Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







sábado, 8 de diciembre de 2012

Lluvia...

 
 
Gris... Todos los días son grises. Lluvia y más lluvia, durante día y noche... El repiqueteo de sus gotas, interminables, incesantes, resuena con fuerza sobre el techo metálico del coche. Casi imposible dormir... El viejo oro del sol yace oculto en el fondo de alguna ignota pirámide...


Antonio H Martín

viernes, 30 de noviembre de 2012

La jaula es uno mismo




Mi relación con el conocimiento es muy particular. Soy de los que "saben" y luego, con demasiada facilidad, "olvidan"... Quiero decir que aquellas cosas que se supone sabía, dejo de saberlas tiempo después. No porque se me borren de la memoria, sino porque dejo de "sentirlas". Pierdo el contacto directo con ese saber, con esa verdad, y entonces es como si para mí dejara de existir, porque ya no interactúa con mi vida. Los sentidores somos así: poco racionales y muy poco prácticos.
Pero, afortunadamente, cuando menos lo espero, vuelven esos raros momentos que me gusta denominar "claridades", y entonces vuelve a mí el conocimiento perdido, en esa forma directa y sentida que te cambia la mirada.
Hoy, por ejemplo, he vuelto a saber lo siguiente: que es del todo contraproducente e insoportable estar siempre pendiente de las propias cuitas, de ese entramado personal de los problemas cotidianos. He vuelto a saber que la jaula es uno mismo. Que el laberinto y la telaraña que a veces nos detiene y aprisiona lo configura la propia mente.
Un exceso de atención, una fijación de la mirada hacia lo estrictamente personal, puede convertirse en obsesión y ensuciar nuestra visión, hasta el punto de que todo lo que vemos es un reflejo de nuestros conflictos internos. Lo cual nos da una imagen muy distorsionada de la realidad.
Y esta claridad, nueva y vieja, me lleva a una necesidad diferente, que tenía aparcada desde hace tiempo. Necesitamos desprendernos de ese mal vicio que deforma nuestra visión. Alejarnos de nosotros mismos nos dará una visión mucho más amplia, y sólo entonces veremos las salidas que antes, desde dentro de la propia jaula, no veíamos.
Abrir los brazos al aire nuevo de días nuevos, ensanchar nuestra mirada, cubrir otros horizontes, besar esos sueños que aún caminan cerca, invisibles para quien no sabe mirar, pero que están a nuestro lado, con pasos suaves y brillantes, con sus voces, sus sonrisas, su música, sobre las veredas que flanquean las horas de los días engañosamente vacíos.
Hay que salirse de uno mismo. Esa es la única manera de salir de la jaula. La vida, la madre vida, nos espera...


Antonio H Martín


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imagen: Amazing rocks - BIG (blog de imágenes gratuitas)
música: So Long Ago, So Clear (Vangelis & Jon Anderson)

martes, 20 de noviembre de 2012

Los límites de la jaula

 
 
Sigo buceando en mi baúl, en los viejos papeles, y me he encontrado con algo que escribí un día como hoy, de hace veinticinco años, y que decía así:

  "Me doy cuenta de que siempre escribo lo mismo, con palabras más o menos diferentes, pero que expresan siempre lo mismo. Siempre dando vueltas al mismo tema, al mismo problema. Así es mi vida. No escribo nada distinto porque mi vida nunca es distinta, siempre es igual, un lento y pesado caminar en círculo, bordeando los límites de la jaula, arañando sus paredes. Y, después de todo, he de sentirme agradecido, porque a pesar de los años transcurridos en esta jaula aún me quedan uñas para seguir arañando, aún me queda el alma para seguir soñando. ¿Y quién sabe lo que pasará mañana o pasado mañana? No hay ninguna jaula que dure para siempre, ninguna noche que sea eterna, ni siquiera la del espíritu, ni siquiera la de este pobre loco, este caminante perdido y confuso que ahora escribe estas líneas para no ahogarse del todo, para mantener tensa la última cuerda, para guardar el último sueño."

Diario de un obstinado
(20 de noviembre, 1987)
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Resulta un tanto patético comprobar hoy que, cuando las circunstancias vuelven a golpear, uno sigue reaccionando de la misma forma. Eso viene a decir que no he aprendido gran cosa, o que lo aprendido ha sido olvidado. Esto de la jaula es algo que vuelve una y otra vez, y es así porque sus límites aún no han sido traspasados, no de un modo definitivo. Ha habido salidas y escapes, sueños maravillosos que han sido felizmente vividos, pero parece que siempre, cuando las cosas se tuercen, vuelve uno a estar atrapado dentro de esos límites, y debe ser porque algo, una oculta cadena, le tiene sujeto a esa jaula. No estoy ya seguro, en lo que a mí concierne, de si hay una manera eficaz de romper esos límites, de rasgar totalmente esos barrotes de hierro gris. Pero sí tengo que reconocer una cosa: que el trabajo, o es constante, o se pierde. Al sueño, a nuestro sueño de vida, hay que conquistarlo día a día, hora tras hora, minuto a minuto... La magia es fluida y generosa, pero también difícil y esquiva.


Antonio H Martín

martes, 30 de octubre de 2012

De sueños y sombras




Releyendo mis escritos, tengo que reconocer que mi lenguaje parece más bien limitado. Siempre estoy mencionando a los sueños y a las sombras...  Aunque también hablo de puentes, de nieblas, de brillos en la oscuridad y de otras cosas, los sueños y las sombras siempre están presentes. Supongo que forma parte indeleble de mi particular bagaje lingüístico, porque son expresiones que vengo usando desde hace ya muchos años. Tiene su sentido, por supuesto, pero creo que debería ampliar más el vocabulario.
Sin embargo, lo que sucede es que me identifico con esas palabras, y las elijo, aun inconscientemente, porque para mí están llenas de un significado muy personal.
Por "sueños" no entiendo sólo los viajes oníricos, sino sobre todo los anhelos, esas visiones plenas de sentimiento que a veces tenemos en medio del camino y que nos dejan entrever la figura de nuestros deseos más íntimos; esas ventanas especiales que se abren inopinadamente ante nuestros ojos y nos prenden la mirada... Y que son, en definitiva, las formas que adopta el horizonte ante nuestro ser, dibujando lo que el corazón quiere vivir, y ante las que llegamos a ver como una danza mágica entre la luna y las estrellas, entre la luz y el agua, como besos entre el vuelo del aire y el color de las nubes... En esos sueños nos parece incluso ver como la imagen de nuestro destino, o así se nos antoja cuando los miramos tocados por una especial emoción, que ninguna otra cosa de este mundo puede proporcionarnos. Se trata de lo más preciado, de lo más querido. Lo cual no quiere decir que sea cierto. Su realidad no está garantizada. Pero es, sin duda alguna, la voz que más fuerte nos llama a lo largo de nuestra vida, y cuando la seguimos es cuando más vivos y auténticos nos sentimos.
Y, en oposición, están las sombras... Las sombras son los puntos oscuros, esas áreas sin luz que nos persiguen en nuestro caminar, que nos atrapan a veces y no nos dejan avanzar en el sentido que deseamos. Forman intrincadas barreras, obstáculos, manchas en nuestra retina, y son capaces de oscurecer nuestra visión hasta el punto de perder el rumbo y abocarnos a un viaje a la deriva del que es muy difícil salir.
Las sombras son la otra cara de la moneda. El viento contrario. Aquello que debemos vencer, o al menos con lo que tenemos que entendernos para poder continuar el camino.
Supongo que hay otras muchas palabras para definir lo que quiero expresar con "sueños" y "sombras", pero para mí éstas son válidas. Así que, a pesar de la leve autocrítica de antes, creo que voy a seguir usándolas. Forman parte de mi lenguaje personal. Y como no soy escritor, no tengo por qué perder el tiempo buscando sinónimos, porque esas palabras tienen para mis oídos y mis ojos la sonoridad y la luz justa.

"Reencontrar lo perdido". Así titulé mi anterior escrito, aquí, en el cuaderno. Y me preguntaba esta misma mañana, mientras estaba leyendo nubes, qué es exactamente eso de "lo perdido"... La respuesta vino sola: lo perdido es el sueño, mi sueño. Y después me volvía a preguntar si yo aún, a mis años, tenía algún sueño... También la respuesta vino sola, aunque en esta ocasión tardó algo más en llegar. Y sí, a pesar del laberinto de sombras, mi sueño todavía está vivo, aún sigue conmigo, guardado en un pequeño cofre que tiene incrustada una preciosa gema azul.
Entre la gris hojarasca de las malas horas, de los vacíos, los olvidos y los desencuentros, luce aún esa diminuta flor, frágil pero intensa. Y a veces, sólo a veces, esa brisa fresca y extraña, que me gusta llamar magia, la despierta... Y entonces no hay ruido del mundo que me impida escuchar su música, ni telaraña de sombras que evite que me acerque a ella, lentamente, con suavidad exquisita, para dejar sobre alguno de sus pétalos un inclinado y lúcido beso.


Antonio H. Martín

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imagen: AHM 

miércoles, 17 de octubre de 2012

Reencontrar lo perdido...

