Una tarde de invierno, en la dorada plaza de Salamanca, dos amigos conversaban tranquilamente ante unas humeantes tazas de café...
-Oye, ¿sabes algo del lobo del cuaderno? Hace ya mucho que no sé nada de él.
-¿El lobo del cuaderno?
-Sí, hombre, el del cuaderno nocturno.
-Ah, H. Martín. Sí, creo que anda viajando por ahí, buscando lugares solitarios y leyendo nubes, que es lo suyo.
-¿Leyendo nubes?
-Sí, ya sabes que Antonio está algo loco...
-Sí, es verdad, algo loco sí que está el hombre, pero siempre ha sido así.
-Cierto, pero a veces ha escrito cosas memorables. A mí por lo menos me gustan; me gusta entonces su estilo y en ocasiones dice cosas que me han llegado.
-Estoy de acuerdo, aunque últimamente...
-Ya, bueno, ya sabes que sus circunstancias desde hace algunos meses no son precisamente favorables...
-Sí, ya sé. A ver si se le arreglan pronto.
-Por cierto, ahora recuerdo lo que me dijo la última vez que le ví.
-Cuenta, cuenta.
-Pues, recordando al I Ching, me dijo que la vida es cambiante, y que no hay que forzar las cosas, porque todo viene a su debido tiempo, aunque añadió que había que dar aquellos pasos que la vida nos indica. Y que él estaba dispuesto.
-Quizá por eso está ahora "leyendo nubes", como decías.
-Sí, como buen soñador, Martín siempre ha sido amigo de las nubes. Y, quién sabe, quizá sea cierto que sepa leer algo en esas formas que a nosotros sólo llegan a transmitirnos sensaciones de tipo estético.
-Puede ser. La verdad es que a mí también me ha impresionado más de una vez el amigo Antonio con eso que él llama sus "claridades". Esa faceta casi mística tiene en ocasiones atisbos de un extraño conocimiento.
-Sí, así es. Es lo que él suele denominar "conocimiento intuitivo". Lo malo de esto, en su caso, es que no lo controla, no lo domina, y a menudo olvida asuntos importantes, que poco tiempo atrás tenía muy claros.
-El amigo H. Martín también es cambiante, jeje. Más bien, variable, diría yo.
-Sí, y seguramente por eso anda ahora por ahí intentando descifrar el lenguaje de las nubes.
-Pues le deseo lo mejor, y que vuelva pronto.
-También yo. Ojalá le veamos cualquier tarde aparecer por esta misma plaza, para contarnos sus viajes, sus pensamientos y sus sueños.
Los amigos siguieron conversando, mientras el aire danzaba sinuosamente en el centro de la plaza, y las luces azules y ambarinas iban siendo abrazadas por las suaves sombras del anochecer. En el ancho cielo, las nubes escribían sus frases de espuma y agua, con letras que sólo los expertos caminantes, los buenos soñadores, sabían leer...