regresado el viejo invierno —a quien creíamos ya dormido en su lejana cueva—, a terminar no se sabe qué ocultas tareas. Quizás a recordarnos lo pasajeras y cambiantes que son todas las cosas... De manera que donde hace tan sólo unos días lucían suaves y alegres rayos de sol que invitaban a pasear por el jardín de Pan-yun-tuan, ahora todo son nubes grises, viento frío y una lluvia casi constante, lo que no invita sino a quedarse en casa y mirar el mundo tras los cristales. Así que me he dedicado a seguir con la lectura anterior, de "La atracción del abismo", ese interesante viaje por el paisaje romántico. Y entre otras muchas que he encontrado, rescato hoy un fragmento de esta pequeña joya, que trata sobre un conocido cuadro de Friedrich:

(ahm)
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    (...) La autonomización total del paisaje respecto al protagonismo humano no se da hasta la pintura del Romanticismo. La mente romántica está tan insaciablemente —y tan infructuosamente— anhelante de alcanzar la totalidad y la unicidad que erige al Espíritu de la Naturaleza en el genuino representante estético de su ansia: ésta es la razón de que el paisaje, cada vez más importante desde la crisis renacentista, se constituya en la principal manifestación de la pintura romántica.

    La ideología romántica es un viaje sin retorno hacia la unidad de una Belleza Esencial que es tan inexistente como irrenunciable. Este círculo vicioso le otorga toda su heroicidad y todo su patetismo. Ante "lo misterioso Uno primordial (Ur-Eine)", como lo califica Nietzsche, la conciencia romántica se enardece y se desgarra intuyendo que aquél es la fuente que nutre su creatividad y, al mismo tiempo, el abismo en el que se condena su vitalidad. Ante el "Alma del Mundo" —esta interconexión armonizadora y utópica que el pensamiento romántico toma prestada a la tradición neoplatónica— la sensibilidad romántica se conmueve en una combinación de gozo y melancolía. Y éste es el mismo doble sentimiento que el romántico siente ante una Naturaleza que tanto le sugiere y tanto le niega.
 
    Casi toda la obra de Caspar David Friedrich refleja esta Sehnsucht, pero hay un cuadro que lo hace con insuperable maestría: "El viajero sobre el mar de nubes". La composición de la tela gira alrededor de la central autoridad del "viajero" que, como es muy habitual en los personajes de Friedrich, se halla de espaldas al espectador. Este procedimiento acrecenta la fascinante ambivalencia de este hombre solitario, en el que puede adivinarse, ya la desolada percepción de su propia pequeñez ante la inmensidad, ya el vigor titánico que rememora Nietzsche al situar su encuentro con el Superhombre a seis mil pies de altura o que hace exclamar a William Blake: "Grandes cosas se realizan al encontrarse, cara a cara, el hombre y la montaña".

    El cuadro de Friedrich parece haber sido pintado en el momento mágico en que el hombre se enfrenta al Infinito. Encaramado, en apariencia, en el mismo borde de las rocas, la atracción del abismo se abre ante él con su doble rostro de terror y delicia. El mar de nubes —como el otro mar friedrichiano, el que parte de los muelles de Greifswald— invita al viajero a la navegación hacia la hermosura de lo inconmensurable. La gran tensión romántica entre la Belleza y la Destrucción ofrece al amante del Infinito sus frutos contradictorios. Miedo y dulzura se hermanan tal como ocurre en "El Infinito", de Leopardi:

    "...e mirando, interminati
    spazi di là da quella, e sovrumani
    silenzi, e profondossima quiete
    io nel pensier ni fingo, ove per poco
    il cor non si spaura...
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    ..............................................
    ..........  Cosí tra questa
    immensità s'annega il pensier mio:
    e il naufragar m'e dolce in questo mare"

    La mayor parte de los cuadros de Friedrich está guiada por la duda ilimitada que la contradictoria visión del Infinito, tan magistralmente explicada en los versos leopardianos, suscita en el hombre romántico. Es una "duda cósmica" que es fundamental en el momento de desvelar equívocos: el paisaje romántico no tiene nada que ver con las degradaciones bucólicas o pastoriles al que, con frecuencia, se ha asimilado, sino que es sustancialmente trágico. El artista romántico no se siente arropado por la Naturaleza, sino seducido y anonadado; el artista romántico celebra la Naturaleza, mas esta celebración no es sólo un canto a la Belleza primigenia, sino también al sacrificio aniquilador que se cierne sobre los hombres. Al igual que en los grandes himnos de Hölderlin y Wordsworth, al igual que en las sinfonías de Beethoven y Schumann. (...)