 
 
Últimamente, con el objeto de poner las etiquetas que faltan, dedico un tiempo a revisar las viejas entradas de este cuaderno. Y a veces me encuentro con alguna grata sorpresa, con algo que ya tenía olvidado pero que enlaza positivamente con lo actual. Como estas letras que escribí en diciembre del 2010, en las que hablo de esos momentos oscuros en que perdemos el brillo de la mirada, como ocurre ahora, pero añadiendo un final favorable, una puerta abierta por la que se deja entrever la luz perdida.
Sinceramente, leer este texto de hace casi dos años me ha sentado bien. Me ha comunicado con lo que sentí entonces, cuando lo escribí, y eso, de alguna forma, ha despertado en mí una muy buena sensación. La de que, después de un caminar agobiante por interminables cuartos de sombra, uno alcanza por fin un punto de salida, una vía abierta por la que llega a reencontrarse con aquello que había perdido, y puede respirar de nuevo aquel aire y ver aquella luz que tanto echaba de menos.
Así pues, me place volver a publicarlo. Releerlo, en esta noche de viento, me ha hecho sonreír, y eso, en este señor tan serio, es muy de agradecer.


Antonio H. M.

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Hay muchos momentos en las galerías del tiempo, de nuestro tiempo, entre los múltiples azares de la vida, en que perdemos el contacto con aquello que nos sustenta anímicamente. Eso que es como un lazo o un puente de magia a través del cual encontramos la fuerza y la alegría de vivir.
Son momentos difíciles, en los que llegamos a sentirnos vacíos y como perdidos en medio de un laberinto, solos y a la deriva en alta mar, sin brújula ni estrellas ni viento... Momentos en los que caminamos por la misma senda sin ver aquello que ayer nos hacía vibrar, en que nos miramos al espejo y no sabemos reconocer al extraño que allí se refleja... Momentos fríos, oscuros, en los que no nos llega el abrazo de la luna, como si hubiéramos tropezado con alguna sombra del camino, como si hubiese cambiado el rumbo del aire, dejándonos confusos y sin aliento.
En momentos así, se adueña de nosotros lo que suelo llamar "la mirada del mundo", esa mirada dura, material y escéptica, que nos enfrenta a un panorama desolador y caótico, a un desierto sin ilusiones ni promesas, a un vacío sin alma. Es como caer en el pozo de la noche...
Y entonces no queremos nada, ni a nadie. La compañía se vuelve gris, y la soledad huele a tristeza. Buscamos por todos lados las viejas señales, los letreros que indicaban el camino, pero... una lluvia ácida ha borrado sus letras, y no hay huellas que seguir en ninguna parte. Los árboles duermen, la luna calla, y las estrellas se ven tristes y lejanas.
Es como si algún extraño poder nos hubiera transportado a otro mundo, desconocido y hostil.

Pero siempre vuelve aquello... Lo perdido regresa, más tarde o más temprano, pero regresa. Es la hora del reencuentro, y todo retorna a su orden, al viejo y querido sentido, a la música antigua que escuchamos hace tanto tiempo, esa que nos enamoró para siempre... Y entonces ventanas y puertas se abren, los sueños recuperan sus alas, el aire su rumbo y los árboles su mirada.
Gracias, amiga magia, por volver.


Antonio H. Martín

"El reencuentro"
(6 de diciembre, 2010)

domingo, 14 de octubre de 2012

La llave de su templo...




Viendo que mi entrada de "La diosa del absurdo" lleva varios días apareciendo en el apartado de 'entradas populares', me ha apetecido volver a leerla, y allí me he encontrado con muy buenos comentarios. Entre ellos escojo y copio el primero, que es de la amiga Cristalook, al cual añado mi contestación. Y lo hago porque tanto mi escrito, que es de hace más de veinte años, como los comentarios que siguen, dan en la diana de este presente que ahora me toca vivir.
Es cuando menos curioso comprobar que, después de tantos años, ciertos asuntos vitales se repiten. Seguramente porque no han sido resueltos y vuelven una y otra vez, reclamando una solución. La verdad es que no es nada fácil escapar a esa rueda del absurdo. En mi entrada escribía lo siguiente:

"Reconozco en mí la existencia de dos fuerzas antagónicas que, logicamente, chocan entre sí. Una quiere romper, la otra conservar. Una quiere saltar las barreras e intentar un vuelo imposible y mágico sobre el abismo. La otra, sin embargo, quiere guardar las formas, el grato y pacífico sabor de lo conocido, y mantener una vida sedentaria y tranquila, sin grandes problemas, amante del detalle, de lo delicioso y lo bueno, pero temerosa de todo aquello que brilla en medio de la noche de una forma extraña e inquietante."

Bien, pues estas dos fuerzas siguen ejerciendo la misma influencia sobre mi vida. Con lo cual me sigo encontrando en medio del campo de batalla, sin que ésta termine de decantarse ni un sentido ni en otro. Llego a comprender que la solución, la paz entre estas dos fuerzas, vendría de la mano de eso que llaman "armonía entre contrarios", o algo así. Pero esta paz aún, a pesar del tiempo transcurrido, sigue sin llegar. Y la culpa de esto seguro que tiene que ver con esa otra fuerza, la tercera, de la que también hablo en mi escrito de 1990.
No, aparte de ciertos momentos especiales, no he descubierto aún dónde guarda la diosa del absurdo la llave de su templo. Seguro que está oculta en algún viejo y oscuro pliegue, entre una sombra y otra del laberinto, y es muy difícil de encontrar. Pero debo hacerlo, debo arrancarle del pecho la medalla de su poder. Sólo entonces podré tener una vida tranquila y amable, pero sin temor a cruzar el puente, sin miedo ante el vuelo de lo imposible...


Antonio H. Martín 

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 Cristal00k dijo...

Dejando aparte la calidad literaria de tus textos, que siempre raya la excelencia, los tienes como este, que sobrecogen el ánimo, amigo.
Creo que todos, del primero al último de los que por aquí nos acercamos, hemos tenido en algún momento, ese sentimiento ambivalente de vida derramada en el abismo de los días sin sentido, mientras parece que a lo lejos se vislumbra ese mágico puente que mencionas en tu escrito de hoy y que siempre parece estar fuera de nuestro alcance.
Vivimos, la mayor parte de las veces, aprisionados en un presente que sueña con un futuro ideal que siempre está y estará por llegar. Y mientras "no llega", se suceden los días, los años, la vida... tal como dices.
Leía no hace mucho en algún sitio que ahora no recuerdo, que no sé porque habríamos de preocuparnos del sábado, si no sabemos si llegaremos al viernes. Y me pregunto ¿qué extraño mecanismo emocional del ser humano, a pesar de saber esto, nos induce a actuar pensando en el capítulo posterior al que estamos escribiendo?
Pero sea como sea, a pesar de la limitada percepción humana, la consciencia de ese estado es quizás un primer y tímido paso para arrancarle esa medalla a tu diosa del absurdo y atravesar ese puente sin que nos atenace el miedo del "intento baldío". Nos atrapa, la certidumbre de una mal entendida seguridad, que ni siquiera nos sustrae de esa sensación de fracaso que tan bien describes. ¿Porqué entonces, no cruzar ese, y todos los puentes que se nos presenten para abandonar las sombras?
Inexplicable ¿verdad?
Espléndida y lúcida entrada, Antonio.

(9 de febrero de 2011)

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 Antonio H. Martín dijo...

Estoy de acuerdo, amiga Crystal:
el de la consciencia es un primer paso, no sé si tímido o no, pero desde luego absolutamente imprescindible. Quien no es consciente de su estado, de su carencia, de su encierro, nunca imaginará siquiera la necesidad de dar ese paso, y, por supuesto, nunca lo dará.
Creo que eso que denominas "extraño mecanismo emocional" tiene su razón de ser en la circunstancia de que no vivimos el presente de forma satisfactoria. Es decir, nuestro presente no nos llena, sentimos que se nos escapa de entre las manos como agua, y por eso nos gusta imaginarlo en un futuro más o menos cercano... Es nuestro modo, muchas veces desesperado, de creer en un sentido de nuestra vida, más allá del absurdo cotidiano que nos embarga.
Es muy cierto que desconocemos si vamos a llegar al viernes, pero aun así nos preocupamos del sábado y hasta del domingo. ¿Por qué? Porque lo necesitamos. Necesitamos creer en una extensión temporal lo bastante larga para que quepan en ella las mejores posibilidades, y su realización. Eso que el crudo presente parece negarnos continuamente.
Los seres humanos, cada uno en su nivel personal, tenemos el íntimo deseo de conseguir lo que anhelamos, y elegimos creer en que algún día la vida se fijará en nosotros, y que de una forma u otra lo lograremos. Ante la fuerza de este deseo, nos importa muy poco el calendario de la incertidumbre. Y nos decimos: si no es hoy, será mañana o pasado mañana.
No creer en ello, mirar a la vida estadísticamente, asumir la no consecución del sueño, dejarse derrotar por el vacío devenir de los días, es entrar en un vórtice peligroso que suele llevar a la destrucción; a eso que algunos llaman "muerte en vida".
Así que, amiga, aun a riesgo de parecer ilusos, nos gusta mucho pensar en ese sábado que no sabemos si llegará.
Está en la naturaleza humana el "cruzar puentes"...
Gracias por tus palabras, Crystal, pero la verdad es que me suenan muy raros términos como "calidad literaria" o "rayar la excelencia" en referencia a mis escritos. Sinceramente, no creo que mis letras se merezcan ni de lejos esas calificaciones. Es más: te aseguro que nunca he escrito nada con pretensiones de literatura, y si alguna vez ha dado esa impresión alguno de mis textos, sería porque andaba un poco jugando con las palabras y dí en la diana por casualidad.
En cambio, lo que sí te acepto y me emociona es eso que dices de que "sobrecogen el ánimo". Así entiendo yo mis escritos, como un diálogo íntimo que intenta remover el fondo en busca del tesoro.
Un gran abrazo, hada.

