
"Soy un admirador de la infidelidad, del cambio, de la fantasía. No veo ningún valor en fijar mi amor en cualquier rincón del mundo. Aquello que amamos lo considero siempre y únicamente como una metáfora. En cuanto el amor queda amarrado a algo y se torna fidelidad y virtud, se me hace sospechoso."
Hermann Hesse
Totalmente de acuerdo con Hesse. A algunos pueden parecerle sus palabras algo radicales, incluso ofensivas, sobre todo cuando menciona lo de la infidelidad, pero no lo entiendo yo así... Hesse nos habla del amor en su totalidad, de ese sentimiento grande e intenso que abarca mil seres y cosas distintas. Que incluye tanto a la persona amada, como la emoción vibrante que se siente ante un bello paisaje al atardecer, cuando la brisa nos susurra sus secretos. Abrazo de sol y caricia de luna, sombras serpeantes a la orilla del camino y brillos de color en flores y hojas, que son como estrellas en medio de la fronda. Cantos alegres que bajan de la montaña, alados, como aves que cuentan historias de nubes y vientos. Y la ronca voz del valle, honda y maternal, que abraza al brioso río, y que nos habla de los muchos sueños que crecen entre la alta hierba, allí donde duendes y hadas bailan juntos en las noches de luna llena.
Todo esto y mucho más es lo que percibe el amante, y lo que le enciende por dentro. Bien es cierto que, en determinados instantes, puede ver el universo entero reflejado en los ojos de su amada, y fundirlo y beberlo en la magia de un beso... Pero, ¿es por eso infiel al maravilloso mundo? No, no lo es. Como tampoco es infiel a su amada cuando no está con ella, sino caminando entre árboles, entre robles, alisos y fresnos, tarareando canciones y jugando con la brisa. Es indistinto el aquí o el allí, el hoy o el mañana. Tanto vale el azul como el verde, el ocre como el púrpura. Todos los colores, todas las voces forman parte de la misma sinfonía. Y es de esta sinfonía de lo que está enamorado.
Sin embargo, los ojos de los que no saben ver notarán infidelidad donde sólo hay entrega, porque para ellos lo que vale es lo fijo, lo quieto, la gruesa puerta y la muralla alta de piedra, que guarda y encierra. Ponen nombre al amor, un nombre único, y desconfían si este nombre es cambiado por otro. Sólo entienden de nombres y números, de cajones y armarios, donde creen que la realidad está clasificada, descifrada y a salvo de cualquier mutación.
Pero el caminante sólo sabe caminar, y su amor no se detiene en la muralla sino que busca también la piedra del río, la nube y la estrella. En el delicado juego de luces del bosque puede encontrar tesoros sin nombre que llaman poderosamente su atención, y no quiere evitar quedarse allí un tiempo, todo el necesario, porque no siente traición hacia otros lugares, sino la presencia de la misma música con otro rostro. Su puerta está siempre abierta, al igual que sus ventanas, porque el mundo es su casa y su casa el mundo.
Alguna vez, en alguna hora deliciosamente perdida de un paseo sin rumbo, el caminante ha llegado a escuchar estas palabras de boca de su amada:
"Te quiero, porque eres libre."
Antonio H. Martín
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foto: Antonio H. M. (Marzo-2011)