Caminar por el infinito..., eso es lo que hago a diario, lo que hacemos todos. Aunque a menudo no seamos conscientes de ello, porque la parcelación de nuestras mentes suele traducirse en dicotomías ficticias en medio del inmenso mar de la conciencia, y donde no hay sino una corriente de agua ininterrumpida, estelar y telúrica, nosotros vemos barreras y diques insalvables, abruptos farallones que impiden el paso y oscuras simas que separan lo que en realidad es abierto y continuo.
Constantemente estamos caminando por el infinito. Yo algo cansado, pero con la sensibilidad y la memoria lo bastante despiertas... Recuerdo ahora, por ejemplo, que poco antes de cumplir los dieciséis años (hace una enormidad de eso) me hice un buen regalo: sacarme el carné de socio de la hemeroteca de mi ciudad. Donde, en esas antiguas mañanas de primavera, pasé horas muy agradables e interesantes leyendo viejas revistas y periódicos. Estaban entonces muy de actualidad los temas parapsicológicos, y recuerdo que me aficioné, sobre todo, a leer ciertos artículos que hablaban de esas curiosas experiencias de "más allá del umbral"... Esas en las que alguien sufre una "muerte clínica", de la que luego regresa y puede narrarnos su vivencia, como si de un extraordinario viaje se tratara.
Así es como lo veía, como un viaje de la conciencia, pero un viaje absolutamente real, un auténtico paso al "otro lado", una incursión en lo insondable. Y me parecía muy atractivo todo lo que esa gente contaba de sus experiencias. Tanto, que mi mente adolescente, fácilmente impresionable, se sintió vivamente
seducida, y llegué a desear viajar a esa otra dimensión cuanto antes, aunque para ello tuviera que morir. Ya que la muerte no era ante mis ojos, después de impregnarme con esos intensos relatos, más que una transición hacia otro plano de la existencia, uno mucho más sugestivo que el en que me encontraba.
Poco después cayó en mis manos un libro que avivó aún más, si cabe, mi atracción por el tema: "Viaje al Antiuniverso", del parapsicólogo Julio Roca Muntañola. En él se hablaba mucho de los llamados "viajes astrales" y aparecían también esos relatos de experiencias involuntarias en el
más allá, con profusión de detalles. Ello contribuyó, como digo, a aumentar mi sugestión y empecé a pensar muy seriamente en intentar hacer uno de esos viajes. Incluso aunque fuera el
definitivo, como dije antes, sin posibilidad de regreso... No me importaba. Hasta tal punto me atraía una dimensión que parecía entroncar de manera sustancial con el mundo de mis sueños, que ya entonces era mi verdadero hogar, muy lejos de la vulgaridad del mundo cotidiano normal.
Cuento todo esto porque desde mi más temprana juventud, quizás desde la misma infancia, ha habido en mí lo que podríamos llamar, sin temor a la exageración, una intensa sed de absoluto, un fuerte deseo de caminar por el infinito, tal vez debido a un carácter esencialmente
romántico... Y en ese campo de los viajes astrales y las experiencias más allá del umbral, en ese cruzar la puerta del misterio y acceder al "otro lado", veía como un puente mágico que llevaba directamente hacia eso que tanto deseaba. El encuentro con lo absoluto, el poder caminar por las vastas sendas del infinito, sin ataduras de ningún tipo, en donde la vida puede expresarse con total libertad, tocando todos los puntos posibles e imposibles. Algo que ya había rozado y presentido en algunos de mis sueños. No en el sentido de ser una especie de pequeño dios, sino en el de un raro caminante que tiene el poder de moverse libremente para abrazar gran parte de la amplísima multiplicidad de la existencia. Con la facultad para superar cualquier muralla o foso, y teniendo las llaves de muchas de las puertas labradas que pueblan las galerías del sueño.
Por esa extensa y asombrosa playa quería pasear, por ese profundo océano plagado de ignotos tesoros deseaba navegar... En fin, delirantes ensueños de adolescente, supongo.
Pero, pasando el tiempo, me fui dando cuenta de algo que estimé importante, de que "el infinito" no está sólo más allá del umbral, sino que está también aquí, en nuestra vida cotidiana, normal o no. Porque, como dice un antiguo conocimiento (el alquímico, creo):
"tal como es arriba, es abajo". Y aunque nos engañe la diferencia entre lo concreto y lo abstracto, entre el mundo de las formas y lo informe y etéreo, hemos de reconocer que todo está
tocado por una misma sustancia. Así como todo está, en mayor o menor medida, cubierto por el velo del misterio.
Por supuesto que no estoy descubriendo nada, pero me sigue resultando curioso observar con qué facilidad solemos deslindar una dimensión de otra. A una, a la que nos es inabarcable e inconcebible, la denominamos como "lo infinito", y a la otra, a la aparentemente más cercana y que podemos más o menos entender, como "lo finito". Es evidente por qué lo hacemos así, pero esto no debe hacernos olvidar que lo infinito
comprende también a lo finito. Ambas "dimensiones" (por seguir llamándolas así, para entendernos) son en realidad
una sola. De manera que incluso habitando en este más acá del umbral, en esta vida material que conocemos, estamos "caminando por el infinito".
Está claro que lo que nos hace separar ambos conceptos es simplemente nuestra percepción, que es en extremo convincente. Y es lógico que lo hagamos así, porque para nosotros está muy definida la línea entre la luz y la sombra... Pero si pudiéramos
tocar el suelo en que se "separan", notaríamos que la misma suave y brillante arena se desliza en ambas, movida por una misma brisa... Y eso es precisamente lo que creo que consiguen ciertos sueños, o los llamados "viajes astrales", fenómenos ambos ciertamente extraordinarios en los que se produce un notable cambio de postura en nuestra visión, o, como decía Castaneda, un "movimiento del punto de encaje de nuestra percepción". Asunto éste que vuelve de nuevo a recordarme mis viejos ensueños de juventud, porque abre todo un fulgurante abanico de posibilidades, dando alas al sentimiento. Así que, al menos por esta noche, me permitiré seguir ensoñando.
Y aquí dejo ya este tema, porque de momento no creo necesario decir nada más. Y espero que no haya sido demasiado...
En cuanto a mi presente..., a veces me siento como el monarca de un reino perdido, destronado de una noble realidad que fue disuelta por vientos extraños... Pero eso no es óbice para que me dé cuenta, cuando un claro entre nubes me lo permite, de que, a pesar de cualquier sombra,
camino por el infinito. Lo que me hace sentir de un modo un tanto especial... Es bueno saber que esto que nos ocurre forma parte de la más fabulosa de las aventuras. Nada menos que la aventura infinita de la vida
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Antonio H. Martín
(7 de abril, 2013)
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imagen: por Bobby Bong