Rafael Argullol

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    No voy a añadir nada a la brillante exposición del profesor Argullol. Sólo decir que "El viajero..." es uno de mis cuadros preferidos de Friedrich, y que hace muchos años ya tenía una pequeña reproducción suya ante mi mesa. Cuando estaba en esa lucha interior, en esa tensión entre el "hacerse" y el "deshacerse", tan propia de la juventud, contemplar la pintura de Friedrich me animaba, me daba fuerzas para seguir hacia delante. Veía en ella la imagen del caminante solitario que miraba con asombro pero sin miedo, directamente, el rostro de su destino.
    Dice Argullol que el cuadro "parece haber sido pintado en el momento mágico en que el hombre se enfrenta al Infinito". Algo así es lo que sentía. Terror y delicia, sí, miedo y dulzura... El infinito tiene ese doble rostro. Pero ante su presencia, ante ese mar de nieblas entre las cumbres, el caminante, el viajero del alma no se desalienta, sino que, por el contrario, se siente crecer.
    Las tensiones y las luchas se suavizan con los años. Uno se va aclimatando a las circunstancias y aceptando sus, al parecer, irremediables limitaciones. Hay que saber adaptarse, dice la mansa voz del agua... Pero, siempre queda algo de aquello, el fuego no está, ni mucho menos, extinguido. A pesar de todo, aunque las fuerzas disminuyan, uno guarda en su pecho la simiente de lo que fue y sigue anhelando los mismos sueños del ayer. La Sehnsucht no es ninguna marea pasajera, ningún viento que huye abrasado por el sol de la realidad, sino algo que cala muy hondo en el corazón del hombre romántico. Muy hondo, y para siempre.
    ¿Por qué esta atracción del abismo?, preguntará quizás algún curioso lector, desconocedor del tema. Pues porque el romántico siente que en ese abismo, vertiginoso y terrible, seductor y exaltante, está oculto el tesoro que anhela. Sabe, o intuye, que sólo tiene que rasgar el peligroso velo de niebla, para encontrarse con aquello que ama. Los románticos son (somos) así...


Antonio H. Martín
(28 de abril, 2013)    


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libro: La atracción del abismo / un itinerario por el paisaje romántico
- Rafael Argullol
capítulo: "Paisajes de la nostalgia"
(Editorial Bruguera - Barcelona, 1983)
imagen: El viajero sobre el mar de nubes - Caspar David Friedrich              

jueves, 25 de abril de 2013

El poeta escondido



    Esta sustanciosa lectura he estado degustando hace escasamente una hora, en la tranquila buhardilla, casi ajeno al paso del tiempo, mientras más allá de la ventana una fulgurante luna llena iba pintando, caprichosa, nubes plateadas en el fondo de la noche, con su soñador pincel de luz y aire:

(ahm)
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    El sueño, para el romántico, es una necesidad y un poder. Necesidad porque, como afirma Goethe, "el hombre no puede permanecer largo tiempo en estado consciente y debe replegarse hacia el Inconsciente, ya que aquí habita la raíz de su ser". Poder porque el sueño es la inagotable fuente de energía creativa que, permaneciendo oculta y reprimida, debe ser desencadenada.
 
    Gotthilf Heinrich von Schubert, uno de los principales Naturphilosophen alemanes, utilizando un concepto clave, cree que el Inconsciente es un poeta escondido. En la misma línea, Hoffmann se refiere a él como a un poeta interior que, aunque late siempre, sólo se manifiesta esporádicamente. Este poeta oculto e interior es, en realidad, una prolongación y, todavía más, una autentificación de las potencias creadoras exteriores e incontrolables. "En el sueño" —escribe Schopenhauer— "las circunstancias que motivan nuestros actos se presentan como hechos exteriores e independientes de nuestro querer, a menudo, incluso, como acontecimientos odiosos y absolutamente fortuitos. Pero, al mismo tiempo, se descubre entre ellos una conexión misteriosa y necesaria, de manera que una potencia oculta parece dirigir el azar y coordinar, de un modo muy particular, estos acontecimientos a nuestra intención (...). Esta potencia combinadora no puede ser otra que nuestra propia voluntad, pero apercibida desde un punto de vista que ya no está situado en la conciencia de quien sueña".

