Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







miércoles, 30 de enero de 2013

Recuerdos, sueños, pensamientos



Creo que fue Hermann Hesse quien dijo en una ocasión que había que leer al maestro Jung, porque, aunque pudiera uno no estar de acuerdo con algunas de sus ideas, Jung era "una montaña"...
Esa es la impresión que tengo cada vez que vuelvo a acercarme, por ejemplo, a su frondoso libro de memorias ("Erinnerungen Träume Gedanken" / Recuerdos, sueños, pensamientos).  Después de bucear en ese libro, sale uno como enriquecido, no sólo por la enorme cantidad y calidad de su conocimiento, sino porque lo leído reanima nuestro propio pensamiento y nos pone en contacto con esferas muy interesantes, que habitualmente, a través de la normal mirada cotidiana, nos pasan desapercibidas.
Con estos párrafos me encontré la última vez que volví a internarme en esa apasionante lectura:

 "A pesar de que somos hombres de nuestra propia vida personal somos también, por otra parte, en gran medida, representantes, víctimas y promotores de un espíritu colectivo, cuya vida equivale a siglos. Podemos ciertamente imaginar una vida a la medida de nuestros propios deseos y no descubrir nunca que fuimos en suma comparsas del teatro del mundo. Pero existen hechos que ciertamente ignoramos, pero que influyen en nuestra vida y ello tanto más cuanto más ignorados son.
Así pues, por lo menos una parte de nuestro ser vive en los siglos. Que no se trata de una curiosidad individual lo demuestra nuestra religión occidental que se dirige, expressis verbis, a este hombre interior y que, pronto hará dos mil años, intenta formalmente poner de manifiesto su consciencia de las apariencias y su personalismo: Non foras ire, in interiore homine habitat veritas! (No salgáis de vosotros mismos, en el interior del hombre habita la verdad.)"


C. G. Jung

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...


En lo que a mí respecta, debería matizar esa relación que establece Jung entre lo que llama "hombre interior" y la religión occidental... Pero entiendo lo que quiere decir y no voy a enmendar yo nada de las palabras del inquisitivo y lúcido maestro. Me quedo, eso sí, y plenamente, con su idea de que formamos parte de un espíritu colectivo, que sigue viajando a través de los siglos. Es decir, somos un yo individual, por supuesto, con su historia personal y única, pero asimismo pertenecemos a ese espíritu de forma indeleble, y todo lo que tenga que ver con él nos concierne de modo muy importante. La gota en el río es gota, pero también río... No era para nada necesario decirlo, pero es que este estimado señor Jung me hace sentir, pensar y escribir cosas que de otro modo tiene uno como olvidadas. Y es bueno recordar.

Antonio HM.

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imagen: Big.com

sábado, 19 de enero de 2013

El prado (II)


  Quizás el tiempo, y las vivencias que en él suceden, aunque en principio las perspectivas personales sean otras, siempre acabe colocando al espíritu en el sitio que le corresponde...
  Puedo mirar un prado verde, y verlo como simple pasto fresco para caballos, vacas, ovejas o cabras, tal como lo ve el dueño del prado, pero esto en el fondo no me dice nada. Necesito esa otra "mirada del sueño" que te hace ver la magia que está oculta tras las apariencias. Y entonces veo perfiles, trazos y brillos de otra realidad, tan auténtica como la anterior, que me sirve para amar lo que estoy viendo. Y aquello se convierte en el decorado gozoso y lúdico de una historia de duendes y hadas... De otra manera, el mundo me parecería sólo una cosa mecánica y sin alma.
  Decía Nietzsche que la belleza era sólo un invento del hombre, algo que salía de su imaginación, de su deseo y sus sueños, y que no tenía correspondencia real en la naturaleza. Creo, sin embargo, que la belleza y la magia están ahí, y quien las ve y las siente es porque ha tenido la suerte de conseguir abrir lo bastante su mirada.
  Por supuesto que un prado es tal y como lo ve su dueño, el ganadero, como pasto para sus reses. Pero también es muchas otras cosas... Cosas que sólo llega a ver el poeta y el soñador. Afortunado el que puede gozar así de algo tan sutil, sin necesidad de poseer ni desear, sino sólo aplicando su mirada con la intensidad suficiente, con el corazón encendido y abierto, acariciando lo que ve como el suave y libre vuelo de un pájaro.

