Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







lunes, 18 de abril de 2016

La sombra de Chopin




    Hace ya algún tiempo que el amigo Alberto no me cuenta sus sueños... Y yo no le pregunto ni quiero indagar al respecto, porque sus razones tendrá. Pero no creo en absoluto que la causa sea que haya dejado de soñar. Me cuesta mucho imaginar al onírico señor Linde sin sus sueños. Pero de lo que sí hablamos hace poco fue de música, que de alguna forma está relacionada con los sueños. Fue por un comentario que le hice sobre los nocturnos de Chopin.
    El tema es que desde hace más de tres años no escucho casi nada de música, por motivos personales que no viene ahora al caso comentar. Pero una tarde, de hace unos meses, cuando iba a echarme una siesta después de comer, se me ocurrió poner un disco, para que me relajara y me ayudase a descansar y quizá entrar en algún leve sueño. Y pensé en Chopin y en sus nocturnos, que de joven disfrutaba con frecuencia. Pero la elección no fue nada correcta, porque a los pocos minutos me tuve que levantar y quitar el disco. Aquella música preciosa y dulce, a ratos lánguida y acariciante, que me deleitaba en la juventud, no sólo me puso algo nervioso sino que empezó a atraparme y a empujarme con una sutil pero fuerte mano de hierro hacia un estado de depresión.
    ¿Cómo era eso posible? ¿Tanto había cambiado con los años mi forma de leer sus notas, mi modo de sentirlas? ¿Había quizá menguado mi nivel de sensibilidad?

    Recuerdo que cuando entonces, con unos diecisiete años, relacionaba los nocturnos de Chopin con Lovecraft... Nada que ver un artista con otro, por supuesto, pero coincidió que cuando descubrí su música en la radio (grabándomela en una cassette que luego escuchaba muchas noches) estaba al mismo tiempo dedicado a varias lecturas del maestro de Providence. No eran los horrores de los relatos de Lovecraft lo que relacionaba con los nocturnos, evidentemente, sino ciertos pasajes en historias de su época dunsaniana en los que se entregaba a descripciones paisajísticas, que a mí me parecían poéticas, y hablaban de los viejos tejados coloniales de su amada Providence. La visión desde una colina al atardecer de esos tejados inclinados y como encantados, con ese fondo de nubes encendidas, y más tarde con Aldebarán despuntando en el horizonte le provocaban una intensa emoción, según contaba, y yo me quedé prendado de esa visión, emocionándome también.
    ¿Pero qué relación podía tener esto con la música de Chopin? Seguramente porque eran sus nocturnos lo que escuchaba mientras leía esos pasajes. Y en mi mente se estableció una singular y extraña conexión entre una cosa y otra. Así de simple.

    Pero hoy hace ya muchos años que no leo a Lovecraft, y dudo que pudiera volver a hacerlo, más allá de esos pasajes que mencionaba. Y lo mismo me ocurría con Chopin, hasta que llegó esa tarde en que tuve la idea de poner el disco de sus nocturnos. Y la verdad es que fue lamentable notar cómo me ganaba la tristeza con una música que antes amaba y que en ese momento sentí como una sombra fría que empezaba a hundirme. Casi como si me viese inmerso en uno de los opresivos ambientes de las novelas de Lovecraft... 

    El amigo Linde dijo que entendía mi negativa reacción, que le parecía natural, pero que el subjetivo vínculo entre Chopin y Lovecraft no explicaba nada. Porque ese vínculo se había establecido en relación a ciertos pasajes estéticos de Lovecraft que, en definitiva, muy poco tenían que ver con el tono general de su obra, dedicada exclusivamente al miedo más intenso, a lo que él llamaba "terror cósmico".
    Y después me comentó que recordaba haber leído un artículo de juventud de Hermann Hesse en donde el lobo estepario avisaba de lo "peligroso" de ciertas obras de Chopin, sobre todo de algunos de sus nocturnos. Se decía allí algo como que no debía uno entregarse demasiado a esas obras, a pesar de su evidente belleza, porque eso conllevaba un riesgo que podía incluso derivar en pensamientos de suicidio. Sobre todo si quien las escucha es un joven hipersensible, que anda todavía por el mundo con el corazón demasiado al descubierto.
    Al momento me pareció comprender de qué se trataba... Demasiada delicadeza, una sombra melancólica que se te iba clavando poco a poco en el pecho y un sutil pero venenoso acento como de desesperación. 
    Alberto estuvo de acuerdo, y añadió que él lo que veía en los nocturnos de Chopin era una música exquisita, pero tocada casi siempre por la sombra de la tristeza. Aunque en ocasiones se presenta en ellos de repente un torrente de rebeldía, la tónica general suele ser de tristeza y de resignación, como si el compositor estuviese recordando amadas cosas perdidas o anhelando utópicos paisajes imposibles.
     El pobre amigo Chopin no hizo más que expresarse a sí mismo, derramar en las partituras de sus nocturnos sus más íntimos sentimientos. Con indudable belleza y maestría, sí, incluso genialidad. Pero también con esa al parecer ineludible sombra de tristeza. Murió antes de cumplir los cuarenta (se cree que de tuberculosis, enfermedad que entonces era considerada como "romántica"...) y nos dejó la apasionada, dulce y noble huella de su música, de sus sueños, sus alegrías y su dolor.
    Quizá sus poéticos nocturnos (me comentó asimismo Alberto, poniéndose un poco romántico), sean un emotivo homenaje a lo pasajero, a la fragilidad de una existencia inevitablemente transitoria. Sensibles baladas dedicadas a esas alegres flores que encontramos en el camino, esas sonrisas de colores... Y también a esos pequeños pero brillantes rincones de magia, a esos puntos de luz que a veces nos sorprenden en medio de la oscura niebla de la noche, y que sabemos que en breve, al igual que las flores, se desharán entre las implacables manos de un tiempo que nunca regresa.

    Después de escuchar sus palabras, se me ocurrió que quizá sería una buena idea el poner de nuevo en la caja de música ese disco de nocturnos. Como para ilustrar con las notas del piano lo que habíamos estado hablando y homenajear así un poco al amigo Chopin, contra el que nada teníamos... Pero sonriendo me dijo que mejor que no, que cada música tenía su tiempo. Y que no tenía nada de triste esa noche, ni tenía por qué tenerlo. De modo que no se puso disco alguno y salimos con nuestras copas medio llenas al fresco aire de la terraza. Para escuchar, durante un buen rato, la música del silencio.

       
Antonio H. Martín
(18 de abril, 2016)






                                        

                                     

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