Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







miércoles, 4 de junio de 2014

El sueño del tren



    «En esta época tuve un sueño inolvidable que al mismo tiempo me aterrorizó y estimuló. Era de noche en un lugar desconocido y sólo penosamente avanzaba yo contra un poderoso huracán. Además se extendía densa niebla. Yo sostenía y protegía con ambas manos una pequeña luz, que amenazaba con apagarse a cada instante. Pero todo dependía de que yo mantuviese viva esa lucecita. De pronto tuve la sensación de que algo me seguía. Miré hacia atrás y vi una enorme figura negra que avanzaba tras de mí. Pero en el mismo momento me di cuenta  —pese a mi espanto— de que debía salvar mi pequeña luz, ajeno a todo peligro, a través de la noche y de la tormenta. Cuando me desperté, en seguida lo vi claro: era el "espectro", mi propia sombra sobre la niebla, arremolinándose cansado por la pequeña luz que llevaba ante mí. Sabía también que la lucecita era mi conciencia; es la única luz que tengo. Mi propio conocimiento es el único y el máximo tesoro que poseo. Cierto que es infinitamente pequeño y frágil frente al poder de las tinieblas, pero una luz al fin y al cabo, mi propia luz.»


Carl Gustav Jung
(Recuerdos, sueños, pensamientos, 1957-1961) 

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    Ando leyendo desde hace unas cuantas noches las memorias del doctor Jung, y este sueño suyo de juventud, de cuando comenzaba su período universitario, me ha hecho recordar otro mío de hace tan sólo unos días. No tengo, ni mucho menos, la capacidad de Jung para interpretar los sueños, pero creo que el mío, a pesar de alguna complejidad, es de fácil lectura. He aquí mi sueño:

    Estoy viajando en un tren que asciende, durante la noche, por una escarpada montaña. Supongo que se trata de un tren de cremallera, pero no sabría precisarlo porque, aunque me gustan mucho, no entiendo gran cosa de trenes. El caso es que hay cierta confianza entre el conductor y yo, porque en un momento del trayecto me deja a los mandos de la locomotora. Y sucede que, debido a mi ignorancia, manipulo inconveniblemente algo de la maquinaria y ésta se queda sin frenos. Afortunadamente, el conductor acude pronto al rescate y soluciona el problema... Pero más tarde me encuentro de nuevo al mando de la locomotora. Y vuelve a suceder lo mismo: que otra vez toco algo sin querer y el tren se queda sin frenos...

    —Ha pasado otra vez; lo siento. No sé qué he tocado, pero vuelve a estar sin frenos; no responden —le digo alarmado, cuando viene a la cabina a ayudarme. 
    —No, esta vez es mucho peor —me contesta—, porque vamos cuesta abajo y se aproxima una curva peligrosa. 

    El tren, efectivamente, en esa onírica noche de luna llena, avanzaba hacia abajo por la empinada pendiente a gran velocidad. Y se veía, cada vez más cercana, una cerrada curva que hacía prever un fatal descarrilamiento. Y esta vez, no puedo saber por qué, el veterano maquinista no daba con la solución; es decir, que no podía restablecer los frenos, quizá porque, dada la difícil situación, eso era ya imposible.
    Llegando a la curva, le digo muy inquieto al conductor que parece que no tenemos salvación, pero él me tranquiliza diciéndome que no me preocupe, que las ruedas están «bien calientes» y que ese viejo tren se adherirá a los raíles lo suficiente...
    Luego, lo siguiente que recuerdo del sueño es que, inopinadamente, el tren se detiene poco antes de llegar a la curva. El conductor y yo nos apeamos entonces del mismo (al parecer somos sus únicos ocupantes) y seguimos camino a través de la montaña, agarrándonos a los salientes de las rocas para encontrar un lugar seguro.
    En un momento del descenso, me encuentro con que tengo que dar un gran salto para alzanzar la siguiente roca, y entonces me invade una angustiosa sensación de vértigo y de miedo que me deja paralizado. No puedo seguir. El maquinista intenta animarme, pero no consigo atreverme. Hay demasiada altura bajo ese largo salto, para el que no me veo capaz... Entonces él me sobrepasa y se desplaza sin problemas hacia el otro lado. Yo me quedo mirando sin saber qué hacer, viendo como evoluciona por entre las rocas.
    Y poco después descubro que junto a la vía hay una barandilla metálica que, obviamente, antes no había visto. Me agarro a ella y en cierto momento me doy cuenta de que entre esa barandilla y el suelo seguro hay, asombrosamente, sólo una distancia de unos dos metros... Por supuesto, salto hacia abajo. Y sin poder entenderlo, pero asumiéndolo y disfrutándolo (con esa rara lógica de los sueños), me encuentro de pie sobre el pavimento de una carretera firme y segura, sin peligros ni alturas. El tren queda arriba, extrañamente quieto, sobre la pendiente de una montaña imposible. Y yo con la sensación de que quizá todo había sido sólo una rara clase de espejismo...


