Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







lunes, 8 de octubre de 2012

La casa de la colina

 
 
En uno de mis ensueños de juventud, uno de los más estimados, disfrutaba de una casa en lo alto de una suave colina. Esta casa tenía una amplia terraza en su parte posterior, desde la que podía observar las últimas luces del atardecer, mientras soplaba una fresca brisa que venía de las montañas del oeste. Era para mí una imagen muy querida, como digo, y en ella me sentía feliz. Una imagen que seguramente bebió en la fuente de algún sueño, influido por ciertos cuentos de Dunsany, así como por alguna de las primeras historias de Lovecraft, cuando aún mezclaba lo puramente estético con lo numinoso.
De esa casa sólo recuerdo lo de salir a la terraza a ver la ígnea pintura del ocaso, esa grieta entre los mundos, y quedarme allí hasta bien entrada la noche. Estaba en ese sereno lugar durante horas, en silencio, embelesado por el espectáculo de la luna y las estrellas. La escena parecía estar tocada por un encanto especial que no necesitaba de ningún nombre, de ninguna simbología. Era como contemplar las líneas del infinito; un infinito amable, que parecía sonreír desde ese fondo de misterio de que está hecha la vida. Me apoyaba en la balaustrada y más tarde me sentaba en una silla, y miraba, sólo miraba... Sin que el tiempo fuese peso ni expectativa, porque allí no existían ni el ayer ni el mañana.
Es así el aire de ciertos sueños... El lenguaje indescifrable se vuelve diáfano como el cristal del agua en un charco de lluvia recién caída. Y el enigma se disuelve y transparenta, nos habla con claridad, en un lenguaje que no entendemos pero que sentimos. No vemos entonces ningún laberinto de signos complejos y oscuros, sino la sinfonía de las esferas, la música en su estado más puro, la figura luminosa de la magia, danzando ante nuestros asombrados ojos como una diosa.
Eso es lo que recuerdo de aquel ensueño que me acompañó en mi juventud. Así que haré lo posible por recuperarlo. Quiero volver a aquella casa de la colina.


Antonio H. Martín

4 comentarios:


  1. Las ilusiones nunca se pierden y a cierta edad se pueden retomar con mayor ganas, porque ya hemos pasado por una serie de obligaciones que ahora ya no tenemos o ya no nos importan. Quizás lo que ganamos con los años es eso, hacer lo que queremos sin dar demasiadas explicaciones. Todavía la vida nos puede ofrecer muchas cosas.
    Un saludo

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  2. Hola, Malú.

    Las ilusiones nunca se pierden, no, lo que se pierde a veces es el camino para llegar a ellas, para volver a sentirlas.
    A algunos les ocurre eso que comentas de la edad, pero a otros les sucede exactamente lo contrario. Es cierto que, generalmente, con los años ganamos más independencia y podemos hacer lo que nos gusta sin dar explicaciones a nadie. Pero en ocasiones el problema no viene de afuera sino de dentro. Por eso digo que quiero volver a aquella casa de mi juventud, pero aún tengo que encontrar el camino de vuelta, ese que perdí precisamente con los años...
    Menos mal que, como dices, la vida sigue siendo sorprendente y seguramente tiene todavía mucho que ofrecernos.

    Un abrazo, amiga del norte.

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  3. Yo no creo que hayas perdido tu ensueño, amigo. Es evidente que lo recuerdas y muy bien! Quizás lo que si está débil en tu ánimo, es la capacidad de disfrutarlo como antaño.

    Las rachas que van y vienen y nos llevan un poco a su antojo...
    Pero el sólo hecho de que lo escribas y te ocupes de él... es un nuevo camino hacia el mismo ¿no?

    Probablemente tu ensueño vuelva a deleitarte en cualquier momento. Ya sabes como va esto...

    Y un abrazo Antonio.

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  4. Sí, Cristal, lo recuerdo bien, pero no es lo mismo recordar que vivir.
    Escribir sobre ese ensueño lo que expresa, en principio, es mi deseo de volver, pero eso no anula la lejanía.
    Sería muy bueno que esta torpe evocación sirviera para ensoñarlo de nuevo. Pero estos asuntos del inconsciente son muy libres y uno no tiene poder ni control sobre ellos.
    Sólo puedo dejar escrito mi deseo, echar a navegar mi voz sobre un barco de aire, pero eso no garantiza nada.
    Me gustaría saber si tiene o no que ver en esto mi ánimo. No estoy seguro. Quizá es simplemente que el tiempo va colocando barreras entre aquello que vivimos o ensoñamos y el presente, en el que vivimos y ensoñamos otras cosas distintas. Y cada ensueño tiene su tiempo propio. De ahí quizá la dificultad del regreso.
    En fin, ya veremos qué pasa. La verdad es que volver a aquella terraza, frente a las montañas del oeste, sería maravilloso.

    Un abrazo.

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