Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







viernes, 31 de mayo de 2013

El último romántico

                                                                                                                                     


    "El mayor punto de semejanza entre ambos escritores consiste en que su poesía era una verdadera enfermedad. En este sentido se ha dicho que no es el crítico, sino el médico el que debe juzgar sus escritos. El color rosáceo en las poesías de Novalis no es el color de la salud, sino de la tuberculosis, y el fuego púrpura de los «cuentos fantásticos» de Hoffmann no es la llama del genio, sino de la fiebre."
   
Heinrich Heine


    Esta cáustica lindeza del maestro del sarcasmo —dirigida a dos de mis autores más queridos—, me recuerda a la consabida crítica que los biempensantes suelen dedicar a todo aquello que sobrepasa su racional mundo de líneas rectas y volúmenes compactos... Una antigua disputa sin futuro, en la que los perdedores siempre parecen ser los amigos de sueños y fantasías, que quedan como pobres ignorantes sin sustancia frente a la empírica y contundente claridad de los pragmáticos. El viejo desacuerdo, el diálogo inefectivo entre idealismo y realismo, que camina siempre hacia la nada por falta de los puentes vitales que podrían enriquecer a ambas posturas, consiguiendo quizás con ello un mundo más despierto y luminoso.
    Menos mal que el auténtico arte siempre sobrevive y brilla con luz propia, más allá de cualquier ácida crítica. Y, pese a todo, podemos gozar sin problemas del «Ofterdingen» o del «Puchero de oro» y dejar que esas dos joyas siembren en nuestra mente y nuestro ánimo el fresco aliento del sueño y de la magia.
    
    Se suele decir de Heine que fue "el último romántico", pero también que fue quien acabó definitivamente con el romanticismo. Ambas definiciones las empleaba el mismo Heine, y parece que todo el mundo estuvo de acuerdo. Hermann Hesse se refería a él como al "incómodo amigo Heine", y en un primerizo ensayo, de 1900, le calificó como el "profanador del templo".
    Parece ser que el "romántico" señor Heine se dedicó a "destruir" todo el fascinante entramado del romanticismo anterior, burlándose de él en sus agudos y sarcásticos escritos. Y se supone que con la aparición de Heine y sus lesivos ataques, el romanticismo quedó mortalmente herido, hundiéndose poco después en un ocaso de estrellas fugaces que se difuminaron en la nada...
    ¿Pero fue realmente Heine el brillante y áspero canto de cisne del romanticismo?
    Quizá sea cierto que puso el punto final a cierto estilo literario (o, mejor, a la deformación del mismo), que en los poetas mediocres se deslizaba con descaro hacia una decadente afectación carente de fondo. Y que gracias a Heine la literatura alemana pudo avanzar hacia nuevas formas expresivas más cercanas a la realidad inmediata (como el naturalismo), y más acordes con los nuevos tiempos.
    Precisamente es esa decadencia de estilo de finales del romanticismo (y más aún del post-romanticismo) lo que ha quedado en la imaginación popular, confundiéndola con el auténtico espíritu romántico. Y es por eso por lo que a las personas racionales y sanas de hoy en día (generalmente, los burgueses) lo romántico les suena a una debilidad enfermiza, cuyos síntomas se traducen en tenues pero soporíferos perfumes, sedosos visillos movidos por la brisa en una casa vacía, mustias flores sobre el piano y aburridos susurros al atardecer... Amores trasnochados, llenos de suspiros y lánguidas miradas, y vagas tristezas plagadas de sombras. Todo ello con frecuencia aderezado con apariciones de seres fantásticos, como duendes, brujas o espíritus, propios de anticuados cuentos de hadas infantiles.
    Un fondo de escenario patético, irrisorio y fantasmal que está muy alejado de la dinámica y segura compacidad en que creemos movernos actualmente, que se muestra como extraño, oscuro y falso ante nuestra cuadriculada y pragmática realidadPero a quien de verdad sepa qué es romanticismo todo eso le sonará, como mucho, a un pálido y deformado reflejo que muy poco tiene que ver con la auténtica esencia de lo romántico. 
    Heine se reía abiertamente de todo ello, y diseccionaba ese aparentemente tierno e ingenuo universo romántico con la agudeza de un lenguaje claro y moderno, incisivo. Pero, aparte de que tuviera sus buenas razones para hacerlo (con la intención, por ejemplo, de abrir nuevos caminos a la expresión y el pensamiento, apartando a un lado lo que consideraba como una rémora para el progreso), y conviniendo en que acertara en algunos casos —refiriéndome a los poetas mediocres y a lo que vino a ser como una mascarada de lo romántico—, he de afirmar que no tiene sentido decir que terminó con el verdadero romanticismo.
    No soy nadie para defender al Romanticismo de la mordacidad de un brillante escritor como Heine, que tiene su lugar asegurado en el Parnaso. Sobre todo porque se defiende maravillosamente bien él solo con la supervivencia de sus mejores obras, a pesar de acerbas críticas y cambiantes temporalidades. Pero no puedo dejar de expresar mi opinión al respecto, porque frases como las que encabezan este texto me mueven a ello.