  Quizás el tiempo acabe siempre colocando al espíritu en el sitio que le corresponde...


Antonio H Martín

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imagen: Connemara - Irlanda (BIG)

viernes, 11 de enero de 2013

Gary Snyder

 
 
GARY SNYDER: UNA SIEMBRA INFINITA

por Miguel Grinberg


Mañana 8 de mayo cumple 78 años el poeta norteamericano Gary Snyder, recientemente ha ganado el premio de poesía Ruth Lilly 2008, dicho premio es uno de los más prestigiosos de Estados Unidos y tiene un monto de $100,000 dólares. Como un homenaje, porque a los poetas hay que leerlos siempre y a toda hora, reproducimos una nota introductoria más dos poemas publicados en el número 12 de la revista argentina El Jabalí:

En 1969, un libro-manifiesto titulado Tierra-Hogar, revelaba el pensamiento visionario de un eco-poeta estadounidense llamado Gary Snyder. Seis años más tarde, su colección de poemas La Isla de la Tortuga recibía el codiciado Premio Pulitzer: el volumen incluyó otra reflexión profética que denominó: Cuatro Cambios.

Hoy, Snyder es una de las conciencias que más influencia tiene en el circuito de la gente permeable a las profundas transformaciones planetarias. Figura mítica del “underground” de su país, muy joven fue influenciado por el Budismo Zen y la elección de ser guardaparques. Esa pasión fue retratada por uno de sus amigos, el legendario novelista Jack Kerouac, que lo tomó como protagonista de su libro Los Vagabundos del Dharma, donde el ecopoeta aparecía re-bautizado Japhy Ryder. Visitante y morador asiduo de monasterios japoneses, ermitaño en las montañas y descifrador del mensaje telúrico del indio americano, vive hace años en las colinas de California bien lejos del torbellino metropolitano de su país. Decía a fines de los vertiginosos Sesenta:

“La Revolución ha cesado de ser una cuestión ideológica. En cambio, la gente la está protagonizando ya mismo: un comunalismo en pequeños enclaves, nuevas organizaciones familiares. Un millón de personas en los Estados Unidos y otro millón en Inglaterra y Europa. Un vasto movimiento subterráneo en Rusia, que irá dándose a conocer en los años venideros, está consolidándose. ¿Cómo se reconocen entre sí? No siempre por sus barbas, el cabello largo, los pies descalzos o los collares de cuentas. El signo es un aire luminoso y tierno, calma y gentileza, frescura y maneras fluidas. Hombres, mujeres y niños: todos ellos tratando de recorrer la intemporal senda del amor y la sabiduría, en la afectuosa compañía del cielo, los vientos, las nubes, los árboles, las aguas, los animales y las hierbas: esa es la Tribu”.

Como poeta, Snyder sostiene los valores más arcaicos de la Tierra, que se remontan a los finales del Paleolítico: la fertilidad del suelo, la magia de los animales, el poder-visión que surge de la soledad, iniciaciones y renacimientos tremendos, el amor y el éxtasis de la danza, la obra tribal compartida. En un medio moderno de estructuras sociales fragmentadas, ha recuperado una tradición comunitaria que intenta contribuir al crecimiento de “la iluminación que emana de una libertad disciplinada”.

Ha remarcado que todo lo que diversas culturas han podido reconstruir a partir de visiones del inconsciente brotadas de ejercicios meditativos, será un vórtice revolucionario tarde o temprano. “Completará el círculo y nos unirá de muchas maneras con los mayores aspectos creativos de nuestro arcaico pasado”. En agosto de 1990, hizo una de sus raras salidas desde las sierras, y viajó a Boulder (Colorado, EEUU) convocado por otro poeta visionario, Allen Ginsberg, quien en el Instituto Naropa co-dirigía con Anne Waldman la Escuela Jack Kerouac de Poesía Descarnada. En la oportunidad, como una especie de retribalización continental, fuimos invitados otros ecopoetas de las Américas, incluido el gran vate ítaloamericano Lorenzo Monsanto Ferlinghetti. Snyder contribuyó ampliamente a la redacción de un manifiesto: Declaración de Interdependencia.

