Da igual lo serio que uno pueda hacerse con el tiempo, lo sabio que pueda llegar a ser, lo fuerte, impermeable, flexible o transparente...
Siempre, sobre todo por estas fechas, tendrá uno cerca simpáticos niños tirando petardos y riendo como monos de feria.
No es que el conocimiento sólo pueda brillar en medio del desierto, o en la cueva de una montaña. Precisamente es aquí, en este breve infierno lleno de subnormales e idiotas, donde más debería sentirse su poder y su claridad.
De esto último deduzco que yo no poseo ese conocimiento. Dependo demasiado del silencio. Una pequeña y simple chispa de claridad viene, en mi caso, si antes ha sido alimentada y nutrida por varias horas de tranquilidad y silencio. Por eso suele venir, cuando quiere, de madrugada, después de una noche sin ruidos, ni risas, ni petardos.
No me molesta la luna, no me molestan las estrellas. Al contrario, esas presencias las acepto como amable y seductora compañía.
Mi conocimiento sólo brilla en el desierto, o en la montaña, siempre refugiado entre sombras y silencio.
No es así porque yo quiera que así sea, es así porque yo soy así.
A.C. (19, dic, 2006)
Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.
Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.
AMB
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