Desde siempre, desde que recuerdo, he sido y soy un amante de la luz inclinada, sesgada, oblicua. Esa luz que se ve al atardecer, cuando el sol se va de viaje y suaves sombras empiezan a acariciar el mundo; esa luz que veo ahora mismo incluso, por la mañana, con este sol de invierno que mira a la tierra de reojo... Esa luz, no sabría explicar por qué, es la que a mí me toca, me llega, me habla.
Nietzsche, por ejemplo —otra vez él—, amaba el mediodía. Ahí es donde veía el punto más valioso, más pleno y real, en el cenit, en esa ausencia de sombras, en esa inundación de luz. Él lo llamaba "la hora justa". No sé si esto lo aprendió de Aristóteles, de Platón o de sí mismo, pero ahí, en esa verticalidad de la luz, es donde creía ver la imagen desnuda de lo auténtico. Yo, en cambio, no lo veo así. Para mí el mediodía es sólo un deslumbramiento, un exceso de luminosidad que me impele a ocultarme tras de alguna sombra. Quizá es así porque tengo delicada la mirada, porque mis ojos son débiles, o puede que sea por otra cosa...
Y esa otra cosa es mi espíritu soñador, que necesita de oscuridades para salir de casa. El panorama deslumbrante del mediodía crea un mundo griego, o romano, de líneas rectas, claras, sin grietas, y unas figuras robustas y contundentes, como columnas de piedra sosteniendo un gran templo solar. Ante este panorama tan fulgurante y concreto, mi espíritu céltico, amante de lo abstracto, de lo numinoso, corre hacia lo profundo del bosque, buscando el amparo de las sombras amigas; donde lo natural se expresa en susurros, donde no hay un gran mar pintado de luz, espejo del sol, sino un pequeño arroyo que murmura; donde la luz se inclina suavemente hacia la tierra, como besándola, en lugar de herirla, de cegarla con su abrazo de gigante. Donde el silencio no es una voz imponente y seca, de desierto, que grita verdades como puños o castillos, sino una música amable y encantada, entretejida de sueños.
No sé, en realidad, en qué tabla de la ley está escrito que el sol más alto es el sol de la verdad. Pero sea cual fuere, esa tabla nunca estará en mi casa, nunca formará parte de mi colección de voces esculpidas. No sabría qué hacer con ella, ni siquiera dónde ponerla. Mis libros me hablan de otra manera, tienen una voz diferente, me cuentan otras cosas, y en sus páginas brillan distintas historias, en las que danzan los sueños, entre luces y sombras...
Soy un amante de la luz inclinada.
Antonio H. Martín
(8 de febrero, 2009)
No creas que me gusta la adulación, es sólo que has descrito magistralmente mis querencias, mi gusto por esos rayos oblicúos que en las horas centrales del día traspasan las persianas de mi casa, por esos atardeceres dorados y violetas.
ResponderEliminarMi momento preferido del día es el crepúsculo(preciosa palabra). Debe ser cosa de temperamentos melancólicos y soñadores...será por eso, por esa luz tamizada, inclinada, que prefiero los otoños.
Un abrazo.
Bueno Antonio, el sol de medio día que tanto le gustaba a Platón, tu prefieras el sol quebrado de la tarde, tenga su explicación en que en la penumbra de la sombra los rayos del sol aparecen dibujados, como cuando salias en busca de la luna, ella te hablaba de los mensajes del sol dibujado.
ResponderEliminarSaludos.
Precioso Antonio, vuelves a mostrarnos tu Yo romántico, en esa pelea de sombras y luces...la luz inclinada, el alma la sigue.
ResponderEliminarEstás lleno de imágenes y simbología, casi onírica, te felicito, es de lo que más me gusta leer...y aprender!
... y es que para los gustos están los colores, y sabemos de los colores por la luz precisamente.
ResponderEliminarEsta maravillosa luz de un día de invierno...
Un abrazo.
Antonio:
ResponderEliminarQué bien escribes y describes. Me identifico con ese ejercicio tuyo de mirar lo exterior y al mismo tiempo "ver" cuestiones interiores, emocionales, profundas.
