Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







miércoles, 1 de mayo de 2013

La voz y los ecos



        No amé al mundo, ni el mundo me quiso a mí.
        No adulé sus jerarquías, ni incliné
        paciente rodilla a sus idolatrías.
        No he forzado sonrisas en mis mejillas, ni gritado 
        adorando un eco; entre la multitud
        no me contaron como uno más.
        Estaba con ellos, pero no era de ellos.
        Estuve y estaré solo, recordado u olvidado.

        Lord Byron

        (Childe Harold, canto III)


    Estos versos del apasionado y altivo Byron me hacen pensar en mi propia relación con el mundo. Y lo primero que me viene a la mente es ese simple consejo que me dí a mí mismo una noche cuando joven, según venía de pasar otra interminable y agotadora jornada en el cuartel, en el periodo del servicio militar: que la cuestión principal era una lucha entre el mundo y la vida, y que debía emplear todas mis fuerzas en ganar esa lucha. Por "mundo", claro está, me refería a la sociedad en que vivía, a sus formas y a sus normas, a sus limitaciones e imposturas, y por "vida" entendía en aquel momento la esfera de mis sentimientos, mi relación personal e íntima con la existencia. Por supuesto, me resultaba fácil entonces identificar esos sentimientos con la realidad, porque me veía aún a mí mismo como un ser que no estaba contaminado. Es decir, creía que lo mío era lo auténtico, que lo real tenía mucho que ver con el "sentido poético" y entusiasta con que miraba las cosas; mientras que el mundo no era sino un entramado falso y extraño que maquinaba sus visiones fuera de la vida, engendrando un ambiente frío, estúpido y sin alma.    
    Más tarde, como suele pasarles a todos los jóvenes, aquel soñador tuvo que pasar por diversas etapas de forzosa adaptación, y vivir —en contra de su voluntad la mayor parte de las veces— distintas y complejas mixturas de experiencia social. Lo que me expuso a extrañas influencias y empezó a enturbiar la clara imagen que tenía de mí mismo y mi esfera sentimental. Y, sobre todo, comenzó a socavar la certeza de que mi visión de la vida era la única válida. En otras palabras, el mundo traspasó mis barreras emocionales y de pensamiento y generó en mi interior un considerable caos, antes desconocido. Fue la época de las crisis de identidad, del sentirse vulnerable, de empezar a no reconocer la propia imagen en el espejo. Y llegué a sentirme como un intruso en mi propia casa... Esta situación tenía una consecuencia grave: que ya no podía vencer en aquella lucha, porque ya no estaban tan definidos los objetivos y las fuerzas se disipaban, no lograban concentrarse en una dirección nítida y concreta.
    Mucho tiempo pasé entre esas brumas; tiempo perdido en que alcanzé el dudoso y ambiguo perfil de sombra. Pero tuve que pasar por ello, con lo que eso conllevaba de problemas y tristezas varias, para, después de unos años, poder reencontrar la antigua figura. Fue difícil y duro el trayecto, pero poco a poco las cosas volvieron a su sitio. Y, aunque ya sin la simpleza de antaño, la imagen del mundo y la mía propia se recolocaron en el lugar correcto. Con definiciones más complejas, con la intervención de nuevos puentes y la presencia de inesperadas galerías, pero la vieja lucha regresó con claridad a mi mente y a mi vida. Las dudas se disolvieron y volví a hallar el camino bajo mis pies.  
    Sin embargo, los matices eran otros, y ya no veía a aquello exactamente como una lucha. Sino, más bien, como una especie de complicada danza entre una esfera y otra, como una contienda pacífica en la que los contrarios podían a veces incluso interrelacionarse sin que saltaran chispas ni corriera la sangre. Digamos que la guerra era ya muy vieja, los enemigos se conocían sobradamente y no ponían demasiados obstáculos a la hora de compartir lugares y tiempos. Aunque, eso sí, siempre, al final de cada jornada, cada uno debía volver a sus cuarteles, dejando así al otro respirar tranquilo, descansar y entretenerse gozosamente con sus propios y particulares sueños y espacios.

    Tampoco yo he conseguido —como Childe Harold— amar al mundo, ni creo que el mundo me quiera. Pero a estas alturas, desde la soledad de estas estancias, no me rasgo ya las vestiduras por ello. Es algo asumido que no puede hacerme daño. El mundo está en su sitio, como siempre, y yo en el mío. Nos encontramos a diario, pero no nos molestamos demasiado, no hasta el punto de la beligerancia. Nos saludamos levantando el sombrero o la mano educadamente, como buenos enemigos, cruzando en ocasiones algunas palabras, y aunque haya también a veces miradas que rozan el desprecio o la indiferencia, cada uno sigue su camino sin más historias. Para mí sigue estando muy claro de dónde viene la voz y de dónde los ecos...     