(9 de febrero de 2011)

viernes, 12 de octubre de 2012

La despedida

 


Hay que aprender a despedirse. La vida es una despedida casi continua, nos guste o no. De nada sirve aferrarse a la orilla, por muy bella que nos parezca, porque el río seguirá su curso inexorablemente, y el mandato de la vida es navegar con el río.
Podemos dejar pasar el tren y quedarnos en la estación, como queriendo detener el tiempo en una etapa que nos es grata, pero pronto descubriremos que la pulsión y el aliento de la vida se fueron en ese tren, y que la estación está vacía. Que donde antes corría un aire fresco y limpio ahora sólo hay humo quieto y gris.
Podemos silbar e intentar entonar las viejas melodías, pero la auténtica música ya se fue, y lo que queda en la estación es sólo un grave silencio que en vano nos empeñamos en adornar con los pinceles de la memoria, violines rotos que han perdido su voz.
Es otoño. Después vendrá el invierno y más tarde una nueva primavera. Pero para alcanzarla, hay que subirse al tren y seguir el curso del río, seguir el curso del tiempo, que es la corriente de la vida.


Antonio H. Martín




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música: "The Parting" - Michael Hoppe & Vangelis

lunes, 8 de octubre de 2012

La casa de la colina

 
 
En uno de mis ensueños de juventud, uno de los más estimados, disfrutaba de una casa en lo alto de una suave colina. Esta casa tenía una amplia terraza en su parte posterior, desde la que podía observar las últimas luces del atardecer, mientras soplaba una fresca brisa que venía de las montañas del oeste. Era para mí una imagen muy querida, como digo, y en ella me sentía feliz. Una imagen que seguramente bebió en la fuente de algún sueño, influido por ciertos cuentos de Dunsany, así como por alguna de las primeras historias de Lovecraft, cuando aún mezclaba lo puramente estético con lo numinoso.
De esa casa sólo recuerdo lo de salir a la terraza a ver la ígnea pintura del ocaso, esa grieta entre los mundos, y quedarme allí hasta bien entrada la noche. Estaba en ese sereno lugar durante horas, en silencio, embelesado por el espectáculo de la luna y las estrellas. La escena parecía estar tocada por un encanto especial que no necesitaba de ningún nombre, de ninguna simbología. Era como contemplar las líneas del infinito; un infinito amable, que parecía sonreír desde ese fondo de misterio de que está hecha la vida. Me apoyaba en la balaustrada y más tarde me sentaba en una silla, y miraba, sólo miraba... Sin que el tiempo fuese peso ni expectativa, porque allí no existían ni el ayer ni el mañana.
Es así el aire de ciertos sueños... El lenguaje indescifrable se vuelve diáfano como el cristal del agua en un charco de lluvia recién caída. Y el enigma se disuelve y transparenta, nos habla con claridad, en un lenguaje que no entendemos pero que sentimos. No vemos entonces ningún laberinto de signos complejos y oscuros, sino la sinfonía de las esferas, la música en su estado más puro, la figura luminosa de la magia, danzando ante nuestros asombrados ojos como una diosa.
Eso es lo que recuerdo de aquel ensueño que me acompañó en mi juventud. Así que haré lo posible por recuperarlo. Quiero volver a aquella casa de la colina.


Antonio H. Martín

sábado, 6 de octubre de 2012

Mi futuro...



"No tengo futuro, sé que mis días se acaban, el presente no es agradable, sólo consiste en cosas que se quedan por hacer."

  Leonard Cohen


Estas letras de una canción de Cohen, que acabo de encontrar citadas en un periódico, me colocan una vez más en esa línea oscura, pero evidente, de esta última realidad. Lo que dicen es simple, sí, pero al mismo tiempo aplastante. Lo de no tener futuro, lo de que los días se terminan inevitablemente, que el presente no es grato y que sólo se compone de cosas que nunca llegarán a puerto..., es una sensación muy vívida en estos últimos tiempos. Tiempos intensos, pero asimismo vacíos, aburridos y oscuros.
Pero, hay algo extraño en mí, algo que me mantiene, algo que me sujeta, una última cuerda de buenos sueños, quizá, que no deja que me pierda en la tiniebla. No sé lo que aguantará aún esta cuerda, pero de momento está aquí, rodeando mi cintura y mi mirada, como un salvavidas, como una tabla en medio del océano.
Futuro, seguro que no tengo. Al menos, soy incapaz hoy de verlo. Pero creo, no sé bien por qué, en un mañana distinto a este presente gris. Es como una especie de intuición, que me dice que el final será de otra manera... Supongo que la mente se fragua sus propios sueños, en base a los deseos que nos hacen sentir. Supongo que el pulso por la vida hace que nos neguemos a creer en un final absurdo. ¿Quién quiere ver su final como una reiteración de lugares comunes, vacíos y sin sentido?
Pero esta realidad, como una galería de espejos rotos, de flores sin aire ni luz, continúa en el tiempo, larga y cansada, y un día tras otro nos escupe su veneno. Las noches carecen de color, de voces, de sonrisas, y la luna permanece, casi siempre, en silencio, mirando hierática al perdido caminante... Son cada vez menos las historias, los cuentos enmudecieron, y los sueños nocturnos no son ya sueños, sino pasillos de sombras, pasillos de locura...
Y aun así, aquí estoy. Observando el cristal empañado de las horas e intentando leer en medio de la oscuridad. Futuro no creo que tenga, el presente es indeseable. Muchas cosas quedarán por hacer... Pero entre un día y otro, envuelto en noches frías y sin música, a vueltas con los interminables minutos de silencio, horas y horas larguísimas y mudas, este caminante seguirá mirando hacia su interior. Porque siente, inexplicablemente, que en alguna parte podrá hallar una fisura en el entramado, un atajo en el laberinto, un hueco en la pegajosa tela de araña, y encontrar el camino de regreso...


Antonio H. Martín  

miércoles, 3 de octubre de 2012

Nadie

 
 
Nadie, no soy nadie... Los últimos acontecimientos de mi vida me colocan en esa situación. Nunca fui importante, y ahora aún menos. Pero, una tarde en el jardín del balneario, entre los árboles centenarios, un pasear por los senderos del valle o conducir con el coche por los caminos de montaña me devuelven la imagen de mí mismo, la vieja imagen enamorada de los sueños. Al fin y al cabo, son muy básicas las cosas de las que estamos hechos. Una sonrisa, un atardecer, una voz amiga, un libro, una música, una caricia de la brisa, algún brillo en el espejo del río... Con estas cosas sigo viviendo. Y estas cosas configuran mi destino, y mi vida. La verdad es que no me quejo de nada. A pesar de que nada es como esperaba, nada me sorprende. Todo sigue su curso. Y yo lo sigo, fielmente, para ver a dónde me lleva... Sigue habiendo nubes en el cielo. Por la noche se siguen viendo estrellas. Y la luna, a veces, me sigue contando historias. ¿Qué más puedo necesitar?


 AHM.   

sábado, 29 de septiembre de 2012

El encuentro

 
 
Voy a hacer una pausa respecto a la historia del doctor Hans, porque ahora estoy envuelto en días un tanto agitados, de problemas y cambios, y me resulta prácticamente imposible hallar el tono de serenidad necesario para seguir con ella. La fantasía requiere un espacio de silencio, lejos del mundanal ruido. En ese espacio es donde se abren las puertas de la imaginación, donde puede abrirse la mirada a otras dimensiones. Y ahora eso me está vedado, como si hubiera una muralla de interferencias impidiéndome el paso. Espero que no por mucho tiempo. Así que voy a hablar de un tema diferente, aunque está relacionado, en cierto sentido, con el cuento del Dr. Hans.
Se trata de un viejo conflicto, y hace más de veinte años intenté expresarlo en un capítulo de una historia que quedó inacabada, como otras muchas de las de entonces. El conflicto entre la mirada del sueño y la del mundo, entre la superficie de la realidad cotidiana, a pie de calle, y el impulso interior por lo poético y lo mágico. Asunto éste del que he escrito aquí muchas veces. No sé si demasiadas. Pero es que para mí ese conflicto sigue vivo, y además forma parte esencial de mi modo de entender o no la vida. Es una lucha que continúa vigente, aunque ya en un tono distinto al de aquellos años, sin ese dramatismo de entonces.
Lo que sigue es el final de uno de esos capítulos, en el que se produce un encuentro inesperado entre dos viejos conocidos, un poeta y un filósofo, que viene a ser en el fondo un desdoblamiento del protagonista de la historia, un tenso encuentro entre dos facetas de sí mismo.


  Antonio HM.

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... Sólo esto daba sentido a su vida, era por esto por lo que se aferraba al borde del abismo y se resistía a dejarse caer. En el fondo de su alma brillaba, a veces, una pequeña luz. Era todo cuanto tenía. Y por ello era capaz de sobrevivir en medio de la noche más oscura, y sufriría mil noches como esta si era necesario.
Bien, ya había tenido bastante. No quería pensar más en nada. Apuró su vaso y se levantó para marcharse. Pero en ese momento vio que alguien se acercaba, subiendo la empinada calle. Por su forma de andar parecía muy cansado, o tal vez era un viejo, pero, ¿qué hacía un viejo a esas horas de la noche, caminando solo? Bueno, ¿qué le importaba? Sería uno de esos viejos solitarios y amargados, quizás un cliente asiduo de la taberna que vendría aquí todas las noches a ahogarse en vino. ¿Qué tenía él que ver con un hombre así? Ya los conocía, los había visto muy de cerca. En sus ojos había una luz opaca, sin brillo. Nunca alzaban su copa, bebían en silencio, solos. Querían hundirse en el olvido. Todo lo que habían sido estaba ya apagado, perdido para siempre. Secretamente, deseaban morir; secretamente, temían a la muerte. No, a Martín no le gustaban esos viejos, le entristecían, y le daban un poco de miedo. Los comprendía demasiado, los sentía demasiado cerca... Quizá alguna vez había pensado que también él podía convertirse en uno de ellos. ¿Acaso ahora, que todavía era joven, no andaba ya a vueltas con la muerte? ¿No se había visto ya inclinado sobre el abismo? Pero no. Lucharía con todas sus fuerzas para que eso no le pasara. Gastaría toda su sangre en impedirlo. Prefería mil veces la ciega locura, antes que convertirse en un fantasma de sí mismo. Antes la muerte que entregarse a su sombra.

