Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







sábado, 17 de junio de 2017

El país de las maravillas




    Arturo Melgar desapareció hace algunos años de nuestro ambiente de amigos. Dos o tres, quizá cuatro; no recuerdo bien. Y no puedo saber si ha muerto o sigue aún vivo. Sólo puedo decir que se esfumó de nuestro entorno habitual, en el que nos reuníamos con frecuencia, en distintos lugares, y que hace mucho tiempo que no se sabe nada de él. La última noche que recuerdo nos vimos en la tertulia de un café, puede que en Salamanca. De este dato tampoco estoy del todo seguro, porque mi memoria está algo difusa al respecto. En aquellos días yo andaba pendiente de otras cosas, más personales, de otra índole, y no prestaba mucha atención a esos detalles. Simplemente estaba allí, disfrutaba de los momentos, de la buena compañía, pero sin anotar mentalmente los pormenores de esos encuentros. Cuando una corriente más fuerte te atrae o te ocupa, el apercibimiento de lo demás, de lo otro, pierde fuerza y queda difuminado.
    Pero, aún así, recuerdo bien a Arturo. Era buen conversador, afable y culto, empático. Sabía escuchar, y solía encontrar la manera de introducir, en el momento apropiado, un comentario acertado e incluso chispeante en cualquier tema que estuviésemos debatiendo, ya fuera de política, filosófico o de astronomía. 
    Como he dicho, no puedo saber por qué se fue. Sin despedirse, sin decir nada, ni siquiera dejando una breve nota. Quizá Arturo emprendió un viaje lejano, y aún sigue en él, por motivos que desconozco. O tal vez algo se lo llevó...

    El caso es que hace poco, tan sólo unas semanas, otro amigo del círculo, el bueno de Sergio Gómez, encontró (digamos que por casualidad), en un hotel de Segovia en el que se había hospedado Arturo pocos meses atrás, un cuadernillo que le perteneció. Había alquilado allí Sergio una habitación para unos días, por una visita de negocios, y sucedió la extraña suerte de que el encargado del hotel le recordó nada más verle, al igual que también recordaba al amigo Arturo... Este encargado y recepcionista del pequeño hotel provinciano, quizás el dueño, de cuyo nombre no me acuerdo, había participado algunas veces en nuestras tertulias, aunque sólo como espectador. Pero con un evidente interés que se le notaba en la mirada. Detalle que sí recuerdo, porque le observé y me extrañaba que nos acompañara en esas tertulias, que llegaban a veces hasta la madrugada, sin decir nada, sin quejarse, pero siempre atento a todo lo que allí se decía. 
    Pero, bueno, cosas de la vida, el asunto es que cuando Arturo se marchó de allí dejó algunas cosas personales. No sé si por distracción o por prisa. Nada importante: objetos de aseo, una camisa, un par de zapatos, un sombrero y... un cuadernillo de notas. 
    Y en este cuadernillo, esta pequeña libreta, que ha llegado a mis manos gracias al amigo Sergio, me encontré anoche con unas líneas que me gustaron. En ellas escribió Arturo sobre lo que él denominaba "El país de las maravillas". Y esas líneas son las que voy a transcribir ahora.


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    El país de las maravillas existe, ¡ya lo creo que existe! Pero no está oculto en una mágica región subterránea o de otra dimensión, a la que se accede tras bajar por un profundo pozo, mientras se persigue a un fabuloso conejo blanco con reloj, como en el cuento de Carroll. 
    El país de las maravillas se descubre viendo a este mundo de un modo diferente; poniendo una especial actitud del corazón en la mirada.
    No estoy hablando de utopías. No doy a entender que el mundo es susceptible de cambiar sólo con que sus habitantes cambien el tono de su voz y su mirada. Pero, quizá sí sea posible introducir un matiz que, poco a poco, lo vaya mejorando. Eso hablando en general. En lo personal, hoy puede uno mismo encontrar en su entorno ese País de las Maravillas...

    No tengo ya edad para jugar con conceptos ilusorios, del orden de los que solíamos rozar en la juventud, un poco fantaseando. Necesito realidades concretas y tangibles, que pueda palpar y experimentar ahora mismo. Y de lo que hablo ahora tiene que ver con esto último, a pesar de que pueda parecer lo contrario.
    Las maravillas a que me refiero no son fantasías de cuento, sino una forma distinta de percibir la realidad. No es un intento de "dorar la píldora", sino el acto, casi mágico, de mirar de otro modo, poniéndo énfasis en detalles que normalmente nos pasan desapercibidos.

    No sabemos si la "veladura" que uno puede poner sobre las cosas con esa particular mirada es un engaño o un descubrimiento. Pero en todo caso lo que está claro es que nos ayudará a vivir un poco mejor.   
    Pero, ¿es el mundo transformable, en alguna medida, según nuestra actitud y voluntad? No sé casi nada de física cuántica ni de misticismos milenarios. Y si algo sabía, lo he olvidado. Aún así, resulta sorprendente observar cuántas diferentes visiones del mundo coexisten en el mismo mundo. El mundo es el que es, lo veas como lo veas y pienses lo que pienses. Todas esas visiones son sólo subjetivas. Pero llegamos aquí a la orilla del océano, por el que navega ese barco inquisitivo en cuyo casco está escrita esta antigua pregunta: "¿Qué es la realidad?"

    El país de las maravillas está justo detrás del muro, sólo unos pocos metros más adentro de la conciencia. Detrás de ese muro mental que el espíritu del mundo erige ante nuestros ojos, para condicionar nuestra visión y, consiguientemente, enclaustrar nuestro vivir. 

    He visto documentales, supuestamente de origen gnóstico, que aseguran que este planeta Tierra es en realidad el infierno. Hasta Aldous Huxley escribió en una ocasión que la Tierra es el infierno de otro mundo... Puede que tengan su parte de razón, visto el "desarrollo" histórico de la humanidad a lo largo de los siglos. Pero, aún así, me reafirmo en mi idea de que también aquí está el País de las Maravillas.

    "... Pero por mucho que afines tu mirada hacia la maravilla y lo positivo y luminoso, si te encuentras de noche con una hambrienta manada de lobos, de nada te va a servir..."

    ¿Quién dice eso? ¿Es acaso cierto?... ¿Quién me asegura que, sabiendo mirar, acertando en la diana del centro del universo, no pueda hacerme amigo de esos lobos, y, fuera de conflictos, de hambres, deseos y luchas, pasear con ellos bajo la luz de la luna?... 


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    Decía antes que quizá a Arturo algo se lo llevó... Pero, después de leer las olvidadas notas de su vieja libreta (aparte de si hubiera o no una incipiente locura), pienso que ese algo no fue ninguna pena, sino una alegría. 
    Una que se le mezcló con el agua lunar de algún buen sueño.



Antonio H. Martín
(17 de junio, 2017)





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música: Here's to Life - Laura Simó y Pedro Ruy-Blas