    La interpretación de la esencia del sueño que hace Schopenhauer no es sólo la más perfilada definición del modo de ver romántico, sino que es una brillante anticipación de las tesis de la psicología moderna. Las imágenes de placer, transgresión y horror que, aparentemente externas y fortuitas, se proyectan en la pantalla del Inconsciente, se hallan en relación directa, aunque aletargadas y autocontenidas, con los movimientos de la voluntad consciente. La potencia oculta, el poeta oculto es el mismo Yo liberado de las cadenas de la racionalidad y, consecuentemente, crecido hacia los horizontes imposibles del cielo y del infierno.

    El artista romántico se propone, como una tarea básica, liberar a esta potencia poética oculta —a esa "poesía involuntaria", en palabras de Jean Paul— que es el Inconsciente. El artista romántico se propone convertirse, voluntariamente, en sonámbulo para así, más allá de la conciencia diurna, ser capaz de indagar en la torrencial riqueza de las sombras.


Rafael Argullol *

("La atracción del abismo", 1983)

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    Sustanciosa lectura, como decía, además de música para este caminante que siempre gustó de nadar en los lagos y ríos de lo romántico. Paisajes de un azul intenso y profundo, que nada tienen que ver con las suavidades bucólicas ni con las tibias sonrisas de lo superficialmente amable. Que el sueño es una necesidad y un poder es para mí, desde siempre, una realidad absolutamente incontrovertible. Bucear en el vasto e intrincado inconsciente es el más valioso vuelo de la conciencia que puedo imaginar. Y conectar con ese "poeta escondido", con esa fuerza lúcida, aunque misteriosa, con ese océano mágico en que las sombras pueden llegar a brillar como diamantes, es para mí casi como una palingenesia, en el sentido de un resurgir animoso de entre la ceguera y el aturdimiento de lo oscuro y anodino. Volver a la luz de lo inconsciente, sí, eso es lo que más me interesa, lo que más importa y atrae a este caminante que alguna vez soñó con ser un vagabundo bebedor de estrellas.
    Hace tan sólo dos días hablaba aquí de buscar la necesaria resonancia ante el jardín de Pan-yun-tuan, y terminaba diciendo que cuando no salía bien había que volver a intentarlo, y que lo mejor era hacerlo con la lámpara que esa noche nos regalase algún sueño... Bien, pues en mi caso se trató de un sueño raro y complejo: en concreto estuve en una encarnizada batalla contra una legión de extraños monstruos polimorfos, en la que los humanos, afortunadamente, parecíamos ir ganando. No recuerdo ningún final, puede que no lo hubiera, pero sí recuerdo bien que maté varios de esos monstruos esa noche, y la sensación por la mañana, cuando volví a visitar el jardín, era buena y tenía fuerza. Lo que se tradujo en cierta grata resonancia.
    Ahora me voy a mirar otra vez por la ventana, para ver cómo lleva la luna su pintura en el lienzo de esta noche que ya acaba. Y luego, de nuevo, a nadar en el mar del inconsciente. Para descansar, evidentemente, pero también por si hay suerte y escucho la voz del poeta escondido.


Antonio H. Martín
(25 de abril, 2013)

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* Rafael Argullol (1949)
-profesor de Estética de la Universidad de Barcelona.
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libro: La atracción del abismo (un itinerario por el paisaje romántico)
- Rafael Argullol
- (Editorial Bruguera - Barcelona, 1983)    

martes, 23 de abril de 2013

Resonancia



    "Yin, un nativo de Chinchow, preguntó en cierta ocasión a un monje taoísta:
    —¿Cuál es la idea fundamental del I Ching?
    El monje le respondió:
    —La idea fundamental del I Ching se puede expresar en una sola palabra: Resonancia."


