Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







viernes, 20 de noviembre de 2015

El teatro




    Pensaba, en sus mejores momentos, que la vida es un viaje de la conciencia, un largo y azaroso caminar a través del bosque enmarañado de las circunstancias, los hechos y las cosas. En el que uno iba creciendo, ensanchándose, evolucionando, a medida que conseguía iluminar las sombras del bosque con su mirada, según encontraba la forma de sortear los obstáculos y lograba pasar entre trampas y espinos, hasta llegar a campo abierto. 
    Pero no obstante, en muchos otros momentos, no tan buenos, el mundo de cada día le parecía como si fuera un teatro. Entonces se veía a sí mismo como un espectador que asistía a una extraña y caótica obra, cuyo sentido resultaba muchas veces incomprensible. Los actores, como en una moviente y nerviosa galería de figuras, venían, entraban en escena y, siguiendo el hilo de una historia aparentemente absurda, soltaban su texto entre gestos y posturas que parecían significar algo, pero que para él no significaban nada. Y después se iban, salían del campo de visión, abandonando el decorado y dejando en el aire la sensación, el clima emocional  de sus últimos gestos y palabras. Luego, en el siguiente acto, venían otros que, más o menos, hacían lo mismo y que igualmente acababan marchándose. Y ahí terminaba todo, al llegar la noche con su oscuridad, sus estrellas y su silencio.
    Pero a veces, durante algunas noches de luna, sucedía que después del final, una hora más allá de la última bajada del telón, de los saludos y los aplausos, o las hosquedades e indiferencias, éste volvía a subir, inexplicablemente... Y lo que se podía ver entonces era sólo un escenario vacío, sin voces ni figuras, unos decorados inertes, sin aliento, unas luces apagadas, algunos vagos recuerdos emotivos, de risas o de llantos, penas o alegrías, cuyo eco aún resonaba levemente en medio del sobrecogedor silencio. Y... a ese raro espectador, inquisitivo y asombrado, que se había quedado solo en el patio, sentado en su butaca de viejo terciopelo rojo, y que se resistía a irse. Como si esperase que detrás de la función hubiera algo más...


Antonio H. Martín
(20 de noviembre, 2015)



          

      

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imagen: Facundo Sanchez Sosa
música 1: Adagio Gayaneh - Aram Khachaturian
música 2: Masquerade Waltz - Aram Khachaturian 
pinturas vídeo: Bob Pejman

      

4 comentarios:

  1. Nos pasamos la vida, que no es otra cosa que un gran acto, una historia contada por el bufón, llena de furia y ruido, esperando que haya algo más después de la función...

    Un fuerte abrazo, Antonio.

    Fer

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    1. Hola, amiga María Paz.
      Afortunadamente, no siempre la vida está "llena de furia y ruido", aunque sí que haya mucho de eso, algunas veces demasiado. Pienso ahora en París, por ejemplo...
      Pero sabes que hay muchas otras cosas buenas en esta vida, cosas que merecen la pena. Y además soy de los que creen que hay algo más después de la función. Se me ocurre que en un universo infinito cabe absolutamente de todo, y entre ese todo ¿por qué no iba a haber una multidimensionalidad en la que tengan cabida nuestros mejores sueños?

      Un gran abrazo, Fer.

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  2. Precisamente en París pensé al leer tu entrada. En Paris, y Bruselas y Londres... esos escenarios ahora vacíos, que denotan temor y miedo en donde antes hubo animación. ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué pasará? Ya nos lo irá reportando ese espectador lúcido y solitario que mira todo desde su butaca...

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    1. Hola, querida amiga Liz.

      Perdona la tardanza en contestar. Uno anda a veces sumergido en lejanías.
      Lo que suceda en el futuro no pinta bien... Pero, si uno a uno damos un empujoncito individual y nos superamos a nosotros mismos, puede que París y que cualquier otro teatro sea muy digno de ser vivido.

      Un abrazo, pintora de sueños.

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