La propietaria de las sandalias, viendo cuán empapado estaba Gudo, le rogó que se quedara a pasar la noche en su casa. Este aceptó de buena gana, dándole las gracias. Entró y recitó un sutra ante el oratorio familiar. Hecho esto, la mujer le presentó a su madre y a sus hijos. Viendo lo afligidos que parecían estar todos, Gudo preguntó qué era lo que iba mal.
"Mi marido es un jugador y un borracho", le confesó la dueña de la casa. "Cuando la suerte lo acompaña y gana, bebe en abundancia y se vuelve agresivo. Cuando pierde, no duda en pedir dinero prestado. ¿Qué puedo hacer?".
"Yo ayudaré a tu marido", dijo Gudo. "Toma de momento este dinero y consígueme un galón de buen vino y algo para comer. Luego retírate a tu cuarto, que yo me quedaré aquí meditando frente al oratorio".
Cuando el hombre regresó a su casa, a medianoche, completamente borracho, bramó: "¡Eh, mujer, aquí estoy! ¿Tienes algo de comer para mí?".
"Yo tengo algo para ti", dijo Gudo en la penumbra. "La tempestad me sorprendió a medio camino, y tu mujer me invitó amablemente a pasar aquí la noche. He comprado a cambio algo de vino y pescado, así que puedes servirte cuanto quieras".
El hombre estaba encantado. Dio rápida cuenta del vino y se tumbó en el suelo, cayendo de inmediato en un profundo sueño. Gudo, en la postura de meditación (2), se sentó a su lado.
Por la mañana, al despertar, el marido había olvidado todo lo ocurrido la víspera. "¿Quién eres? ¿De dónde vienes?", preguntó a Gudo, que aún estaba meditando.
"Soy Gudo de Kyoto y voy camino de Edo", respondió el maestro zen.
Al hombre le invadió entonces un sentimiento de vergüenza enorme. No encontraba disculpas suficientes para el maestro de su emperador.
Gudo esbozó una sonrisa. "Todas las cosas en este mundo son perecederas", le dijo. "La vida es muy breve. Si sigues con el juego y la bebida, no te quedará tiempo apenas para hacer ninguna otra cosa, y serás además causa de sufrimiento para tu familia".
La consciencia del hombre despertó entonces, como si saliera de un largo sueño. "Tienes razón", declaró. "¿Cómo podré pagarte por esta maravillosa enseñanza? Permíteme que te acompañe cargando con tus cosas un corto trecho".
"Si así lo deseas", asintió Gudo.
Los dos hombres partieron. Después de haber recorrido un ri (3), Gudo dijo a su acompañante que regresase. "Sólo un par de ri más", suplicó éste. Y continuaron la marcha.
"Puedes volver ya", sugirió Gudo.
"Después de otros cuatro ri", contestó el hombre.
"Vuelve ya", dijo Gudo, una vez recorrida esta distancia.
"Pienso seguirte durante el resto de mi vida", declaró el hombre.
Los profesores de zen en el Japón moderno proceden directamente del linaje de un famoso maestro que fue el sucesor de Gudo. Su nombre era Mu-nan, el hombre que no volvió nunca.
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(1) La actual Tokyo.
(2) Za-zen o meditación con las piernas cruzadas. En chino se conoce por tso-ch'an (de tso, "sentarse", y ch'an, del sánscrito dhyana, "meditación").
(3) Ri: antigua medida japonesa de longitud, equivalente a 3,92 km.
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- libro: "Carne de Zen - Huesos de Zen"
- trad.: Ramón Melcón López-Mingo
- (Editorial Swan - Madrid, 1979)
- imagen: "Death Valley National Park"
- (www.flickr.com/photos/simonsun08)
Pues muy bien por este hombre, que dejó la mala vida y se abrió a la espiritualidad.
ResponderEliminarGran enseñanza encierra este Relato que nos presentas... lo que lamento es que haya abandonado a su familia. Pero ese parece ser el camino para muchos (Siddharta Gautama, por ejemplo, o los mismos Apóstoles de Jesús, sin ir más lejos). Será que me falta mucho por evolucionar, lo confieso, pero siento que si un hombre ha formado una familia, su responsabilidad sería quedarse a su lado... pero tal vez ayude más desde otro plano.
Un beso peregrino para ti
Al leer esta historia pensaba en aquello de que "muchos son los llamados pero pocos los elegidos"...
ResponderEliminarEl hombre que no volvió nunca...
El hombre que murió. Porque renació a otra vida.
...Por eso creo que podemos vivir muchas vidas en una, creándonos a cada instante, tomando nuevos rumbos y reinventándonos. En especial cuando esos 'nuevos rumbos' nos conducen hacia un yo más libre...
besos miles, querido Antonio
Renovador, ya sea Jerusalén, La Meca o Lasa.
ResponderEliminarSiendo sincero, amiga Liz, ese detalle del abandono de su familia me hizo dudar de publicar esta historia, pero... el poder de la llamada del horizonte es muy fuerte.
