Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







jueves, 16 de octubre de 2014

Vita nuova



«Te quiero como para invitarte a pisar hojas secas una de estas tardes. Te quiero como para salir a caminar, hablar de amor, mientras pateamos piedritas. Te quiero como para volvernos chinos de risa, ebrios de nada y pasear sin prisa las calles. Te quiero como para ir contigo a los lugares que más frecuento, y contarte que es ahí donde me siento a pensar en ti. Te quiero como para escuchar tu risa toda la noche. Te quiero como para no dejarte ir jamás. Te quiero como se quiere a ciertos amores, a la antigua, con el alma y sin mirar atrás.»

Jaime Sabines


    Después de leer este cariñoso poemita del mexicano Sabines, Alberto Linde se volvió a mirar a la luna, que ya perdía su plenitud y entraba en cuarto menguante, y reflexionó sobre si estos versos tenían que ver con él... El caso es que había algo en ellos que le provocaba cierta resonancia, pero no acertaba a precisar qué era en concreto. Puede que esos simples versos enlazaran con algún recuerdo, pero no sabía con cual. ¿Quizá con su amiga lejana? ¿O tal vez con quien fue su mujer durante muchos años?... No lo sabía. Hacía tiempo que estaba volcado en sus sueños, y para Alberto estos formaban un mundo aparte, separado de la realidad y de su historia. Con lo cual, historia y realidad se habían vuelto algo difuso, medio borroso, que era difícil definir, que era difícil reconocer, con un perfíl impreciso, fluctuante, que rozaba lo irreal. 
    Andaba ya avanzando, con pasos lentos pero seguros, el mes de octubre, pardo y gris. Era otoño, su estación preferida, pero no era muy consciente de ese hecho. Había notado la caída de las hojas, y ya había pisado algunas, pero sin sentir aquella sensación de antaño. Se veía claramente un cambio de tonalidad en el azul del cielo, que era ahora como más profundo, pero tampoco se había parado Alberto a pensar en lo que eso significaba.
    Volvió entonces al poema: «te quiero como para volvernos chinos de risa, ebrios de nada y pasear sin prisa las calles». Le hacía gracia ese verso, le gustaba mucho, pero no sabía bien por qué. Su vida de ahora era nueva, distinta. No había ningún lazo con el pasado. Los recuerdos eran como las imágenes que uno ve en un museo, una galería de cuadros que se recuerdan sólo a medias. Y, en todo caso, cuadros que habían pintado otros, imágenes que se correspondían con otras vidas, que no eran la suya.  
    Fuera del mundo de sus sueños, Alberto solía caminar muy a menudo. Le gustaba «pasear sin prisa las calles», pero tenía problemas a la hora de reconocer ciertos signos. Como si algo se le hubiera roto por dentro, o le hubiese cambiado. Y a veces tropezaba con alguna sombra... No todas eran iguales. Las había duras y frías, y con estas era con las que chocaba algunas veces, aunque no pudiera entenderlo. Sin embargo, había otras que le gustaba acariciar. Sombras aterciopeladas, o sedosas, en las que le apetecía demorarse un tiempo, porque se encontraba a gusto en su interior, como si fueran amigas. Pero, al igual que el beso tiene un fin en sí mismo, que no va más allá del límite de unos pocos segundos, a esas sombras también había que dejarlas, si no te dejaban ellas antes... Parece que todo había que dejarlo alguna vez. Porque siempre había un final para cualquier historia.    
    Efectivamente, su vida era nueva. No había ningún lazo con el pasado. Vivía en otro mundo, conocía a otra gente. Las caras y las voces eran otras. Pero algo sí reconocía en este fluir del río del tiempo... A pesar de los cambios, de fuera y de dentro, se reconocía a sí mismo como el protagonista de la historia. Y los colores y los sabores, los sentires y pensamientos, las vibrantes imágenes y los sonidos que una vez vivieron y fueron intensamente vividos conservaban su fuerza. En cualquier caso, le había gustado ese simple poema de Sabines, que le había hecho recordar que en su vida había existido eso que llaman amor. Esa aventura envuelta en caricias, besos y misterio. Ese enigma maravilloso que parece conjugar todo un mundo.  
    No sabía si esa historia tenía o no sentido, más allá de sus sueños, pero era la suya. Y eso se merecía un abrazo, y quizá también un beso... De esos que nunca se lleva el viento, porque son para siempre; de esos que saben a luz de luna y brillan como las estrellas. Luz tenue y lejana, pero que acompaña en la soledad de la noche... 


Antonio H. Martín
(16 de octubre, 2014)



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música: The Parting - Michael Hoppe (1986)
intérprete: Vangelis  

2 comentarios:

  1. Reconocernos como los protagonistas de nuestra propia historia, haciendo nuestros los claros y las sombras, como hace tu amigo/personaje A. Linde, no es fácil, pero si se consigue... como parece el caso... es todo un alivio.

    Quizás, la vida es solo un camino de historias con finales diversos, que convergen en uno único y común.

    Acertadas reflexiones las de tu amigo, Antonio.

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    1. Sí, Crystal, así me lo contó el amigo Linde.
      Se reconoce como protagonista de su historia, con lo cual asume claros y sombras, y acepta el entramado de la existencia tal y como le ha tocado vivirlo. El pasado y el presente... No llegamos a concretar si eso era o no un alivio, como dices, pero quedó claro que, en todo caso, es su historia. Y mucho tendrá él que ver en la configuración y resultado de la misma.

      Un saludo, Crystal.

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