Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







domingo, 6 de mayo de 2012

Esa música extraña...


Diario de un obstinado

(Sábado, 10 de Abril, 1993)


Decía Hölderlin, en las primeras páginas de su "Hiperión", que se arrepentía de haber estudiado en las escuelas, que la ciencia, de la que había esperado la confirmación de sus alegrías, la aserción de sus sueños, era la que le había estropeado todo...


"En vuestras escuelas es donde me volví tan razonable, donde aprendí a diferenciarme de manera fundamental de lo que me rodea; ahora estoy aislado entre la hermosura del mundo, he sido expulsado del jardín de la naturaleza, donde crecía y florecía, y me agosto al sol del mediodía."

A esto es lo que llamo el veneno de la realidad. Es ese lenguaje, ese código de signos, esa música extraña que domina el mundo... Forzosamente la escuchamos día tras día, sin poder evitarlo, porque nos rodea por todas partes. Cada ser humano con el que nos cruzamos en la calle es un agente, un miembro de la ingente secta, un portador del veneno. Y también cuando estamos solos, sí, incluso en soledad seguimos oyendo esa música extraña, esa canción de locos, porque, lamentablemente, sale también de nuestra propia boca.

No digo que los hombres sean conscientemente culpables de esta situación, pero sí lo son a nivel inconsciente. Simplemente, se han dejado llevar, han abandonado sus sueños, porque la realidad que iban descubriendo no se correspondía con ellos. Se han dejado envenenar.

Ya hemos hablado otras veces de la libertad. Sí, somos libres, pero la mayoría no usa esa libertad más que para elegir adaptarse. Por supuesto, es mucho más cómodo, mucho más fácil amoldarse a lo ya establecido y dejar de lado cualquier novedad, cualquier diferenciación, cualquier individuación. De hecho, es tan fuerte la llamada de la realidad que nuestra adaptación a ella no la consideramos como algo cómodo y fácil, sino simplemente como algo necesario. El problema está, según yo lo veo, en estimar esa realidad como real, en no reconocer el veneno.

Recuerdo que cuando era joven solía decirles a mis amigos, y a mí mismo, que una cosa era el mundo y otra muy distinta la vida, y que nunca debíamos confundirlas. Dicho así, se entiende muy poco, es una definición demasiado simple, sólo una expresión adolescente que no explica nada. Pero yo sabía muy bien lo que quería decir, y lo sigo sabiendo. Primero conoces la vida, tu conciencia está limpia, tu corazón es sensible, eres capaz de amar, capaz de relacionarte directamente con lo que te rodea y de unirte a ello. Hablas un lenguaje, que me atrevo a llamar mágico, y a través de ese lenguaje puedes comunicarte con las plantas, con los animales, con las nubes, con las estrellas... Reconoces al mundo que te rodea como algo maravilloso de lo que tú formas parte. Recordando las palabras de Hölderlin, te sientes dentro de la hermosura del mundo, estás dentro del jardín de la naturaleza. No eres razonable, pero tampoco un tonto que se cree inmerso en una especie de cuento de hadas. Lo que ves ante ti es una llanura inmensa, que ondea bajo el cielo de la noche, y que te llama...

Esa voz, que a veces continúo escuchando a través de la lejanía, es precisamente lo que me convierte en diferente. Me niego rotundamente a dejar de oírla. Ahora ya tengo casi treinta y seis años, he pasado y sigo pasando por las inevitables escuelas de la realidad, por los largos días extraños. Debería ser más razonable, debería haberme aprendido la lección a fondo. Me han enseñado muy bien qué es el mundo y qué soy yo. Me han dictado mil veces mis deberes, lo que tengo que hacer, que pensar, que sentir...

Pero lo siento, soy un obstinado. Y, como decía mi querido Hermann Hesse, el obstinado sólo obedece a una ley, a una sola, la que lleva dentro de sí, en su corazón, a su propio sentido, a esa voz que le llama desde la lejanía.

Ya sé que no soy un pensador. Ni siquiera sé escribir bien. A mi discurso le falta claridad, es torpe, desmañado, está lleno de saltos, no tiene coherencia. Ya, ya lo sé, pero esto no es un ensayo, ni pretendió serlo nunca, ni de lejos. Estas páginas componen sólo las hojas de un diario, un diario íntimo, escrito en soledad, escrito en silencio, con la noche como única presencia. Páginas escritas sólo para mí mismo, y quizá para algún amigo que llegue algún día a leerlas. Páginas que no tienen, seguramente, ni pies ni cabeza, pero que tienen, eso sí, corazón.

Escuchemos, para terminar, un antiguo poema del lejano oriente, que a mí me parece tan cercano, uno de los últimos que escribió Saigô, el errante:



"Puesto que pienso
que lo real
nunca es real,
¿cómo podría creer
que los sueños no son más que sueños?"
 
 
Antonio H. Martín
(Abril, 1993)
________________________

imagen: "The Autumn Labyrinth", por Jacek Yerka

6 comentarios:

  1. este texto es la prueba de un hombre consecuente con su pensamiento.
    yo, a los 55, también me niego a dejar de escuchar esa música.y creo que somos más que dos los que nos negamos.

    y tú en esa vigilia alientas
    la sombra con la que me alumbras
    y el murmurar con que me inventas

    julio cortázar, doble invención-(en "salvo el crepúsculo")


    abrazos, antonio*

    ResponderEliminar
  2. Hola, Rayu!

    Muchas gracias por pasarte y leer, y por esa buenísima cita del maestro Cortázar.

    Un abrazo, maga de las letras.

    ResponderEliminar
  3. Ese silencio -esa música interior- es fundamental no perderlo, pues en él hallamos nuestros sueños.
    Me agrada volver a constatar cuántas cosas comparto con Hesse, con Hölderlin y contigo; esa fasceta solitaria y pensativa.
    Gracias Amigo del Árbol Azul

    ResponderEliminar
  4. Trolling Like Crazy8 de mayo de 2012, 16:53

    El lenguaje modifica de modo irreversible nuestra manera de aprehender la realidad. Desde que aprendemos a hablar, ya nada es igual. Quizá es esa añoranza de la percepción inmediata (sin intermediarios) de la que habla Hölderlin. Y también creo que es esa «visión directa» a la que se refieren los maestros Zen.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  5. Amiga Liz:
    Hesse, Hölderlin y yo somos, en esencia, la misma persona (jejeje).

    Ese silencio contiene la mejor de las músicas...

    Un abrazo, Pintora de Sueños.

    ResponderEliminar
  6. Trolling Like Crazy dijo...

    "El lenguaje modifica de modo irreversible nuestra manera de aprehender la realidad. Desde que aprendemos a hablar, ya nada es igual. Quizá es esa añoranza de la percepción inmediata (sin intermediarios) de la que habla Hölderlin. Y también creo que es esa «visión directa» a la que se refieren los maestros Zen."

    Efectivamente, Trolling, el lenguaje condiciona nuestra forma de pensar, somos esclavos de su sintaxis, pero existe esa otra forma de percepción, directa, que nos enfrenta con el misterio y la magia de la vida, con sus dos caras: la terrible y la fascinante. De eso hablaba Hölderlin y también los maestros Zen.
    Yo sólo soy un humilde "perceptor", que intenta, en la medida de lo posible, conservar esa visión, para no perder el norte...

    Saludos.

    ResponderEliminar