Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







viernes, 23 de septiembre de 2011

Bettina



Carta a su marido, Achim von Arnim
(30 de enero de 1810)
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Landshut


Ignoro qué puede aún suceder allá donde las montañas azules se inclinan, allá donde el sol se pone. ¡Ah, el universo, esa estrecha morada donde apenas se puede respirar! Pienso con frecuencia que el sueño es preferible al estado de vigilia: en él, las fronteras de la existencia se derrumban, nadie puede retenerme en la veloz carrera que me arrastra. Pero cuando velo, vuelvo a encontrarme bien en Landshut. Cuando sueño, mi lecho angosto es un asilo donde los mares son inmensos y las montañas desmesuradas, donde el Infinito se somete, toma forma y raíces. Además, únicamente en el sueño se presiente cuán infinita es el alma; el hombre navega, en uno solo de sus pensamientos, en uno solo de sus soplos, como un pececito en el agua, desconoce su origen y su destino. Si, durante el día, deseaba escalar las montañas tirolesas, por la noche, me encontraba en ellas, sumergiendo mi mirada en la inmensidad, hasta en las hondonadas más sombrías, que mi vista no alcanzaba. Y los árboles eran tan altos, que bien habría podido alzar eternamente la vista para distinguir la más alta de las cimas.
Y esta sensación de angustia en presencia de las grandes cosas que amplifican el alma, esta sensación que tantas veces deseo experimentar en los días huecos, también se apodera de mí en el sueño, y en él encuentro una quietud de la que pocas veces gozo en los días de la vida. Cosas separadas por la eternidad en los sueños convergen, como bajo el efecto de una palabra mágica; se da incluso el caso de que, en un momento de reminiscencia, se vivan auténticas historias, cuyo efecto ha pasado ya en el sentimiento, ya en el carácter.

Hoy, he soñado que estábamos sentados el uno frente al otro, delante de una ventana abierta, sobre la cual había olorosas flores; había descansado mis pies sobre los tuyos, y me sentía más a gusto, más apacible de lo que jamás me había sentido en Schlangenbad y a la orilla del Rhin: qué grandeza, qué fuerza ha asumido para mí ahora ese instante de mi sueño, pues desde hace mucho tiempo siento este deseo en la realidad y percibo al despertar la cercana posibilidad de convertir el invierno en primavera, y que tu pie sea un soporte para los míos. Sí, el soñador no debe contar sus años, pues ignora si es joven o viejo. Se dice con frecuencia que Dios no puede hacer que lo que es deje de ser; el sueño prueba lo contrario.


Bettina Brentano
(1785-1859)

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Al final de una carta de su hermano Clemens Brentano, éste le decía: "Tú y yo estamos fuera de todo orden", y Bettina, la esposa de Achim von Arnim, le contestaba: "Mi alma es una danzarina apasionada que salta siguiendo una música interior que sólo oigo yo".


- del libro "El Entusiasmo y la Quietud"
- edición de Antoni Marí
- Tusquets editores (Barcelona, 1979)

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imagen 1: por Ahm.
imagen 2: retrato de Bettina Brentano

viernes, 16 de septiembre de 2011

Entre dos sueños...



Es difícil de asumir, y cuesta hasta creerlo... Me parecía que hacía tan sólo unos días, una semana a lo sumo, que había escrito la página anterior, pero no, resulta que ya ha pasado un mes. Todo un mes, treinta días sin memoria, como treinta sombras en la pared de la noche. ¿Es esto la vida? ¿Paseamos como fantasmas por un camino imaginario que apenas percibimos, del que apenas tenemos noción ni recuerdo?
No, seguramente no es así. Seguramente esto forma parte de mi mundo personal, de mi ya vieja calidad de medio sombra, de ser fantasmal y huidizo que hace tiempo se perdió entre dos sueños...


Antonio H. Martín
(Diario de un obstinado - 28 de mayo, 1991)




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imagen: AHM
música: Cluster One, por Pink Floyd

jueves, 15 de septiembre de 2011

La vieja maleta



Después de otro año de rutinas y vacíos, de luchas y de pérdidas, he vuelto a poner ante mí la hoja en blanco. No sé muy bien por qué lo he hecho, porque lo que sí sé bien es que mi mente está más blanca aún que la hoja. En fin, aquí estamos la hoja y yo, mirándonos en silencio y reflejando nuestra mutua blancura...
La caja de música me está ofreciendo ahora un precioso concierto de Händel. Pero entre el allegro y mi apagada persona hay como una diferencia de onda, una barrera invisible que me impide contactar, apreciar, sentir. Demasiado júbilo para mí, demasiada armonía, demasiada belleza.
He quitado la cinta de Händel y en su lugar he puesto la danza final de La Consagración de la Primavera, de Stravinski. Esta sí que me llega, me toca más cerca y con más fuerza. Casi se puede decir que me golpea...
Ya ha terminado. Para continuar he puesto El Pájaro de Fuego, a ver qué pasa.