    Se cuenta que el maestro del paisajismo Wo-Tao-Tzu salió un día por encargo del emperador a pintar unos bambús junto al río. Permaneció allí todo el día y regresó sin haber dado una sola pincelada. "Lo tengo todo aquí", dijo, señalando su corazón. En esta actitud de Wu-Tao-Tzu se compendia la actitud taoísta frente al arte: el contenido del arte son estados de ánimo; el objeto del arte es transmitirlos. Y la posibilidad de transmitirlos estriba en la existencia en el universo de fenómenos de resonancia entre seres o sistemas diversos. Y la posibilidad de resonancia se basa en la existencia de isomorfismos (o similitud de estructuras) entre los diversos seres, que es el viejo postulado chino de la armonía universal. Es pertinente hacer notar aquí que el concepto de isomorfismo es la base de la moderna corriente de pensamiento estructuralista.
    Abraham Maslow mantiene que la comunicación entre la persona y el mundo depende en gran medida de su isomorfismo (similaridad de estructura o forma); que el mundo sólo puede comunicar a una persona lo que esa persona merece, es decir, lo que esa persona es capaz de captar, el nivel a que está. El significado de un mensaje depende no sólo de su contenido, sino también del grado en que la personalidad es capaz de reaccionar ante él. El significado "elevado" sólo es perceptible a la persona "elevada". Cuanto más alto es, más puede ver.
    Como dijo Emerson: "Tal como somos, así vemos" ("What we are, that only can we see"). Pero hay que añadir que lo que vemos tiende a su vez a hacernos lo que somos: "La relación de comunicación entre la persona y el mundo es una relación dinámica de formarse mutuamente y de elevarse o rebajarse el uno al otro; un proceso que podemos llamar 'isomorfismo recíproco'. Personas de alto nivel pueden entender un conocimiento de nivel más alto; pero también un nivel más alto en el entorno físico tiende a elevar el nivel de la persona, igual que un nivel bajo de ambiente tiende a rebajarla. Se hacen cada vez más el uno como el otro". (Abraham H. Maslow)


Luis Racionero

("Textos de estética taoísta", 1983)

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    Es precisamente esa resonancia lo que anda uno buscando cuando pasea por el extenso y mágico jardín de Pan-yun-tuan, es decir, por los variados y ricos senderos de la naturaleza. Es ese "isomorfismo" lo que espera uno encontrar en cualquier recodo del camino. Y cuando esto no sucede, y tenemos que volver a casa con las manos vacías, la respuesta es evidente: el propio espejo no está lo bastante limpio, y por eso no ha podido reflejar la magia del mundo. El secreto íntimo del jardín se nos ha escapado ese día, no hemos podido captar sus destellos, la música no ha llegado a nuestros oídos, no hemos encontrado la necesaria y vital resonancia...
    Y entonces pensamos en las palabras de Maslow, de que el mundo sólo puede comunicar a alguien lo que ese alguien merece. Y viene el lamento, el sentimiento de frustración, y nos metemos absurdamente en el inútil y falso camino de la neurosis, que no hace sino revolvernos en nuestra propia sombra. No nos queda entonces otra posibilidad más que la paciencia, la de esperar al día siguiente, e intentar mientras, durante esa noche, aquietar las aguas, apagar poco a poco el ruido de fondo que nos bulle por dentro, que es precisamente lo que nos ha impedido escuchar la música del silencio.
    Porque sabemos muy bien que en ese mágico jardín hay muchas resonancias. Hemos oído ya otras veces sus violines y el piano de su alma, hemos llegado a sentir la caricia del aire, cuando el aire nos habla, y el beso de la luz inclinada, cuando la luz nos mira. Y deducimos por ello que el problema no está fuera, sino adentro. De ahí que nos sintamos pobres e incapaces ese día, culpables de haber sido momentáneamente expulsados de ese siempre maravilloso edén.
    No hemos logrado aún ser taoístas, sólo somos caminantes cuya mirada algunas veces despierta en medio de oscuridades, y cuyo corazón en ocasiones resuena con empatía frente al susurrante jardín de Pan-yun-tuan. Así que mañana volveremos al camino, a intentarlo de nuevo, a buscar la resonancia perdida. Y llevaremos como único equipaje la lámpara que esta noche nos regale algún sueño.    


Antonio H. Martín
(23 de abril, 2013)

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libro: "Textos de estética taoísta" - Luis Racionero
(Alianza Editorial - Madrid, 1983)  

viernes, 19 de abril de 2013

El oro y el barro



"No se puede ser vagabundo y artista y al mismo tiempo un burgués sano y cuerdo. Si quieres embriaguez, ¡acepta también la resaca! Si quieres sol y bellas fantasías, ¡acepta también la suciedad y el hastío! Todo está dentro de ti, el oro y el barro, el deleite y la pena, la risa infantil y la angustia mortal. ¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada, no intentes rehuir nada! No eres un burgués, tampoco eres un griego, no eres armónico y dueño de ti mismo, eres un pájaro en plena tormenta. ¡Déjala rugir! ¡Déjate llevar!"

