Caminaba por el campo, cerca del río, como todas las tardes desde hacía ya casi un año, con su libro, sus cigarrillos y sus sueños, que eran como pájaros en su cabeza, quizá como nubes... Solo, como todas las tardes.
El libro era de filosofía oriental y decía cosas fabulosas. Leyéndolo le parecía que se le ampliaba la mente, y todo cuanto veía tomaba un color distinto ante sus ojos. Era consciente de la realidad, del mundo, pero al mismo tiempo se sentía también consciente de otra realidad, de otro mundo... Los árboles no eran sólo árboles, las nubes no eran sólo nubes. Y él mismo no era sólo lo que aparentaba ser.
Caminaba despacio, porque no había ninguna prisa por nada, porque el tiempo le acompañaba en su andar, como si fuera su amigo. Nada tiraba de él desde atrás, y nada le llamaba. Todo parecía estar en su justo sitio. Caminaba siguiendo el ritmo de su respiración, que estaba acompasada con todo lo que le rodeaba. Cuando levantaba la mirada del libro, saludaba sonriente a árboles, flores y piedras, a las nubes y al aire, a las casas y a la hierba. Cada curva del camino era una invitación para seguir, pero sin el empuje del tiempo extraño, sin la tirantez del vacío.
No, no estaba en el paraíso, pero se sentía feliz. Era maravilloso percibir esa música del silencio, ese juego del aire con las formas, esa danza entre sombras y luces, ese baile amable entre la mente y el mundo. Esos besos que se intuían, que casi se escuchaban, como leves susurros... Era como oír el girar de la llave de plata, la que abre la puerta del país del sueño.
Y en eso... vio el brillo. Observó un reflejo de oro sobre el río, que le hizo detenerse. El atardecer, sí, el sol que se iba a iluminar otra parte del mundo y se despedía, pero... Este brillo hizo algo más que dorar las aguas, este brillo le habló, le llamó...
No podemos saber qué es lo que le dijo, ni qué extraña llamada escuchó, pero el caminante dejó el libro sobre la hierba, y el tabaco, y siguió el camino, bordeando el río, hacia el horizonte, hacia la noche. Con la certeza de que nunca iba a volver.
Sólo se llevó sus sueños, su maletín de pájaros y nubes. Y también... su sonrisa.
Antonio H. Martín
(5 de noviembre, 2010)
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- imagen: "Brilliance" (detalle)
- por Gregory Williams
Qué enigmático, el final.
ResponderEliminarUno solo puede adentrarse en el río de los sueños.
Un abrazo
.....se llevó su sonrisa.
ResponderEliminarBonito, se iba feliz.
Un saludo Antonio.
Qué hermoso relato,Antonio! Irse hacia uno mismo, encontrar nuestro propio brillo, sin más nada.
ResponderEliminar(vos ya lo encontraste, y con él estás iluminando...)
mil besos*
Un cero dorado, desciende hacia su destino, ser uno o dos en el trazo, que cifra los peregrinos. Irse contando un ocaso, hasta que el resto sea suma, donde el nudo de los dados, otras esferas dibuja.
ResponderEliminarBesos.
Muy buen relato, uno que ademas invita a detener las prisas de la vida y admirar lo que hay alrededor nuestro.
ResponderEliminarExcelente!
Un blog muy ameno e interesante.
ResponderEliminarDesde hoy lo seguiré.
Un saludito
Se llevo lo mejor de èl...
ResponderEliminarSus sueños y su sonrisa...
Irse así sería ideal.
ResponderEliminarParece un recorrido certero y dulce.
Besos
MJ, el final es una huida hacia el horizonte.
ResponderEliminarPuede que sea hacia a una vida distinta o el paso hacia la muerte, que puede ser también una vida distinta, pero lo que tenía claro es la llamada de ese brillo. Y no pudo sino seguirla...
Un abrazo.
Sí, Malú, se llevó su sonrisa, porque ese brillo se la encendió, y para él seguir ese camino era como encontrarse con el origen de eso, de su sonrisa.
ResponderEliminarUn abrazo, amiga astur.
Gracias, amiga Silvia.
ResponderEliminarIrse hacia uno mismo es encontrarse, o reencontrarse. Hace tiempo te hablé de una experiencia personal en la "que sólo iba...", pues este texto tiene mucho que ver con ello.
Y, repito, no es literatura, es algo vivido.
Besos, Rayuela.
Eli, tu comentario parece casi místico...
ResponderEliminarSí, amiga, "irse contando un ocaso, hasta que el resto sea suma, donde el nudo de los dados, otras esferas dibuja". Eso es lo que sentía este caminante cuando se fue en pos del brillo que vio sobre el espejo del río.
La llamada era tan clara, tan fuerte, que no había manera, ni ganas, de resistirse.
Besos.
Gracias, Janet.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado. Son cosas que uno escribe, recordando ciertas experiencias.
Las prisas no son buenas para nada, a no ser por una situación de peligro.
Como decía don Juan Matus (el maestro de Castaneda), "parar el mundo" es muy importante y necesario, porque nos permite ver al mundo de otra manera...
Greetings.
Hola, María.
ResponderEliminarBienvenida a este rincón nocturno, con luna, sombras y estrellas.
Gracias por tu visita.
Un saludo.
Sí, Amanecer, sus sueños y su sonrisa, que tenían mucho que ver con ese brillo que le llamaba...
ResponderEliminarUn abrazo brillante.
Eso parece, Virgi.
ResponderEliminarEso es lo que sentía este caminante: la certeza de que aquello que le llamaba era su hogar, ese del que partió hace tiempo. Ese era su sentimiento, y por eso se fue, sin mirar atrás.
Besos