La Isla de la Tortuga es el antiguo nombre que recibía (por su forma geográfica) el continente norteamericano: nadie puede explicar desde qué altura y cómo lograron tener los aborígenes dicha perspectiva. Snyder se esmera en redescubrir los lazos con la Tierra, y cómo una persona se convierte en “nativo” de un lugar determinado, dejando de pensar en términos de colonos o de invasores. Su tentativa consiste —lúcidamente— en amalgamar fertilmente el pensamiento ecológico y las ideas budistas de interpenetración, que es lo que él practica en su vida cotidiana familiar y vecinal en las sierras.

“La especie humana, en lo que inmediatamente nos concierne, posee un eje vertical de unos 40.000 años y hacia el año 1900 de nuestra era alcanzó una expansión horizontal de alrededor de 3.000 idiomas diferentes y 1.000 culturas distintas. Cada cultura y cada lenguaje viviente es el resultado de incontables fertilizaciones cruzadas: de ningún modo un auge y decadencia de civilizaciones. Es como un florecimiento periódico que absorbe, germina, y estalla diseminando incontables semillas. Hoy como nunca somos conscientes de la pluralidad de los estilos humanos de vida y de sus posibilidades, mientras al mismo tiempo, como en una antigua película muda, estamos maniatados a una locomotora desbocada que corre con frenesí hacia una catástrofe muy singular. Parte de nuestro ser modernos es el mismísimo hecho de nuestra consciencia de ser uno con nuestros orígenes —contemporáneos de todos los períodos— y miembros de todas las culturas. Las semillas de cada estructura o cada costumbre están en la mente humana.”

En su profética obra, Matrimonio del Cielo y el Infierno, William Blake decía: “La Poesía es Deleite Eterno”, y Snyder toma eso como punto de partida para recordar que en nuestra civilización tecnocrática el petróleo y el carbón son antigua energía del Sol acumulada en las células de árboles pretéritos. Del mismo modo se enfoca en una energía planetaria, eterno deleite, que subyace en el hecho de estar vivos, también cercanos al Sol, pero de otra manera. Conociendo la impermanencia y la muerte, recuperando la sabiduría del éxtasis inmaterial.


Miguel Grinberg
(7 de mayo, 2008)

lunes, 7 de enero de 2013

Sísifo



Si mal no recuerdo, Albert Camus empieza su "Mito de Sísifo" diciendo que el principal asunto filosófico es si la vida merece o no la pena. Afirmar o negar el sentido de la misma es, según Camus, la cuestión más importante de la filosofía. Y no seré yo quien le contradiga.
Tengo ahora la oportunidad, después de haber transitado por ciertos eriales de la existencia, de poder enfrentarme a esta cuestión desde una perspectiva libre de falsas esperanzas e ilusiones. La vida, digamos, me ha puesto contra las cuerdas, entre la espada y la pared, y en esa situación límite a uno no le queda sino ser sincero. De nada sirve dorar la imagen del mañana con los pinceles de costumbre. Así como tampoco es útil en absoluto añorar un ayer irrecuperable y perdido.
De manera que uno está directamente ante una situación muy real y concreta. Desnudo ante un presente ineludible. Y es en esta desnudez donde, sin ropajes de ningún tipo, uno debe encontrar o no el sentido de su existir. La mirada debe andar muy fina, para poder hallar, aún entre las cosas más pequeñas, algo donde agarrarse. Hacer eso, o la nada; hacer eso, o dejarse llevar por el abandono y caer en el absurdo, que es como una sombra de muerte en vida.
Sísifo fue condenado a subir aquella gran piedra por la montaña, para al llegar a la cima dejarla caer y volver de nuevo a hacer lo mismo, una y otra vez, interminablemente, sin descanso, sin pausa y sin solución. Pero, no todos tenemos esa paciencia, ni creo que hayamos sido condenados a tenerla. Simplemente, tenemos la libertad de intentar encontrar una salida y un sentido, y en caso contrario, dejar el viaje...