El hombre empujó la pesada puerta de madera y entró en la taberna. Sin saber bien por qué, Martín volvió a sentarse. Había algo en su figura que le era conocido. Esperó a que el hombre tomara asiento y se quitara su sombrero, pero tampoco entonces pudo reconocerle. Se había sentado en el rincón más oscuro, junto a la medio apagada chimenea. Y sólo cuando pidió su bebida al mesonero, pudo reconocer en aquella voz a un viejo conocido. Sí, era él, el viejo filósofo, don Andrés, el irónico, el agrio pensador al que había conocido hacía algunos años y con el que siempre había mantenido cierta rivalidad, por la diferencia entre sus ideales, por sus distintos modos de entender la vida. Antaño había hablado mucho con ese hombre, había discutido con él sobre filosofía y arte. Casi nunca habían estado de acuerdo en nada, y lo normal era que terminaran atacándose el uno al otro. Pero aun así, habían seguido viéndose durante mucho tiempo. Quizá uno siempre había buscado en el otro aquello que le faltaba... El filósofo se había sentido atraído por el fuego y la magia del joven poeta. Y el poeta había admirado y deseado la fuerza del hombre de conocimiento, su solidez, su entereza para soportar el peso de todo el saber acumulado. Ese mismo saber que le hacía ver al universo y a la vida como algo hueco y sin sentido, como un interminable vacío en el que el hombre no era más que una sombra fugaz. Martín sonrió... Quizá no era don Andrés la persona más adecuada, y menos en aquel momento, menos aquella noche... Pero su soledad le pidió casi a gritos que se acercara a aquel hombre y le hablara. El caminante se quedó parado a pocos pasos de la mesa, y no dijo nada. No sabía si iba a ser reconocido; llevaba barba de varios días y su aspecto era en general muy distinto de aquel otro de hacía unos años. Esbozó una media sonrisa como único saludo. El viejo levantó la cabeza y miró intrigado al intruso que se había plantado frente a su mesa.
   -¡Vaya! -exclamó con ronca voz-. ¡Si es mi viejo amigo el poeta!... Siéntate, hombre, y comparte mi jarra de vino.
A Martín le pareció esta acogida de lo más cálida y amistosa. Se sentó y bebió con aquel hombre. Saboreó la inesperada copa, y le pareció buena. Después de todas estas semanas de soledad, tenía a alguien con quien hablar. Un viejo amigo, o un viejo enemigo. Era lo mismo. Lo importante era que con él podría revivir retazos de su pasado, de aquella otra vida ahora lejana de su juventud. Hablaron mucho y de muchas cosas. El viejo filósofo sonreía abiertamente, y llenaba una y otra vez la copa del poeta. Martín estaba a gusto, se entregaba, se confiaba. Era bueno este viejo, a pesar de todo, este viejo ladrón de ilusiones.
Afuera había empezado otra vez a llover y el agua se colaba un poco por la abierta ventana, junto con un aire fresco de noche otoñal. A lo lejos, se oía la voz del trueno, el grave y poderoso grito del dragón...
Quizá fue el vino, o quizá alguna sombra se le metió dentro y oscureció su voz... De pronto, Martín se puso serio, triste, melancólico. Empezó a hablar de su huida, confesó su miedo, su derrota, su vacío, su soledad... El filósofo no dejaba de sonreír, seguía llenando las copas lentamente, escuchaba en silencio. Pero, poco a poco, su mirada iba perdiendo calor, se hacía más oscura.
  -Don Andrés, ¿qué cree usted que me está pasando?
  -Nada. Simplemente, estás llegando al límite.
Su voz había sonado fría y distante.
  -¿Al límite de mis fuerzas, quiere decir?
  -Exactamente. Estás llegando a un punto en el que tu espíritu comienza a rendirse.
  -¿Rendirse ante qué o ante quién?
  -Ante la realidad. Ella ha sido siempre tu peor enemiga.
Don Andrés le conocía bien, sabía cuál era su lucha, su punto débil, su angustia. Y sabía cómo atacarle, dónde podía hacerle daño. No había cambiado nada este viejo ladrón, este antiguo enemigo de la fantasía. Pero Martín no quiso ceder, tampoco esta vez le daría la razón, lucharía con el viejo filósofo toda la noche si hacía falta.
  -Yo no me siento enemigo de la realidad...
  -¡Pues lo eres! -contestó el viejo, cortante, tensando la voz.
  -Ya, volvemos a lo de siempre, es decir, que sólo soy un soñador, uno que nada quiere saber de la "cruda realidad", en el fondo un pequeño fantasma, incluso un envenenador de la vida, ¿no es así?
  -Tú ya lo sabes... -dijo con tono de indiferencia.
  -No, yo lo único que sé es que me encuentro solo en medio de este mundo, solo y asqueado. También usted sabe lo mísero que es el mundo en que vivimos y lo absurdos y vacíos que son estos hombres que nos rodean.
  -Sí, lo sé. Pero también sé que tú no eres diferente, que eres incluso peor que ellos. Esos hombres son más sinceros que tú, han creado su mundo tal como es porque han mirado de frente a la realidad y saben muy bien que los sueños están vacíos y que no hay ninguna esperanza. Simplemente, han sabido reconocer sus propios límites y han hecho un mundo a su exacta medida.
  -Pero, ¿es bueno ese mundo?
  -Quizá no lo es para ti, ni tampoco para muchos de ellos, pero es el único que tienen y en él viven, en él ríen y lloran, en él luchan y crean. Tú, sin embargo, no haces nada de eso. No vives; eres un esclavo de tus sueños. ¡Estás muerto!

Sus palabras le dieron de lleno en el corazón. Ya no quiso seguir hablando. Se apoderó de él un sentimiento sombrío y extraño. Sintió frío. Se levantó de la mesa, dijo al filósofo que le disculpara, que estaba mareado por el vino, esbozó un gesto con la mano y salió con paso vacilante de la taberna. Afuera seguía lloviendo. Vio por un momento todo el conjunto de casas, sus pequeñas y cálidas luces brillando en medio de la oscuridad. Luego se volvió hacia el parque, hacia la lluvia, hacia la noche...



  Antonio H. Martín

  (Octubre, 1988)

martes, 25 de septiembre de 2012

La historia del Dr. Hans (III)


  Llegado a este punto, interrumpí la lectura. Más que un diario parecía una especie de cuento. Sinceramente, no era lo que esperaba. Y además... ¿qué era eso de un cristal con sabor a cereza? ¿Qué significado podría tener? ¿Era como un caramelo natural? ¿Para qué servía? ¿Acaso tenía algún poder curativo? ¿Y por qué era un mineral sagrado? Demasiadas preguntas. Dejé el cuaderno sobre la mesa y me aproximé a la ventana para fumar un cigarro y pensar. La luna se veía espléndida, el valle estaba tranquilo y soplaba viento del oeste. Mi amigo Pedro no es ningún bromista, pensé, y si me ha dejado este cuaderno para que lo leyera, aparte de tomarse la molestia de traducirlo, tiene que ser por algo. Pero soy, por naturaleza, impaciente, y este principio me planteaba varias dudas, tantas que estuve a punto de dejarlo. Sin embargo, después de unos minutos, volví al sillón y retomé la lectura. La curiosidad y la confianza en mi amigo me movieron a ello.