ResponderEliminarLuego pensé: seguro que su marcha fue buena, porque de seguir con su familia hubiera continuado con su mala vida y todo hubiese empeorado aun más. Al final, él llegó a ser un maestro zen y seguro que su familia tuvo una buena vida.
Recuerda que nuestro amigo, el Tío Hesse hizo lo mismo.
Un beso, Liz, dese el árbol azul.
Así es, Isis sin velo.
ResponderEliminarEl hombre que no volvió nunca murió y renació a una nueva vida. Digamos que tuvo la gran suerte de encontrarse con su destino.
Un abrazo, maga.
Hola, Juan.
ResponderEliminarSe te echaba de menos por aquí.
Jerusalén, La Meca o Lasha sólo son nombres, sólo son lugares. Lo importante es seguir la voz interior y andar el camino.
Y que la claridad nos acompañe, siempre.
Un saludo.
La verdad es que nunca me dejarán de fascinar este tipo de historias.
ResponderEliminarUn fortisimo beso!
La vida es un camino, que a veces no admite esperas ni concesiones.
ResponderEliminarY por el camino inevitable quedan huellas de la batalla que libramos contra nosotros mismos.
El auténtico caminante avanza sin mirar nunca atrás.
Suerte caminante.
:)
Suscribo las palabras de Cristalook.
ResponderEliminarInteresante y profundo relato.
Un cordial saludo
Creo que es un texto que dice mucho más de lo que parece a simple vista: ¿Quién de nosotr@s sería capaz de dejarlo todo para seguir el camino espiritual?
ResponderEliminarUn abrazo sin apegos!
gracias,amigo, por colgar de tu pared esta historia.es,realmente,un diamante en el barro del camino.
ResponderEliminarmil besos*
Quieres decir que el llanto y las angustias de su familia no le movieron a rectificar su conducta y sí el "sermón" de Gudo?
ResponderEliminarGudo debía tener "algo más". Apartó
el mal de su cobijo y lo llevó a su soledad donde todavía purga.
Su huida fué la liberación y la redirección del coraje de su familia.
Con perdón.
A mí me ocurre igual, Kimberly.
ResponderEliminarEstas historias siempre tienen un no sé qué que atrae poderosamente, como si surgieran de un centro especial y tuvieran un mensaje que toca algo dentro nuestro.
Besos.
Así lo veo yo también, Cristal.
ResponderEliminarPero para llegar a ese "sin mirar nunca atrás" hace falta un empujón de claridad, algo que nos dé la fuerza necesaria para seguir el camino.
Lo normal es quedarse en casa y aparcar los sueños. Lo normal es tener a "la aventura necesaria" encerrada en un cuadro que cuelga de una pared del salón.
Un abrazo, amiga.
Gracias, Luis Antonio.
ResponderEliminarMe alegra saber que te ha gustado el relato y que lo ves como "interesante y profundo".
Saludos.
Ese es el tema, amiga Bruja.
ResponderEliminarA mí me gusta llamarlo "la huída", que no es en absoluto un cobarde escape sino todo lo contrario, una entrega valiente y decidida en pos del horizonte que nos llama.
Un abrazo brujo.
Hola, Silvia.
ResponderEliminarSabía de tu gusto por estas historias, así que pensé en ti cuando decidí transcribirla.
Y aún hay muchas más, que irán apareciendo por aquí.
Besos zen* (que no sé lo que es, pero suena bien, jeje)
Ruy, yo no quiero decir nada. La historia es como es y está ahí expuesta para que cada uno saqueis vuestras propias conclusiones.
ResponderEliminarPero sí está claro que el sufrimiento de su familia no hacía mella en el ánimo de Mu-nan, y que fue la presencia y las palabras del maestro Gudo lo que lo hicieron.
Y estoy de acuerdo contigo en lo que dices al final: que su huida fue la liberación de su familia, pero también la suya propia.
Un saludo.
Agri-dulce, tu historia del hombre que no volvió nunca, se abrió a la sabiduría, vio la luz y decidió seguirla y expandirla...se necesita mucha valentía para romper con todo y seguir el camino de luz, no exento de sombras y del dolor de la despedida de todo aquello que conformó tu vida.
ResponderEliminarBesitos volados.
Sí, Brujita, el sabor es agridulce, pero es un sabor que merece la pena probar, porque quizá sea el mejor de los sabores.
ResponderEliminarPero, claro, eso es muy personal, tal vez lo más personal de todo.
Besitos.
El águila no golpea cada cierto tiempo su pico contra el picacho para que renazca, ni se arranca las garras para que otras tomen su lugar, lo que desearía es no volar más sola y se desprende entonces de aquéllo que evita que otros se acerquen, sintiéndose amenazados. Pero, ni aún herida contempla tal cercanía y descubre que ya una paloma ocupaba su lugar. Así que cada vez que caza, siente la sangre que le arrebató su hogar...
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