    José Luis Pascual, en su prólogo al libro de Heine "Para una historia de la nueva literatura alemana", escribe lo siguiente:

    "Hay en el «Libro de Canciones», en efecto, todo un mundo de magia y ultratumba, caballeros antiguos, beldades españolas, «minesingers», cautivos pescadores, ondinas y demás. Un mundo de ensueño muy de acuerdo con su autor, un joven arrogante que se viste a lo Byron y se hace llamar en los salones de la burguesía berlinesa «el Byron alemán».
    "Pero si traspasamos las brumas del bosque romántico encantado veremos con Heine (en el «Diálogo del Brezal de Paderborn») que la música pegadiza de los violines es una algarabía de lechones, que el cuerno que resuena en el bosque es el gruñido de una piara de puercos que van a la cochiquera, que los musicales sonidos producidos por las alas de los ángeles no son sino el grito aturdidor de unos gansos, que el dulce repicar de campanas en las torres de la lejanía es el cencerro del ganado en el establo y que la doncella angelical que llama al poeta es una vieja casi ciega que se aproxima a la fosa dando tumbos.
    "Heine ha conjurado el mundo romántico con sus loreleys, amazonas desnudas a lomos de blancos corceles a galope, esfinges, ruiseñores que
despiertan bosques encantados, amantes muertos que surgen de la tumba, sentimentales rosas que coquetean con frágiles amapolas, hadas, gigantes..., para destruirlo. Nadie se atreverá ya a adentrarse en el bosque romántico, temeroso de servir de blanco a la sarcástica ironía heiniana."

    Por supuesto que no estoy de acuerdo con la línea final, porque el que suscribe ha entrado muchas veces en ese bosque romántico, sin importarle lo más mínimo la supuesta destrucción del señor Heine. Y como yo, muchos otros lo han hecho y lo siguen haciendo. Y esto es así, porque no hay destrucción alguna. Lo romántico continúa tan vivo como siempre, y de aquella antigua fuente sigue manando la misma gozosa magia que hace mil años. 
    No se trata de que Heine esté muerto y ya no pueda mofarse de nuestros sueños —porque hay aún muchos otros "heines" en este mundo de ahora, y sin la calidad del Byron de Düsseldorf—, sino de que a los amantes de lo romántico no nos confunde ninguna pretendida claridad racional, y no consentimos a nadie que nos impida adentrarnos en lo que para nosotros es la más vital de las aventuras.     
    
    Pero cambiemos de perspectiva y leamos lo que escribió el propio Heine en sus "Memorias":

    «A pesar de mis campañas exterminatorias contra el Romanticismo, nunca dejé de ser un romántico, y lo fui en mayor grado de lo que yo mismo sospechaba. Yo, que asesté el golpe de muerte a la poesía romántica en Alemania, emprendí con ímpetu renovado la persecución de la flor azul en el país de los sueños del Romanticismo y me apropié de los sonidos encantados y canté una canción en la que cedí, con la misma complacencia que en otros tiempos, a las encantadoras hipérboles, a la borrachera de claros de luna, a la nostalgia de ruiseñores. Sé que era "la última canción libre del bosque romántico" y yo soy su último poeta; conmigo ha concluido la vieja escuela lírica alemana y conmigo se abre la nueva, la lírica moderna alemana».                                                   
                                                                       
     
    Como dije antes, nada tengo que objetar a ese último aserto, en cuanto a la esfera de la literatura. Pero tengo la firme convicción de que el romanticismo es mucho más que un estilo literario. Y en ese sentido, me suena a absurdo que alguien (aunque sea el gran Heine) presuma de haber asestado su "golpe de muerte" a aquél... Con todos mis respetos para el señor Heine, no puedo estar de acuerdo. 

