«El mundo de los sueños y el mundo despierto se encontraron en ese portal, y él conoció en ese momento el secreto del paso. Ya que en los momentos grandes de la vida cruzamos el portal en una especie de trance que quienes lo han conocido han descrito como una muerte menor.»
Dion Fortune
(La Magia de la Luna - 1978)*
A pesar de su título, estas notas —y el texto que las sigue— no tienen ninguna relación con el imaginativo mundo de Jules Verne. Puede que algo de imaginación haya en ellas (a primera vista incluso parecerá que mucha), pero en un sentido muy alejado de las amenas aventuras y fantasías pseudo-científicas de ese escritor. Aquí se intenta entrar en ciertos aspectos del psiquismo que lindan con lo que se suele definir como esotérico. Sólo es un tímido acercamiento, un ligero roce con una de las muchas puertas del enigma, pero lo que hay más allá queda, si no dibujado y mostrado con nitidez, sí vagamente apuntado o delineado, en algunos trazos que quieren ser aproximativos.
Por otra parte, he de reconocer que en el fondo esto procede sólo de una simple pero seductora intuición. No, evidentemente, del resultado de eruditas especulaciones metafísicas (de las que no soy capaz), y mucho menos de experimentos de laboratorio (de los que soy más incapaz aún). Pero se trata de una voz íntima en la que confío y que estimo como portadora —no obstante su aparente inverosimilitud— de bastantes visos de realidad.
Lamentablemente, hay un nivel de claridad en la esfera intuitiva que no es expresable en términos racionales. No hay transferencia entre ambas esferas. Manejan lenguajes demasiado distintos entre sí. De hecho, cuando se intenta pasar a cualquier intuición por el tamiz de la razón se pierde en gran parte esa claridad, y lo que nos queda suele ser sólo una pálida imagen de aquello que antes veíamos como nítido y seguro. Sucede como con algunos sueños especiales, que al querer entenderlos desde la perspectiva de la vigilia se nos vuelven confusos e inefables, y lo que hace tan sólo unos momentos poseía una intensa claridad y una significación indudable, se transforma, a los ojos de la normalidad racional, en una visión nebulosa cuyo sentido no acertamos a comprender ni de lejos. Pasamos así de una vívida certeza a una incredulidad casi absoluta.
Supongo que de lo anterior se infiere, entre otras cuestiones, que la luna que se menciona en el título no es el astro que suele suavizar la oscuridad nocturna. Que yo sepa, no hay trenes que viajen a la Luna. Sino que es una figura retórica, una sencilla metáfora referente al mundo de los sueños y la magia. La luna como símbolo de ese mundo, como portal y asimismo como compañía y guía durante el viaje. En un sentido que puede ser poético, pero asimismo esotérico, hermético o místico. Y en relación a esto, aparece aquí de nuevo mi amigo Alberto Linde, del que últimamente he contado algunas historias, y que es quien desde hace tiempo intenta convencerme de que sus viajes al país del sueño no son lo que normalmente se entiende por sueños...
Sobre el señor Linde quiero decir —como curiosidad— que no es ese su verdadero apellido. Y que, por supuesto, no tiene nada que ver con el físico teórico Andréi Dmítriyevich Linde, ni muchísimo menos con el gobernador bancario de este país, Luis María Linde... Eligió ese apellido, según me contó una noche, sentados ambos en la terraza de su casa con vistas al noroeste, simplemente por intuición. Después de que hubiera surgido, en una conversación anterior, la idea de emplear algunos de sus sueños para escribir relatos en mi cuaderno, me dijo esa noche que se había estado buscando un nuevo apellido, como pseudónimo, que encerrase un sentido en relación con esas futuras historias. Y lo encontró, intuitivamente, en Linde. El nombre se le presentó de pronto, mientras andaba barajando otras posibilidades, y le gustó. Le gustó por dos motivos. En principio porque, debido a su edad, se considera ya algo cerca de la frontera final, del límite entre los mundos, dimensiones, planos o como se los quiera llamar. Y en segundo lugar, porque ese nombre de Linde le evocaba a sus viajes oníricos. En el sentido de que siempre había que cruzar un límite para pasar de un mundo a otro, un umbral místico entre el país de la vigilia y el país del sueño, es decir, una «linde». Lo que sin duda tiene su lógica, siempre y cuando se crea en la realidad de ese otro país... Le pareció recordar, además, que en alguna novela del visionario escritor escocés George MacDonald (quizás en Lilith), esa frontera era llamada como «el borde de crepúsculo». Y eso también le animó a elegir el nombre de Linde. Quizá con esto, según observo ahora, lo que deseaba el amigo Alberto, más allá de omitir o disfrazar su verdadero nombre, era sobre todo el regalarme un personaje que podía tener cierto valor literario. Sinceramente, no es un tema que me interese demasiado, porque no soy yo precisamente lo que se dice un escritor, pero agradezco su intención. Para mí, el amigo Linde no pertenece en absoluto a la literatura, por mucho que pueda escribir y adornar las historias basadas en sus viajes y experiencias. Sino que es alguien de alma, carne y hueso, alguien cuya incuestionable realidad y presencia puedo encontrar y disfrutar de vez en cuando, en esos días raros en que hace una pausa en sus viajes y se pasea normalmente por este mundo.