Antonio H Martín

viernes, 4 de enero de 2013

Metanoia



Este caminante, este lector de nubes y explorador de túneles, enamorado de las sombras, por lo que esconden, acaba de leer un reciente artículo de Juan Manuel de Prada (del 30 de diciembre de 2012), donde habla de los propósitos que solemos formular cada año nuevo, y rescata del mismo los siguientes párrafos:

  "En realidad, la vida es nueva siempre; cada año, cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo traen cosas nuevas a nuestra vida: personas nuevas, libros nuevos, tristezas y diversiones nuevas; y hasta aquello que no es nuevo o sigue siendo lo mismo puede ser mirado de modo nuevo y distinto, porque cada cosa que existe en el mundo es en sí misma una fábrica incesante de novedad."
... ... ... ...

"Una vida sin finalidad es una vida desvertebrada y hueca; e, inevitablemente, acaba sucumbiendo al caos. Pero esa finalidad que vertebra y nutre una vida no es algo que pueda cambiarse cada vez que empieza un año, salvo que seamos los seres más tarambanas y voltarios del mundo. Por supuesto, en el camino de la vida podemos cambiar de finalidad unas cuantas veces; pero cambiar de finalidad exige una metanoia completa, una conversión radical y exigente que excede esos 'buenos propósitos', mucho más modestos, con que iniciamos el año. Pero el caso es que en estos 'buenos propósitos' está el peligro. Porque al formular 'propósitos' nos hacemos, inevitablemente, 'ideas' de las cosas."
... ... ... ...

  "En todos nuestros propósitos subyace una idea platónica que acaba malogrando, asfixiando nuestros ímpetus y manchándonos de decepción; y es entonces cuando somos incapaces de ver nada 'nuevo' en la vida: las vacaciones que proyectamos nunca coinciden con las vacaciones que finalmente disfrutamos (y, aferrados a la idea quimérica de las vacaciones imposibles, no disfrutamos de las vacacionmes reales); la casa que anhelábamos es muy diferente de la casa que finalmente pudimos comprar (que, de este modo, se convierte en el recordatorio perpetuo de nuestro fracaso); la mujer o el hombre con el que nos casamos revela más defectos de los que creíamos (y así nuestra existencia conyugal se agosta y envilece de desilusiones), etcétera."
... ... ... ...

  "La única vida nueva posible, la única que disfruta verdaderamente de la incesante novedad del mundo, es la que no se deja encarcelar por ideas o patrones, la que acepta la vida como le es dada. El idealismo es la cárcel y la sepultura de la vida, aunque para embaucarnos nos presente una vida imaginaria más lustrosa y apetecible; pues nos obliga a aspirar a vidas que no son la nuestra, vidas que no son verdaderas. Sólo el realismo nos permite vivir con ilusión: porque nos obliga a aceptar la vida como viene; y todo lo que viene se convierte entonces en una fuente constante de novedad. A veces, en esa novedad descubriremos sorpresa y júbilo; a veces dolor y desencanto. Pero la sorpresa y el júbilo serán plenos, porque son regalos inesperados; y el dolor y el desencanto no serán esterilizantes, sino que aquilatarán nuestro carácter. A este año que ahora empieza uno sólo le pide una vida verdaderamente nueva, sin propósitos idealistas o ilusorios. Una vida realista."