  ... Se sentó a esperar la llegada del viejo Achim, que estaba ocupado en esos momentos, según le dijo la amable sirvienta de la casa. Transcurrió el tiempo y el dr. Hans miró su reloj... Había pasado más de media hora y la puerta del cuarto de Achim no se abría. Sí que estaba ocupado este hombre, pensó. Seguro que saldría raudo si supiera de qué trata mi noticia. Y mientras esperaba, Hans se fijó en una rara figura, de las muchas que había en aquel salón. Era como un ídolo, en actitud danzante, y le llamó la atención su color.... En ese instante, un fino haz del sol de la tarde tocó a esa figurilla y ésta pareció moverse. Durante unos segundos, pareció como si bailara... El dr. Hans se acercó con curiosidad, envuelto en la humareda de su cigarro, mientras pensaba en qué extraño portento acababa de presenciar, o si se trataba de un simple efecto óptico provocado por el delgado rayo de sol. Incrédulo, y al mismo tiempo asombrado, Hans se dispuso a asir la figura, para ver de qué material estaba hecha. Pero en ese preciso momento, escuchó una voz grave que le hablaba desde atrás:
  ¡No, Hans! ¡No la toques!
Era el propio Achim quien así había hablado, que acababa de salir de su cuarto de estudio, de su cueva de los secretos. Afortunadamente, a pesar de sus tajantes palabras, el dr. Hans observó aliviado que éste le miraba con una media sonrisa.
  Siéntate, amigo Hans, y dime a qué se debe tu inesperada visita. Más tarde te explicaré por qué no debe tocarse esa figura que estabas mirando tan fijamente.
  Después de estrechar la nudosa mano del viejo Achim, el doctor se volvió a sentar y, ya repuesto de su sorpresa de antes, comenzó a narrar los detalles previos a su descubrimiento. Y cómo encontró al final, en el fondo de la gran cueva, el maravilloso cristal. Achim escuchaba en silencio. Y luego le preguntó al doctor:
  ¿No sucedió nada especial antes de que descubrieras ese brillo rojizo en medio de las sombras del fondo?
  El dr. Hans recordó entonces algo importante, que sorprendentemente había olvidado. Ya estaba caminando hacia la salida de la cueva, convencido de que allí tampoco se encontraba lo que buscaba, cuando oyó el canto de un pájaro. Sí, un canto muy fino y musical. Lógicamente, le extrañó sobremanera oír a un pájaro dentro de la cueva, y se dirigió hacia donde parecía hallarse. Y llegó a verle, muy en el fondo, entre sombras, pero extrañamente brillante. Era muy pequeño y de vivos colores. Y en seguida el pájaro aquel levantó el vuelo y desapareció. Justo debajo de donde había estado posado, es donde encontró el cristal. El viejo Achim sonrió abiertamente.
  Ese era el pájaro del sueño...
  ¿El pájaro del sueño?, preguntó asombrado el dr. Hans.
  Sí respondió Achim, es un pájaro muy especial, que se hace visible muy raras veces. Es un privilegio que lo hayas encontrado. Él fue quien te guió hacia el cristal.
  ¿Lo cree usted así? preguntó el doctor, que seguía sin salir de su asombro.
  Sin duda. Sin la ayuda del pájaro, el cristal te habría pasado desapercibido. Él te indicó dónde estaba.
  ¿Y por qué hizo eso ese extraño pájaro?
  No preguntes y conténtate con haber sido sujeto de su regalo.

  El dr. Hans volvió a mirar al ídolo danzante, que estaba cerca, sobre la repisa de la chimenea. Y sin saber bien por qué, notó que esa figura le recordaba algo al pájaro de la cueva, al pájaro del sueño, como le llamaba el viejo Achim. Quizá era su mirada, esa mirada brillante, lo que tenía cierta similitud con los vivos ojillos del pájaro.



Antonio H. Martín    

lunes, 24 de septiembre de 2012

Lejos de Siddhartha...

 
 
Teniendo en cuenta que se me da mal esperar, pensar y ayunar, queda claro que en poco me parezco a aquel personaje de Hesse que me fascinó en mi juventud. Esas eran las tres cosas que declaró Siddhartha a su nueva amiga Kamala que sabía hacer. Luego aprendió muchas más, pero esas tres cosas conformaban la base de la que disponía cuando llevaba la austera vida de un samana del bosque. Yo, la verdad, ya no sé esperar. Mi carácter se ha vuelto, con los años, impaciente y nervioso. Lo de pensar me resulta cada vez más difícil, como si mi mente estuviera bloqueada, y echo de menos las claridades de antaño. Y ayunar, lo he hecho pocas veces, y no me gusta. De modo que, como decía, en poco me parezco a aquel querido personaje, que fue para mí una especie de ídolo de juventud. Comprendo que mis circunstancias actuales no son nada cómodas, y eso acerca a la mente hacia la obsesión por los problemas inmediatos. Pero precisamente por eso es cuando más necesito de esas tres sutiles armas. Mi vida ahora se aproxima en algunos aspectos a la de un samana, y esas tres habilidades serían para mí de gran ayuda.
En fin, hay algo que sí me queda. Aún hay en mí sensibilidad, y puedo pararme ante los trazos de belleza que encuentro en el camino y sentirlos, vivirlos. Así como, en ocasiones, llego a ver entre esos trazos, o en otros, los signos de que este mundo, aunque muy complejo y difícil, sigue siendo mágico...


Antonio H. Martín

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imagen: AHM.

sábado, 22 de septiembre de 2012

La historia del Dr. Hans (II)

 


  Llegué por fin a casa, y sin más preámbulos, dejando a un lado la frugal cena que me tenía preparada, me fui hacia mi sillón favorito, en el cuarto de estudio, encendí la pequeña lámpara y me sumergí en la lectura de ese diario. La noche se presentaba tranquila, y por la ventana empezaban a introducirse los primeros rayos de luna. No puse nada de música. Quizá después, pero ahora sólo quería silencio...
  El diario, tal y como dije antes, no era del propio Dr. Hans, sino que estaba escrito, al parecer, por alguien que le conoció, y supo, quizás por boca de aquel, la historia que había protagonizado. Tal vez un amigo cercano, que prefirió ocultar su nombre. Y comencé a leer...

  Por fin, después de muchos paseos infructuosos, durante varias semanas, por toda la región, de múltiples incursiones por las muchas grutas del lugar, el dr. Hans encontró lo que andaba buscando, en lo más hondo de la gran cueva... Y pudo escribir en su diario de campo que, efectivamente, ¡el cristal con sabor a cereza existía! Salió presuroso, deseando comunicar a los aldeanos la buena noticia, que seguramente sería motivo de fiesta en toda la comarca...
    Pero antes de partir hacia la aldea, el dr. Hans consideró que quizá no fuera suficiente con su palabra, dado lo inaudito de su descubrimiento. Así que pensó en llevar una pequeña muestra del mismo. Pero... ¿se atrevería a cortar aunque sólo fuese una fina lámina de aquel cristal que las más antiguas leyendas consideraban sagrado?
    Así que, considerando lo difícil de la situación, optó por visitar al viejo Achim, el sabio de la aldea. Él sería el primero en conocer la noticia, y a él pediría consejo. Estaba impaciente por divulgar su descubrimiento, pero su buen juicio le indicaba que era mejor escuchar antes la opinión del anciano.
    Y el dr. Hans fue a ver al viejo Achim, que vivía en lo profundo del bosque, como el druida que era, junto al río. Y en esa casa repleta de viejos libros, manuscritos, relojes y extrañas figuras...



Antonio H. Martín
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imagen: "Personal Forest" - Jacek Yerka (2006)   

jueves, 20 de septiembre de 2012

La historia del Dr. Hans

 
Aquella tarde de otoño, de hace ya doce años, me esperaba una grata sorpresa en casa de mi amigo Pedro... Ascendí lentamente por el estrecho sendero, admirando y disfrutando el sereno paisaje, que aún conservaba mucho de verde, para encontrarme con mi amigo, que entonces vivía en una pequeña casa de madera en lo alto de la colina, rodeado de libros y de plantas. Contento de saber que me esperaba, como otras muchas tardes, una grata velada de buena conversación. Porque Pedro y yo teníamos, y tenemos aún, muchas aficiones en común. Pero aquella tarde no fue habitual, porque mi amigo me obsequió con un inesperado regalo. Resulta que había encontrado, en una de esas librerías de viejo, un extraño diario, y me lo prestó para que lo leyera. El diario estaba originalmente escrito en alemán, pero mi amigo lo había traducido para mí, así que el regalo fue doble. Un diario en el que un tercero, sin nombre registrado, narraba la breve pero fabulosa historia de un tal doctor Hans Schliebel y su asombroso descubrimiento... Así que después de la velada, que transcurrió como siempre entre amistosas discusiones, buen vino, humo de cigarros y algunas viandas, ya con las primeras sombras del anochecer, me volví camino abajo hacia mi casa del valle, con ese diario bien guardado en mi cartera. Estaba deseando leerlo, porque lo que me dijo Pedro sobre su contenido me pareció muy interesante. La verdad es que el camino, aun siendo hermoso, se me hizo largo por primera vez...

(continuará)

Antonio H. Martín

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imagen: Jeff Clow

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Música de otoño II



Creo que ha llegado el momento de recuperar esta entrada (del 1 de octubre del 2011), para recibir de nuevo al dorado otoño que ya se acerca. Mi estación preferida, la estación preferida de todos los soñadores y todos los que tenemos algo o mucho de románticos. La estación en que, después del fogoso y ruidoso verano, uno puede entregarse a las viejas historias, a las antiguas brisas y las suaves lluvias que traen consigo el aroma y el color de los amados sueños de siempre. En que los pensamientos se amansan, cambian de tesitura y se dejan acariciar por nuevas y frescas posibilidades, por nuevos caminos interiores que enriquecen al espíritu tenso y cansado.
Bienvenido sea el querido otoño.

AHM.

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Vuelve la luz inclinada, el susurro del viento en la tarde huidiza y tranquila, el vuelo suave de las hojas doradas que se van, que se dejan caer en el olvido, sin pena, cansadas... Vuelve la música dulce del otoño, que algunos sienten amarga. Y con ella, los viejos sueños amables que el verano ocultaba, las tímidas sombras, el brillo en la mirada...
Vuelven las hadas a tejer sus vestidos, con hilos de luna y hechizos de agua... Vuelven a soñar las estrellas sus caminos de plata, y a cantar las noches sus antiguas baladas.
Entre la fronda oscura y el destello de las horas que, poco a poco, recuperan su magia, se escuchan voces, murmullos y risas... Son los duendes del aire, que vuelven a los jardines de la tierra como gotas de lluvia...


Antonio H. Martín
(1 de octubre, 2011)



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música: La Petite Fille de la Mer - Vangelis

domingo, 16 de septiembre de 2012

Desde el silencio...