Por cierto, una de las dos parejas de canarios que viven en casa ha tenido hace unos días una preciosa cría. Sus alas aún son muy cortas y torpes para volar, pero sus patas ya son las de un adulto y se pasa la mitad del día dando saltos entre los palos de la jaula (que es bastante amplia); la otra mitad está metido en el nido con la madre, que hasta ahora aguanta paciente sus largas visitas. Ya veremos dentro de unos días más...
No deja de asombrarme, de maravillarme la incansable pujanza de la Naturaleza, la eterna renovación de la vida, que año tras año, interminablemente y siempre con la misma fuerza, regresa al lugar de donde se marchó. Al menos, siempre cuando cuenta con los medios necesarios para ello. Asunto éste que cada vez tiene más difícil, gracias a esos simpáticos e inteligentes seres de dos patas y cuatro ruedas llamados hombres modernos.

Bueno, mi mente sigue en blanco, pero menos. Ya se divisan en su horizonte algunas formas imprecisas que se acercan lenta y torpemente. ¿Serán pensamientos?
El caso es que ahora me da por preguntarme si tiene algún sentido, algún significado oculto todo ese barullo que mencioné antes, lo de las rutinas y los vacíos, las luchas y las pérdidas, toda esa obsesión personal... Y me lo pregunto a la luz de ese asombro ante la naturaleza, ante la fuerza de la vida que siempre regresa. La verdad es que veo muy clara la respuesta. No hay duda, todo eso se reduce a una simple y banal idiotez. No es más que un bagaje inútil y absurdo que arrastro día tras día durante años, y que no significa nada. Una ya vieja y gastada maleta que llevo siempre conmigo a todas partes, desde mi adolescencia, y quién sabe si desde antes, y que contribuye enormemente a impedirme el avance, a no permitirme andar con soltura. Un bulto innecesario y pesado que no me deja vivir.

Por propio carácter, yo siempre he sido y continúo siendo un amante del individualismo. El proceso de individuación del que habló Jung, o la rara y preciosa virtud de la obstinación que siempre defendió mi querido Hermann Hesse, han sido y son para mí materias de primera magnitud. ¿A qué puede llegar un hombre si no sigue el camino a través de sí mismo? ¿Qué puede llegar a comprender, a asumir de un modo íntegro y auténtico, total? No tengo dudas sobre esto. Siempre he hecho todo lo posible para apartarme de los intentos de masificación que nos rodean por todas partes en este mundo de ovejas. Siempre me he esforzado en mantenerme fuera de la corriente, en el otro lado, en el del lobo, el lobo estepario, y cuando, en momentos, sólo en momentos, lo he conseguido de verdad ha sido cuando mejor y más vivo me he sentido. Y cuando algunas veces, demasiadas, he intentado lo contrario, el integrarme en la masa, asumir sus pensamientos y sus actitudes y ser uno más entre los demás, entonces ha sido cuando peor, más falso y más pobre de vida me he sentido.

¿Qué pasa pues con mi maleta? ¿No se trata de un símbolo de mi individualismo, de un signo de mi obstinación? No, definitivamente no. Mi maleta, por supuesto, está llena de cosas que me pertenecen, que son de mi exclusiva propiedad. Pero no son realmente mías, no me pertenecen ni las pertenezco en el nivel que de verdad importa. Esa maleta, mi vieja y gastada maleta, que ahora mismo, en este preciso momento sigo llevando a cuestas, no me pertenece, repito, como individuo, sino como persona. No es un signo de individualismo, sino de personalismo. Su existencia responde a la obsesión por lo personal, no a la obstinación por lo individual.
Ya sé que no lo explico bien. Pero sé muy bien lo que quiero decir.

Quizá cuando, por ejemplo, alguna vez viaje en tren, y ese tren pase sobre un puente, abra entonces la ventanilla y arroje mi maleta al río, para que se hunda y se pierda. Y con ella... yo.
Lo que quede después tendrá mucho más que ver conmigo mismo.