Juan Manuel de Prada

(www.juanmanueldeprada.com)
(www.xlsemanal.com/prada)

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La verdad es que me ha gustado leer este artículo. He escrito mucho en este cuaderno eso de que la vida es siempre nueva... Muchas veces no resulta nada fácil darse cuenta de esta realidad, porque anda uno siempre proyectando sus deseos sobre el río de la vida, y pinta lo que ve con sus colores personales, lo que impide ver lo que hay debajo. Sólo se puede aceptar el cambiante movimiento de la vida si se es capaz de mirar adecuadamente. Saber mirar conduce a ver. Y no se puede ver si está uno permanentemente tras los cristales de sus gruesas gafas personales.
Hay que aceptar una cosa: que la vida es impersonal. A veces coincidirá su movimiento con nuestros anhelos, pero muchas otras veces no.
Es, por supuesto, necesario tener una finalidad en la vida, un objetivo, algo que encauce nuestras fuerzas en pos de una meta concreta. Pero uno ha de estar asimismo muy atento a su movimiento -que en ocasiones nos puede parecer errático-, porque somos navegantes, y nuestra existencia personal es sólo un frágil barquito en medio de la inmensidad del océano.
Yo, en este comienzo de año, pido una única cosa: saber seguir las corrientes que encuentre a mi paso. Porque lo que quiero es navegar; y también llegar, cuando sea el tiempo, a alguna incierta pero amable orilla... El viaje, siempre, es lo que importa.Y lo que en su momento llamé "la aventura necesaria" es, para mí, el sentido de la vida.


Antonio H Martín

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imagen: Simon Sun - 2009 (flickr.com)

jueves, 3 de enero de 2013

El lobo del cuaderno



Una tarde de invierno, en la dorada plaza de Salamanca, dos amigos conversaban tranquilamente ante unas humeantes tazas de café...

-Oye, ¿sabes algo del lobo del cuaderno? Hace ya mucho que no sé nada de él.
-¿El lobo del cuaderno?
-Sí, hombre, el del cuaderno nocturno.
-Ah, H. Martín. Sí, creo que anda viajando por ahí, buscando lugares solitarios y leyendo nubes, que es lo suyo.
-¿Leyendo nubes?
-Sí, ya sabes que Antonio está algo loco...
-Sí, es verdad, algo loco sí que está el hombre, pero siempre ha sido así.
-Cierto, pero a veces ha escrito cosas memorables. A mí por lo menos me gustan; me gusta entonces su estilo y en ocasiones dice cosas que me han llegado.
-Estoy de acuerdo, aunque últimamente...
-Ya, bueno, ya sabes que sus circunstancias desde hace algunos meses no son precisamente favorables...
-Sí, ya sé. A ver si se le arreglan pronto.
-Por cierto, ahora recuerdo lo que me dijo la última vez que le ví.
-Cuenta, cuenta.
-Pues, recordando al I Ching, me dijo que la vida es cambiante, y que no hay que forzar las cosas, porque todo viene a su debido tiempo, aunque añadió que había que dar aquellos pasos que la vida nos indica. Y que él estaba dispuesto.
-Quizá por eso está ahora "leyendo nubes", como decías.
-Sí, como buen soñador, Martín siempre ha sido amigo de las nubes. Y, quién sabe, quizá sea cierto que sepa leer algo en esas formas que a nosotros sólo llegan a transmitirnos sensaciones de tipo estético.
-Puede ser. La verdad es que a mí también me ha impresionado más de una vez el amigo Antonio con eso que él llama sus "claridades". Esa faceta casi mística tiene en ocasiones atisbos de un extraño conocimiento.
-Sí, así es. Es lo que él suele denominar "conocimiento intuitivo". Lo malo de esto, en su caso, es que no lo controla, no lo domina, y a menudo olvida asuntos importantes, que poco tiempo atrás tenía muy claros.
-El amigo H. Martín también es cambiante, jeje. Más bien, variable, diría yo.
-Sí, y seguramente por eso anda ahora por ahí intentando descifrar el lenguaje de las nubes.
-Pues le deseo lo mejor, y que vuelva pronto.
-También yo. Ojalá le veamos cualquier tarde aparecer por esta misma plaza, para contarnos sus viajes, sus pensamientos y sus sueños.
 
Los amigos siguieron conversando, mientras el aire danzaba sinuosamente en el centro de la plaza, y las luces azules y ambarinas iban siendo abrazadas por las suaves sombras del anochecer. En el ancho cielo, las nubes escribían sus frases de espuma y agua, con letras que sólo los expertos caminantes, los buenos soñadores, sabían leer...