Hay que aprender a despedirse. La vida es una despedida casi continua, nos guste o no. De nada sirve aferrarse a la orilla, por muy bella que nos parezca, porque el río seguirá su curso inexorablemente, y el mandato de la vida es navegar con el río.
Podemos dejar pasar el tren y quedarnos en la estación, como queriendo detener el tiempo en una etapa que nos es grata, pero pronto descubriremos que la pulsión y el aliento de la vida se fueron en ese tren, y que la estación está vacía. Que donde antes corría un aire fresco y limpio ahora sólo hay humo quieto y gris.
Podemos silbar e intentar entonar las viejas melodías, pero la auténtica música ya se fue, y lo que queda en la estación es sólo un grave silencio que en vano nos empeñamos en adornar con los pinceles de la memoria, violines rotos que han perdido su voz.
Es otoño. Después vendrá el invierno y más tarde una nueva primavera. Pero para alcanzarla, hay que subirse al tren y seguir el curso del río, seguir el curso del tiempo, que es la corriente de la vida.
Antonio H. Martín
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música: "The Parting" - Michael Hoppe & Vangelis
No me gustan las despedidas, aunque sé, que la vida es un tren que va parándose en las estaciones.
ResponderEliminarBonito tu blog que acabo de descubrir.
Saludos.
Hola, María.
ResponderEliminarA mí tampoco me gustan las despedidas, pero suelen ser inevitables. Por eso es necesario saber hacerlo bien. Quedar agradecidos por lo bueno vivido, sin recuerdos tristes ni hilos de sombra que nos detengan, y estar dispuestos para el nuevo viaje.
Me alegro de que hayas descubierto este cuaderno y de que te guste.
Un saludo.
Te regalo la traducción de este poema cuyo original en inglés es uno de mis favoritos.
ResponderEliminarEl arte de perder (One Art), de Elizabeth Bishop.
El arte de perder no es muy difícil;
tantas cosas contienen el germen
de la pérdida, pero perderlas no es un desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la inquietud de perder
las llaves de las puertas, la horas malgastadas.
El arte de perder no es muy difícil.
Después intenta perder lejana, rápidamente:
lugares y nombres y la escala siguiente
de tu viaje. Nada de eso será un desastre.
Perdí el reloj de mi madre. ¡Y mira! Desaparecieron
la última o la penúltima de mis tres queridas casas.
El arte de perder no es muy difícil.
Perdí dos ciudades entrañables. Y un inmenso
reino que era mío, dos ríos y un continente.
Los extraño, pero no ha sido un desastre.
Ni aún perdiéndote a ti (la cariñosa voz, el gesto
que amo) me podré engañar. Es evidente
que el arte de perder no es muy difícil,
aunque pueda parecer (¡escríbelo!) un desastre.
Un abrazo!
Muchísimas gracias, Fer.
ResponderEliminarMuy bueno el poema de Elisabeth Bishop, a quien no tenía el gusto de conocer.
Efectivamente, el arte de perder (como la despedida) no es muy difícil, y deberíamos estar ya acostumbrados. Pero algo dentro nuestro se resiste a ese desgarro, a aceptar ese vacío que nos queda en el corazón. Por eso, muchos se empeñan en aferrarse a la orilla y se quedan en la estación...
Pero es en vano, y está claro lo que debemos hacer: subirnos al próximo tren sin dudarlo ni un segundo. La vida nos va en ello.
Un abrazo, amiga.
Olá!
ResponderEliminarMuitas vezes gostaríamos sim, de poder parar o tempo...
De não deixar ir embora dias, fatos, pessoas que nos fizeram feliz, mas a vida é uma contínua, e após um dia, vem outro e nos traz a velhice, e a despedida se torna necessária!
Deixemos que através de uma despedida encontremos uma nova esperança!
Lindo texto!
Adorei ler-te!
Um abraço.
Ivany
Hola, Ivany.
ResponderEliminarEso mismo digo yo: que aunque prefiramos detener ciertos tiempos, estos se van igualmente, lo queramos o no. La vida es un contínuo, como bien dices, y sólo nos queda seguir su curso y marcharnos con él, nos lleve donde nos lleve.
No siempre una despedida da lugar a una nueva esperanza, pero sea como fuere no nos queda otra alternativa, porque la vida nunca se va a quedar a satisfacer nuestros gustos y caprichos personales. Hay que coger el tren, amiga. Eso es incuestionable.
Gracias por tu visita. Saludos.
Me he tenido que despedir tantas veces, que el cuerpo se me acostumbró a despedida. Te escribo y siendo la primera vez que entro en esta tu casa, sin pedir permiso por cierto, me hace recordar despedidas dolorosas de mi vida, despedidas sin retorno...pero tambien te diré que he sabido montarme en el tren de la vida y continuar viaje, haciendo las paradas oportunas. Gracias por esta reflexión, siempre tan presente y a la vez tan llena de vida y esperanza. Continuar!
ResponderEliminarYa que estoy aqui me quedaré contigo, para seguir leyendo y disfrutando. Me encanta el blog. Un beso desde el fondo del alma y otro mas sintiendo en colores.
Hola, Mariangeles.
ResponderEliminarMontarse en el tren de la vida y continuar viaje. Eso es, nueva amiga, lo que debemos hacer siempre.
Quédate aquí cuanto quieras. Me alegra saber que te gusta este sitio.
Un abrazo.
Este texto ha sido escrito para mí. Quiero pensar que fue concebido para este preciso instante en que me hallo, al borde del andén y la conjetura, oteando el humo a lo lejos, escuchando los primeros acordes metálicos de la hilera de vagones rodantes acercándose.
ResponderEliminarTengo que subir a ese tren. Lo necesito y, cueste lo que cueste -pues me va la vida en ello- subiré. Aunque forzosamente tenga que aprender a despedirme. Puede que sólo por un tiempo.
Gracias por este escrito, Antonio.
Un fuerte abrazo de Jose Hijo.
Hola, Jose.
ResponderEliminarPues estás en un momento muy especial, amigo. Ahora es cuando debes aplicar toda la fuerza de voluntad posible, tensar los músculos y dar ese salto necesario. Porque el tren sólo va a esperar en la estación el tiempo justo. Así que... ¡ánimo!
Un abrazo.