Pasada la línea de los cincuenta uno asiste con asombro e impotencia a la propia desintegración.
Más de medio siglo de vida se me ha pasado en media docena de suspiros, y lo que quede después imagino que será como ver caer la lluvia de una tormenta de verano.
Ahora que ya soy mayor, intento saborear más las buenas cosas de la vida y hacer aquellas otras cosas que siempre quise hacer y no pude. Pero es curioso observar que a pesar de tener mucho tiempo libre nunca es suficiente, y siempre me quedan asuntos pendientes. Quizá porque mi lista es demasiado larga.
Siento una especie de presión, como un apremio que me impele a la actividad. Es absurdo pretender hacer veinte cosas en un solo día, y sin embargo todos los días lo intento, generalmente con resultados negativos y a veces desastrosos. Es como una fuerza que me empuja y me dice, incluso me grita, que ya no hay tiempo que perder.
Afortunadamente, una breve claridad viene de vez en cuando en mi ayuda y me hace ver que no soy importante. Y entonces, descargado de la tremenda responsabilidad que supone tener que arreglar mi vida, o aparentar una altura que no tengo, puedo empezar a hacer una o dos cosas y acabarlas más o menos bien.
Pasados los cincuenta uno cree conocer de sobra su propia medida, pero opino que eso es ficticio, o se queda corto. Lo que se conoce es simplemente la medida de lo vivido, el límite al que se ha llegado; pero no puedo saber la medida de lo por vivir, sea esto lo que fuere, ni conocer a ciencia cierta el punto hasta el que pueda llegar. Entre mis pocas dotes no está el arte de la adivinación.
Empezaba esta nota mencionando el imparable proceso de desintegración en el que anda uno inmerso. Esto es cierto, evidente e incuestionable, a nivel mental y físico, pero insisto en que no sé lo que pueda o no ocurrir durante ese proceso; como tampoco sé si se trata de algo definitivo o transitorio, porque lo que se desintegra en un lugar puede volver a integrarse en otra parte o de otra manera.
Todo parece indicar que las posibilidades de que suceda algo importante son muy escasas, pero ya he dicho que yo no soy importante, por lo que aún queda abierto cierto abanico personal que puede proporcionar aire fresco al asunto. Además, pensar así es dejarse llevar por la lógica de la normalidad, y las normas de esa lógica no incluyen ningún apartado para los soñadores ni los lunáticos.
En fin, que superado el medio siglo de existencia, ese medio siglo con sabor de medio lustro, uno se encuentra de pie en el balcón de la vida, observando el viejo paisaje y oteando el horizonte en busca de alguna señal, de alguna luz nueva que enriquezca el tono gris de los días pasados. Puede parecer presuntuoso y hasta ridículo, pero la vida nunca ha dejado de sorprenderme, para bien o para mal, y queda aún en mí un pequeño resto de aquel antiguo sueño...
AHM.
(8 de septiembre, 2008)
Siempre me acerco a leerte.
ResponderEliminarNo pienses en el futuro, ni en el pasado, no merece la pena. No hay más vuelta de hoja.
Piensa en el presente, en el momento que estás viviendo y atrápalo, es lo único que tenemos.
Y sí, me gustaría que te animases a escribir ese libro.
Recibe un saludo y un beso cordial.
Sí, Maite, eso intento, pero el presente es un pájaro muy esquivo. Lo atrapo a veces, pero muchas otras se me escapa y me quedo colgando en el vacío, con una mano en el ayer y la otra intentando estúpidamente alcanzar el mañana...
ResponderEliminarTendré que afinar mi puntería.
Un saludo del lobo colgado.