Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







martes, 30 de abril de 2013

En el oráculo...



    Llegó allí, a aquel misterioso recinto del oráculo, después de seguir un largo y quebrado camino... Atravesando el bosque de los sueños, de hojas brillantes y azules, donde entre duendes y hadas se tejen en silencio las fantásticas filigranas que luego van a posarse en la mente de los atribulados durmientes. Y cruzando el río oscuro y frío que susurra secretos bajo la luna, ese en cuyas orillas se encuentran los árboles con los dorados frutos que proporcionan el bálsamo del olvido.
    Y tras subir a una empinada colina envuelta por el viento, que dominaba todo el valle, se encontró por fin en una sala grande y casi vacía con muros de piedra, ornados con extrañas pinturas que evocaban antiguos mitos olvidados. El ambiente, medio en penumbra, infundía temor y respeto, y entre el perfume del olíbano y la danza de las sombras provocada por un fuego que ardía en algún punto impreciso de la sala, el recién llegado se sintió fascinado y atemorizado a un tiempo, incapaz de pronunciar ninguna palabra. Pero después de unos minutos de silencio, se atrevió a hacer su pregunta a aquella figura que le miraba, quieta y callada, tras una hierática máscara de jade:

    —Oráculo, quiero saber cuánto me queda de vida.
    El oráculo consultó sus piedras y contestó, con voz grave y lejana:
    —Un año, quizá dos.
    —No, no me refiero al tiempo que me queda de vida, sino a cuánta vida queda dentro de mí...
    El oráculo volvió a consultar sus piedras y contestó:
    —Un kilo, quizá dos.
    —¿Y eso es mucho o poco? --preguntó de nuevo.
    El oráculo se quitó entonces su máscara de jade y dijo, algo irritado:
    —Oye, majete, el par de monedas que has dejado a la entrada no te da derecho a pasarte de la raya. Esto no es un consultorio ni el despacho del psiquiatra. Así que... ¡ya te estás marchando con la música a otra parte!
    —Usted perdone, señor Oráculo, yo creía que...
    —Nada, nada, lo de las creencias en el templo de enfrente. ¡Hala! ¡Fuera! ¡Humo!
   
    Y el caminante se marchó cabizbajo, pensando en que las cosas ya no eran como antes...


AntonioHMartín                                  

3 comentarios:

  1. Pongo ahora este brevísimo relato, con un leve toque de humor, para aliviar un poco la atmósfera algo grave e intensa de mis últimas entradas dedicadas a aspectos del arte taoísta y del romanticismo.
    Porque una sonrisa, aunque sea pequeña, siempre viene bien.

    Saludos :)

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  2. Bello cuento, de inesperado final... pero sí, me has hecho sonreír. A veces, te sale la vena de 'gato descarado' que tenéis los madrileños :)
    Un abrazo, Antuán.

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  3. ¡Jajaja! ¿Gato descarado, yo? ¡Pero si soy un lobo...! (madrileño, eso sí, aunque de diferentes orígenes: también soy asturiano, manchego y, últimamente, cántabro).
    Bueno, por lo menos he conseguido una sonrisa tuya. Con eso ya vale y está cumplido el cuentecito.

    Un abrazo, Hada de cristal.

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