Mientras contemplo este nuevo amanecer, estas nubes gris-azuladas rodeando un centro de luz intensa y dorada, llena de lejanía. Mientras veo esto desde mi balcón tres voces vienen a mi mente, o salen de ella. Una, la primera, es la romántica, la del éxtasis de la belleza, la que nos hace sentir una emoción íntima y extraña a un tiempo, como si tuviéramos delante la imagen lejana de un destino o un origen olvidado. Otra es la chamánica, la que nos señala esa luz en el horizonte como la fisura entre los mundos, una especie de puerta por la que uno podría colarse, si supiera, hacia dimensiones distintas. Y por último, está la voz racional, que nos dice con un acento de desprecio, que todo esto no es más que un simple efecto estético.
Puede que las tres voces digan, a su manera, la verdad. Porque la verdad no tiene una sola cara, sino muchas. Pero las dos primeras voces son espléndidas, en su alegría, en su positivo misterio, en su empuje vital. Mientras que la última es mezquina, apagada, mutiladora y excluyente.
Esta última voz no une, separa. Y lo peor es que de ella, de esa actitud fría, de esa pobre visión, ha surgido este mundo en que ahora vivimos, de mala manera.
A.H.M.
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