“Un hombre que paseaba por un campo se encontró con un tigre. Dio media vuelta y huyó, el tigre pisándole los talones. Al llegar a un precipicio, se agarró a la raíz de una vieja parra y se dejó colgar sobre el abismo. El tigre lo olfateaba desde arriba. Estremeciéndose, el hombre miró hacia el fondo del precipicio, en donde otro tigre esperaba ávido su caída para devorarlo. Sólo la parra lo sostenía.
Dos ratones, uno blanco y otro negro, empezaron entonces a roer la raíz. A su lado, el hombre vio una fresa silvestre de aspecto suculento. Aferrándose a la parra con una mano, pudo alcanzar la fresa con la otra. ¡Qué deliciosa estaba! ...”
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Esta antigua historia zen me parece que da en el clavo de cómo debemos aceptar la complicación de la vida. Entre uno y otro problema, entre una y otra amenaza, lo que mejor podemos hacer es... comernos la fresa.
AHM.
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