Crecí en el seno de una familia desestructurada. Una que mezcló sus raíces con otras que resultaron ser incompatibles. Lo cual se tradujo con el tiempo en situaciones conflictivas y, a veces, casi desastrosas. Un niño es muy sensible a estos asuntos. Quizá por eso anda uno, pasados los años, enganchado todavía a ciertas carencias y a ciertos incumplimientos en el normal discurrir de la vida... Afortunadamente, siempre me movió un fuerte sentimiento en relación con aspectos de la vida, que yo llamaba "mágicos" o "poéticos", a los que solía acceder sobre todo a través de los sueños, y también de los libros. Pero está claro que esas malas experiencias familiares dejan una huella indeleble en el corazón del hombre. Uno lucha, y seguirá luchando, por escapar de esa telaraña, pero de alguna manera sigue ahí, influyendo negativamente en la actitud que uno tiene ante el mundo, en su modo de vivir.
De todas formas, escribo esto, sentado en un banco del parque bajo los altos árboles centenarios en una tarde tranquila y fresca, desde el silencio. Y es precisamente este silencio lo que me permite escapar a esa telaraña, aunque sea durante un breve tiempo, para poder ver las cosas y a mí mismo desde una diferente y nueva perspectiva, y tener una visión más libre de cuanto me rodea. Este silencio interior es un puente que enlaza con eso que amé desde niño: la mirada del sueño.
Ante esta mirada, los complejos y los traumas del pasado se diluyen, desaparecen, y uno puede llegar a ver y sentir que la vida es algo más, mucho más que el conjunto de experiencias por las que pasamos, antes y ahora, y que hay multitud de caminos abiertos por los que podemos andar libremente, sin arrastrar los lastres del tiempo.
Pero esto lo siento y veo ahora así porque una parte de esa telaraña se ha roto, porque la mirada se ha liberado, al menos en estos momentos, de esas rémoras del pasado y puede colarse hacia otras dimensiones del pensamiento. Porque, repito, estas breves líneas las escribo desde el silencio...

Antonio H. Martín

viernes, 14 de septiembre de 2012

El pájaro del atardecer



Resulta aún difícil escribir cuando la mirada del sueño ha sido en gran parte cegada por la mirada del mundo, entre las horas de un tiempo roto, perdido en un laberinto oscuro que ahoga noches y días. Pero hace poco encontré la imagen de abajo en el blog de Fer

http://fernanda-abocadejarro.blogspot.com.es/

y me animó a escribir unas letras. No sé en dónde escribió esa frase el maestro Jung, pero me gusta. Y además me ha hecho recordar al "pájaro del atardecer", uno que me gusta llamar así porque me lo encuentro casi siempre al final de un camino, mirando hacia el oeste, como soñando otros horizontes...

El único propósito de la vida
humana es encender una luz
en las tinieblas
del mero existir.


Y si no es ese el próposito de la vida, no sé qué otro pudiera ser. Así que hay que animarse y encender cada uno su propia linterna. Iluminar en la medida de lo posible nuestro camino, apartando sombras y buscando destellos, esos brillos fugaces. Como ese pájaro del atardecer, que en esa hora da la espalda al mundo de lo cotidiano y se queda mirando al horizonte, como intentando descifrar la forma y el color de las nubes, la forma y el color del aire, buscando quizá las ocultas estrellas...


Antonio H. M.


sábado, 1 de septiembre de 2012

Bajo el enebro



Después de caminar durante horas, dando vueltas y más vueltas a los mismos pensamientos, llegó hasta el jardín del balneario, lleno de viejos y altos árboles, el lugar más fresco y umbrío del pueblo. Se sentó, sin embargo, debajo de uno de muy poca altura, un enebro, para descansar un poco, y se le ocurrió, fantaseando, que quizá aquí pudiera sucederle algo extraordinario. Si el Buda alcanzó la iluminación meditando debajo de una higuera, por qué no podría pasarle a él algo parecido debajo de este enebro... Sonrió, con la idea revoloteando en su mente.
Con la espalda apoyada en el doble tronco, se quedó mirando las finas hojas del enebro, que parecían como ramificaciones nerviosas, y lentamente, sin casi darse cuenta, se durmió, mientras recordaba aquello de que el deseo es causa de dolor y que hay que abandonarlo para dejar de sufrir, salir de esa rueda aparentemente interminable del samsara. Y así empezó lo extraordinario, que le vino en forma de sueño...
Le despertó, dentro del sueño, un aroma peculiar. No le pareció procedente de ninguna flor cercana, sino más bien como un perfume, concretamente un perfume de mujer. Y así era: abrió los ojos y la vio delante de él, con una luminosa sonrisa dibujada en sus finos labios.

"Hola, ¿quién eres?", le preguntó a la bella.
La mujer seguía sonriendo, sin contestar.
"¿Nos conocemos?", preguntó. Y ella asintió.
"No te recuerdo."
"En otro tiempo, en otro mundo, tú y yo éramos amigos.", dijo ella por fin, con una suave voz.
"Pues me agradaría mucho recordarlo, porque me gustas y tus ojos brillan de una forma especial", repuso él, y continuó: "Precisamente andaba yo pensando hace un momento en los problemas que conlleva el deseo, pero tú me atraes de un modo diferente...
"¿Diferente?"
"Sí, no es una atracción sólo física. Hay algo más que no sé definir..."
"Ese algo más", dijo ella sin dejar de sonreir, "es lo que nos hizo muy amigos hace tiempo."
"Y no hay alguna forma en que pueda recordar aquel tiempo, que seguramente fue dichoso?"
"Es difícil rasgar los velos", respondió ella. "Los abismos de la distancia, los muros del tiempo y las simas entre los mundos están ahí por algo. Yo puedo recordar porque tengo ese don, pero tú estás demasiado enredado en tu dimensión personal, tu laberinto actual no te deja ver más allá. Aunque quizás..."
"¿Quizás qué, desconocida amiga?", preguntó él expectante.
"Quizás pueda arreglarlo, abriendo una ventanita en tu mirada. Una muy pequeña que tal vez te permita ver y recordar algo de lo que vivimos."
Y entonces la bella mujer se acercó a él, se agachó un poco bajo la sombra del enebro, y puso un suave beso en su boca...
"¿Recuerdas algo ahora?", le preguntó.

Por toda respuesta, la atrajo hacia sí y ambos se fundieron en un largo abrazo que sumergió todas las barreras y restauró el puente que un tiempo sin memoria parecía haber roto...


Antonio H. Martín



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música: Fields of Gold - Sting
imagen: AHM.

viernes, 31 de agosto de 2012

El trueno



Existen tres formas de conmoción: la del cielo,
que es el trueno, la del destino
y finalmente la del corazón.

Si a raíz de la conmoción del destino
se moviliza uno interiormente,
podrá superar sin mayores esfuerzos
los golpes del destino que llegan de afuera.



I Ching

(51. Chen / El trueno)

lunes, 27 de agosto de 2012

La dualidad




Continúo rescatando viejas páginas de mi diario de un obstinado. No se trata de hablar siempre de mí mismo y de mis antiguos problemas de hace más de veinte años, sino de exponer los pasos de un proceso personal, para echar luz sobre causas y efectos. Hablo de mí, aparte de porque es el caso que mejor conozco, porque este cuaderno ha sido y es sólo eso: un cuaderno íntimo, de confesiones y reflexiones personales. No me pongo como ejemplo de nada. Me limito a recordar el modo en que me sentía en aquellos tiempos, para establecer las relaciones que hay entre el ayer y el hoy. Es una forma de mirarse en un espejo antiguo, apartando las telarañas del tiempo, y reconocer qué líneas del rostro siguen igual y cuáles han cambiado, intentando definir y completar el propio paisaje.


AHM.

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Diario de un obstinado
(30 de noviembre, 1987)


Hay algo sobre lo que me gustaría escribir esta noche, un tema que considero de vital importancia, algo que me toca muy de cerca y muy adentro y que me gustaría expresar con nitidez y profundidad, abarcando todo su complejo entramado psicológico, su multiplicidad de formas y contenidos. Quizá por el deseo inconsciente de encontrar una síntesis, una respuesta clara y sencilla, un último significado que ilumine todo el laberinto.
Me estoy refiriendo a la dualidad, algo con lo que trato diariamente, que es para mí pasado, presente y seguramente futuro, que configura mi realidad y da forma a mi vida cotidiana, interna y externamente.
Pero, por desgracia, no puedo hacerlo, al menos no como yo quisiera. En primer lugar, no soy psicólogo, y mucho menos filósofo, y mi conocimiento de esas disciplinas es muy escaso. Y en segundo lugar, mi actual estado mental y psíquico es demasiado pobre, demasiado insensible y torpe para poder intentarlo siquiera con una cierta dignidad. A lo único que ahora puedo alcanzar es a fumar mis cigarros, beber mi coñac y garabatear en esta hoja con un poco de coherencia, mientras escucho en mi caja de música los Conciertos de Brandemburgo, de Bach. Y aun esto carece en mí de maestría, le falta la entrega necesaria, no tiene la suficiente solidez. Ni siquiera para esto estoy maduro; mientras escribo, mientras bebo, fumo y escucho la música, intentando concentrar mis pensamientos y expresarlos en el papel, mi mente y mi cuerpo se rebelan, me asaltan imágenes extrañas y otros pensamientos y otros deseos vienen a cruzarse con los primeros, interceptándolos, bloqueándolos y haciendo imposible una línea continua y precisa.
En fin, quizá todo esto también tenga algo que ver con la dualidad, o quizá simplemente tenga que ver con mi falta de seriedad, de autenticidad, en una palabra, con mi idiotez. Continúo siendo un enfermo del tiempo, un esclavo de la medida y la norma, un pobre y miserable sirviente de la obligación. Es casi la una de la noche, y ya es demasiado tarde para mí, tengo prisa por acostarme, prisa por dormir profundamente durante las horas que quedan, para mañana poder enfrentarme de nuevo al mundo cotidiano del trabajo y la realidad mundana con un poco de energía, para tener un poco de fuerza, una pequeña reserva que me permita seguir soportando la tormenta de lo absurdo, de lo vacío, de lo sin alma.
Este es quizá el motivo principal por el que no escribo lo que quiero escribir. Quería exponer la cuestión de la dualidad, de la ambigüedad de tendencias que conviven simultaneamente en un mismo individuo y del estado caótico en el que éste se encuentra cuando aún no ha conseguido enlazar ambos polos opuestos y armonizar su vida. Pero este pequeño lobo estepario se siente ahora demasiado cansado para ahondar en el tema. La tiranía de una realidad extraña, de una medida del tiempo ajena al corazón, a la que se ha sometido voluntariamente, por debilidad o cobardía, le provoca un falso sueño, un falso cansancio, le obliga a eludir, a postergar aquello que más le importa, aquello que más necesita, y que es rasgar de uno en uno, valientemente, sin ningún miedo, los velos que encubren su propia imagen. Mirar directamente al espejo, sin nada entre medias, y reconocerse, y aceptarse o rechazarse. Volverse loco de una vez por todas, definitivamente, o alcanzar una nueva alegría...

