El día era desapacible, con nubes grises y fuertes vientos. Se había refugiado en la intimidad de su casa, porque allí afuera, entre las calles de piedra, le costaba mantener el sombrero sobre su cabeza. Y hasta cuando se cruzaba con alguien en el camino, era difícil hablar, porque el aire se llevaba las palabras. No era tiempo para pasear, ni para encuentros, ni para nada. Así que decidió que el mejor sitio para estar era su pequeña casa, caldeada de libros y silencio. Pero al poco de estar allí, desde un rincón oscuro del cuarto de estudio, reapareció la sombra... Era pequeña, pero afilada, y muy, muy negra. Le miró, le sonrió de una manera que se podría llamar cruel, y le dijo en un susurro...
-Te dije que volvería...
Pero él no se arredró y le devolvió el saludo:
-Hola, sombra. Te esperaba.
-¿Me esperabas?
-Sí.
- Bien, pues aquí estoy de nuevo.
-Y... ¿tienes algo que decirme, o vienes sólo a molestar a este solitario?
-No, no vengo a molestar, aunque yo para ti sea la molestia.
-¿Y a qué vienes, sombra?
-Sobre todo, a mirarte, y a que me mires...
-No creo que eso sea interesante, ni para ti ni para mí.
-Para mí sí lo es, lobo solitario, porque me nutro de tus vacíos.
-¿Cómo es eso?
-Ya ves, viejo, las sombras nos alimentamos de oscuridades, y las tuyas... me gustan sobremanera.
-¿Por qué?
-Porque son mi alimento preferido. Al fin y al cabo soy tu sombra.
-Sombra, estás loca.
-Sí, pero no más que tú.
-Bueno, ¿y qué más?
-¿Quieres que te conceda un deseo? Tengo ese poder...
-¿Ah, sí? Pues mi deseo es que te vayas.
-¿Irme? No puedo irme, lobo solitario. Formo parte de ti.
-¿Y si enciendo luces?
-Me obligarás a ocultarme, pero... no me iré.
-Vaya, pues lo nuestro parece fijado.
-Lo está.
La noche iba avanzando paulatinamente, y la sombra parecía cobrar más poder en la oscuridad, ganando terreno palmo a palmo. Lo cual puede parecer lógico, pero al tal "lobo solitario" no le hacía ninguna gracia... Se decidió por fin a espetarle:
-¡Sombra, vete ya! ¡No te quiero a mi lado!
-No puedo hacer eso, lobo, yo soy tu otro lado.
-¿Entonces hemos de convivir siempre tú y yo?
-Así es.
-No me gusta.
-¡Te aguantas! Al fin y al cabo soy una creación tuya.
-Será inconsciente...
-Sí, lo es, pero no olvides que el inconsciente es más fuerte que la conciencia.
El viento había amainado, pero ya era noche profunda. Las nubes viajeras se contaban sus historias allá arriba, mientras que los árboles y el río se disponían a dormir sus sueños. El solitario se sentó en su sillón, dispuesto a olvidar...
-¿Qué quieres olvidar? -le preguntó la sombra.
-Ay, me gustaría olvidarte a ti. Que desaparecieras de mi vida para siempre.
-Para eso, caminante solitario, deberías hacer antes una cosa...
-¿Qué?
-Olvidarte a ti mismo.
-Sombra, a veces pareces ser mi amiga, mi consejera... Aunque no me guste lo que me dices...
-Los gustos son veleidosos, caminante. Los gustos forman parte del aire que sopla en el momento, pero tu sombra siempre te dirá lo que debes oír. Tu sombra es tu fiel compañera.
-Ya, ya veo que eres fiel, demasiado fiel...
-¿Por qué "demasiado"?
-Porque no quiero escuchar tus palabras. Me duelen...
-Eso es porque te tocan.
-Sí, me tocan, y me hacen daño.
-Ese "daño" es por tu bien, amigo lobo solitario.
-¿Por mi bien?
-Sí.
-¿Y por qué me llamas "amigo", si yo te odio?
-No, no me odias.
-¿Ah, no?
-No, no me odias. Al contrario, me necesitas. Por eso vengo a ti una y otra vez.
-Ahora sí que no te entiendo...
-Sí, sí me entiendes, y muy bien.