He hablado aquí de intuiciones. Gary Zukav (autor del libro sobre física cuántica La Danza de los Maestros del Wu Li) decía al respecto, entre otras muchas cosas interesantes, que... «La intuición sirve a la inspiración. Es la respuesta inmediata a la pregunta. Es el significado que toma forma en la niebla de la confusión. Es la luz que se acerca a las tinieblas». Bien, pues siguiendo esa respuesta inmediata es como he decidido escribir estas notas. Entendiendo que la intuición es una especie de valioso mensaje que no hay que dejar pasar, para que no ocurra lo que con ciertos sueños también valiosos: que se nos pierden irreversiblemente entre las nieblas de la vigilia. No sé si servirán para aclarar algo el tema o para oscurecerlo aún más. Me temo que será más bien esto último. Pero tenía la sensación de que debía escribirlas.
En el texto literario que sigue a estas notas, se habla de cosas que no parecen creíbles, bajo ningún concepto. Y es fácil llegar a la habitual pero lamentable conclusión de que todo se reduce a un simple y fantasioso cuento chino. Que es la forma que suele tener el pensamiento occidental de quitarse de encima todo aquello que no comprende y que siente como molesto o enturbiador. Pero si me atuviera a esa norma laxa, propia de pensadores sin espíritu, me perdería unos cuantos tesoros que estimo como irrenunciables. Por ejemplo, sería incapaz de acercarme a la convicción del amigo Alberto Linde, cuando afirma, sin sombra de duda, que muchos de sus viajes al país del sueño son viajes reales, y que en absoluto hay que obviarlos como un fruto inane, sin esencia, maquinado por su imaginación.
Pero para poder aproximarse a un concepto de esa magnitud, primero hay que soltar amarras y estar dispuesto a dejarse llevar por vientos desconocidos y quizá por procelosas corrientes. Hay que atreverse a embarcar en una nave que conlleva una peligrosa aventura: la de buscar posibles nuevos conocimientos, que pueden ser muy valiosos, pero que hoy nos son absolutamente extraños, y con el riesgo de encontrar en la travesía probables e igualmente extraños abismos. Es, pues, perfectamente comprensible no querer osar esa empresa, porque, tomada con la debida seriedad y consecuencia, puede incluso hacernos zozobrar. Al fin y al cabo, lo que separa a la lucidez de la locura es sólo una fina lámina de conciencia, que suele ser frágil y prefiere permanecer en sitio seguro, en el refugio de lo conocido, y no aventurarse en los oscuros océanos del misterio.
No obstante, en esto, como en otras facetas o vertientes de la vida, funciona a veces la fuerza de la empatía —y también de la simpatía—, que en algunos individuos (entre los que me cuento) viene dada mediante la inexplicable pero luminosa vía de la intuición. Y gracias a esta fuerza podemos sentirnos atraídos por conceptos diferentes, singulares, novedosos, sin que por ello corramos ningún peligro de desestabilización.
Aunque acabo de recordar ahora mismo algo que me excluye en parte de ese conjunto... No me atrevo a afirmar, por ejemplo, como hace el señor Zukav, que tengamos una personalidad «multisensorial», que es consciente de su alma, en contraste con la personalidad normal, de sólo cinco sentidos, que es inconsciente a ese respecto. Y no me atrevo porque en mi caso particular esto funciona sólo en algunas ocasiones, no de una forma continua. De manera que lo dejo ahí, por no decir lo que no merezco decir. Seguramente es como asevera Zukav, pero yo me excluyo entonces de la lista. Tengo, a veces, esa intuición y desde ahí puedo sentir empatía con la realidad de mi amigo y con otras realidades aparentemente fantásticas e inverosímiles, pero no siempre me sucede así. No es que sea un perdulario, pero, lamentablemente, en mi conciencia hay altibajos, no una coherente continuidad. De ahí que no me quiera incluir en esa diferente clase «multisensorial», al parecer sensiblemente superior, que es siempre consciente de su alma y para la que fluye con frecuencia el aire clarificador e indicativo de la intuición.