Hermann Hesse


    Toda una lección del maestro Hesse, que deberíamos aprender y no olvidar nunca. Recomendable sobre todo para personas como yo.
    Vagabundo y artista..., este binomio, que recuerda a la atractiva y mitificada bohemia, está directamente relacionado con cierto sueño de vida. Ese que suele acompañarnos en la juventud, cuando uno se siente con fuerzas para elegir aquello que siente como su camino. Algunas azules cimas son conquistadas, cuando los vientos son propicios. Algunos valles esmeralda nos llegan a pertenecer, cuando la luz inclinada está de nuestra parte. E incluso llegamos alguna vez a poseer dorados tesoros que encontramos siguiendo viejos mapas que cayeron en nuestras manos por una graciosa casualidad... Pero a todos esos momentos brillantes siempre les sigue el lado inverso de la sombra.
    La copa es buena, la bebemos hasta el fondo con delectación, pero detrás está su final. Esa sensación de vacío y de pérdida que viene después, cuando volvemos a ella y no encontramos ya más vino... Sabemos que allí, en esa curva del desierto, está el pozo escondido, pero, sin saber por qué, allí ahora no vemos nada. Sólo la muda vastedad del desierto. Y es cuando la sombra nos mira afilada y fría, y parece reírse de nosotros. Esto es lo que, desconcertados, no sabemos aceptar, y esto es, precisamente, lo que hay que asumir y comprender. Que después de la musical noche de estrellas y luna, donde las nubes son besos y el aire acaricia como un sueño, viene el otro lado, la parte contraria, el silencio y el vacío...
    El oro y el barro forman parte de un mismo dibujo. Y no se puede pretender que a un día en el paraíso le siga otro. Después del paraíso, viene siempre el infierno. Tras el infierno, quizás, vuelva el paraíso, pero el infierno es ineludible. La tormenta es así, y nosotros no somos más que pájaros en medio de la tormenta. Dejarse llevar, como dice Hesse, es la única salida posible. El fuerte viento y la lluvia pasarán, volverá la calma, y tal vez regresen los aires suaves y amables, pero mientras tanto tenemos que aceptar la realidad de la tormenta.
    No, no se puede ser vagabundo y artista y asimismo un burgués sano y cuerdo. Ambas historias se contradicen demasiado. Así que, si el camino elegido es el primero, no nos queda sino aprender a navegar y saber resistir los embates. Más allá de los surcos de barro que ahora pisamos está la copa de oro en que bebimos ayer. El pozo escondido del desierto nos espera tras la siguiente duna...  
 

Antonio H. Martín
(19 de abril, 2013)

lunes, 15 de abril de 2013

Recuerdos de Montagnola


    A veces vivimos momentos que están tocados por una cierta magia, pero no siempre somos conscientes de ese hecho, de la pequeña maravilla vivida, hasta mucho tiempo después...
    Me doy cuenta hoy, después de más de treinta años, que quien me recibió en 1979 en la Casa Camuzzi, de Montagnola, no fue el escritor chileno Miguel Serrano, sino el mismo Hermann Hesse... Por eso cuando envié una carta al autor americano, pasados unos cuantos años de mi viaje, éste me respondió que no me recordaba. Y no fue sólo por la lógica razón del tiempo transcurrido y por ser yo un desconocido, sino porque en esencia —ahora lo veo— no había sido él quien me había recibido amablemente, mostrado el salón de la casa con sus valiosos recuerdos (entre ellos, el espejo de Klingsor), y regalado algunos libros, sino que detrás estaba la mano de mi estimado "tío Hermann".
    Ya narré aquí hace tiempo los detalles de esa inolvidable visita. Por ejemplo, nada más llegar frente a la Casa Camuzzi, cuyo oscuro portal apareció ante mis ojos como la entrada de un templo sagrado, me quedé unos minutos quieto, mirándola, y un hermoso gato se acercó a mí y se dejó acariciar... Como en un gesto de bienvenida. Y más tarde comprobé, en un libro biográfico sobre Hesse que adquirí en la cercana Lugano, que el gato preferido del tío Hermann era asombrosamente parecido al que se me había acercado... Puedo entender que esto que digo suene a simple coincidencia, además de que no creo que todos los gatos de Montagnola sean iguales..., pero uno interpreta las cosas a su manera y se permite, de acuerdo con sus sentimientos, encontrar un sentido personal a la experiencia.
    Lo que está claro es que durante esos días era casi constante la sensación de una presencia invisible. Y puedo afirmar, por tanto, que casi continuamente sentía que el espíritu de Hesse me acompañaba. ¿Quién si no? Al fin y al cabo, había viajado hasta allí para eso, para sentir de cerca los lugares en los que había vivido el maestro y para intentar encontrarme con su espíritu. No es que llegara a ver un fantasma, ni sólo que ese pueblo estuviese impregnado de su recuerdo. Pero sentí, sobre todo en ciertos momentos, que detrás de mis pasos, como guiándome, estaba él...
    Cuando crucé el umbral de la Casa y llamé a la puerta que daba al antiguo aposento de Hesse, me abrió un señor alto, serio y elegante, vestido de traje gris, al cual expresé los motivos de mi presencia allí. Le dije que era un gran admirador de la obra de Hesse, que venía desde muy lejos, y poco más... El señor (que luego resultó ser el escritor y diplomático que he nombrado al principio) me escuchó sin decir nada. Imagino que un tanto perplejo por mi extraña visita. Y cuando, pasados unos segundos, comprendí que era absurdo seguir ante esa puerta, e hice ademán de marcharme, el señor en cuestión recuperó el habla y me dijo textualmente: "alguien admirador de Hesse y que viene de tan lejos, no se puede quedar en la puerta..." Y me invitó amablemente a entrar.
    En fin, cualquiera puede entenderlo como desee. Pero para mí que fue el mismo Hesse quien en ese instante intercedió en mi favor y no quiso que me fuera con las manos vacías... Fue su regalo a ese joven caminante que había venido de un país lejano con el corazón lleno de sueños.  
     


