Han pasado treinta años desde mi viaje a Montagnola, desde que un joven caminante llegara de noche a la estación de Lugano, con un gran bolso lleno de libros, tabaco y sueños, con poco dinero en la cartera y dispuesto a dormir bajo un árbol.
Por las calles de la ciudad me encontré con un viejo, y le pregunté en italiano por el camino a Montagnola. Se llevó una mano a la cabeza y exclamó: "¡Ah, e lontano!", y luego me indicó buenamente el camino, ayudándose con gestos, porque mi italiano era muy deficiente. Efectivamente la aldea estaba lejos, el camino era largo y cuesta arriba, pero jamás he dado un paseo tan grato en mi vida. El bolso tan pesado que llevaba sobre un hombro era para mí como una ligera pluma. Casi estuve a punto de subir volando... y así sentí en efecto aquel hermoso paseo, como un
vuelo. Iba hacia la casa del
amigo, que aunque ya no estuviera, seguro que
sí estaba...
Me acompañaban el silencio, un cielo lleno de estrellas y abajo la gran sombra brillante del lago.
Cuando llegué, el pequeño pueblo ya estaba casi dormido. No recuerdo si pregunté a alguien o si la vi por encima de las bajas casas, pero en seguida estuve delante de la Casa Camuzzi, ante el viejo portalón de madera. Allí había vivido mi querido Hermann Hesse muchos años, antes de mudarse a su nueva casa en la colina, la
casa rossa.
Me paré delante del portal medio abierto, desde donde se veían las sombras del jardín de más abajo, el jardín de Klingsor, que ya conocía por su novela. Y me quedé allí unos minutos como el que está delante de un templo sagrado. Para mí lo era. Al poco tiempo
alguien me dio la bienvenida... Un lustroso gato vino hacia mí lentamente y se paró justo a mis pies. Le acaricié, me dijo algo quedo en su idioma y se marchó, tan lento como había venido. Más tarde supe, por una fotografía, que Hesse había tenido un gato muy parecido.
A continuación caminé sin rumbo por las callejuelas oscuras y solitarias, sin buscar nada, sólo percibiendo la
presencia del amigo y maestro en cada sombra, en cada esquina, como una compañía constante. Me sentía realmente en casa.
Allí estuve una semana, caminando por los senderos, mirando casas y jardines, bajando a la preciosa ciudad de Lugano, mirando desde lejos la Casa Rossa... Y conseguí entrar en la antigua casa de Hesse, donde un escritor que allí vivía, me obsequió con varios libros suyos dedicados. Es decir, que estuve dentro del templo, y vi el espejo de Klingsor y me asomé por su balcón, ante el que "se hundía profunda y vertiginosamente el viejo jardín". Y lo más curioso, y para mí más valioso, es que este escritor había conocido personalmente a Hermann Hesse, y también a Jung.
Cuando salí de la Casa Camuzzi, con varios libros en las manos, después de haber visto lo que había visto, de haber estado en el
templo, el corazón me estalló en un llanto alegre y una gran sonrisa me iluminó la cara. Aquel joven caminante había encontrado la puerta del paraíso...
¿Hacían falta más señales? No, el destino estaba claro, o así lo sentí entonces. Al día siguiente me fui.
Anoche tuve un sueño magnífico, mágico. Soñé que estaba de visita en casa del tío Hermann, una casa grande llena de libros que tiene ahora en algún lugar de la constelación de Orión. Y él estaba allí. Hablamos. Yo buscaba un libro y me ayudó a encontrarlo.
No sé lo que este sueño significa, no soy psicoanalista, pero algo intuyo...
Por lo demás, sólo puedo decir que entre lo fácil y lo difícil, entre lo posible y lo imposible, en esa delgada línea brillante y sombría que pende sobre el abismo, es donde habita el ángel o el demonio de mi vida.
Antonio H Martín
(Noche del 26 al 27 de mayo, 2009)
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Imágenes:
- Paisaje de Montagnola, acuarela de Hermann Hesse
- Casa Camuzzi, Montagnola, cerca de Lugano
El camino es largo siempre llega al sendero, una acuarela muy bonita y vistosa, una imagen del ayer
ResponderEliminarBesos en el caminar
Es fantástica esta entrada, y la imagen llena de colorido y de luz,
ResponderEliminarme pregunto para qué llevaría el caminante un bolso lleno de libros en vez de ir ligero de equipaje, los libros pesan muchísimo.