Antonio Martín Bardán
(1 de mayo, 2013)

8 comentarios:

  1. Te entiendo perfectamente, amigo Antonio. A mi, lo que más me costó, fue descubrir que las verdades absolutas que me habían inculcado durante toda mi vida, no lo eran, que no existen tales cosas, que todo depende del lugar y del momento, y de mil variables más... quizá lo peor haya sido el tiempo que necesité para descubrirlo.
    Me alegra que hayas encontrado la senda, yo... aún ando en ello.

    Bonito post.

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    1. Sí, Alfil, cuesta tener que reconocer lo lentos que somos muchas veces, sobre todo en cuanto a las cosas realmente importantes. Pero cada uno tiene su propio tempo y ese es el que debe seguir y no otro. Yo tardé años en encontrar esa rara paz, esa lucha no agresiva, en que los contendientes guardan las distancias, y aun así no puedo presumir de que lo encontrado sea siempre intocable, porque todavía sobreviven a veces los días grises en que el ánimo se pierde. Humano que es uno.
      La vida, por supuesto, es siempre polícroma y cambiante, y se compone de muchas historias que se entremezclan. Cada momento es un cruce especial y único de multitud de corrientes, y el momento siguiente siempre es diferente. Si nos empeñamos en seguir viéndolo igual y actuar en consecuencia, como aferrándonos a un hilo invisible, nos adentramos en una historia ficticia, en un absurdo laberinto de difícil salida, del que la vida se encarga, más tarde o más temprano, de sacarnos a golpes de realidad.
      Efectivamente, las verdades absolutas no existen, como llegaste a descubrir. Eso no es más que un invento del racionalismo cartesiano. Cada verdad es sólo el brillo y la figura de un momento concreto. Si ahora es verdad que llueve, en cuanto deje de hacerlo esa verdad se convertirá en incierta y otra verdad distinta vendrá a reemplazarla. Un ejemplo muy simple, sí, pero que es extensible a todo lo demás.
      En mi opinión, la filosofía que más se acerca a la realidad es la taoísta. Un pensamiento antiguo en el que las cosas se compenetran en lugar de empujarse unas a otras, y en donde el concepto de causalidad es sustituido por el de correspondencia. De manera que todo es un continuo movimiento, una armonía ordenada, como en una danza. Y ahí las verdades no son absolutas, sino sólo pasos de esa danza. El secreto, supongo, está en conectar, en encontrar la resonancia, es decir, en saber escuchar la música que suena en ese momento y danzar con ella.
      Ante esto, el enfrentamiento con ese exterior que parece querer dañarnos prácticamente desaparece. La "lucha" contra el mundo, al nivel que sea, queda disminuida hasta límites casi irrisorios, y su estridencia se torna en un rumor lejano que no llega a tocarnos.

      Un abrazo, amigo Alfil, y gracias por tu visita.

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  2. Lo 'nuestro' es lo único auténtico ¿qué sino lo sería? Esos versos de Byron o los de Cernuda que dejé en una entrada anterior, parecen hechos a tu medida, desde luego que sí!

    Por lo demás, si has llegado a ese punto que mencionas, aún con las contradicciones propias de todo el mundo, eres afortunado Antonio. Y yo, me alegro sinceramente de que así sea.

    Un gran abrazo, amigo.

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    1. Así es, querida amiga: Byron y Cernuda coinciden en esa visión gozosamente individualista. Lo nuestro es, por descontado, lo auténtico, y es desde ahí desde donde únicamente debemos mirar al mundo y vivirlo. Yo, sinceramente, no sé hacerlo de otra forma. Siempre que lo he intentado me he perdido en laberintos inútiles y he tenido que volver al principio. Es decir, a mí mismo.
      Sí, amiga, he llegado a ese punto. Aunque, como le digo al amigo Alfil en el comentario anterior, no siempre eso funciona, porque hay días débiles y uno no es de piedra... Pero generalmente sí. Y es una muy buena fórmula para evitar roces y desgastes innecesarios.

      Muchas gracias por tu alegría, amiga Crystal. Un gran abrazo, danzarín y resonante

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  3. Sigo aquí.. aunque no me veas ...
    Mi cálido abrazo siempre

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    1. Hola, amiga Aris.
      Me gusta saber que vienes, aunque no te dejes ver. Al menos, aunque sea virtualmente, sales de casa y te paseas por otros ámbitos. Y eso siempre es bueno, porque es necesario respirar otros aires de vez en cuando.

      Un animoso abrazo.

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  4. Gracias, romántico, nocturno, metafísico Antonio: Por amor a la palabra .

    Besos.

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    1. Hola, Fer.
      Romántico y nocturno, desde luego que sí, pero metafísico..., no sé yo. Aunque me gustaría mucho serlo.
      En seguida me paso a leer esa entrada tuya, amiga.
      Gracias a ti por pasarte y dejar tu huella.

      Un abrazo.

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