Para mí el alma es una realidad incontrovertible (lo he dicho otras veces), pero no siempre tengo la consciencia de esa realidad. Es decir, no en todas las ocasiones siento su presencia. Con lo cual en mí falla, es defectuosa, esa supuesta «multisensorialidad».
Aun así, puedo añadir algo en mi favor: mi noluntad. Hay, en efecto, en mí un antiguo no querer, una nolición que me acompaña casi desde que tengo uso de razón, y que consiste en negar constantemente y sin fisuras la interpretación que de la vida suele hacer el mundo «normal». Dicho así suena tremendo, y no sé bien si uso el término correctamente. Me refiero, no a una ausencia de voluntad, a una gris abulia, sino a una voluntad negativa con respecto a ese sistema de valores y conceptos que se da normalmente en la sociedad. Es también como algo intuitivo, que desde muy joven me ha prevenido contra la aceptación de ese sistema de valores. No sólo en cuanto a cuestiones de ética, costumbres y demás, sino en un sentido mucho más amplio y profundo, casi diría que ontológico. Y me siento orgulloso (no sé si neciamente) de que así sea. Quizás porque ese núcleo de rechazo, desprecio y negación, lo veo como mi más íntima seña de identidad. Como un estigma de «lobo estepario». Aunque imagino que más de algún entendido en estos temas lo verá como algo muy distinto. Tal vez como la extensión ad nauseam de un simple y no superado «síndrome de Peter Pan». Un punto de vista con el que no puedo estar de acuerdo, pero que en el fondo me es indiferente. Seguiré con ello, igualmente, hasta el final. Si, según esos entendidos, el nivel de madurez pasa ineludiblemente por la aceptación incondicional de una sociedad absurda e incomprensible, con su estrecha y asfixiante visión de la realidad, debo decir que esa madurez no me interesa.
No es el mundo exactamente como lo acabo de describir, no. Por fortuna, hay muchísima más variedad y riqueza en él. Lo que ocurre es que esa imagen negativa existe y muchas veces da la impresión de ser mayoritaria. Seguramente (o eso espero) se trata sólo de que «los malos» de la película hacen mucho ruido y no dejan ver con nitidez la amplitud y profundidad del bosque. Lo que nos engaña respecto a su cantidad y relevancia. Pero... es un tema que me duele, y me gusta desahogarme cargando las tintas y exagerando todo lo que puedo la negrura de esa parte de la sociedad, que por mí se podría ir directamente al diablo.
En todo caso, dejando ya aparte los asuntos personales y siguiendo con el tema, lo que sí merece ponerse aquí es la siguiente exposición de Gary Zukav, que no tiene desperdicio alguno:
«El conocimiento en sentido cognitivo no puede ofrecernos más prueba de la existencia de la realidad no física que la que nos ofrece de la existencia de Dios. No es capaz. Una prueba de la realidad no física no existe con las dimensiones con las que la busca la mente racional. Por tanto, cuando desde la perspectiva de una personalidad dotada de cinco sentidos, nos preguntamos: "¿Existe la realidad no física?", lo que realmente nos estamos preguntando es: "Si no puedo probar la existencia de la realidad no física, ¿decido por ello que se trata de un sinsentido? ¿Decido que no existe respuesta o me ensancho hasta alcanzar un nivel en el que pueda darse una respuesta?"
»Cuando una mente formula una pregunta que sugiere un nivel de verdad diferente, sea cual sea la pregunta, el camino seguido por el científico debe consistir siempre en esa acción de ensanchamiento, de persecución de la verdad. Por ejemplo, en cierto momento de nuestra evolución se formuló la siguiente pregunta: "¿Existen formas de vida más pequeñas que las que el ojo humano puede ver?" Partiendo de la percepción cinco-sensorial la respuesta fue negativa. Hubo alguien que no aceptó esa respuesta y se inventó el microscopio. A partir de ahí se formuló otra cuestión: "¿Existen partes de la naturaleza más pequeñas que las que pueden observarse a través del microscopio?", y, una vez más,
la respuesta procedente de la percepción cinco-sensorial fue negativa; pero no nos detuvimos ahí, y gracias a ello descubrimos, y desarrollamos, un rico conocimiento de fenómenos atómicos y subatómicos.
