No hay espejos en esta casa. Los espejos son como los relojes: registran el paso del tiempo. Y lo importante es volverlo al revés.
Taisha Abelar
El solitario, el nocturno, necesita mirarse en los espejos, porque afuera, en la calle extraña, en la esquina iluminada y vacía, bajo la luz del sol, no se encuentra, no se ve. Allí sólo están los otros, a los que no entiende, a los que no siente. Sombras alineadas y en orden, figuras de otro tiempo y otro mundo que no es el suyo.
El solitario, el nocturno anda envuelto en sueños. Habla con la luna, cuando puede, y en raras noches de fiesta hasta baila con las estrellas. Está loco, se sale del camino, y observa como sus huellas quedan impresas por un instante en los breves charcos de lluvia, espejos efímeros que le miran y en seguida le olvidan. A veces se detiene en alguna calle o en un sendero del parque y habla con las sombras que más le atraen y les cuenta sus secretos.
Cuando vuelve a casa, sólo el espejo le recuerda, sólo allí encuentra, alguna vez, su tiempo, perdido y lejano.
Su tiempo en el espejo, su voz, su mirada.
En un mar de sombras y olvidos, el solitario, el náufrago, se agarra al cristal de su tiempo, como una balsa de luz, como un tronco de recuerdo, para seguir navegando.
Pero en su casa, todos los espejos están colgados del revés, cabeza abajo, para que el tiempo no se equivoque, para que no se amontonen las horas, para que entre un día y otro día, entre una noche y otra, brille más de un sueño.
AHM.
(nota: el autor sabe, obviamente, que un espejo al revés dará el mismo reflejo que si está al derecho, pero es que el autor está empleando una especie de metáfora; es la imagen mental del individuo la que debe cambiar...)
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