Cuando vi aquella silueta difusa que se aproximaba a paso lento entre las sombras y la bruma, sentí recelo y, por qué no decirlo, cierta sensación de miedo. A esas horas de la noche nadie solía cruzar el viejo puente. Si yo lo hacía es por razones que ahora no puedo explicar, pero para mí aquello era algo normal, que repetía cada noche. Y en los dos años que llevaba viviendo en esa ciudad, nunca me había cruzado con nadie en el puente. Lo mío había sido siempre un caminar solitario, meditabundo y silencioso.
Por eso, ante el inesperado encuentro, opté por ralentizar el paso. Y terminé parándome del todo cerca de una de las escasas farolas. La figura siguió avanzando despacio, y al llegar a mi altura, se detuvo y me miró fijamente sin decir nada. No podía distinguir bien su rostro, y menos la intención de su mirada. Sólo veía una silueta enjuta y oscura que me observaba desde el otro lado del puente, rodeada por la niebla y la oscuridad de la noche.
En momentos así uno sólo puede pensar en lo peor. O era un ladrón, o un loco, o un asesino. Me apoyé en la farola e hice una de esas extrañas cosas que se hacen en momentos límite. Estaba realmente asustado, pero mi miedo se disfrazó de serenidad y tranquilamente, despacio, como si estuviera en el salón de mi casa, saqué el paquete de cigarrillos de mi chaqueta y me llevé uno a la boca. Luego encendí el mechero y, sin dejar de mirar al extraño paseante, me puse a fumar.
Entonces sucedió lo que temía. La figura comenzó a caminar hacia mí con pasos lentos y seguros. La cosa se ponía difícil, pero aguanté en mi postura y seguí fumando como si nada.
--Buenas noches ---me dijo con voz ronca. ¿Me puede dar un cigarrillo, por favor?
--Sí, claro ---contesté, con aire de indiferencia.
Era un hombre viejo, de unos setenta años, pero con una mirada extraña, dura, fría.
Aspiró una larga bocanada de humo y me preguntó:
--Perdone mi curiosidad, pero ¿qué hace un joven como usted paseando una noche de invierno en medio de la niebla, con este frío, y solo?
Por supuesto, la pregunta me pilló desprevenido, y casi me atraganto con el humo del cigarro. Al miedo ahora venía a sumarse la sorpresa.
--No creo que eso sea de su incumbencia, señor ---le contesté, con el mayor aplomo de que fui capaz.
Sonrió de forma un tanto siniestra y me dijo:
--¿Ah, no? Lleva usted cruzando este puente desde hace unos dos años, si no recuerdo mal. Siempre en noches como ésta, de invierno y con niebla. Y siempre sin rumbo fijo. Más allá de este puente no está su casa, ni nada que le interese. Por eso al final se da la vuelta y vuelve a cruzarlo. ¿Qué sentido tiene eso? ¿Por qué lo hace?
Ahora el cigarrillo se me cayó de la boca, y sin saber qué decir me quedé mirando fijamente al hombre extraño a los ojos. Al cabo de casi medio minuto de silencio, balbuceé:
--¿Pero, quién es usted? ¿Me conoce? ¿Me ha estado espiando?
--No, no le conozco. Pero usted sí debería saber quién soy yo.
--¿Qué?
--Sí, caminante nocturno, perdido en la niebla. Yo soy quien has venido a buscar todas estas noches. Al principio no estaba muy seguro de tu verdadera intención, pero ahora ya está claro. Ha llegado el tiempo. Tu reloj marca la hora exacta. Ven conmigo. Te llevaré donde quieres ir. Más allá del puente está lo que tanto has buscado.
--Pero… ¿qué dice? ¿Está loco? ¡Yo no voy con usted a ninguna parte!
El hombre extraño agachó la cabeza, masculló algo entre dientes y luego, sonriendo y mirándome fijamente a los ojos, dijo con una voz oscura, que intentaba parecer amable:
--Perdone, joven. A veces yo también me equivoco. Seres raros como usted me confunden. Aparentemente, reunen todos los requisitos: son oscuros, negativos, tristes y algo perversos. No tienen alegría y se dejan seducir por las sombras. Pero…, no sé qué pasa: en el último momento, encuentran algo adentro a lo que agarrarse. Una mínima luz, un íntimo secreto. Es extraño... Quizá lo suyo es sólo un juego, o tal vez está dividido entre dos mundos, entre dos horizontes. En cualquier caso, le cedo la razón: efectivamente, no es de mi incumbencia. De nuevo le pido que disculpe mi error. Gracias por el cigarro. Le dejo solo con su puente, su niebla y su noche.
Y dicho esto, la extraña figura se dio la vuelta y se perdió entre la bruma. Yo encendí otro cigarrillo y seguí caminando por el puente con lentitud, pensativo. De vez en cuando miraba hacia arriba, por si un claro entre las nubes dejaba ver la luna o alguna estrella.
Antonio H. Martín
(noche del 6 al 7 de Julio, 2006)
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