»A medida que creábamos herramientas para ver, se hacía realidad aquello que una vez se había considerado inexistente; pero, antes, nos vimos obligados a realizar aquella acción de ensanchamiento. El desafío, y la tarea, que se le presenta a una mente avanzada o en proceso de expansión es el de ensancharse hasta un nivel desde el que poder dar respuestas a cuestiones que no habían podido contestarse a partir de los niveles de entendimiento aceptados.»**
Lo de la existencia o inexistencia de Dios no es algo que me interese especialmente. Hay algo de tufo en ese nombre, por culpa, seguramente, de un mal uso del mismo por parte de los que se agencian su representación en este mundo en algunas religiones masivas. Para mí lo divino es otra cosa muy distinta, que nada tiene que ver con esa concepción patriarcal de un ser omnisciente y ubicuo (bondadoso o cruel), que desde su trono celeste rige nuestros destinos con mano de hierro, y que cuando algo no le gusta va y te manda un rayo, una enfermedad o un terremoto. Un ser terrible y vengativo que —según cuentan sus acólitos— si al morir resulta que no has seguido sus normas al pie de la letra te envía directamente al infierno. Todo eso lo veo más bien como una idea de Dios. Una idea muy humana que responde a un determinado carácter histórico, a un cierto «espíritu de la época». Una idea hace tiempo superada (al menos, por las mentes que han evolucionado), y que ha quedado como el tosco y duro reflejo de un tiempo oscuro.
Pero, en fin, todo se arregla con cambiar el nombre, que está excesivamente cargado y lleva sobre sus espaldas demasiados despropósitos, crueldades y violencias a lo largo de la Historia. Y mencionar, por ejemplo, el Tao, la Conciencia Universal o cualquier otro nombre de nuestra preferencia que no sea malsonante. Personalmente, me gusta hablar del Espíritu; así, en abstracto. Siguiendo, en parte, la nomenclatura de Carlos Castaneda, que provenía de los antiguos indios toltecas.
No sé si Gary Zukav es religioso. A veces me lo parece. Pero el ejemplo de Dios está aquí muy bien traído. Con una clara sencillez, Zukav nos pone en la pista del fondo de la cuestión. Que no podamos demostrar las zonas ocultas de la realidad, según los métodos convencionales, no tiene por qué significar que esas zonas no existen. Sería absurdo ofuscarse con la idea de que la realidad llega solamente hasta donde alcanza la sensibilidad de nuestros instrumentos y herramientas. Me parecería demasiado pretencioso y carente de sentido. Y sin embargo... en demasiadas ocasiones de la Historia se ha cometido ese crimen irremisible, y me temo que (aunque en menor medida) se sigue cometiendo hoy en día, en este tiempo nuestro tan moderno y abierto a las nuevas tecnologías y a diferentes formas de pensamiento. Hoy mismo he leído en un periódico esta simple pero indicativa frase del filósofo y pedagogo José Antonio Marina: «Soy un forofo de las nuevas tecnologías. Pero un burro con Internet sigue siendo un burro.»
Me encanta cuando Zukav dice eso de ensanchar la conciencia, para alcanzar el nivel necesario en que pueda darse una respuesta. Tanto eso como el sencillo ejemplo de los avances en el conocimiento del átomo, me parecen palabras necesarias. Y las relaciono con otras muchas lecturas de diferentes autores y distintas épocas, que venían a decir lo mismo. Afortunadamente, entre la tosquedad y la barbarie, entre esa marea ingente de vulgaridad que parece mantenerse incólume a través de los tiempos, siempre ha habido mentes preclaras. Y en ellas es donde se ve realmente que existe algo que podemos llamar evolución humana.
Y, en fin, después de este largo prefacio, paso ya a hacer una breve presentación del texto que constituye el origen de estas notas. Notas que no pensé, en un principio, que se iban a inflar tanto. Pero me he dado «pluma libre» y he terminado subiéndome a la parra. Pido disculpas por ello, a quien eventualmente se acerque a leerlas. No hay, sin embargo, exención en cuanto al fondo de lo escrito. Porque, como decía temer al comienzo, no creo haber aportado ninguna claridad al tema. He ido rellenando los párrafos con algunos datos generales, e incluso con algunos personales, con aproximaciones y pensamientos circulares y a veces tangenciales, pero sin llegar al centro de la cuestión. Asunto que dejo al pensamiento y al juicio de cada uno.
¿Qué opino en definitiva sobre los asertos del amigo Alberto Linde, en cuanto al carácter de algunos de sus sueños? Según él, son auténticos viajes a esa zona misteriosa que gusta llamar «el país del sueño», y que no se sabe dónde se encuentra ni de qué está hecha... Y yo le creo, pero lo hago guiado por mi intuición, no por ninguna certeza demostrable.