Y me pasa como a ti: el sol candente de mediodía, me encandila, me deslumbra tanto, que me obliga a buscar refugio. En cambio, la luz oblicua (como en "El País de las Sombras Largas")de un amanecer o un atardecer me dan más posibilidaders de observar, pensar y ensoñar. Esto habla, sin duda, de temperamentos románticos e inclinados a la contemplación.
Un beso
Liz
Amante de la luz oblicua: He de decir que he quedado deslumbrada por esa luz que se inclina para besar la tierra sin herirla.
ResponderEliminarEs en esa precisa hora donde yo comienzo el día, donde mi espíritu por fin se une a mi cuerpo y podemos caminar juntos hasta que por fin sale la luna y comienza la danza de la vida.
Ha sido un verdadero placer leerte. Enhorabuena por este texto.
Somos amantes de oblicuidades, amigo estepario.Las más maravillosas cosas en este mundo y en los otros, ocurren al amanecer, con el viento frío y el cielo amarillo, que pone la casa flameante; y al atardecer, cuando "escuchamos" lo que la luz tamizada nos cuenta.
ResponderEliminarLa luz clásica y pura del mediodía es deslumbrante, pero no habla.
Y esa tabla de la ley tampoco tiene lugar en mi casa, andaría de arriba abajo,hasta que al final, se rompería.
Un gran beso,
Silvia (nombre que significa:la que vive en el bosque)
Si me permites comentarte, quizás seas un romántico o modernista, mientras que Platón y Jorge Guillén veían la Naturaleza perfecta en el cenit del día, es decir, las 12. Supongo que conocerás el poema de Guillén "Perfección" o "Las doce en el reloj" donde el hombre se convierte en "dios" creador del universo, totalmente armónico.
ResponderEliminarMe apunto a la "luz inclinada, sesgada, oblicua" , son las luces de los extremos... el comienzo del día y el atardecer, tanto una como otra da espacio al propio sentir, ofrece lugar a la imaginación y a la fantasía, al misterio, a volar más allá de lo que vemos.
ResponderEliminar¡Qué bien lo dijiste! Al espíritu soñador.
Un abrazo Antonio.
María
PD. No he contado las palabras pero creo que he cumplido las normas de la casa.
Es broma. La culpa es tuya por escribir con "espíritu soñador" provocándome el seguir soñando.
Me ha parecido precioso el relato
ResponderEliminary a mi también me gusta la luz aterciopelada del atardecer y los atardeceres.Hoy he visto un gorrión muerto en la acera a la luz del medio día y me ha parecido insultante tanta luz , un derroche...
Saludos milagros
Luz inclinada
ResponderEliminarmiro hacia ti
no estas
Abrazo desde la luz de mi atolon
Don Antonio, escribí hace algún tiempo: "La luz es luz porque la sombra habita / los huceso de la luz..."; tu texto, por razones obvias, me lo ha recordado, coincidiendo contigo en esa magia de la luz sesgada.
ResponderEliminarUn abrazo.
También yo amo el mediodía. No sabía que podía considerarme por eso tan cerca de Nietzsche, más bien cuando pensaba en ello recordaba los cuadros de De Chirico.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho cómo lo has contado.
Yo también soy hija de la Luz oblicua. No en vano crecí en el Oeste, cerca del Finis Terrae... y totalmente sumergida en el "celtic air" como un roble o un castaño más, de "mis" bosques tan recorridos...
ResponderEliminarCiertamente son excepcionales los crepúsculos en esas latitudes, sobre todo en Otoño, cuando el padre Sol entrecierra los ojos. Y aunque adoro el poderoso Mar donde cada día muere el astro, también me quedo con el rumor del arroyo cercano, porque soy de tierra adentro.
Incontables las veces que he esperado y espero ese momento de ver fundirse la luz con la tierra o con el agua. Algo, que siempre me produce una sensación inexplicable con un leve punto de tensión y de placer a un tiempo.
