Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







jueves, 24 de noviembre de 2016

Alegres amigos...




PARA LOS ALEGRES


    «Con gusto os veo: os he tenido afecto
a vosotros, que, en tantas ocasiones,
me aliviasteis con un saludo amable,
me disteis bondadoso y leal trato
y la franca alegría del artista,
y sus rasgos de ingenio me brindasteis.
Lejos estoy ahora de vuestra amena tierra,
hermosa y placentera, de donde brota siempre tanta vida,
y cuyo idioma, empero, jamás pude entender. 
¿Me perdonáis? ¿Ya habíais olvidado
a este hombre descarriado que, con placer dudoso
y cientos de preguntas pueriles en su pecho,
se sentó a vuestra mesa desbordante?
¿Qué era yo? Un peregrino extraño a la existencia
a quien sólo placían los contactos huraños,
y que, libre, sin trabas y estentóreo,
corrió todas las calles de las ciudades vuestras.
Fui un niño a quien mimasteis y dejasteis
estar con los mayores en la mesa; pero que se escapaba
porque, sobre la cerca, le llamaba, hechizándole,
un par de rosas rojas, un pájaro, o el viento.

    Construisteis, creasteis, resolvisteis problemas...
Yo no puedo: me arrastran a lo largo del mundo,
sin descansar, hacia una meta ignota,
que cada día se halla más lejana.
Y siempre he de escuchar extraños sones
que, bajo tierra, y en la eterna noche,
murmuran gravemente, tristemente, como un oscuro río,
cuyo canto terrible me estremece.
Y ese clamor que surge del abismo
lleno de horror he de escuchar por siempre,
hasta que, en su confuso coro mágico, 
me arrebate la Noche a su regazo.»


Hermann Hesse


... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...



    No creo necesario comentar el poema de Hesse, con la excepción de declarar que todo lo expresado en él lo he vivido. Hubo una época, en mi juventud, en que tuve unos cuantos de esos alegres amigos. Y eso me proporcionó, sin duda alguna, momentos muy gratos y divertidos, casi felices. Pero recuerdo asimismo que, ya en aquel entonces, en mi mente se proyectaban otro tipo de tendencias... De hecho llegué a escribir, en ese tiempo, un poemita al respecto, que titulé «Canto de la Huida». Es decir, que ya entonces, a pesar de la juventud y lo agradable y alegre de aquellas relaciones, mi espíritu apuntaba hacia otros derroteros... El por qué de esto, lo desconozco. ¿Será que existe en realidad algo así como un destino, un sello que marca el rumbo de la propia vida?
    En cualquier caso, lo acepto. Recuerdo con gratitud aquellos alegres momentos de juventud, las risas, los paseos en compañía, la complicidad en tantas cosas buenas... Pero, también recuerdo que entre esos encuentros, entre esas pequeñas fiestas amistosas, siempre hallaba un instante para mirar hacia otro lado. Y entonces cualquier horizonte me parecía que brillaba de un modo especial, atrayéndome, llamándome, empujándome hacia lo que quizá sea mi destino.
    No conservo los versos de aquel poemita, el del «Canto de la Huida», y casi mejor que sea así, porque seguro que eran malos; no en el fondo, pero sí en la forma. No obstante, el título ya dice por sí solo de qué iba la cosa. Ya entonces, años setenta, aun estando entre esos alegres amigos, planeaba sobre mí una extraña sombra azulada que me impelía a huir de esa sociedad alegre y divertida, para quizá poder encontrar un horizonte nuevo. Un horizonte en el que me imaginaba abrazando a un sueño... Un sueño que ahora mismo, aunque me lo propusiera, no sabría expresar en palabras. Porque muchos sueños están hechos de esas fibras casi etéreas que parecen proceder de otro mundo, y no son explicables en nuestro lenguaje cotidiano, porque ninguna explicación sería en absoluto plausible para las habituales mentes cortadas y vulgares que viven a ras de suelo. 
    Ya sé que estoy algo loco, y tal vez mañana no sepa el sentido de lo escrito esta noche. Pero mañana... Mañana sé que la puerta del misterio seguirá abierta. Y que ese sueño seguirá brillando en el horizonte. Los locos caminantes, los bebedores de estrellas, los que dormimos de lado y soñamos con los valles de la luna, es sabido, creemos en estas cosas. Y nada nos va a hacer cambiar nuestra mirada.  
     

Antonio H. Martín
(24 de noviembre, 2016)
    
    




____________________

imagen: de Münchhausen (1943)
música: El viaje - Erik Satie y Michael Nyman

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Cuentos de hadas





"El sentido más profundo reside en los cuentos de hadas que me contaron en mi infancia, más que en la realidad que la vida me ha enseñado."