¿Se trata quizá de eso que antes llamaban «viajes astrales»? ¿De esos desplazamientos del cuerpo luminoso, que puede así alcanzar remotas lejanías y hasta acceder a otras dimensiones del espacio-tiempo? ¿Cómo saberlo?... Sinceramente, pienso que todo es posible en un universo infinito. Y procuro siempre ensanchar mi mente lo bastante como para no dejar nunca de sorprenderme y maravillarme con nuevos saberes.
Esta tarde, mientras paseaba por las afueras de la ciudad, he oído la voz lejana de quien parecía ser un pastor llamando a sus ovejas. He mirado hacia arriba, hacia la montaña, y después de aguzar la mirada he llegado a ver a una diminuta figura, que casi no se distinguía del entorno. ¡Qué pequeño se veía ese hombre con respecto a la montaña! ¿Cómo podía él saber lo que estaba pasando unos metros más arriba, en la cima, o lo que ocurría en la otra ladera? Él mismo era casi inapreciable. Sólo una hormiga con una visión limitada que podía abarcar una pequeña franja del terreno que lo cicundaba. Sin duda, ese hombre conocía la montaña, y tenía su imagen completa bien aprendida. Pero... ¿qué sucede cuando se trata de otra montaña, una muy grande y desconocida? Entonces hay que caminar casi a ciegas, descubriendo el terreno paso a paso. Y, mientras tanto, uno puede ir forjándose ideas sobre esa gran montaña. Pensar una cosa u otra, calculando desde la imaginación su extensión y su altura. Leves aproximaciones tan sólo, muy ligeras y frágiles certezas. Pequeños trazos de una vasta realidad que nos supera.
¿Y qué pienso sobre el fragmento de relato que viene a continuación? Lo leí hace ya muchos años, y me gustó mucho. Fue como un alivio confirmar que, aunque fuera en las páginas de un libro, había una salida. La magia, a veces, nos muestra caminos insospechados, increíbles, que parecen de mentira, simples cuentos chinos... Pero, creo firmemente en ese tren que, aun siendo un sencillo dibujo de colores, viaja hacia la luna de los sueños.
¿Me siento esta noche algo quimérico? ¿Me dejo mecer, en este solsticio de invierno, por los brazos de la utopía? Puede ser. ¿Qué más da? En ocasiones, lo que nos suena como imposible, lo que vemos sólo como un iluso e inocente dibujo de nuestra imaginación sobre una pared de la celda, puede esconder una brillante realidad que está aún por descubrir.
Todo depende, nunca me cansaré de decirlo, de nuestra capacidad de mirar y de ver. De la música oculta que seamos capaces de captar en medio de las olas del ruido. Hay que ensanchar la consciencia. Y con cada ensanchamiento, con cada nueva dilatación, con cada apertura, nos entrará en la mirada, en la misma alma, otro fragmento más del profundo e inmenso azul del universo.
Antonio H. Martín
(21 de diciembre, 2014)
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En su «Biografía sucinta» (Kurzgefasster Lebenslauf), que escribió a los cuarenta y ocho años, Hesse pasa más allá de su presente y sigue contando su vida hasta el final, fantaseando sobre los sucesos futuros. Según esta perspectiva imaginaria, nos narra que después de llegar a la conclusión de que sus esfuerzos en el mundo del arte son insuficientes e inútiles, ya que nunca será capaz de una obra que se equipare en hondura y brillo a ciertas obras maestras de Hoffmann o de Mozart, decide abandonar y dedicarse a la magia.
El tío Hermann (permítaseme este trato cariñoso, que vengo usando desde hace años), tenía muy claro ya a esa edad que es en la magia donde está la solución al conflicto de la existencia, el puente para lograr la unión de los contrarios. Por supuesto que también el arte es una forma de magia, pero discierne Hesse que todo cuanto hubiese podido llegar a hacer en ese noble campo ya estaba hecho por genios como Hoffmann, Novalis y Mozart. ¿Para que esforzarse en expresar lo que ya está expresado, y además de forma magistral? Cualquier labor que saliera del propio taller sería tan sólo como una pálida sombra de aquello. Así que lo deja. Pero, por fortuna, le queda la salida de ejercitar sus conocimientos mágicos; lo cual se le da muy bien, por tener una inclinación y una soltura naturales para ello.
Más tarde, problemas con el mundo le llevan al encierro. Allí tendrá oportunidad de demostrar, después de un breve y alegre regreso a la esfera del arte, sus conocimientos de magia...
