Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







lunes, 18 de enero de 2016

El tiempo de antes...



  
    «Qué cansado es esto de vivir para nada... —pensó Sergio Gómez, mientras vaciaba la última copa de esa noche.
    Luego subió a su cuarto, cerró las cortinas (estaba ya cerca el amanecer) y se acostó para intentar dormir. Aunque sabía que, como mucho en dos horas, volvería a estar despierto. Despierto e igualmente cansado.»

Alessandro Castelli
(Cuaderno de penumbra - 2004)



    ¿Por qué nos parece tan diferente el tiempo de antes del tiempo de ahora? Porque se supone que la medida del tiempo no ha variado entre una y otra época... Así que, ¿por qué esa diferencia? Lo que ocurre es simplemente eso que todos sabemos de que nuestra percepción del tiempo es subjetiva. No es en absoluto lo mismo la duración de una hora conversando tranquilamente con un amigo, que la duración de una hora esperando en la estación la llegada del tren. Es decir, la duración objetiva sí es la misma, de sesenta minutos, pero nuestra percepción varía considerablemente según una u otra circunstancia.
    Es por eso que recordamos los años de la infancia y la adolescencia como mucho más largos, en comparación con los de ahora. Porque entonces vivíamos el tiempo de una manera mucho más intensa. Habitábamos bien despiertos y atentos en cada hora del día, casi en cada minuto. Y cada jornada era una aventura, con sus emociones, sus peligros y alegrías, sus descubrimientos y sus pequeños tesoros. Eso alargaba el tiempo, o lo ensanchaba, y trescientos sesenta y cinco días se convertían, como por arte de magia, en mil quinientos o en dos mil.
    Cuando recuerdo mi infancia, muchas veces me cuesta encajar las fechas con los hechos, y me pregunto cómo pudieron pasar tantas cosas en tan poco tiempo... Por ejemplo, entre los siete y los ocho años, transcurrió para mí un tiempo equivalente a más de cuatro años de los de ahora. Hoy, sin embargo, sucede lo contrario, que cuatro años se convierten fácilmente en tan sólo uno.
    De la misma manera, cuando uno recuerda su juventud y compara esa imagen de sí con la que encuentra hoy en el espejo, se puede llegar a preguntar si ambos seres son el mismo... Evidentemente lo son, pero hay tantos cambios entre una y otra visión que se produce el espejismo de que son diferentes personas. Nada que ver, nos decimos, entre aquel joven lleno de ilusión y de fuerza y éste de ahora que, aparte del desgaste físico, pareciera haber perdido aquellas facultades, lo que le deforma tanto con respecto al pasado que da la sensación de ser otro.
    Pero, a pesar de ello, creo que subsiste una línea de plata que —aunque no de un modo claramente perceptible— enlaza ambos tiempos... Hay un fondo personal (quizá nuestro ser más auténtico, nuestra alma o como queramos llamarlo) que está igualmente presente en ambas edades. Aparte de que podamos o no reconocernos en el deformador espejo de los años.
    Esta noche, por ejemplo, hace poco más de media hora, cuando he interrumpido estas notas para bajar a la cocina y combatir el frío con un café, me ha venido un bostezo, y al cerrar los ojos he visto fugazmente la imagen de un sueño, uno en que salía el escenario de un pequeño teatro nocturno en el que me sentí feliz... No sé con qué sentido me ha enviado el inconsciente esa imagen en ese momento, rescatada de mi amplia colección de sueños, pero el caso es que la he visto y me he quedado muy sorprendido. No porque el hecho tenga en sí nada de particular ni de extraño, sino porque ese sueño lo tuve, si mal no recuerdo, ¡hace unos cincuenta años! 
    Lo que me inclina a creer que existe realmente esa línea de continuidad que mencionaba antes, una línea de plata (me gusta llamarla así) que enlaza todos y cada uno de nuestros diversos avatares temporales. 
    Apunto lo del sueño porque en ese brevísimo instante del bostezo, al ver la vieja imagen, me he sentido, literalmente, dentro del sueño. Y la sensación ha sido muy clara: yo era exactamente el mismo de entonces...
    De modo que llego a la conclusión de que aparte de las medidas subjetivas del tiempo, de las diferentes percepciones del mismo, hay un fondo común e inalterable, intemporal, que está más allá de cualquier contingencia o eventualidad. Y también de que hay como una especie de velo, una ilusión, un espejismo que nos hace creer en cambios que en realidad no existen. No en un nivel interior y auténtico, sino sólo en una superficie leve, circunstancial, que toca a nuestro ser únicamente de forma aparente. Ese velo es lo que nos engaña, lo que nos induce a tomarnos algunos cambios como reales, como si nos afectasen directa y profundamente. Es lo que nos hace sentir que las pérdidas y las sombras son definitivas e irremediables y lo que deforma nuestra imagen en el espejo. 

    Así que pienso que la forma de esquivar el tono amargo de la cita del señor Castelli que pongo arriba (de su "Cuaderno de penumbra"), es ser consciente de la capciosidad de ese velo, de esa mala ilusión. No es posible «vivir para nada», porque eso no es propiamente vivir, sino morir. Hay que evitar a toda costa ese cansancio absurdo, basado en algo que en realidad no existe. Es un espejismo que surge de una percepción distorsionada del tiempo, y de un olvido imperdonable de nosotros mismos, que nos sepulta bajo escombros ficticios y envenenados.
    Miremos, pues, atentamente al espejo y al mundo, y veremos que la línea de plata sigue viva, uniendo desde el fondo al paraíso gozoso y aventurero del ayer con este hoy que nos parece tan insulso y anodino. La insustancialidad del tiempo presente, que tan deprisa parece discurrir, y el vacío que lo acompaña son sólo sucios retales de ese velo múltiple y engañoso que, en favor de nuestra existencia, debemos romper.

    Lo que acabo de escribir puede que a algunos les suene a necedad o a simple fantasía, y también puede que lo sea. No soy ningún sabio del tiempo... Pero, sinceramente, es así como lo veo y como lo siento.


Antonio H. Martín
(18 de enero, 2016)

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(dedicado a mi amiga de siempre)