Friedrich Schiller
(The Piccolomini, III, 4)


"Un día, en la mitad del invierno, cuando los copos caían del cielo como plumas, una reina estaba sentada junto a una ventana cuyo marco era de ébano. Y mientras cosía, alzó la vista para mirar los copos y entonces se pinchó el dedo con la aguja y tres gotas de sangre cayeron a la nieve..."

Hermanos Grimm
(Blancanieves



    Cuando recuerdo los cuentos de hadas que me contaron en la infancia o leí después en la juventud, he de reconocer que lo que los distingue de otras historias, de aventuras o del género que sea, es el denominador común de la magia. En todos ellos fluye en el aire esa corriente azul y brillante, o esa fina lluvia esmeralda que embellece cualquier paisaje y llena de luz cualquier encuentro.
    Todo ello, por supuesto, entreverado con las amenazadoras sombras del peligro y el misterio. Porque no se trata, en absoluto, de un material melífluo, almibarado y pueril, donde sólo hay cómodos encantamientos, preciosos castillos o palacios, amables príncipes azules, guapas cenicientas que devienen princesas, duendes benignos y finales felices... En los cuentos de hadas no sólo hay hadas, también hay ogros, duendes malignos, seres retorcidos y perversos, monstruos deformes y oscuros, y brujas (que pueden ser buenas o malas, según la magia que hayan decidido abrazar). Y también dragones...
    Junto a las brumosas montañas azuladas del lejano horizonte, encantadas de sueños, junto a los verdes e idílicos valles, hay asimismo pantanos de tristeza, ríos hediondos y cuevas tenebrosas. Y en una de éstas seguro que se esconde un dragón que guarda un tesoro maravilloso... Un dragón que puede ser elemental y violento, con el que hay que luchar a muerte, o que quizá sea un viejo sabio disfrazado, con escamosos bigotes, que hemos de conquistar con sensibilidad e inteligencia. Respondiendo difíciles acertijos o haciéndole ver la nobleza de nuestra aventura, lo puro de nuestro intento.  
    No es necesario leer a Bruno Bettelheim* para darse cuenta del simbolismo de estos relatos. Es fácil ver que se trata, en muchos casos, de parábolas de la misma vida. Es decir, que retrataban la realidad, pero disfrazándola con personajes y entornos de fantasía. A veces con fines educativos, que hoy podríamos llamar subliminales, y otras veces por el simple pero intenso placer de dar rienda suelta a esa fantasía. Que es esa materia luminosa de la que tanto carece el mundo actual, y a falta de la cual solemos mirar la vida con hosquedad o aburrimiento. 
    Independientemente del nivel de credulidad o de incredulidad, según la edad con que nos acerquemos a ellos, los cuentos de hadas siempre nos sorprenden con símbolos, imágenes y situaciones que nos tocan muy de cerca. Tal vez porque entroncan con el inconsciente colectivo, que es esa memoria universal de donde nacen los mitos y que está, de alguna manera, presente en la mente de todos. 

    Siempre quise vivir en uno de esos cuentos. Y alguna vez lo hice, felizmente, por ejemplo en un sueño que no recuerdo bien ahora, más allá de alguna fugaz imagen, pero que me llenó de luz en su momento. De todas formas, me atrevo a afirmar que también lo estoy viviendo ahora mismo... Y no sólo yo, sino muchos de nosotros. Puede que no sean cuentos al uso los nuestros, que no sean del estilo de los Hermanos Grimm, de Hoffmann, Tieck, Eichendorff o Brentano, ni de ningún otro, pero son los cuentos que nos ha tocado vivir. Nuestros cuentos.
    Suena fatuo o ingenuo, quizá, decir que muchos estemos viviendo en un cuento de hadas. Pero... no hay que olvidar que la vida... Sí, esta vida nuestra, tan aparentemente vulgar y vacía, está llena de magia, o rodeada por ella. Lo sepamos ver o no, esa corriente azul y brillante o esa fina lluvia esmeralda está por todas partes. Porque... ¿qué sería la vida sin la magia? ¿Un desierto plagado de necesidades y olvidos, de huecos y de sombras? ¿Una selva llena de alimañas en la que sólo habitan la caza, la lucha y la muerte? 
    El mundo es una gran esfera encantada. Y está lleno de hadas y de duendes, de ogros, brujas y dragones. Pero junto al más oscuro pozo, medio oculta entre el limo, puede hallarse la fúlgida semilla de la magia... Y esa es la única llave que abre las puertas del paraíso. 
    Todo es, en el fondo, como un cuento de hadas.          
   


Antonio H. Martín
(9 de noviembre, 2016)





____________________

*The Uses of Enchantment. The Meaning and Importance of Fairy Tales - Bruno Bettelheim (1975, 1976)

imagen 1: Lily Collins, como Blancanieves, en Mirror Mirror (2012)
imagen 2: de Little Women (1933)