Los sueños a veces son hermosos y siempre están relacionados con la vida que se vive despierto, y con lo que se desea.
Sabes? yo vivo rodeada de libros que ya no leo, seguro que en estas estanterías también está Hesse, olvidado.
Un gran abrazo, pero de los grandes.
Hola, Mar.
ResponderEliminarEl camino es largo, y a mí me gusta que sea así, porque es el camino lo que más me interesa.
Hesse no era muy buen pintor, sus acuarelas no eran muy elaboradas, pero tenían una gracia especial, sabían captar el encanto de lo que veía; y los expertos dicen que era un gran colorista.
Un beso.
Gracias, Alfaro, me alegra que te haya gustado.
ResponderEliminarEl caminante no era muy experto en eso de viajar, y llevaba libros en su bolso porque tenía la costumbre de leer en el tren. Y sí, ya lo creo que pesan, pero cuando tienes veinte años y estás lleno de ilusión, nada te pesa demasiado.
Me causa pena eso que dices. Yo también estoy rodeado de libros que ya no leo, y cada vez que los miro siento algo como de culpa... La verdad es que hay muchos que están ligados a una época y que ya no tiene sentido releer, pero otros sí que se merecen esa nueva lectura. Son tesoros que aún guardan su valor intacto. Esos son los que me hacen sentir algo culpable.
Un abrazo, Alfaro, poeta.
Querido Antonio,
ResponderEliminarTampoco soy psicoanalista, pero sé que existe el abismo a un costado del camino, y que el ángel y el demonio son inseparables.Entonces, caminemos, caminemos!
Y, mientras leía tu entrada, además de ver al gato lustroso del tío Hermann, al escritor que conoció al tío y a Jung (Jung!), recorrí con vos la aldea, y me recordaste al protagonista de "El diablo sobre las Colinas" de Pavese.
Cuántas señales,Antonio! Todo es tan circular!
Mil besos!
Parece una suerte de viaje iniciático...hay magia en tus palabras al describir tus sentimientos ante el entorno que rodeó al escritor y a falta de su presencia física ese encuentro con quién habitaba la casa y que había conocido personalmente a Hesse...La casa, el gato ,el amigo y el joven viajero en el tiempo nos llevaron hasta el sueño...
ResponderEliminarBesito volado.
Hola, Silvia.
ResponderEliminarSí, el ángel y el demonio son inseparables, aunque algunas religiones se empeñen en lo contrario. Esto ya lo apuntó el tío Hermann, por ejemplo en Demian y en El Lobo Estepario.
El escritor en cuestión es chileno y sí, conoció en persona a Hesse y a Jung, hay fotos y cartas que lo atestiguan. Lo malo es que este escritor lleva consigo una, para mí, gran sombra a cuestas, pero eso es otra historia.
Siento decirte que no conozco esa obra de Pavese. Hay tantas lagunas en mis lecturas...
Pero, como dices, todo es circular. Y el mundo es mágico.
A ver, dos besos que te debía de antes y los mil de ahora suman... mil dos besos. ¡1002!
¿Qué vamos a hacer con tantos besos, Rayuela? ¿Un libro de poemas? ¿un cuento fantástico?
Bueno, tengamos en cuenta que muchos se perderán al cruzar el océano. Pero seguro que otros muchos sí que llegan a su destino.
Un abrazo azul, amiga.
Sí, Brujita, la verdad es que yo lo viví casi como un sueño, un sueño lleno de magia. Llevaba ya mucho tiempo leyendo y amando la obra de Hesse, así que llegué allí muy cargado de su presencia.
ResponderEliminarPero lo extraordinario de esto es que el sueño de que hablo al final ocurrió ahora, 30 años después... Nunca, a pesar de mis sentimientos, había soñado con Hesse, y menos hablado con él.
Esa es la buena señal (según se mire).
Un beso.
buena entrada, sigue escribiendo, no pares..
ResponderEliminarQué haremos con los besos que lleguen a destino...? Pues dárnoslos...que otra cosa puede uno hacer con los besos.Rechazarlos? De ninguna manera!