Antonio H. Martín
(15 de abril, 2013)

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imagen: Montagnola, acuarela
(Hermann Hesse - 1929)

domingo, 14 de abril de 2013

El árbol y la estrella




EL ÁRBOL Y LA ESTRELLA

(cuento infantil)



  Había una vez, en un país no muy lejano, un árbol solitario que estaba enamorado de una estrella.
  Algunas noches, cuando un cielo sin nubes lo permitía, conversaba con ella desde la distancia.

  —Lo siento, amada mía, pero esta noche estoy triste —dijo, quejumbroso, el viejo árbol—. Me duele mucho el no poder moverme...
  —Todo está en movimiento, querido amigo. El planeta en que hundes tus raíces se mueve, viaja por el universo. Hasta yo misma, y todas mis hermanas, me muevo siempre. Una mirada fugaz puede dar la impresión de que estoy fija en el cielo, pero no es así.
  —Sí, pero yo lo que quisiera es poder viajar hacia ti y abrazarte. Es cierto que nos movemos, sí, pero en realidad nos mueven... Son las fuerzas que rigen este universo las que nos llevan a su antojo. Nuestro movimiento no es voluntario, no vamos a donde queremos...
  —Árbol, árbol, no te lamentes. Todo lo cambia el poder del tiempo. No siempre he sido una estrella, ni tú un árbol...
  —¿Qué quieres decir?
  —Pues que cualquier forma es cambiante. El infinito río de la vida está lleno de transformaciones. Lo que ahora parece estar preso para siempre en su forma concreta, ayer tenía otra diferente, y mañana tendrá otra distinta de la actual.
  —¿Cómo sabes eso?
  —Bueno, querido amigo, las estrellas somos muy viejas y hemos visto suceder millones de cosas desde aquí arriba. Nuestra perspectiva es mucho más amplia y profunda. Tú, comparado conmigo, eres un espíritu muy joven y a tu visión le falta aún mucha experiencia.
  —Pero, pero... ¿en qué me ayuda a mí eso? Ya he dicho cual es mi deseo... ¿De qué me sirve saber que algún día seré distinto, que no seré un árbol? ¿En qué cambia eso mi pena de ahora?
  —Amigo mío: aunque pudieras viajar hacia mí, en alguna de esas naves de los hombres, seguirías siendo un árbol. Y... ¿sabes qué le ocurre a un árbol como tú si se acerca demasiado a una estrella?
  —Entiendo... Mi amor es imposible.
  —Debes saber esperar, amigo.
  —¿Esperar? Eso es precisamente lo que hago siempre, amiga mía. Toda mi vida es una continua espera. No hago otra cosa que esperar...
  —Querido árbol, también yo deseo tu presencia cercana y no tener que hablar contigo desde esta distancia tan grande. Recuerda que compartimos este amor... Pero eso ahora es irrealizable. No puede ser.
  —Ay, cariño... qué difícil es todo.
  —Comprendo que tu noción del tiempo es muy limitada, y que lo que para ti es un lago para mí es sólo una gota de lluvia. Pero..., así nos hemos encontrado. Tú como árbol y yo como estrella. Así que...
  —Hay que esperar a la transformación... ¿No hay otro remedio?
  —Sí, así es. El único remedio es saber esperar. Y, mientras tanto, ir transformándote por dentro.
  —Pero, amiga, ¿y si luego no me convierto en estrella, sino en otra forma con la que me siga resultando imposible acercarme a ti?
  —Árbol, no mires las cosas de esa manera. Tu deseo debe, en principio, ser firme, debes desear por encima de todo convertirte en estrella. Eso hará que en tu corazón empiece a surgir la semilla. De lo demás, no te preocupes. Las estrellas tenemos ciertos poderes, ¿sabes?
  —¿Ah, sí?
  —Claro, de algo tenía que valer ser una estrella. Y créeme si te digo que tenemos muchos poderes, que a ti te parecerían fantásticos.
  —No sé, pero..., creo que me está aliviando algo la conversación de esta noche.
  —Me alegro, querido amigo. Ya verás como el tiempo pasa deprisa y tu espera no será tan larga como la sientes ahora.
  —Bien. Me quedo más tranquilo. Dormiré mejor esta noche pensando en todo lo que me has dicho. Siento como... un cosquilleo en el corazón, como si empezara a nacer una nueva alegría...


