Hay determinados rincones, pequeños lugares que nos emocionan y hacen que nos detengamos ante ellos, como si ejercieran sobre nosotros una atracción especial. Puede ser cualquier mínimo lugar, en la ciudad o en la naturaleza, una valla de piedra cubierta de musgo, una puerta con su ventana, un sendero entre árboles, incluso un simple trozo de suelo acariciado por la luz nocturna de una farola. Cualquier sitio puede valer, si posee ese raro encanto que nos atrae y nos deja parados, absortos, como si estuviéramos ante la obra extraordinaria de un museo. No se trata aquí exactamente de belleza, sino de otra cosa que no sé definir.
El caso es que ante esos lugares uno se detiene y se queda mirando fijamente, mientras siente de un modo extraño... Siente como si ese rincón le estuviera
diciendo algo, algo que la razón no alcanza a entender, pero que nuestro ser más interno comprende y disfruta. Quizá esté relacionado con el vago recuerdo de un sueño en el que vivimos intensamente y fuimos felices, y ese rincón en concreto nos lo trae a la memoria. Ya digo que no lo sé. Pero sí puedo atestiguar que ante rincones así uno se queda detenido, casi como hipnotizado, durante largo rato, e incluso a veces desearía
fundirse con ese momento para siempre.
Es una experiencia similar a la que nos ocurre en ocasiones con determinados temas musicales. A mí me sucedió, por ejemplo, hace muchos años escuchando la Tocata y Fuga en re menor, de Bach. Estaba saboreando la música, impresionado por su fuerza y su compleja belleza, que oía por primera vez, cuando, de pronto, un determinado pasaje, más suave, me
transportó, y mi mente se vió gratamente invadida por un torrente de imágenes, que tenían el aroma de un lejano recuerdo... Tampoco esto lo puedo explicar. Me limito a narrar una experiencia interior, un
sentir. Quizá los expertos en la materia, los psicoanalistas, por ejemplo, tengan algo o mucho que decir a este respecto, pero yo no.
Se me ocurre que esos rincones que nos atraen de manera tan fuerte y extraña, pueden ser como ventanas... Ventanas que se abren y nos dejan atisbar durante unos instantes algo que tiene mucho que ver con nosotros mismos, con algo olvidado, pero que es valioso para nosotros. Ventanas abiertas al inconsciente.
Y otro detalle curioso que debo anotar aquí es que podemos pasar junto a ese determinado rincón sin sentir nada especial, hasta que un día no sé qué pasa que nos llama poderosamente la atención. Quizá un cambio en la luz, quizá que esa ventana se abre... Me gustaría mucho saberlo, pero me conformo con que esos encuentros surjan de vez en cuando y me permitan quedarme como extasiado ante algo que aparentemente no tiene importancia, pero que me hace sentir
conectado con gozosas facetas olvidadas de mi inconsciente.
Antonio H. Martín
(21 de julio, 2012)
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música: "Nocturnes and the Quarter Moon"
autor: Michael Hoppe
imagen 1: extraída del vídeo
imágen 2: AM.
Fulgor, deslumbramiento:
ResponderEliminarvoz interior que dicta el sentimiento.
Mágico resplandor,
que acaso sea latido del amor.
Me ha encantado la entrada: esa ambigüedad, diría, tan precisa (valga la contradicción) para expresar una sensación que, creo yo, cualquiera con los "ojos abiertos" llega a experimentar.
Un abrazo.
Gracias, Antonio.
ResponderEliminarImagino que con "ambigüedad" te refieres a que es difícil expresar algo que no se entiende bien, que no se puede definir claramente, pero que, sin embargo, se siente con intensidad. Y de ahí que las palabras revistan cierta vaguedad, y al mismo tiempo la certeza de haber vivido esa experiencia. O algo así...
Ojalá tuviera yo siempre esos "ojos abiertos" que mencionas, porque esas mínimas experiencias (mínimas por su duración temporal) son muy gozosas, e incluso alegres, de una alegría íntima que te deja como renovado y con la sensibilidad a flor de piel.
Un abrazo, poeta.
Yo también percibo, como tú, este tipo de momentos especiales.
ResponderEliminarSon definitivamente ventanas al inconsciente, que se abren insospechadamente, sin participación alguna de la razón o la lógica. Muy junguiana tu entrada, Antonio... Pero en esta ocasión, más que evocarme a Jung, me llevó directamente a Marcel Proust: su literatura está 100% basada en este género de evocaciones inconscientes. A veces, todo surge de una imagen o un sonido, otras veces es un aroma, o un diseño especial de algún mosaico del suelo. ¡Fascinante!
Sigue así, hilvanando momentos pasados con el presente e incluso, ¿por qué no?, con el futuro...
Un abrazo
¿Jung y Proust, amiga Liz? Pues muchas gracias, amiga.
ResponderEliminarUn abrazo.
es realmente mágico leerte y que des tanta calidad a la expresión al arte...
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