ResponderEliminarBueno Antonio, amigo, agradezco tus seis palabras enredadas en tu comentario en mi casa. Estoy pensando seriamente en abrir un blog en el que confluyan todos los textos que nacieron a partir de esas seis palabras, fue algo mágico!Si querés sumarte, es sólo avisar.
1003 besos!
Es un placer leerte Antonio
ResponderEliminarAy, Antonio!
ResponderEliminarDos placeres juntos nos traes esta vez: el recuerdo del gran Hermann Hesse, tan adorable y adorado, y tu propio escrito.
Es tan hermoso volver a leerte, cabalmente, seguir el curso de tus recuerdos y pensamientos, reflexionar sobre la vida, los sueños, el destino...
Gracias por compartir estos tesoros, amigo caminante.
Lo del sueño, para mi no tiene vuelta de hoja (y por cierto que esto lo aprendí de la otra gran luminaria, Jung, a quien también citas en tu Relato): cuando uno sueña con un figurón de estas dimensiones, está ante la presencia del Maestro Interior que todos llevamos dentro. Es un honor y una enseñanza muy grande, vamos, un privilegio. Si soñaste con él, y además en este contexto de libros, te está indicando que dentro de ti hasy gran sabiduría, y que vas en camino de sacarla a la luz. Con o sin la ayuda de los ángeles, el protagonista eres TÚ.
Yo, por mi parte, te envío un beso peregrino.
Buen texto, Antonio. Me gusta el final. Me gusta esa fina y casi imperceptible línea que separa los contrarios, lo que somos y lo que podemos llegar a ser.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Tiene que haber sido una maravilla ese viaje querido amigo. También yo fui hechizado por el tío Hermann, y tras descubrir El lobo estepario, leí de él todo lo que pude encontrar en aquel mundo complicado de entonces. Vivía muy lejos como para ir a Montagnola, así que siquiera me lo planteé. Luego vendrían otros flechazos, pero mis emociones ya no eran tan explosivas. El único tributo que cada tanto cumplimento, es ir a ponerle un cigarro en la mano a Fernando Pessoa, pero él siempre está callado, así que saldo la visita con una botella de vinho verde y un cigarro en su compañía.
ResponderEliminarUps!, veo que te me has anticipado, Antonio. Creo recordar vagamente que un día te hablé de un escrito mío que tenía sobre la Casa Camuzzi. Me agrada que te hayas adelantado, porque tu narración me ha resultado muy hermosa. Y sueños tan agradables, a mí también me suceden de vez en cuando. Visité Montagnola, un junio, hace ahora exactamente 10 años; antes de que George Harrison pasara unos meses antes de morir. Era un santuario personal pendiente, pero soy tan despistado que me topé con la aldea de casualidad, haciendo otra ruta.
ResponderEliminarGracias por poner ese escrito, que tanto me atañe sentimentalmente. Por supuesto, cuando cuelgue el post, te avisaré. Será bello cambiar impresiones contigo.
Un abrazo tesino.
Que bello lo que relatas!!un sueño hecho realidad, seguro que tu tío te ha ayudado a encontrar ese libro!
ResponderEliminarMientras vos contabas que paseabas por los jardines y calles creí que estaba en ese lugar maravilloso y tranquilo!
Te dejo un gran beso!
gracias por el viaje.
Gracias por tus ánimos, Jordim.
ResponderEliminarSeguiré escribiendo, pero nunca llegaré a tu ritmo, se nota que eres joven, jeje.
Un saludo.
Bueno, amiga Silvia, no soy muy bueno que digamos uniendo palabras, pero si en algo puedo contribuir lo haré con gusto.
ResponderEliminar1004 besos! jeje.
Gracias, Juan, y lo mismo te digo. Aunque últimamente no me pase mucho por tu sitio, estoy deseando hacerlo.
ResponderEliminarUn saludo, amigo.
Hola, Liz.
ResponderEliminarGracias por tu beso peregrino.
Yo el sueño lo veo como una especie de "empuje", una fuerza del infinito que se ha acordado de este caminante "detenido" y ha querido echarle de nuevo a andar.
Espero no desmerecer tal ayuda...
Un beso caminante, amiga tejedora de sueños de colores.
Gracias, Yurena.
ResponderEliminarSobre esa línea anda uno, haciendo equilibrios...