    Creo haber relatado fielmente este extraño sueño. Al menos, hasta donde me llega el recuerdo. Lo soñé el pasado 30 de mayo, y aún tengo frescas muchas de sus imágenes y sensaciones. Lo que interpreto del mismo, me lo guardo para mis adentros... No por hacerme el misterioso, sino por dejar a algún posible lector la puerta abierta a su personal interpretación, que probablemente diferirá de la mía. Me gustaría saber qué otras lecturas puede haber de esta experiencia onírica, de la que salí visiblemente aliviado, dado el peligro que, inexplicablemente, pude evitar.
    Termino hablando de espejismo, pero no lo digo porque fuera consciente en esos momentos de que aquello era sólo un sueño, sino porque era incapaz de comprender cómo pude pasar de una evidente situación de riesgo a otra de seguridad en unos breves instantes. Es decir, cómo logro encontrar, sobre una alta y escarpada montaña, una fácil salida de tan sólo un par de metros... Por ello, pienso ahora que es muy posible que esa última sensación forme parte de un posterior intento de la mente, en estado de duermevela, o saliendo ya de las brumas del sueño, por aplicar una lógica racional a lo que acababa de vivir.
    Lo que tengo claro es que ciertos sueños no son gratuitos. Quizá ninguno lo sea. Y que siempre hay en esos conjuntos de imágenes, acción y sonidos, en esos filmes o viajes mentales (en ocasiones aparentemente inconexos y caóticos, a veces atractivas y apasionadas melodías, y otras sucesiones de hechos y ruidos estridentes) sustanciosos mensajes del inconsciente. Mensajes que, evidentemente, quieren transmitirnos un conocimiento que necesitamos para aclarar lagunas de nuestra conciencia y para iluminar las sombras de nuestro caminar individual. El maestro Jung, y otros como él (entre los que se encuentran algunos lúcidos poetas y soñadores, entre caminantes y alquimistas), sabía mucho sobre esto, sin duda. Y a nosotros sólo nos queda aprender, paso a paso y sueño a sueño... 


Antonio Martín Bardán
(4 de junio, 2014)



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imagen 1: de B.I.G. (modificada)
imagen 2: pintura de Rob Gonsalves


6 comentarios:

  1. Poco sé de interpretar sueños. Por un lado parece que temas hacerte con el control de las situaciones y avanzar por ti mismo. Pero Freud habría interprerado el sueño invirtiendo todos los símbolos, así que bien podría ser lo contrario.

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    1. Hola, José.
      Por ahí creo que anda la cosa, amigo... Se ve en este sueño un temor a controlar la propia situación, por no sentirse uno capaz de hacerlo convenientemente (ese miedo al salto...), y una torpeza manifiesta (las dos veces es el soñador quien estropea los frenos de la máquina). Pero asimismo el sueño viene a indicar que la situación no es, ni mucho menos, tan agobiante y peligrosa como parece. Ahí quedan como muy claras las imágenes del tren que, aún sin frenos, se para en el momento justo. Y el incomprensible hallazgo posterior de esa salida cercana y fácil, que demuestra que en absoluto era tanta la altura como parecía ser. O que, a pesar de ello, a pesar de tratarse de una alta y peligrosa montaña, hay una puerta "mágica" por la que se puede salir, sin riesgo a despeñarse.
      En este sentido, veo que el sueño es positivo. Porque convierte toda su peligrosidad en una especie de espejismo, y termina con una salida, que quita mucho hierro al asunto.
      Freud seguramente habría hecho una interpretación muy diferente de este sueño, con improbables símbolos fálicos y demás... Pero ya se sabe que a Freud le tocó tratar a pacientes que, en su mayoría, tenían ese tipo de problemas o neurosis. Yo, sin embargo, me inclino mucho más al tipo de interpretación que haría Jung, que extendía el simbolismo onírico a un ámbito más interior y, al mismo tiempo, más universal.
      En una palabra, para mí este sueño es una ayuda del inconsciente, que intenta transformar y superar una situación personal, mostrando una perspectiva más amplia y profunda de la misma. Es como un empujón que te dice: "no te preocupes tanto, la salida está ahí mismo..."