    El Sturm und Drang no se limita a una simple moda filosófica y literaria, ni se circunscribe al movimiento estético de una época determinada. No es sólo algo defendido temporalmente por unos cuantos idealistas y místicos más o menos exaltados, sino una poderosa corriente de pensamiento y, sobre todo, de sentimiento, que hunde sus raíces en un estrato muy antiguo. Y no sólo en los turbios sueños de la Edad Media, como pudiera parecer, sino en cierta inclinación primitiva de la conciencia —que podríamos llamar mágica—, que está firmemente asentada en lo más hondo del inconsciente. Algo arcaico que está emparentado con el remoto origen de las más antiguas leyendas y con la nebulosa esfera de lo mítico.
    
    Soy consciente de que mi modo de expresarlo puede sonar un tanto desmedido. Quizás porque me dejo llevar por el entusiasmo que me provoca este tema, y porque mi falta de formación académica me traba a la hora de emplear los términos precisos. Pero tengo muy claro lo que quiero decir. Lo que llamamos romántico trasciende, en esencia, los límites del romanticismo histórico.           
    Con estas sencillas palabras lo expresaba Hermann Hesse en su breve ensayo de 1900, hablando de la obra cumbre de Novalis: "El «Ofterdingen» es intemporal, se desarrolla hoy, nunca y siempre, es la historia no de un alma, sino del alma en general." 
    
    Y ya para terminar, quiero resaltar aquello que decía Heine en sus memorias, cuando se confesaba como romántico: que también él, a pesar de sus ataques contra el entorno y el alma del romanticismo, se empeñó en la búsqueda de la «Flor Azul». Así que resulta entonces que lo del color rosáceo de Novalis y el fuego púrpura de Hoffmann no eran, después de todo, simples cuestiones nosológicas... 
    En fin, esto es lo que de verdad nos interesa a nosotros, caminantes idealistas y románticos: penetrar en las opalescentes tierras del ensueño, para poder encontrar allí esa flor romántica que guarda el secreto de nuestros más íntimos y preciados anhelos.    

    Sobre el vasar de la chimenea, medio oculta entre la penumbra de aquella tarde pura y lejana, estaba quieta y como dormida la brillante figura de raro cristal. Quizá esperando que algún intrépido viajero viniese y la tomara. El salón estaba vacío, en silencio. La niña dormitaba su siesta en la buhardilla, rodeada de sus cajas de colores y sus libros de cuentos, ajena al viento que hacía temblar suavemente las hojas en el bosque.
    Pronto vendría la noche, la oscura dama, y traería su canasta llena de destellos y nuevos sueños. Y volvería el viejo Achim de su paseo por la montaña, con su serena sonrisa sabia, y algún regalo de luna en sus manos de mago que viaja por el tiempo...



Antonio Martín Bardán 
(31 de mayo, 2013) 

                                                                        


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imágenes 1 y 3: óleos de Caspar David Friedrich
imagen 2: retrato de Heinrich Heine

6 comentarios:

  1. qué interesante, amigo Antonio
    una lectura interesante y amena por cierto
    saludos

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  2. Qué bien que te guste, Omar.
    Supongo que entonces te interesan estos viejos temas románticos. Pues en este cuaderno hay unos cuantos.

    Saludos, amigo.

