Una buena amiga, que dice conocerme bien, me dijo recientemente que yo le parecía un personaje de Dostoyevski... Pero no entró en detalles. ¿Quizá el personaje de "Noches blancas"? ¿O alguno de "Los hermanos Karamazov"?... No lo sé, ya se lo preguntaré. Pero, el caso es que ese comentario me hizo recordar un buen artículo de Hermann Hesse, de 1925, sobre ese escritor, que leí hace muchos años y que estimo necesario reproducir aquí. Tal vez sea un texto algo denso, pero dice cosas muy relevantes...
Antonio H. M.
...................................................................................
SOBRE DOSTOYEVSKI
No se puede decir nada nuevo sobre Dostoyevski. Todo lo que se podría decir de razonable y justo sobre él ya está dicho, y si en otro tiempo fue nuevo e ingenioso, ahora resultaría anticuado, en tanto que la figura amada y tremenda del poeta se nos presenta siempre envuelta en misterio, cuando nos acercamos a él en momentos de pesar y de abstracción.
El burgués que lee el Raskolnikov y, tumbado en el sofá, busca en este mundo de fantasmas un agradable espeluzno, no es el verdadero lector de este poeta, igual que el sabio y prudente que admira la psicología de sus novelas y escribe buenos folletos sobre su concepción del mundo y de la vida. Debemos leer a Dostoyevski cuando somos desdichados, cuando hemos padecido hasta el límite de nuestra capacidad de sufrimiento y sentimos toda la vida como una única herida ardiente y abrasadora, cuando respiramos desesperación y morimos muerte de desesperanza. Luego, cuando miramos la vida desde la miseria, solitarios y paralíticos y ya no la comprendemos en su salvaje y bella crueldad y no queremos nada de ella, entonces estamos abiertos para la música de este tremendo y magnífico poeta. Entonces ya no somos espectadores, ya no somos gozadores y juzgadores, entonces somos pobres hermanos entre todos los pobres diablos de sus obras, entonces sufrimos sus dolores, miramos fijamente con ellos, fascinados y jadeantes, el remolino de la vida, el molino de la muerte en eterna molienda. Y entonces oímos la música de Dostoyevski, su consuelo, su amor, entonces experimentamos el maravilloso simbolismo de su mundo espantoso y con frecuencia tan infernal.
Dos fuerzas son las que nos solicitan en estas obras, de la oposición de dos elementos y polos contrarios crece la mítica profundidad y poderosa amplitud de su música.
Una es la desesperación, el sufrimiento del mal, el aceptar y no oponerse más contra la cruel y sangrienta crudeza e indecisión de todo ser humano. Hay que morir esta muerte, hay que pisar este infierno antes de que la otra voz, la celestial voz del maestro, nos pueda llegar realmente. La sinceridad y simplicidad de la confesión de que nuestra existencia y humanidad es una pobre cosa, dudosa y quizá desesperada, es una suposición. Debemos entregarnos al dolor, abandonarnos a la muerte, todo el infernal reír de la desnuda realidad deberá haber congelado nuestros ojos antes de que podamos percibir la profundidad y verdad de la segunda, de la otra voz.
La primera voz afirma la muerte, niega la esperanza, renuncia a todos los disimulos y alivios ideológicos y poéticos con que estamos acostumbrados a dejarnos engañar por los poetas lisonjeros sobre la peligrosidad y crueldad de la existencia humana. Pero la segunda voz, la segunda voz, verdaderamente celeste, de este poema nos muestra de otra parte, de la parte celestial, otro elemento que la muerte, otra realidad, otra esencia: la conciencia del hombre. Aunque toda la vida del hombre sea guerra y dolor, vulgaridad y espanto, hay también algo más: la conciencia, la facultad del hombre de presentarse ante Dios. La conciencia nos lleva ciertamente a través del dolor y del miedo a la muerte, nos lleva a la miseria y a la culpa, pero también nos saca fuera de la insoportable y solitaria insensatez, nos lleva a entablar relaciones con la Razón, el Ser, lo eterno.
La conciencia no tiene nada que ver con la moral, ni con la ley; puede estar con ellas en la oposición más temerosa y mortal, pero es infinitamente fuerte, más fuerte que la pereza, más fuerte que el egoísmo, más fuerte que la vanidad. Señala siempre, aun en la más profunda miseria y en el último extravío, un estrecho sendero, abierto, no hacia el mundo predestinado a la muerte, sino más allá de él, hacia Dios. Duro es el camino que lleva al hombre hasta su conciencia, casi todos viven siempre en contra de esta conciencia, se resisten, se cargan más y más, se hunden en la conciencia ahogada, pero todos están en todo momento más allá del dolor y de la desesperación, en el camino abierto que llena la vida de sentido y hace fácil el morir. El uno debe enfurecerse y pecar durante largo tiempo contra su conciencia, hasta que experimenta todos los tormentos del infierno y se ha manchado con todo lo horrible, para al fin, suspirando profundamente, sentir el error y vivir la hora de la transformación. Otros viven en buena amistad con su conciencia, raros, felices y santos hombres, y a ellos les puede suceder lo que sea, no les roza más que por fuera, no les toca el corazón, siempre permanecen puros, la sonrisa nunca desaparece de su cara. Uno de estos es el príncipe Myschkin.