      En fin, José, yo también soy un "maestro de nada", pero esa es la impresión que saco del sueño. Gracias por leer y por tu comentario.
      Un saludo.

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  2. Veo que conoces «La interpretación de los sueños» de Sigmund Freud. Lo considero obsoleto desde el punto de vista sociocultural. Pero fue un texto pionero, y contiene ideas válidas, como que el contenido explícito de un sueño procede siempre de fragmentos de la vida real; o que un sueño nunca puede interpretarse literalmente: en el sueño el inconsciente nos habla usando figuras de lenguaje que sólo tienen sentido para el que sueña; y que un sueño es siempre un relato que nos contamos a nosotros mismos, y que quizá no querríamos oir estando despiertos.

    Saludos.

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    1. Hola, *Entangled*.

      Conozco algo esa obra de Freud y, por supuesto, valoro que fue el primer estudio exhaustivo sobre el mundo de los sueños. Pero a partir de ahí..., no estoy de acuerdo con muchos de sus axiomas y conceptos. Como dices, está obsoleto. Prefiero, con mucho, las ideas de Jung. Me parecen muchísimo más amplias y enriquecedoras. Por lo que entiendo, la visión de Freud con respecto a los sueños se queda muy corta, muy localizada en relación a la de Jung. Éste último, aparte de atender, lógicamente, a los aspectos menores y personales e intentar con ello la curación del paciente, dimensionalizaba el mundo onírico hasta otras fronteras más lejanas. Jung nos hablaba del inconsciente colectivo y de los arquetipos...

      Por ejemplo, dices (con respecto a la concepción freudiana) que el contenido de un sueño procede siempre de fragmentos de la vida real. Puedo atestiguar, como soñador, que muchas veces eso no es así. Que en múltiples ocasiones, en el sueño se deslizan fragmentos de otras realidades que poco o nada tienen que ver con nuestra cotidianidad. Y un sueño no debe interpretarse literalmente, porque nos habla con un original y distinto lenguaje cuya traducción literal nos resultaría absurda. En eso estoy de acuerdo. Pero no siempre los sueños tienen sentido sólo para el que sueña, sino que incluyen símbolos que otros (aparte del psicoanalista) pueden fácilmente reconocer.
      Es, efectivamente, un relato que la conciencia se cuenta a sí misma, aliada con el inconsciente, pero (al menos en mi caso) te aseguro que me gustaría mucho que alguien me lo contara estando despierto. Y alguna rara vez así ha sucedido.
      Pero, en fin, hay tal cantidad y variedad de sueños que se pueden decir muchas cosas diferentes y aparentemente contradictorias sobre ellos. En cualquier caso, me parece un tema apasionante.

      Gracias por tu comentario. Un saludo.

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  3. Envidio esa suerte de sueños por más enigmáticos que puedan resultar. Arrastrar la realidad prosáica de la vida al mundo onírico es aburrido y penoso. La evasión es el oxígeno de la mente...

    Un abrazo

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    1. Totalmente de acuerdo, Luis Antonio. La evasión es un alimento vital para la mente. ¿Pero qué hacer cuando la prosaica realidad invade nuestros días y nos persigue hasta en los sueños?
      Pues cada uno tendrá que llegar a sus propias salidas. Pero yo me inclino por esforzarse en mirar a la realidad de un modo un tanto distinto... Observar, por ejemplo, con atención aquellos detalles que nos suelen pasar inadvertidos. Mirar un poco más al cielo, a las nubes, las estrellas y los árboles. Quedarse parado más de unos segundos ante un atardecer... En fin, abrir, en una palabra, la mirada a la belleza del mundo, que ahí está siempre, delante de nuestros ocupados ojos.
      Hay que meter poco a poco en la conciencia otro tipo de detalles, a los que no estamos acostumbrados, por inercia o simplemente por una excesiva dedicación a lo inmediato y material. Así, creo, se introduce una vía positiva, que puede dar lugar a esos sueños enigmáticos que siempre tienen algo de magia y llevan aire nuevo a nuestro ser.

      Un abrazo, amigo.

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