El solitario se levantó del sillón y se fue a caminar por la casa desierta. En la caja de música del salón sonaba una música de piano, una balada que parecía triste, quizás nostálgica, pero que venía a ilustrar las últimas palabras de la sombra. Puede que tuviera razón este ser extraño, y que su presencia fuese imprescindible en su vida. No podía saberlo con certeza, pero algo le decía que sí.
-Sombra, ¿quién eres en realidad?
La sombra se estiró, llegando hasta el techo, y le dijo:
-Yo... soy... tú.
-Ya, eres mi sombra, pero...
-¿Pero qué?
La noche era dueña de ese pequeño universo. El aire estaba, por fin, tranquilo, los libros brillaban en sus estantes, como viejos tesoros, y la luz de la lámpara sobre el escritorio era como una suave caricia, como esa buena amiga que te abraza en los momentos más difíciles... Mientras que la música acompañaba al silencio, con sus armonías, con sus roces, sus colores, azul, verde, violeta, con su entramado de voces y sueños...
Y dijo la sombra:
-Amigo, escúchame. De mí aprenderás...
-¿Qué aprenderé, sombra?
-A vivir, y a morir.
-¿Eso lo he de aprender de ti?
-Sí, lobo solitario, sí...
Y se fue, por la fina línea oscura entre dos libros, sonriendo, de regreso a su mundo de sombras, con la certeza de que volvería de nuevo.
El caminante se quedó a solas con su silencio, acompañado levemente por los retazos de música, que aún le llegaban desde el salón, y pensó, pensó en este encuentro con su sombra, en este nuevo reflejo del espejo...
-¿A vivir y a morir?... Pues aquí te espero, sombra.
Antonio H. Martín
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imagen: AHM, como lobo solitario
autor: una buena amiga
música: "Farewell", por Michael Hoppe
pinturas del vídeo: John Atkinson Grimshaw (1836-1893)
Estoy leyendo tu blog, Antonio.
ResponderEliminarMe alegro de haberte encontrado.
Gracias por permitirlo.
Un abrazo
Me parece muy bien, Alicia, que para eso está. Gracias por hacerlo. Espero que encuentres cosas de tu agrado, aunque tus palabras indican ya que así ha sido. Y eso me alegra.
ResponderEliminarUn abrazo.
Aunque ha, que sé de tu buen gusto para la música, me alegra saberte entre los seguidores de Michael Hoppé. A J.Atkinson ya le he visto en otras ocasiones por este espacio, como era de esperar en un lobo neo-romántico de tu especie, jeje.
ResponderEliminarY en cuanto al texto... ¿qué decirte que tú no sepas ya? Esas sombras nos acompañan desde el mismo momento en que ponemos el pie en este mundo. Sin más.
Porque se puede huir absolutamente de todo... menos de nosotros mismos, amigo. Aprender a quererse es siempre una árdua tarea para cualquiera y ella... sabe siempre como volver, por eso me parece legítima y muy bien la
contemporización (przz) de tus letras, Antuán.
Un beso, lobo solitario.
Nadie más fiel y leal que nuestra propia sombra. Gracias a ella nunca estamos solos del todo. Con la mía también mantengo alguna que otra tertulia. Me encanta porque sabe escuchar y no me interrumpe. Es muy educada
ResponderEliminarMe gusta esa casa "caldeada con libros y silencio"...
Un abrazo
Gracias, amiga Crystal.
ResponderEliminarAsí que soy "un lobo neorromántico", jeje... Pues seguro que es así. Pienso que uno no elige lo que es, y que lo más que puede hacer es ser (vivirse) tal cual es, y si es hasta sus últimas consecuencias, mejor.
Huir de uno mismo, aparte de una locura, es algo imposible. Suele pasar que, a veces, deseamos ser otro, pero eso no es de recibo. El sí mismo se empeña siempre, y lo que mejor podemos hacer es aceptarlo y vivirlo, incluida la sombra...
Contemporizar (przzz), esa es la ardua tarea, adaptarse y armonizar lo exterior con lo interno. Difícil muchas veces, pero absolutamente necesario.
Un abrazo y un beso, hada de Neverland.
Pues sí, Luis Antonio. La sombra es nuestra compañera de por vida. Y..., o la hacemos nuestra amiga, o lo pasamos mal. Así que hay llevarse bien con ella, por la cuenta que nos trae.
ResponderEliminarUna casa caldeada de libros y silencio es, sencillamente, mi casa. No sabría vivir de otra forma, ni en otro lugar.
Un abrazo, profesor.