A. H. M.
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«... Así que dejé a un lado este trabajo y por fin me dediqué por completo a la magia práctica. Si mi sueño de artista había sido una ilusión vana, si yo no era capaz ni de una Olla de oro ni de una Flauta Mágica, al menos había nacido para mago. Por el camino oriental del Lao Tse y del I Ging había yo avanzado ya lo suficiente como para conocer perfectamente el carácter casual y mutable de la llamada realidad. Ahora, gracias a la magia, obligaba a esa realidad en el sentido de mi voluntad, y debo reconocer que aquello me satisfacía mucho. Sin embargo, también debo reconocer que no siempre me limité a ese benigno jardín llamado magia blanca, sino que de vez en cuando me dejé arrastrar por la pequeña llama viva dentro de mí, hacia el lado negro.
Con más de setenta años, cuando dos universidades acababan de distinguirme con el título de Doctor Honoris Causa, fui llevado ante los tribunales, acusado de seducir a una joven por medio de la magia. En la cárcel pedí que se me permitiera dedicarme a la pintura. El permiso me fue concedido. Amigos me trajeron colores y utensilios y pinté sobre el muro de mi celda un pequeño paisaje. Así que volví de nuevo al arte y todos los naufragios que había vivido como artista no me impidieron en absoluto apurar una vez más esta dulce copa, construir como un niño que juega un pequeño y amado mundo de juguete y saciar mi corazón con él, despojarme una vez más de toda sabiduría y abstracción y buscar el goce primitivo de la procreación. Volvía, pues, a pintar, mezclaba colores y mojaba pinceles, una vez más bebía extasiado todos estos infinitos encantos: el sonido alegre y claro del bermellón, el sonido pleno y puro del amarillo, el profundo y conmovedor del azul y la música de sus mezclas hasta el gris más lejano y pálido.
Feliz como un niño me entregaba al juego creativo y pintaba un paisaje en el muro de mi celda. Contenía casi todas las cosas que me habían alegrado en la vida: ríos, montañas, mar y nubes, campesinos en la siega y muchas otras cosas bellas que me solazaban. En medio del cuadro avanzaba un tren muy pequeño. Iba hacia una montaña y tenía la cabeza metida ya en ella como el gusano en la manzana; la locomotora había entrado en un pequeño túnel de cuya oscura abertura salía humo algodonoso.
Nunca me había fascinado tanto mi juego como esta vez. Gracias a este retorno al arte olvidé no sólo que era prisionero y reo y que tenía poca probabilidad de terminar mi vida en otro sitio que no fuera la cárcel: a menudo olvidaba incluso mis prácticas mágicas y me sentía ya bastante mago cuando creaba con el pincel un árbol diminuto, una pequeña nube clara.
Mientras tanto la llamada sociedad, con la que de hecho había roto por completo, hacía todo lo posible por burlarse de mi sueño y por destruirlo una y otra vez. Casi a diario venían por mí, me conducían bajo vigilancia a habitaciones extremadamente antipáticas, donde en medio de mucho papel estaban sentadas personas desagradables, que me interrogaban, no querían creerme, me increpaban y tan pronto me trataban como a un niño de tres años como a un criminal redomado. No hace falta ser un reo para conocer este curioso y verdaderamente infernal mundo de las oficinas, del papel y de las actas. De todos los infiernos que el hombre por no sé qué extraña razón se ha creado, éste me ha parecido siempre el más infernal. No necesitas más que querer cambiar de domicilio o casarte, solicitar un pasaporte o una cédula de vecindad, para que te encuentres en medio de este infierno, tengas que pasar horas agrias en el espacio sin aire de este mundo del papel, te interroguen personas aburridas pero apresuradas y sin alegría, te increpen, no halles más que incredulidad para las más simples y verídicas declaraciones y te traten tan pronto como a un escolar, tan pronto como a un criminal. En fin, todo el mundo lo conoce. Yo me hubiera asfixiado y secado en el infierno del papel si mis colores no me hubieran consolado y divertido, si mi cuadro, mi pequeño y bonito paisaje, no me hubiese dado nuevamente aire y vida.
Una vez me encontraba delante de este cuadro en mi prisión cuando vinieron apresurados los guardianes con sus aburridas citaciones a sacarme de mi feliz trabajo. Sentí cansancio y algo como náusea ante todo el tinglado y esa realidad tan brutal y sin espíritu. Pensé que era ya hora de poner fin a la tortura. Si no me permitían dedicarme a mis inocentes juegos de artista sin molestarme, tendría que servirme de aquellas artes más serias a las que había dedicado tantos años de mi vida. Sin magia este mundo era inaguantable.
Me acordé de la regla china, contuve durante un minuto la respiración y me liberé de la ilusión de la realidad. Amablemente les pedí a los guardianes que tuvieran un momento de paciencia, ya que tenía que montarme en el tren de mi cuadro para revisar una cosa. Como de costumbre se rieron tomándome por loco.