Un ósculo de una hija de la "Luz Oblicua" Gracias por esta entrada tan divina.
No es la luz de mediodía, amigo Antonio, la luminosidad de lo humano, porque es esa luz "de justicia" la que nos pesa, la que nos desvela por completo, la que descubre nuestros recovecos y les da formato rectangular. Y por esa voluntad nuestra de que la "media luz" acompañe a nuestra emoción, a nuestro mundo sensible, a nuestra percepción, en una unión adecuada y de igual esencia, también yo me declaro amante de la luz que se inclina, de la que se llena de pequeñas partículas entre la naturaleza y nuestros ojos, de la que nos besa suavemente cuando evocamos pensamientos y alma.
ResponderEliminarAbrazos de agradecido atardecer...
Esa luz que acaricia y estimula suavemente esas mentes apasionadas,nostalgicas,inundadas de sentimientos para plasmarlos en palabras...Esa luz que guía...el resplandor de nuestros textos...
ResponderEliminarPase por aquí...me gusto leerte¡¡¡
cariños...
Estimado poeta de la visión, yo creo que tenes una sensibilidad especial.
ResponderEliminarLo tuyo va mas alla del horizonte, va mas alla de lo real, y tal vez mas alla de lo visible para caulquiera.
Tal vez no te gusta la luz plena del sol, porque ciega.Porque no deja ver lo que no se deja ver a simple vista.
La luz inclinada como decis, trasversal con su tenue luminosidad, descubre las cosas ocultas de la naturaleza.Pequeñeces escondidas, pompitas de polvo,secretos de la vida.
Tal vez sos un buscador de secretos, y todavia no te diste cuenta.
Tal vez estes viajando por la dimension magica de los sueños.
Tal vez tu vision, te permite ver lo que lo demas no pueden ver.
Un saludo, Antonio.
Roxana.
Hola Antonio, a mí también me gusta el sol en el ocaso, pero en verano...mi momento preferido del día es cuando hay un atardecer de eso días calurosos que agradeces que el sol ya no caliente, y a la vez se ve lo bonito del crepusculo.
ResponderEliminarBesos
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEn primer lugar, pido disculpas por mi retraso en contestar a vuestros amables comentarios.
ResponderEliminarPero tenéis que entender que este caminante hasta hace poco viajaba solo, y sus letras eran poco más que una voz en el desierto.
Hoy me encuentro, gratamente, con que hay buena gente visitando mi casa. Eso me alegra, por supuesto, pero aunque me esfuerzo en ello aún no le cojo el tranquillo...
Me refiero a que soy bastante indisciplinado y mi relación con las horas y los días marcha de manera muy subjetiva, libre y sin compromisos. El reloj y yo nos miramos poco.
Me molesta estar escribiendo ahora este comentario con días de retraso, pero me molestaría más no hacerlo.
A todos os considero amigos, y a los amigos no se les puede dejar esperando tanto tiempo.
Pero, por favor, entended que no estoy acostumbrado a tanta riqueza, a tanta buena presencia.
Un saludo inclinado para todos.
Esther, muchas gracias por el adjetivo. Tu y yo debemos ser del mismo país, porque lo que a tí te encanta es lo mismo que me encanta a mí.
ResponderEliminarDesde siempre, el otoño ha sido mi estación del año preferida. Quizá por eso que dices del temperamento melancólico y soñador.
Un abrazo, amiga soñadora.
Eso es, Terry, esa luz es la que prefiero.
ResponderEliminarPero no es algo que haya elegido, sino que, más bien, me eligió.
Yo creo que uno nace ya con estas cosas grabadas en el alma.
Un saludo.
Gracias, Juan.
ResponderEliminarLlamarme "romántico" es para mí todo un regalo. Porque sé muy bien lo que significa ser romántico. Nada que ver con lo que normalmente se entiende.
Te confieso que lo que me atrajo de tu "Mirada Pretérita" fue que noté ahí un cierto sabor romántico, precisamente.
Un saludo.