Ayer leí en una revista una cita de una escritora austríaca del siglo pasado, Marie von Ebner-Eschenbach. Nunca había oído hablar de ella, ni tengo idea de cual es el contenido de su obra literaria, pero desde el primer momento me llamó la atención su retrato, que acompaña a la cita. Se ve en él a una mujer de rostro serio y adusto, de unos sesenta años, con una mirada que expresa fuerza y decisión, y también una cierta ironía, como quien ha vivido intensamente y hasta el final todas sus ilusiones, todos sus ideales; que ha desenmascarado a más de una dorada estatua de su tiempo, y sin embargo ha sabido mantener, después de muchos años de experiencias amargas, de desengaños y derrotas, su obstinación, el aprecio y el respeto por su propio sentido, por su razón y su ley.
La cita es muy breve, pero bastante sustanciosa. Dice así:
"Cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado en el que se pudo."


Antonio H.Martín

(Diario de un obstinado - 1987)


jueves, 23 de agosto de 2012

Con un pedazo de tiza


Acabo de encontrar este vídeo y me ha emocionado. La historia es muy simple, pero me hace recordar de nuevo aquello que nunca se debe olvidar: que dentro de nosotros siempre hay una luz, una fuerza secreta. La posibilidad de encontrar una salida aun dentro del más oscuro e intrincado de los laberintos. Cuando lo de afuera nos ataca, queriéndonos arrastrar hacia el caos, la mirada interior puede mostrarnos una puerta abierta hacia la vida.


Antonio H. Martín

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Escapar de la violencia doméstica, de la intimidación en la escuela, del acoso, del maltrato de un profesor que desconoce la tragedia silenciosa. Un niño se refugia en un frágil universo con fronteras de tiza y números, un diminuto escenario sobre el cual danza y realiza su huida de la infeliz realidad donde sobrevive.

Esa es la historia que cuenta With a Piece of Chalk (Con un pedazo de tiza), un cortometraje de cerca de 4 minutos publicado en Youtube por el grupo de jóvenes cineastas JubaFilms, residentes en Alemania. El video presenta a Justen Beer, un talentoso break-dancer de 12 años. Hasta el momento supera el millón de visitas en esa red social.

"Como bailar es más que mover el cuerpo, tratamos de contar una historia a través de cualquier tipo de danza", afirman los cineastas en su sitio web. "Nuestro objetivo es convertirnos en una gran fuente de inspiración para todos, sin importar si son bailarines o no. La inspiración cambia el mundo y aporta nuevas esencias a la vida", afirman.

El breve atisbo a las jornadas de este niño asediado por la violencia, que encuentra en el baile un camino personal hacia la paz, nos revela otro de los rostros de la fortaleza humana. Aún en el más sombrío de los tiempos, nos habitan energías suficientes para convertir un callejón sin salida en un campo abierto por la imaginación. El dolor de este pequeño transformado en arte: no hay mejor metáfora del irreductible espíritu humano.



Boris Leonardo Caro



sábado, 18 de agosto de 2012

Fantasía hessiana



Supongamos por un momento que, después de leerle y admirarle durante muchos años, de considerarle mi maestro e incluso llamarle "mi tío Hermann" con afecto y cariño, Hermann Hesse se decidiera, desde el más allá (creo que vive en una gran casa en las inmediaciones de la constelación de Orión, según vi una vez en un sueño) a dedicarme a mí, a este humilde caminante, unas breves letras.
Serían más o menos así:


Este aficionado a pensar y escribir, que es esencialmente un sentidor y que se hace llamar "Antonio H. Martín" (suele comentar que esa hache es un homenaje a mi lobo estepario), me ha llamado la atención últimamente, porque sus escritos han cambiado de tono, debido a no sé qué difícil situación por la que está pasando. Y quisiera dedicarle unas letras, desde mi lejano retiro, como hice otras muchas veces con otros lectores, cuando aún vivía en ese mundo.
A este hombrecito le he visto varias veces merodeando por los alrededores de mi antigua casa terrestre, buscando entre mis viejos recuerdos. Y una noche incluso, por esos mágicos puentes del sueño, estuvo de visita en mi casa actual, paseando por mi biblioteca. Es un ser algo raro, conflictivo, problemático y neurótico, pero también un buen soñador. Me recuerda algo a varios de mis personajes literarios, como Lauscher, Klingsor o el mismo Harry Haller. Y por eso quiero dedicarle esta letras.
Siempre le ha gustado escribir, pero nunca ha pensado en que ello fuera una salida a sus conflictos, sino sólo una vía de escape pasajera, momentánea, una forma de expresarse, desahogarse y conseguir algo de claridad en su caos interior. Nunca se ha considerado a sí mismo como escritor, y nunca lo ha pretendido, a pesar de algunas buenas críticas que ha recibido en este cuaderno y que a él le parecen sólo muestras de afecto.
Y ahora este caminante, este solitario tiene problemas... Bueno, siempre los ha tenido, pero ahora parece que esos problemas se acentúan de forma un tanto peligrosa. ¿Qué puedo decirle? Pues que la vida siempre es difícil, y que seguir un camino, sea cual sea, pero más si ese camino es crudamente individual, conlleva sufrimiento, dolor, y pasar por valles y desiertos de soledad que nos hacen temblar. Y que ante una situación de esta magnitud uno sólo puede hacer una cosa: aferrarse a aquello que ama.
Lo que uno ama es lo que da sentido a nuestra vida. Lo que uno ama es nada menos que la base sobre la que todo lo demás se sustenta. Lo que nos hace sentir, lo que nos permite vivir. En el caso de mi "lobo estepario" era su fe en los Inmortales. En el caso de este caminante de cuaderno no lo sé, pero seguro que hay algo por ahí, danzando todavía en las galerías de su corazón. Y a eso es a lo que debe dirigir su mirada, con toda la fuerza de la que aún sea capaz.
Este es mi consejo de viejo. Encontrar esa luz oculta, que seguro está en alguna parte de su ser, y mirarla fijamente, llenarse de ella, abrazarla. Con esa luz podrá seguir caminando, ya sea entre valles, desiertos o incluso ciénagas. Esa luz será la linterna en la noche, su pequeña estrella en medio de la oscuridad. Con ella sabrá ver las líneas invisibles que se esconden entre la niebla, encontrará los atajos entre la maleza y podrá volver a escuchar la música que le enamoró hace tanto tiempo. Esa música que él solía llamar "magia", y que es el pulso y el destello que le movió desde siempre a caminar y a vivir.

Un abrazo de tu tío Hermann






miércoles, 15 de agosto de 2012

Extrañeza



Hay etapas en la vida en que todos los rostros que vemos son extraños. Incluso el de uno mismo lo es en gran parte, porque esa imagen que nos devuelve el espejo no es del todo reconocible. Hay algo nuevo en ella, algo que antes no estaba y que aún no atinamos a definir, pero que en cualquier caso nos resulta, efectivamente, extraño.
Intentando salir de esta rara situación, miramos al pasado buscando un asidero, algún recuerdo que nos identifique y nos sitúe. Pero, curiosamente, también vemos ese pasado, aquello que vivimos, como algo diferente a lo que creíamos recordar, como algo terminado, sin vida ya. Incluso llegamos a sentir el frío de que aquello que almacena nuestra memoria parece tratarse de la historia de otro, no de la nuestra propia. Y dudamos de si alguna vez tuvimos alguna historia...
Todos, todos los rostros son extraños. Los hay amables y no amables, simpáticos o desagradables, sonrientes u oscuros... Pero todos ellos son extraños, y cuando nos miran y los miramos no sentimos ninguna relación emocional con ellos. Son como los rostros de seres de otros mundos. Mundos que escapan a nuestra capacidad de entrada, separados de nuestra realidad por millones de kilómetros.
En una etapa como ésta, si uno sigue teniendo la fuerza y el deseo de continuar, la sensación es como empezar desde cero. Nada hay ya en el ayer, nada que tenga vigencia en el hoy, y el mañana es algo tan incierto como un estrecho camino entre la niebla.
Lógicamente, la tristeza es el sentimiento que más nos ataca en estos momentos. Pero a la tristeza la vemos como un sentimiento inútil e ineficaz. ¿De qué nos sirve estar tristes, dejarnos invadir por esa sombra que nos muerde por dentro? Lo único que vemos en ella es que viene a hundirnos aún más, quizás definitivamente. Así que, a un lado la tristeza, fuera con ella. Tirémosla al río, como la tela rota que es.