  En ese momento, el padre levantó los ojos del libro de cuentos y miró a su hijo, para ver cuál era su expresión. Pero el niño ya se había dormido. Así que cerró el libro, arropó mejor al pequeño y salió de la habitación en silencio.
  Al oír que se cerraba la puerta, el niño, que en realidad seguía despierto, dijo en voz baja, con un gesto de burla:

  —¡Bah, qué tontería de cuento! Todo el mundo puede imaginar que lo que de verdad quería el árbol no era ser una estrella, sino un caballo o un halcón...

  Cogió el libro, que reposaba sobre la mesilla de noche, y lo lanzó lejos.
  Al padre, que aún estaba cerca, le pareció oír un ruido extraño y regresó al cuarto. Inmediatamente, el niño volvió a hacerse el dormido.



AntonioHMartín

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imagen: Haiku (7-Abr-2012)
 


domingo, 7 de abril de 2013

Caminando por el infinito...



    Caminar por el infinito..., eso es lo que hago a diario, lo que hacemos todos. Aunque a menudo no seamos conscientes de ello, porque la parcelación de nuestras mentes suele traducirse en dicotomías ficticias en medio del inmenso mar de la conciencia, y donde no hay sino una corriente de agua ininterrumpida, estelar y telúrica, nosotros vemos barreras y diques insalvables, abruptos farallones que impiden el paso y oscuras simas que separan lo que en realidad es abierto y continuo.
    Constantemente estamos caminando por el infinito. Yo algo cansado, pero con la sensibilidad y la memoria lo bastante despiertas... Recuerdo ahora, por ejemplo, que poco antes de cumplir los dieciséis años (hace una enormidad de eso) me hice un buen regalo: sacarme el carné de socio de la hemeroteca de mi ciudad. Donde, en esas antiguas mañanas de primavera, pasé horas muy agradables e interesantes leyendo viejas revistas y periódicos. Estaban entonces muy de actualidad los temas parapsicológicos, y recuerdo que me aficioné, sobre todo, a leer ciertos artículos que hablaban de esas curiosas experiencias de "más allá del umbral"... Esas en las que alguien sufre una "muerte clínica", de la que luego regresa y puede narrarnos su vivencia, como si de un extraordinario viaje se tratara.
    Así es como lo veía, como un viaje de la conciencia, pero un viaje absolutamente real, un auténtico paso al "otro lado", una incursión en lo insondable. Y me parecía muy atractivo todo lo que esa gente contaba de sus experiencias. Tanto, que mi mente adolescente, fácilmente impresionable, se sintió vivamente seducida, y llegué a desear viajar a esa otra dimensión cuanto antes, aunque para ello tuviera que morir. Ya que la muerte no era ante mis ojos, después de impregnarme con esos intensos relatos, más que una transición hacia otro plano de la existencia, uno mucho más sugestivo que el en que me encontraba.
    Poco después cayó en mis manos un libro que avivó aún más, si cabe, mi atracción por el tema: "Viaje al Antiuniverso", del parapsicólogo Julio Roca Muntañola. En él se hablaba mucho de los llamados "viajes astrales" y aparecían también esos relatos de experiencias involuntarias en el más allá, con profusión de detalles. Ello contribuyó, como digo, a aumentar mi sugestión y empecé a pensar muy seriamente en intentar hacer uno de esos viajes. Incluso aunque fuera el definitivo, como dije antes, sin posibilidad de regreso... No me importaba. Hasta tal punto me atraía una dimensión que parecía entroncar de manera sustancial con el mundo de mis sueños, que ya entonces era mi verdadero hogar, muy lejos de la vulgaridad del mundo cotidiano normal.
    Cuento todo esto porque desde mi más temprana juventud, quizás desde la misma infancia, ha habido en mí lo que podríamos llamar, sin temor a la exageración, una intensa sed de absoluto, un fuerte deseo de caminar por el infinito, tal vez debido a un carácter esencialmente romántico... Y en ese campo de los viajes astrales y las experiencias más allá del umbral, en ese cruzar la puerta del misterio y acceder al "otro lado", veía como un puente mágico que llevaba directamente hacia eso que tanto deseaba. El encuentro con lo absoluto, el poder caminar por las vastas sendas del infinito, sin ataduras de ningún tipo, en donde la vida puede expresarse con total libertad, tocando todos los puntos posibles e imposibles. Algo que ya había rozado y presentido en algunos de mis sueños. No en el sentido de ser una especie de pequeño dios, sino en el de un raro caminante que tiene el poder de moverse libremente para abrazar gran parte de la amplísima multiplicidad de la existencia. Con la facultad para superar cualquier muralla o foso, y teniendo las llaves de muchas de las puertas labradas que pueblan las galerías del sueño.
    Por esa extensa y asombrosa playa quería pasear, por ese profundo océano plagado de ignotos tesoros deseaba navegar... En fin, delirantes ensueños de adolescente, supongo.