Entonces me hice pequeño y entré en mi cuadro, subí al pequeño tren y me metí con él en el pequeño túnel negro. Durante un rato se vio aún el humo algodonoso saliendo del agujero circular, después el humo se disipó, y con él todo el cuadro y yo con él.
Los guardianes se quedaron atrás, profundamente perplejos.»
Hermann Hesse
(Biografía sucinta - 1925)
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(*) citado por David Goddard en La Torre de la Alquimia (1999)
(**) El Lugar del Alma (cap. VI. La luz) - Gary Zukav (1989)
imagen 1: Paisaje con luna (B.i.g.)
imagen 2: "El balcón de Klingsor" (casa de H. Hesse - Montagnola)
Claro que Hesse era mago. Esto nunca lo dudé. Y ese "mago" es uno de mis mayores gurús en la vida.
ResponderEliminarPor cierto, "Linde" es también la palabra alemana para el árbol del tilo. La avenida Unter den Linden en Berlin se traduce como "Bajo los tilos". ¡Y qué dulce aroma despiden en verano!
Feliz Navidad, Antonio.
Sí, amiga Liz, totalmente de acuerdo. Hermann Hesse era un mago. Es más: lo sigue siendo, allá donde esté y también aquí, en este mundo de ahora. Porque los plateados hilos que se desprenden de su obra siguen vigentes hoy en día. Y no digo "plateados" por querer parecer poético, sino porque eran y son así. Hesse es un poeta lunar.
EliminarPara mí, su valía es indiscutible. Aunque haya sido alabado por algunos y despreciado por otros. Estos últimos suelen decir que se trata de un simple escritor de juventud, "introductorio". En definitiva, demasiado romántico y orientalista; un escritor "vagaroso" y olvidable. Pero, a nivel personal, ha sido y es algo así como mi maestro espiritual y vital. Por pura empatía. No mi "gurú"... (recuerda lo que le decía Siddhartha al Buda Gautama), pero sí una muy importante referencia ética, estética y filosófica. Alguien que me sigue acompañando. Y me siento, hoy como ayer, muy a gusto cerca de la luminosa sombra del lobo estepario.
No sabía que "Linde" significa tilo en alemán. ¿Lo sabrá mi amigo Alberto? Puede que no, porque me lo hubiera dicho. Pero bueno, me alegra que me lo comuniques, porque añade más riqueza al nombre que eligió. Ahora, aparte de "fronterizo", va a ser un viajero soñador "aromático"...
Que tengas una muy feliz Navidad, amiga Liz. Y ojalá que el próximo año, aparte de otras alegrías, podamos ver por fin tus nuevas obras.
Un gran abrazo, pintora de sueños.
Sí, la mayoría de la gente tiene ese concepto sobre Hermann Hesse: que es un autor para jóvenes... Yo he releído una a una sus obras en mis años maduros (y algunas, más de una vez), y me sigue pareciendo extraordinariamente vigente. Claro que además recuerdo mis años juveniles, pero también me constato a mi misma en la actualidad. Es porque Hesse no tiene "tiempo", ni está dentro o fuera de "moda", sino que es perpetuo
Eliminar.
Quiero renovar mi blog, realmente, pero prefiero esperar a terminar la nueva serie que estoy pintando, para publicar mis obras juntas. Lleva tiempo acabarlas... pero he de lograrlo en el 2015.
¡Que sea un buen año!
Pues entonces, amiga, nos ocurre lo mismo. Que leemos a Hesse de jóvenes y de mayores y nos sigue gustando, incluso encantando. Será por lo que dices, de que es intemporal.
EliminarEn cuanto a tu blog, tómate el tiempo que necesites, Liz. Las buenas obras requieren una plena dedicación que no admite prisas.
A pesar de ello, de vez en cuando te lo seguiré recordando (jeje), porque estoy deseando ver esas obras.
Un abrazo, y eso: ¡Que sea un buen año, amiga!
Hola Antonio; en mi blog solo he publicado algo que me parecía importante, ahora publico algo más superficial en facebook en compañía interactiva y fresca, divertida, no se que más, tiene un tinte político. Si te animas te dejo un enlace y si te gusta te agrego como amigo, te deseo salud para el próximo año. (Terry)
ResponderEliminarhttps://www.facebook.com/antonio.emeerre
Hola, Don Terry.
Eliminar¿Viste mi entrada sobre "Podemos"? Si es así, me gustaría saber tu opinión.
Te buscaré en Facebook y te enviaré una solicitud de amistad.
Un abrazo, quijotesco amigo. Salud, paz y trabajo para este año que viene.