Entiendo, Alfaro, que a tí también te gusta esta luz.
ResponderEliminarPues me alegro. Ya somos más.
Un abrazo.
Gracias, Liz, por tus palabras.
ResponderEliminarTambién tú prefieres la luz inclinada. Imagino que en México no es fácil de encontrar...
¿Lo de "El País de las Sombras Largas" es una novela o una película?
Un beso transatlántico.
"Es en esa precisa hora donde yo comienzo el día, donde mi espíritu por fin se une a mi cuerpo y podemos caminar juntos hasta que por fin sale la luna y comienza la danza de la vida".
ResponderEliminarGracias, Media Luna, por estas encantadas palabras.
También yo suelo empezar a vivir a esa hora; por el día mi espíritu va por un lado y mi cuerpo por otro muy distinto, y es en esa hora cuando se produce el reencuentro.
Un beso.
Hola, Silvia, amiga que vive en el bosque de las palabras y los sentimientos.
ResponderEliminarYo creo que sí, que la luz del mediodía sí habla; bueno, más que hablar, grita, y eso es lo que me molesta de ella. Su grito. Tengo los oídos muy sensibles.
Sería gracioso ver a esa tabla de la ley en tu casa, hecha pedazos en el suelo. Y es que cada uno tiene en su casa sólo aquello que ama.
Un beso, amiga.
Hola, Carmine.
ResponderEliminarLo siento, pero no he leído ese poema, de hecho no he leído nada de Guillén. No estoy yo muy instruido en poesía.
De todas formas, por lo que cuentas, no va por ahí mi modo de apreciar la vida. A las 12 suelo estar o dormido o enfadado. O sea que... ni dios ni armónico.
Cada uno tiene sus querencias y cruza la puerta que tiene más a mano.
Un saludo de medianoche.
Hola, María.
ResponderEliminarYo sí las he contado y esta vez están dentro de lo permitido, jaja.
Sabía que tú ibas a estar de este lado, de esta otra forma de sentir. A los soñadores se nos ve venir desde lejos.
Un abrazo.
Hola, Milagros.
ResponderEliminarTu comentario me ha hecho pensar... ¿Es insultante la luz del mediodía porque nos muestra la realidad tal y como es?
¿Sería menos ingrata la imagen del gorrión muerto bajo la luz más suave del atardecer?
No lo creo. Lo que ocurre con el exceso de luz es que enseña sólo una parte de lo real, la parte más dura. Al no haber sombras, sólo vemos la mitad de la realidad, y como estamos aleccionados para sentir que esta vida es un 'valle de lágrimas' pensamos que 'eso' debe ser lo real.
La luz inclinada, entreverada de sombras, nos permite ver las cosas de otra manera más amplia. La imagen del gorrión es igual de triste, pero la vemos de otra manera y no nos duele ni nos molesta tanto como bajo el rayo vertical del mediodía, porque la misma vida y hasta la muerte resuenan de forma distinta...
Los amantes de la luz recta son los racionales que han creado este mundo tan patéticamente idiota que sufrimos todos los días. Y a nosotros nos tienen como apartados bajo el rótulo de "soñadores", seres inútiles que vivimos en las nubes. Pero yo estoy convencido de que los tontos son ellos.
En cualquier caso, siento lo del gorrión, que seguro que era una cría y se cayó del nido, o peor, fue atacado por un chaval de esos tan despiertos, un vástago de la luz vertical.
Un saludo.
Mar, te ha quedado muy bien el haiku.
ResponderEliminar¿Miras hacia ella y no está? ¿Dónde no está? Ah, ya entiendo, tu atolón está lleno de luz.
Espera al atardecer.
Un abrazo.
Perdón, pero 'don Antonio' es usted, no yo, recuerde que me supera en edad.
ResponderEliminarPero si quiere nos dejamos de formalidades.
¿Dónde puedo leer ese poema? ¿en su bitácora?
Un saludo.
Bel, si es como dices, más que cercana a Nietzsche se puede decir que eres amante del mundo clásico.