Un abrazo un poco más grande, bueno, parecido, que no quiero destacar.
Hola, don Antón.
ResponderEliminarSeguro que al amigo Pessoa le gusta tu compañía y le ayuda a vencer su desasosiego.
Gracias por tu compañía aquí.
La próxima vez tráete algo de ese vinho verde (¿oporto?), jeje.
Un abrazo, amigo.
Hola, Daniel.
ResponderEliminarNo, no recuerdo ese comentario que dices, pero me alegro ahora mucho de saberlo. Así que estuviste en Montagnola hace 10 años... Entonces habrás visitado el nuevo museo que han hecho en la torre. Cuando yo fui, el único museo dedicado a Hesse estaba en Marbach, Alemania.
Espero que me avises cuando publiques tu escrito, seguro que será toda una delicia leerlo.
Un abrazo tesino, amigo, desde la Collina d'Oro.
Hola, Fabiana.
ResponderEliminarSí, para mí fue como un sueño hecho realidad.
Me alegro mucho de que mis letras te hayan llevado de la mano a hacer ese viaje.
Un beso, amiga viajera.
Si, apenas hacia dos años que habían inaugurado el museo. Fue emocionante ver los objetos que le pertenecieron; su máquina de escribir, sus lápices o sus lentes redondos.
ResponderEliminarCasi me produce envidia lo que me cuentas, Daniel.
ResponderEliminarConozco bien el museo, pero sólo por fotos... ¡Jo! ¡Yo quiero ir! ¡Jajaja! Que mala suerte, o llego tarde a los sitios o llego antes de tiempo. De todas formas, recuerdo que hablé del tema con gente del pueblo, les dije que me extrañaba la ausencia de un museo Hesse allí, y que era triste que hasta su casa ya no fuera rossa, sino amarilla, y que la habitara alguien, una señora, que no quería ni oír hablar del asunto.
Quizá esa gente con la que hablé era influyente. Uno recuerdo que tenía pinta de alcalde, jeje.
Bueno, fantasías mías.
Un abrazo, Conde Daniel.
Vuela el tiempo pero los recuerdos permanecen.
ResponderEliminarAunque no te conozco, te imagino perfectamente con tu mochila de libros, la ilusión en la mirada, caminando bajo las estrellas en dirección a Montagnola y con la intención cierta de remover Roma con Santiago para entrar en casa del Maestro.
A tu tío Hermann siempre le dominaron los dones de la Luna y de la noche. Siempre nocturno e interior y con su simbología a cuestas. Igual que tú, desde el primer escrito, o casi, que te leí en este blogg Un extraño en la cocina... ¡magnífico!
Así pues ¿qué otra cosa se te iba a acercar más que una criatura de la noche? Ese gato buscaba compañía y sabía muy bien donde iba y a quien buscaba.
Con un poco de suerte,cualquier día nos trasladamos, o nos trasladan... a todos, a Orión definitivamente... tú, ya tendrás por ahí algún amigo para salir del paso en los primeros tiempos amigo.
Excelente entrada.
Un abrazo de la extraña de al lado.
Ay, querida amiga Cristal, ojalá hubiera sido una mochila, pero no, era todo un bolsón de viaje que pesaba casi tanto como yo, jeje. Y no se podía llevar a la espalda, sino sólo sobre un hombro o en la mano. Pero, bah, como digo, una pluma para un joven con ilusiones.
ResponderEliminar¿Y dices que no me conoces? Sinceramente creo que me conoces mucho mejor que la madre que me parió.
Lo cierto, amiga, es que no tenía esa intención de remover Roma con Santiago, ni siquiera me lo planteé. Para mí era más que suficiente estar allí, en aquel lugar para mí mágico. Todo lo demás me vino de regalo.
¡Hasta conseguí, sin buscarlo, alojamiento gratis! Esto no lo he contado, pero estuve toda esa semana viviendo como huésped invitado, y no en un hostal sino en una vieja casa de piedra, grande y con vistas al lago.
Como digo, todo allí fue un continuo regalo.
¿El tío Hermann haciendo de las suyas desde el más allá...?
Pues sí, no sé cómo lo has sabido "extraña de al lado", pero ya tengo una parcelita en Orión.
Cuando nos vayamos para allá, por supuesto estás invitada.
Un abrazo de luna, amiga Cristal.