Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







jueves, 15 de noviembre de 2007

Relatividad


















Esta es una página de mi Cuaderno Nocturno (el de papel), que titulé en su momento... Relatividad.

Me entero, por un artículo de la prensa, de que Albert Einstein tenía vocación de lobo estepario. Aparte de su famosa teoría de la relatividad --tan descriptiva de lo que ha sido este siglo que ya termina--, dejó también escritas cosas como ésta: “Soy un auténtico solitario que nunca ha pertenecido de corazón al Estado, a la patria, al círculo de amistades e incluso a la familia más cercana, y frente a todos estos vínculos he experimentado una inaplacable sensación de extrañamiento y necesidad de soledad.”
O sea que el viejo Einstein era uno más de la familia, de esta otra familia aparte, diseminada y múltiple, que anda por la tierra, cada uno por su lado, conociéndose sólo a través de algún gesto, alguna llamada desde la lejanía. No lo sabía, y me alegro egoístamente de saberlo. Noticias así siempre aportan esa pizca de compañía que tanto anhela el solitario. Porque el solitario, según yo lo veo, siempre tiene hambre de compañía, y eso es precisamente lo que busca en su soledad, aunque parezca contradictorio. Lo que no encuentra en el día, lo busca en la noche.
Me imagino que cualquier psicólogo de hoy metería ese extrañamiento y esa necesidad de soledad de que hablaba Einstein, dentro de algún cuadro patológico. Pero seguro que cualquier solitario inteligente podría meter al psicólogo en otro cuadro parecido. En esto, como en todo, nos movemos según las normas de la relatividad.
La enfermedad, lo verdaderamente patológico, viene cuando el solitario tampoco halla en su soledad aquello que buscaba, y que necesita para vivir. Entonces se siente preso de un complicado laberinto, y la vida se le vuelve amarga y previsible.
Quiero creer, sin embargo, que siempre hay una salida en alguna parte. Quizá a través de la laguna …



Me encuentro, al azar, con este comentario de Fernando Savater : “Que un señor que no haya leído a Proust sea un inculto, y se considere culto a otro que, habiéndole leído, crea que la Teoría de la Relatividad es que todo es relativo, es una de las ficciones de este país.”
Precisamente escribía yo la otra noche sobre esto de la relatividad, y lo hacía en el sentido que critica Savater. Así que confieso mi error y rectifico lo dicho. Evidentemente, cuando hablaba de relatividad no me refería a la teoría del señor Einstein (a pesar de estar éste en el centro de mi comentario), sino sólo a la relatividad a secas, tal y como se entiende por ahí. No estaba hablando de la constancia de la velocidad de la luz, ni de la equivalencia entre masa y energía, sino de la multiplicidad de referencias éticas, contradictorias entre si, que convierten cualquier escala de valores en algo susceptible de ser refutado y anulado, lo que nos da una visión global bastante compleja y caótica, que ralentiza e incluso paraliza la acción.
Entiendo, por otro lado, que se pueda ver esta complejidad también como riqueza, como el variado mosaico de un mundo dotado de múltiples voces. Pero esto no me vale más que hasta un punto, hasta el punto en que no se encuentra la necesaria conjunción. Si no aflora la corriente subterránea --suponiendo que exista, que creo que sí--, si no hay una línea de unión en la diversidad, entonces todo se vuelve relativo, en su peor acepción, nada es auténticamente valioso, y la riqueza se torna en miseria, en miseria humana plagada de enfrentamientos, de luchas, de mutuas negaciones que no llevan a ninguna parte. Un mundo relativo, en este sentido, es un mundo prisionero, incapaz de movimiento.
Personalmente, soy de los que creen en la necesidad de lo absoluto, como referencia única que sirva de base e impulso para la vida. Pero también soy consciente de que esto es moverse en un terreno resbaladizo y peligroso : muchos, enarbolando esa misma bandera, lo que han hecho es someter a otros a los dictados de su propia y personal creencia, cortando las alas de todo aquello que consideraban equivocado. No quiero pensar aquí en maldad, sino sólo en error e ignorancia. La mente es muy dada a aferrarse a aquello en lo que cree, con uñas y dientes, y sin mirar a ningún otro lado, precisamente por esa necesidad vital de lo absoluto. Supongo que es como una tabla de salvación : ante todo, no queremos hundirnos, y cargamos toda la tinta en ese punto, aunque para ello tengamos que arrastrar a los otros al imposible de la uniformidad. Inevitablemente, la tabla se revela como insuficiente para abarcar la complejidad del mundo, y todo lo que se ha hecho es dañar el tejido humano y generar un conflicto brutal e innecesario, una guerra absurda.

Entonces, qué pasa. Esto está dando la vuelta y me encuentro otra vez en lo relativo. La solución, imagino, estaría en saber a ciencia cierta qué es lo absoluto, pero eso parece una utopía. ¿Qué hacer entonces?
Me temo que el tema se me escapa. Sólo me atrevo a decir aquello de que cada uno siga su propia conciencia, que es el banco de relaciones con que percibe al mundo y a si mismo, y que intente ser tolerante y comprensivo con las otras formas, las otras voces, las otras conciencias, procurando ver más allá de la línea divisoria.
En fin, creo que queda claro que no soy una persona culta. Me falta la lectura en profundidad de Einstein, y la de Proust y la de tantos otros, pero sobre todo me falta la lectura del entendimiento, eso que no sé donde está escrito. Quizá en todas partes y en ninguna.


Antonio HM.
 (Enero, 1997)

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2 comentarios:

  1. Bienvenido al club de los incultos con inquietudes Antonio.

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  2. Gracias, Crystal.
    Poco a poco, con los años, uno va adquiriendo conocimientos y acumulando más y más datos. Pero lo que me sigue interesando de verdad es lo que entonces llamé "la lectura del entendimiento".

    Un saludo.

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