"Considero el cerebro como un ordenador que dejará de funcionar cuando sus componentes fallen. No hay cielo o vida eterna para los ordenadores rotos, es un cuento de hadas para la gente que teme a la oscuridad."
Stephen W. Hawking
Estas palabras del conocido físico teórico, dichas en una reciente entrevista en Londres, no sorprenderán a nadie, dado el carácter eminentemente científico de quien las pronuncia. Pero a mí, profano absoluto en cuestiones de ciencia, sí me asombran, me hacen pensar y me mueven a un comentario personal.
Asimismo, en la citada entrevista, ante la clásica pregunta de "¿por qué estamos aquí?", Hawking responde que... "pequeñas fluctuaciones cuánticas en un universo recién creado plantaron las semillas de la vida humana"... Bien, pues tanto esto como lo anterior le parece a este caminante nocturno una excesiva reducción del misterio. Escrito así, insinúa la imagen de que soy una especie de místico, conocedor de verdades ocultas, pero no, no se trata de eso, y tampoco de que sea un loco. Se trata de que me parece una visión muy pobre el considerar al cerebro un simple ordenador, una máquina que computa, registra y archiva datos, para luego decidir, según la capacidad y flexibilidad de su sistema operativo, qué rumbo tomar ante una cuestión dada.
Evidentemente, el cerebro hace todas esas cosas, pero eso no lo convierte en absoluto en una máquina. Estoy convencido de que el cerebro, además de lo señalado, hace, o puede hacer, otras muchas cosas que desconocemos... Mi
problema aquí es que no puedo demostrarlo, y así mi convicción queda como en una vaga nube creencial. Pero no me importa. Este cuaderno está tejido con hilos muy personales, basado en pensamientos e intuiciones que en absoluto requieren de una comprobación centífica, sino sólo de la respuesta vital. Y esa respuesta la he tenido ya muchas veces. Por eso sé de qué hablo.
Desde mi condición de lego en la materia, me atrevo a afirmar que la estimación del cerebro como un ordenador, no es más que una consecuencia lógica del pensamiento mecanicista. Responde a una determinada
visión del mundo, a una determinada sintaxis mental. Pero, amigos, es que hay otras muchas visiones, otras muchas formas de ordenar las ideas y las emociones, otras muchas interpretaciones de este misterio que llamamos
vida.
Ya en su primer libro divulgativo, "Historia del Tiempo", Hawking nos contaba lo siguiente: "Los primeros intentos teóricos de describir y explicar el universo involucraban la idea de que los sucesos y los fenómenos naturales eran controlados por espíritus con emociones humanas, que actuaban de una manera muy humana e impredecible. Estos espíritus habitaban en lugares naturales, como ríos y montañas, incluidos los cuerpos celestes, como el Sol y la Luna. Tenían que ser aplacados y había que solicitar sus favores para asegurar la fertilidad del suelo y la sucesión de las estaciones. Gradualmente, sin embargo, tuvo que observarse que había algunas regularidades: el Sol siempre salía por el este y se ponía por el oeste se hubiese o no se hubiese hecho un sacrificio al dios del Sol. Además, el Sol, la Luna y los planetas seguían caminos precisos a través del cielo, que podían predecirse con antelación y con precisión considerables. El Sol y la Luna podían aún ser dioses, pero eran dioses que obedecían leyes estrictas, aparentemente sin ninguna excepción, si se dejan a un lado historias como la de Josué deteniendo el Sol."
Lo dicho, puro pensamiento mecanicista. Aunque luego nos hable de los fallos del determinismo y del principio de incertidumbre de la mecánica cuántica y su indefinición de la posición y el movimiento de las partículas. Con la aparición de las ondas, vuelve a entrar en escena lo impredecible.
Por mi parte, disculpo a nuestros antepasados de sus peregrinas creencias en dioses humanizados que regían el universo a su antojo. Al fin y al cabo, la Humanidad estaba en su infancia en aquellos tiempos lejanos. Pero no se me escapa un detalle importante: que esos mismos antepasados, a causa de la flexible y abierta ductilidad de sus mentes aún no hechas, aún no determinadas, eran especialmente sensibles a fuerzas extrañas que hoy, desde el prisma de las leyes físicas, nos parecen de todo punto inverosímiles. Hay que recordar aquello de que "el niño ve cosas que el adulto no puede ver"...
De acuerdo, sabemos que el sol sale por el este y se pone por el oeste, y siguiendo esa pauta de pensamiento sabemos una infinidad de cosas más, conocimiento que nos ha permitido construir el cómodo mundo tecnológico que habitamos. Pero... ¿qué pasa con el misterio?
No quiero parecer oscuro, pero que me digan que "pequeñas fluctuaciones cuánticas en un universo recién creado plantaron las semillas de la vida humana", en realidad no me dice nada. ¿Cómo se explica, por ejemplo, la
sincronicidad de Jung? ¿De qué extraña materia están hechos los sueños? ¿Qué sentido tiene que unas partículas fluctuaran hace muchos miles de millones de años y plantaran las semillas de algo que, al crecer, empezó a hacerse preguntas? ¿A qué se deben singularidades como el
Big Bang o el
Big Crunch?
¿Qué es la
magia, y por qué no encaja en ningún parámetro de esa tan avanzada ciencia de la física? ¿Acaso no es más que una fábula sin fundamento real, alimento para crédulos incurables? No lo creo.
Preguntas y más preguntas... Por ejemplo, esta otra: ¿por qué, si se supone que estamos evolucionando, se ha llegado a la conclusión de que existe una segunda ley de la termodinámica, cuya flecha del tiempo apunta hacia una creciente entropía? ¿Es evolucionar caminar hacia el desastre? Y más aún: ¿es la entropía un desastre? Sin duda lo es a nivel humano, pero ¿lo es a nivel cosmológico?
En fin, muy rica la ciencia, muy loable en sus intentos de explicar, con experimentos de laboratorio y teorías de pizarra, la sustancia y el sentido de la realidad, pero...
Cualquier físico, si llegase a leer estos párrafos, se reiría abiertamente de mi ignorancia sobre estos temas, pero me da igual. Ya apunté antes que este cuaderno es personal, y lo expresado aquí no pretende ser más que una breve y profana reflexión, que se ciñe a un ámbito puramente individual. Que cada uno piense lo que quiera y se atreva a pensar. Para las leyes y las teorías, aceptadas o no, ya están los físicos, los filósofos y los matemáticos.
En mi caso ocurre que siempre quise ser un aprendiz de mago, y eso se nota en casi todo cuanto escribo. Y sucede también que no creo en un absurdo cielo para los ordenadores rotos, pero tampoco creo, en absoluto, que mi mente sea sólo un ordenador. Doy por cierto que después del último latido hay
algo más, mucho más. Lo cual no garantiza la supervivencia de la individualidad, que sería quizás mucho creer, pero quién sabe... Eso pertenece a los secretos que están más allá del umbral.
No creo esto porque tema a la oscuridad. A mí me encanta la oscuridad. Y pienso que esta aventura
misteriosa que caminamos día tras día y noche tras noche es, efectivamente, sepamos verlo o no, un cuento de hadas.
Antonio H. Martín
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foto: Ahm.