Ayer por la noche tuve el placer de escuchar en vivo, en una iglesia, la Partita nº 3, de Bach. El piano sonaba soberbio y brillante entre las viejas paredes de piedra. Cerré los ojos, y mientras escuchaba atentamente las filigranas de esa música encantada, me veía a mí mismo como una figura lejana, perdida en algún túnel del tiempo, que a pesar de todo intentaba recuperarse y reconocerse a través de la música.
Quizá haya caminos para disolver esa extrañeza, caminos de regreso o caminos nuevos. Mis ojos miran, intentando encontrar...


Antonio H. Martín

(15 de agosto, 2012)



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música: Partita nº 3 en la menor
autor: Johann Sebastian Bach
piano: Ilya Yakushev
imagen: "abandonada a la luz del amanecer" (de BIG)

lunes, 13 de agosto de 2012

En poco tiempo...



En poco tiempo, por uno de esos azares del destino, se había quedado sin nada. Sin dinero, sin casa, sin amigos, sin amor... Incluso había por ahí falsas historias que dibujaban una línea de sombra sobre su imagen, oscureciéndolo todo aún más.
Era una situación absolutamente nueva para él. Algo que hubiera querido no vivir nunca. Pero aquí estaba. Y él justo en medio, en el mismo centro de ese triste huracán, mirando con ojos aún asombrados, y viéndolo con el ropaje gris oscuro de un miedo incierto.
Los días eran largos y pesados, y las noches cortas, tímidas, nerviosas... El mañana era una luz difusa en el horizonte, que parecía resbalarse sin remedio hacia el abismo. Todo parecía apuntar al fin, y ese fin era la nada más absoluta, la ausencia, el vacío.
Pero, sin saber bien por qué, soportaba todavía los embates, resistía, luchaba, como si esperase algo inesperado, como si aún creyese en un mañana diferente y amable. Su ingenuidad quizá, el vestigio de alguna antigua esperanza... No lo sabía, pero ahí estaba, frente al viento, frente al mar, frente al vacío de la noche. Esperando que el aire cambiase su rumbo, que brillara de nuevo alguna luz. Que alguna voz sonara en medio de este espeso silencio.
Andaba perdido en estos pensamientos, en la terraza de un local casi vacío, cuando de pronto oyó el timbre del teléfono...


Antonio H.M.

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imágen: Vías del tren olvidadas en el bosque (de BIG)

sábado, 4 de agosto de 2012

Sobra la luz



"Todas las cosas que al mar tiramos, nos las devuelve siempre la marea. Cuanto más tratas de olvidarlo con más fuerza lo recuerdas..."

Fito


Es cierto lo que canta Fito, pero yo me pregunto: ¿por qué ese empeño del mar? ¿Qué le importan a él nuestros recuerdos y pesares? Y sobre todo, ¿por qué nos los devuelve? ¿Acaso no los quiere? ¿O es que quizás cree que debemos seguir recordándolos?
Cuando algo que hemos tirado al mar, con el deseo de que desaparezca de nuestra vida, vuelve una y otra vez a nosotros es sólo por un motivo: porque en realidad no queremos aún que eso se vaya. El mar es esa parte de nuestra conciencia que llamamos olvido. Queremos beber en las aguas de ese inmenso y profundo Leteo para evitar el dolor. Pero hay recuerdos que se resisten a desaparecer...
Y así lo hacen porque forman parte de nuestro ser, y olvidarlos o matarlos definitivamente sería como destruir un fragmento importante de nosotros mismos, como arrancarnos una parte del corazón. Por eso la marea nos los devuelve. Y la marea no es otra cosa que nuestra propia voluntad. Nuestro deseo de conservar de alguna manera aquello que nos hizo sentir vivos en otro tiempo.
La triste esperanza es la culpable de esto. La triste esperanza es la pálida sombra que no nos deja vivir. Así que es a ella a quien hay que tirar al mar.

"Sobra la luz que me hace ver todo lo que no escondía...", dice Fito. Sí, sobra esa luz, porque ya todo estaba claro desde el principio. Pero los seres humanos solemos tener estos errores: el deseo de encontrar y la ilusión de haber encontrado...
El mar dejará de devolvernos los recuerdos tirados sólo cuando los hayamos olvidado del todo. Y olvidar, como decía antes, es matar una parte de nuestra vida. Difícil, muy difícil y doloroso hacer eso. Pero o eso, o la marea...

Como decía yo hace tiempo: "Cada curva del camino era una invitación para seguir, pero sin el empuje del tiempo extraño, sin la tirantez del vacío."
Eso es lo que quiero vivir.

Antonio H. Martín




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música: Sobra la luz
álbum: Por la boca vive el pez (2006)
autor: Fito

martes, 31 de julio de 2012

La pregunta



Eran casi las seis de la tarde de un día caluroso de verano. Martín Bardán, un señor mayor y solitario, aficionado a la lectura y las reflexiones, después de comer un pequeño plato de suculentas alubias y de ver un rato la casi insoportable televisión, se refugió en su cuarto de estudio y buscó entre sus libros algo que despertara su interés. Miró y rebuscó durante más de media hora entre los anaqueles de madera. Y al final encontró, después de revisar varios libros, algo que le llamó la atención:

Cuando los grandes problemas descienden y la vida se hace tan negra como las penas, no vale lamentarse y decir: "¡Este es el fin!", sino decirse con esperanza: "¡Este es el principio!". La ocasión debiera ser tomada como la oportunidad para empezar una nueva vida, para mostrar las cualidades positivas, valerosas y constructivas que hay dentro de uno. Será una oportunidad para reconstruir la existencia sobre una base más firme, sobre bases propias, sobre aquellas cualidades que ayuden a soportar. Vencer nuestras dificultades en la mente primero, y luego ella gradualmente se reajustará de nuevo hacia las circunstancias externas.

Esto lo encontró en un viejo libro de Paul Brunton ("Una Ermita en los Himalayas"), y le sorprendió. ¿Es posible creer, pensó, que un aluvión de dificultades pueda dar lugar a una nueva actitud individual? ¿Que alguien, ante unas circunstancias adversas, pueda llegar a entrever el comienzo de un nuevo camino?
Lo de la esperanza era algo que para Martín B. resultaba muy sospechoso, porque ya había vivido la rotura de muchas de ellas en su vida. Pero también le recordaba este texto a aquello de lo que hablaba Castaneda, lo de la actitud del guerrero. Y en eso sí seguía creyendo. Recordó, por ejemplo, aquellas palabras de "Relatos de Poder":

Un guerrero debe cultivar el sentimiento de que tiene cuanto necesita para ese viaje extravagante que es su vida. Lo que cuenta para un guerrero es estar vivo. La vida es suficiente y completa en sí misma, y por sí misma se explica.
Por eso puede uno decir, sin presunción, que la experiencia de las experiencias es estar vivo.


De manera que, según esto, lo único que importa es vivir. Y así, a pesar de cualquier circunstancia adversa, lo que tiene que hacer uno es adaptarse, saber seguir la corriente y continuar con su extraña aventura.
No parecía nada fácil el asunto, pero tampoco descabellado. La vida, como se sabe, es tremendamente cambiante. Eso se ha dicho desde siempre. Y uno no debería rendirse ante un cambio del destino, frente a una variación de las circunstancias, por mucho que nos duelan. Vivir es la aventura deseada y necesaria, seguir navegando en el propio barco, por muy frágil que a veces pueda parecernos. Seguir, sople el viento que sople.

Meditando sobre esto, Martín B. dejó los libros y su cuarto de estudio. Salió afuera y se puso a caminar por la orilla del río. Y debajo de un fresno joven se sentó y volvió a inquirir, como otras veces, a la brillante superficie del agua que se deslizaba indolente bajo el sol del atardecer.
Sí, el río, con sus mil voces, sus mil ojos y sus mil sonrisas y lamentos, asintió a su pregunta... La vida es el desafío del guerrero, del caminante, y todo lo que se puede hacer frente al misterio de esta aventura es vivirlo...


Antonio H. Martín

(31 de julio, 2012)



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música: "If You Look"
álbum: "Imaginary Roads" (1988)
autor: William Ackerman
imagen: AHM

lunes, 30 de julio de 2012

Solo



Su delgada figura arrastraba la maleta por la estación. Alejandro esperaba un tren, cualquier tren que le llevara a ninguna parte. Entre los ríos de gente contenta que comenzaba sus vacaciones de verano, él parecía un fantasma gris, cabizbajo, taciturno, que no podía permitirse ni siquiera una leve sonrisa... Siempre había deseado y buscado la soledad, pero no ésta, no con este frío, con esta amargura, con esta sensación de vacío. No, no así. La soledad deseada era muy distinta, estaba llena de sutiles presencias, de ilusiones, de contactos secretos. Pero no esta soledad de ahora, sin contenido, sin sentimiento, sin estrellas, tan llena de nada...
Pero, en fin, era lo que tocaba vivir. Y estaba dispuesto a ello, a dejarse llevar por lo que fuera. Alejandro quería vivir y agotar este último aliento, beber hasta la última gota de esta extraña copa que el destino le brindaba.
Al fin llegó el tren. Se subió a él con su maleta de viejos libros y cuadernos, buscó su asiento y cerró los ojos. Una vez más, la vida era un viaje hacia lo desconocido...


Antonio H. Martín




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música: Starless
álbum: Red
autor: King Crimson