ResponderEliminarLo cual me parece bien. Ya he dicho que cada uno coge la puerta que le pilla más cerca.
También Goethe y Hölderlin eran amantes de lo clásico, además de dos de los mejores poetas que ha tenido la humanidad.
Yo, sin embargo, me inclino más hacia Novalis y Mörike. Recuerda que este cuaderno es nocturno.
Un saludo.
Hola, Cristal-roble, hija de la luz del Oeste.
ResponderEliminarContigo también tenía esa seguridad, de que eras amante de oblicuidades. Hasta ahora no me ha fallado la intuición.
Muchas gracias por el ósculo.
Otro para tí.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarRaquel, no te digo nada porque mis palabras iban a ser como un espejo de las tuyas.
ResponderEliminarSólo te envío mis gracias y mi abrazo de atardecer.
Hola, Jen, gracias por tu visita.
ResponderEliminarYa me he pasado por tu rincón y también me gustó leerte.
Espero que sigamos compartiendo letras.
Un saludo.
Hola, Roxana, y bienvenida a esta tu casa.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, que me ponen en un nivel muy alto que estimo no merecer.
De lo que sí me he dado cuenta es de ser un "buscador de secretos". Creo que la vida está llena de esos secretos y lo mejor que podemos hacer es buscarlos. No hacerlo me parecería un auténtico desperdicio.
Es evidente que no te conozco, pero tu voz me suena...
Un saludo, Roxana, y muchas gracias por tu visita.
Hola, Malú.
ResponderEliminarImagino que viviendo en el Norte, donde escasea el sol, no es muy grato el ocaso en invierno, por eso te gusta en verano. Lógico.
Pero eso no cambia que también tú seas amante de la luz inclinada.
Besos astures.
Hola, Maite, mi primera amiga y casi siempre la última en comentar, jajaja.
ResponderEliminarCreo que esa luz no es sólo la de "mirar hacia adentro" sino que, si te fijas, bajo su abrazo, el adentro se convierte en afuera, y viceversa. Hay como un mágico fluir en uno y otro sentido.
Un gran abrazo, amiga primera.
Disculpa tú también que haya tardado tanto en volver por aquí. Pero ahora me alegro de haberlo hecho, aunque tarde, para darte mi réplica. Las clasificaciones son peligrosas y casi siempre erróneas.
ResponderEliminarYa has visitado las Amapolas. Déjate guiar, amigo Antonio, por tus ojos y tus oídos más que por teorías de otros, aunque sean gigantes...para darte una pista, uno de mis libros más manoseado es "Himnos a la noche", sabes de quién, ¿no?
Un abrazo diurno (es la una del mediodía, lástima que el día este tan tris).
Totalmente de acuerdo, Bel, en eso de las clasificaciones. Los seres humanos no somos cosas, así que no tenemos por qué llevar etiquetas.
ResponderEliminar¿Himnos a la Noche?... No, no me suena, jejeje.
Un abrazo, amiga. Te deseo el mejor de los soles.
Aquí en Madrid la mañana está soleada, seguro que el sol viaja hacia levante. Paciencia, que este sol nuestro está ya algo viejito.
(¿Himnos a la Noche?..., nada, que no me suena.)
A mí tampoco me seduce la luz de mediodía...crea demasiadas sombras duras. Soy también una enamorada del atardecer y el amanecer...el cambio sutil de los colores, sonidos, olores...
ResponderEliminarHola nuevamente, Antonio:
ResponderEliminar"El País de las Sombras Largas" es una novela que leí hace mucho tiempo (ya ni recuerdo siquiera al autor), y describía la vida de los esquimales quienes, durante los veranos polares, viven con el sol en el horizonte, sin ponerse. Y esto hace que sus sombras sobre el hielo sean muy largas...
Besos
Desde luego comparto el amor por la luz inclinada, la luz entre sombras,
ResponderEliminarSombras que maquillan la luz y la visten de tonos a su antojo.
La mejor luz inclinada, para mi, la de septiembre y abril. Precioso Antonio.
Swaya.