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  3. Si el Romanticismo fuese eso

    "cuyos síntomas se traducen en tenues pero soporíferos perfumes, sedosos visillos movidos por la brisa en una casa vacía, mustias flores sobre el piano y aburridos susurros al atardecer... Amores trasnochados, llenos de suspiros y lánguidas miradas, y vagas tristezas plagadas de sombras. Todo ello con frecuencia aderezado con apariciones de seres fantásticos, como duendes, brujas o espíritus, propios de anticuados cuentos de hadas infantiles"

    yo también lo criticaría, pero el Romanticismo, sobre todo, es revolución estética, política, social e ideológica. Muchos de los principios que emanan de él siguen vigentes: libertad, individualismo, democracia, nacionalismo (esto último no me gusta, pero...)

    Un abrazo, Antonio

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  4. Claro, Luis Antonio; por eso a continuación escribo lo siguiente:

    "Pero a quien de verdad sepa qué es romanticismo todo eso le sonará, como mucho, a un pálido y deformado reflejo que muy poco tiene que ver con la auténtica esencia de lo romántico."

    El Romanticismo es mucho más, y es lo que he intentado expresar en este artículo. Personalmente, lo que más me gusta es la libertad y el individualismo (además de su afección al antiguo mundo de los sueños, por supuesto).
    El nacionalismo, no. Pero cada romántico era un ser aparte, y en determinados momentos hubo quienes defendieron esa postura (como Byron o Hölderlin). Sin embargo, no creo que el romántico sea nacionalista en el fondo, sino sólo amante de su 'patria chica', como tú de tu querido Teruel.

    Un abrazo, y que disfutes de tu temporal "desenchufe".

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  5. Mmmmm qué maravilloso ensayo has escrito del declarado matarife del romanticismo, ANTONIO, más de sus formas exageradas, perdidas entre brumas gótico oníricas y tintadas de rosa empachoso que de su real esencia que como él mismo reconocía y tú has contado efectivamente Heine, mal que le pesara estaba absolutamente imbuído.

    Te aseguro que a mi me tienen más que harta todos estos racionales empíricos que generalmente además se amarran a su pesimismo existencial y desde él y su amargura miran por encima del hombro a los que nos declaramos perdidamente románticos, pero más por ese punto utópico idealista, ese recrearnos en el lado luminoso de la vida sin desconocer su oscuridad y dureza, ese valorar los detalles pequeños, la ternura, la sensibilidad y no avergonzarnos por demostrar nuestros afectos aun cuando a veces se nos vaya la cabeza ( a mi me ocurre todo el tiempo) y caigamos en cierto enmeregamiento jajaja eso no quiere decir que seamos bobos de baba, ni descebrados... fíjate justamente esta mañana se lo decía a alguien que además de filósofo profesional súper sabio es un romántico empedernido, risueño y alejado totalmente de esos perfiles envarados, altivos y descreídos absolutamente con los que solemos asociar a la gente sabia...

    Me ha encantado de verdad y además admiro tu valentía, sin duda no son tiempos fáciles para los románticos, pero... sobreviviremos, no te preocupes:))

    Un placer enoorme leerte


    Muuchos besos y feliz finde.

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  6. Gracias, María.

    Así es como lo veo: ser romántico no tiene por qué caer en hipérboles desmayantes, entumecimientos y demás tristezas. Es, básicamente, una cuestión de sensibilidad —una muy fina—, y ésta nunca es necesariamente oscura, sino al contrario, tiende más bien hacia la luminosidad. Otra cosa es que algunos románticos (por razones personales) hayan caído en importantes baches vitales, o incluso abismos. Y recuerdo ahora a Hölderlin o a Kleist... Pero eso no está en la esencia del romanticismo. ¿No es romántica una sonrisa?
    Cuando pienso en romanticismo, se me presenta, ante todo, una gran fuerza, un poder sentimental —básicamente alegre— que arde en deseos de abrazar a aquello que ama. Y, relacionado con esto, una fuerte afección por los anhelos y los sueños. Pero sin el espejo deformante que nos ha legado cierto "mal romanticismo" que se regodeaba en jugar con las sombras.
    Como ya digo en el artículo, Heine era en el fondo un romántico. Él mismo lo reconoce en sus "Memorias". Pero en ningún caso "el último romántico", porque el romanticismo sigue tan vivo como siempre.
    Sí, no hay duda, sobreviviremos, amiga. Tan claro como que mañana amanecerá.

    Un abrazo.

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