    Pero, pasando el tiempo, me fui dando cuenta de algo que estimé importante, de que "el infinito" no está sólo más allá del umbral, sino que está también aquí, en nuestra vida cotidiana, normal o no. Porque, como dice un antiguo conocimiento (el alquímico, creo): "tal como es arriba, es abajo". Y aunque nos engañe la diferencia entre lo concreto y lo abstracto, entre el mundo de las formas y lo informe y etéreo, hemos de reconocer que todo está tocado por una misma sustancia. Así como todo está, en mayor o menor medida, cubierto por el velo del misterio.
    Por supuesto que no estoy descubriendo nada, pero me sigue resultando curioso observar con qué facilidad solemos deslindar una dimensión de otra. A una, a la que nos es inabarcable e inconcebible, la denominamos como "lo infinito", y a la otra, a la aparentemente más cercana y que podemos más o menos entender, como "lo finito". Es evidente por qué lo hacemos así, pero esto no debe hacernos olvidar que lo infinito comprende también a lo finito. Ambas "dimensiones" (por seguir llamándolas así, para entendernos) son en realidad una sola. De manera que incluso habitando en este más acá del umbral, en esta vida material que conocemos, estamos "caminando por el infinito".
    Está claro que lo que nos hace separar ambos conceptos es simplemente nuestra percepción, que es en extremo convincente. Y es lógico que lo hagamos así, porque para nosotros está muy definida la línea entre la luz y la sombra... Pero si pudiéramos tocar el suelo en que se "separan", notaríamos que la misma suave y brillante arena se desliza en ambas, movida por una misma brisa... Y eso es precisamente lo que creo que consiguen ciertos sueños, o los llamados "viajes astrales", fenómenos ambos ciertamente extraordinarios en los que se produce un notable cambio de postura en nuestra visión, o, como decía Castaneda, un "movimiento del punto de encaje de nuestra percepción". Asunto éste que vuelve de nuevo a recordarme mis viejos ensueños de juventud, porque abre todo un fulgurante abanico de posibilidades, dando alas al sentimiento. Así que, al menos por esta noche, me permitiré seguir ensoñando.  
    Y aquí dejo ya este tema, porque de momento no creo necesario decir nada más. Y espero que no haya sido demasiado...        

    En cuanto a mi presente..., a veces me siento como el monarca de un reino perdido, destronado de una noble realidad que fue disuelta por vientos extraños... Pero eso no es óbice para que me dé cuenta, cuando un claro entre nubes me lo permite, de que, a pesar de cualquier sombra, camino por el infinito. Lo que me hace sentir de un modo un tanto especial... Es bueno saber que esto que nos ocurre forma parte de la más fabulosa de las aventuras. Nada menos que la aventura infinita de la vida


Antonio H. Martín
(7 de abril, 2013)

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imagen: por Bobby Bong