(y que nos toque la lotería del Niño) ;)
Hola Antonio! Si no has bebido mucha agua esta madrugada, querrá decir que anoche no abusaste de lacena y su regadío. Creo que tienes los criterios fundamentales del conocimiento de política de nuestro país, y si, Pablo Iglesias es un cántico a la esperanza de cambiar nuestro país de ese arcaísmo consentido por unos políticos de puertas giratorias que al resto de los mortales nos causa mareo y hasta carencias en la despensa. Un abrazo. Entre todos PODEMOS.
EliminarPues no, amigo, no abusé ni de la cena ni del regadío. Sólo una comida normal y luego una botellita de Tempranillo de La Mancha y otra de cava. Y eso que soy abstemio... Lo que no suelo hacer es beber agua por la mañana. Me lo ha prohibido mi médico de cabecera, el Dr. Martín.
EliminarDe política ya digo que entiendo muy poco, pero me atrae la figura de Pablo, al menos de momento. A ver si hay suerte y puede demostrar que es posible que las cosas cambien.
A los políticos esos "de puertas giratorias" les debería pasar lo que a ese bañista de balneario de la película de Charlot: que se le queda atascado en ellas el pie malo con gota, aparte de recibir primero un solemne pisotón del mismo Charlot. Sin querer, claro...
Un abrazo, Don Terry de La Mancha.
Feliz Navidad!! Mi querido y lejano,(Tete mano) :)
ResponderEliminarFeliz Navidad, hermanita. Y que tengas, en compañía de los tuyos, un alegre y bondadoso año nuevo.
EliminarGracias por recordar. Saluda a todos de mi parte.
Un abrazo.
Pincha aquí, a ver si te gusta. Es un regalito para Javi
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Espero que estes bien. Yo se de ti aunque no diga nada porque entro en el blog.
ResponderEliminarpor ciertodebe haber algun problema porque dice que el blog ya no existe.
Hola.
EliminarNo sé quién eres. No hay ninguna referencia en tu comentario que me lo indique. ¿Mi hermana, quizás?
Y no entiendo que hayas entrado aquí, si te dicen que este blog no existe...
De todas formas, te diré que lo que pasa es que he cambiado la URL del blog. La anterior ha quedado vacía. Ahora es la que ves arriba: ahm-cuaderno-nocturno.blogspot.com
Un saludo.
Buenos días Antonio.Leí tu correo y ya me he puesto al día con tu cambio de residencia virtual.Al leer lo que escribía Hesse en su biografía sucinta he pensado que me gustaría, como hace él, olvidarme de la realidad y subirme al tren...a la luna.Muy lindo lo que has escrito.Nos vemos caminante
ResponderEliminarHola, amiga.
EliminarDebería haberlo comunicado antes, en una entrada. Pero estaba tan contento con poder cambiar, por fin, la URL, que no pensé en las consecuencias. Pero bueno, espero que quienes me leen me vayan encontrando poco a poco.
A mí también me gustaría mucho manejar esa magia del cuento de Hesse. Quizá algún día lo consiga... :)
Gracias por leer. Un abrazo, casi de año nuevo.
Ya he agregado tu nueva dirección en mi "agenda". Seguiremos compartiendo y aprendiendo. Que no es poco---
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y feliz 2015
Hola, Luis Antonio.
EliminarDecía hace poco Manuel Alcántara, en el Diario Montañés, que el libro más pequeño y valioso que había escrito era su agenda.
Gracias por incluirme en la tuya. Así seguiremos en contacto; compartiendo y aprendiendo, como bien dices.
Un abrazo. Y feliz año, viajero profesor.
¡Qué lejos quedan Cascales, Moñino y García!, ni que decir del A. " El Ye Ye" y Pepe "El grasia" y las conversaciones en la puerta grande de la Iglesia de San Lorenzo, después de salir del colegio Santa Isabel, largas carreras en la plazoleta de la calle Santa Isabel jugando a la pelota, y no al football como ahora, y Linda más deprisa aún. ¡Ay, aquellos lunimosos domingos de la adolescencia!, días de Leo Sayer, Gilbert O´Sullivam y Nino Bravo y Miguel Gallardo, mañanas en el retiro saltando matorrales o paseando junto al estanque o al lado del pequeño espacio habilitado como auditorium para conciertos dominicales. ¡Me produce tristeza y emoción recordar esa lejana y amada época!
ResponderEliminar¡Buenos recuerdos tienes, amigo!
ResponderEliminarVeo que escribes usando el nick de tu esposa Merce. ¿No tienes uno propio? Bueno, es igual, me alegro de saber de ti.
¡Un fuerte abrazo, Jose!