Antonio H. Martín
(Diario de un obstinado - 28 de abril, 1991)

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No hay una razón especial para elegir esta página de mi antiguo diario. Es sólo que la he encontrado, la he releído y me ha parecido interesante, como dato del camino individual de alguien, que en este caso era yo. Y no creo que sea necesario escribir ahora sobre la diferencia entre individualidad y personalidad. Pero si a alguien le interesa, por supuesto lo haré. El caso es que pueden parecer lo mismo, en una primera mirada, pero no lo son, en absoluto.

AHM.




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música: El Pájaro de Fuego, por Igor Stravinski
intérprete: Ballet Real Danés
imagen: torisphoto
http://www.flickr.com/photos/28662178@N08/4556457681/

viernes, 9 de septiembre de 2011

No más fuentes tristes...


"... Mas parece ser que todo sufrimiento tiene un límite. A partir del límite, o desaparece o se transforma, asume el color de la vida; acaso aún duele, pero ya el dolor es esperanza y vida. Así me ocurrió a mí con la soledad. Ahora no estoy menos solo que en mi peor época. Pero la soledad es un brebaje que ni me ha narcotizado ni puede ya dolerme; he bebido de esta copa lo bastante para haberme inmunizado contra su veneno. Pero en realidad no es veneno... lo fue, pero se ha transmutado. Veneno es todo aquello que no aceptamos, no amamos, no somos capaces de saborear con gratitud. Y todo lo que amamos, todo lo que nos sirve para extraer y sorber vida, es vida y es valor."


Hermann Hesse
(1918-1919)

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... ¿Merece la pena todo esto? Cada uno aprende su filosofía en el propio camino, con cada paso, con cada aliento, día a día, noche tras noche. Y la vida no nos enseña a morir, a escondernos en la sombra y lamentar su oscuridad. La vida nos enseña la alegría del sol y el misterio de la luna, nos muestra la mágica risa de las estrellas y la libre canción del viento. La vida camina a nuestro lado y nos susurra a cada instante su más íntimo secreto...
¡Basta ya de llorar! ¡Basta de gritar y lamentarse! No quiero ser un pobre mono que se revuelve en su jaula, un amargo payaso, un triste loco melancólico y resentido. Sólo quiero ser un hombre enamorado de su destino, un alegre caminante que sepa leer en las estrellas y encontrar su rumbo en medio de la noche.
El secreto quizá esté en saber recordar el sitio donde se encuentra ese pozo escondido en el desierto, y no olvidarlo ya nunca...


Antonio H. Martín
(Diario de un obstinado - 27 de septiembre, 1987)


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imagen: Antonio HM.
música: "Weep You No More Sad Fountains" (del film Sense and Sensibility), por Patrick Doyle
intérprete: City of Prague Philarmonic and the Crouch End Festival Chorus

martes, 6 de septiembre de 2011

Cuando llega la hora




Ikkyu, el maestro zen, era muy listo aun siendo un muchacho. Su maestro poseía una preciosa taza de té, una antigüedad muy rara y de gran valor. Un día, Ikkyu la rompió sin darse cuenta. Oyendo entonces el ruido de las pisadas de su maestro, escondió precipitadamente las piezas rotas tras de sí. Al entrar aquél en el cuarto, Ikkyu le preguntó:

"Maestro, ¿por qué la gente tiene que morir?".
"Es lo natural", explicó el viejo. "Todas las cosas tienen que morir, como tienen también tiempo para vivir".

Ikkyu sacó entonces la taza rota y dijo:

"Maestro, le ha llegado a su taza la hora de morir".

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Carne de Zen - Huesos de Zen
(Editorial Swan, 1979)

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Ya me hubiera gustado a mí saber decir esas cosas a mi madre, cuando, siendo niño, rompía sin querer alguna de sus figuras de porcelana...


AHM.

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imagen: "Taza de té del siglo XIX", por Cajchai (de flickr)
http://www.flickr.com/photos/61545916@N00/3891629833/

viernes, 2 de septiembre de 2011

Sí, eres mía...



"Sí, eres mía...", dijo el poeta.
"Pero como lo son las nubes... Como lo es el fulgor de la luna y las estrellas, en la noche fría y temblorosa, vacía e inmensa... Como el rumor de las fuentes en el silencio de la tarde, cuando te cuentan los sueños de las hojas y del aire... Como mis pasos en la vereda, que el viento borra... Como el agua del río, que siempre se va..."


Antonio HM.
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música: "Solveig's Song", por Edvard Grieg
imagen: "Hora dorada", por Alan Ranger