Estas dos voces, estas dos advertencias las he escuchado en Dostoyevski, en los tiempos en que yo era un buen lector de sus libros, en los momentos que la desesperación y el dolor me depararon. Hay un artista que me ha causado una impresión semejante, un músico al que no puedo amar y escuchar en todo momento, igual que no pude leer en todo tiempo a Dostoyevski. Este músico es Beethoven. Tiene aquel conocimiento de la felicidad, de la sabiduría y de la armonía que no se puede encontrar por caminos llanos, que sólo brilla en los caminos que bordean los precipicios, que no se recoge sonriendo, sino con lágrimas y agotados de dolor. En sus sinfonías, en sus cuartetos hay pasajes en los cuales resplandece sobre la miseria y el extravío algo infinitamente conmovedor, infantil y delicado, un presentimiento de sentido, un conocimiento de salvación. Estos pasajes los encontré todos también en Dostoyevski.
Hermann Hesse (1925)
________________________
imagen: retrato de Fedor Mijailovich Dostoyevski
música: Sonata para piano en Re menor, nº 17
autor: Ludwig van Beethoven
piano: Wilhelm Kempff
Interesante artículo de Hermann .
ResponderEliminarRetrata la esencia de la obra y de la vida de Dostoiewski con acierto.
Admirable su habilidad para situar al lector en los campos del bien y del mal y en su lucha a destajo desde la conciencia del hombre.
"Amo la vida ardientemente.Amo la vida por la vida.Y aún pienso comenzar mi propia vida."-Las palabras del escritor ruso plantean que en medio de la sinrazón más mísera siempre se impone la pulsión de vida.
Wooow...
ResponderEliminarYo te conozco solo a través de tus letras pero sé que algo del príncipe Myschkin tendrás; así como un tinte en tu voz de las voces desesperadas de Dostoievski a las que se refiere Hesse en su brillante 'etopeya'.
¿Y acaso no tendremos todos algo de los muchos personajes literarios que las mentes más preclaras han creado o re-creado? Los genios de las letras han tenido desde siempre la extraña virtud de captar los rasgos más misteriosos e inasibles de la naturaleza humana y darle vida en forma de personajes... Por eso nos sentimos habitados por ellos cuando leemos una novela magistral y por eso algunos, burdos aprendices del arte de estos genios, entre quienes me cuento, cuando releemos lo que hemos escrito o creamos algún personaje hecho de palabras, sentimos que la anagnórisis es inevitable..
Ah.. Un placer leerte, como siempre; y perderme en las reflexiones que tu pluma me despierta =)
besos miles querido amigo!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNuevamente, aterrizando en los Clásicos de siempre, llevados de tu mano, Antonio.
ResponderEliminarHesse - Dostoievski - Beethoven, ¡vaya terceto!
Participo, como bien sabes, de tu identificación con ellos, y me encanta leer esta profunda reflexión del gran Tío Hermann .
Gracias, un abrazo
También yo creo, como Hesse, que todo lo que pueda decirse sobre ese mago de las letras que fue Dostoievski,(al que adoro) ha sido dicho ya por activa y por pasiva. Pero como dice la amiga Isis, la etopeya de tu tío sobre él, no tiene desperdicio. Como era de esperar, por otra parte.
ResponderEliminarEn cuanto a tu amiga, la que dice que pareces uno de sus personajes, después de leer el artículo y si me remito al título de tu entrada... "Hay que morir esta muerte", quizás se refiera, a que de alguna forma, toda nueva etapa significa eso, que hay que morir no importa que muerte. Pero morir al fin, para poder continuar en el "camino", aunque esté lleno de fantasmas. Pero esto, no deja de ser una especulación de lectora habitual, sin más.
Vivir... y si es a fondo, como esos siempre apasionados personajes del Maestro, es en todo momento la novela más auténtica y apasionante que se pueda concebir. Porque absolutamente nada supera a la realidad.
De todo el artículo me quedo con este párrafo:
"La conciencia no tiene nada que ver con la moral, ni con la ley; puede estar con ellas en la oposición más temerosa y mortal, pero es infinitamente fuerte, más fuerte que la pereza, más fuerte que el egoísmo, más fuerte que la vanidad. Señala siempre, aun en la más profunda miseria y en el último extravío, un estrecho sendero, abierto, no hacia el mundo predestinado a la muerte, sino más allá de él, hacia Dios. Duro es el camino que lleva al hombre hasta su conciencia, casi todos viven siempre en contra de esta conciencia, se resisten, se cargan más y más, se hunden en la conciencia ahogada, pero todos están en todo momento más allá del dolor y de la desesperación, en el camino abierto que llena la vida de sentido y hace fácil el morir"
Y es que la vida, incluyendo en esta a las diferentes muertes, que nos acechan y también nos salvan.... a lo largo del camino, es siempre una epopeya digna de ser vivida en primera persona y no desde ese sofá donde el buen burgués lee el Raskolnikov. ¿verdad?
Pues eso, y un abrazo Antuán.