Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







martes, 26 de abril de 2011

Tarde de lluvia



Tarde de lluvia. El pueblo, ayer repleto de ruidosos turistas, recupera su calma, su silencio, y vuelve a mostrar su rostro celta, verde y gris, nebuloso y brillante.
Las casonas de piedra se desperezan, sacudiéndose el mal sueño invasor, y vuelven a hablar de sus cosas, a contar las viejas historias de siempre, a las que añaden detalles nuevos que acaban de recordar.
La lluvia es persistente. Su tenue voz se confunde con la ronca gravedad de la piedra, y los vencejos danzan en el aire sobre el río. Estoy solo. Casi nadie en las calles. Las casas son nidos cerrados, pequeños mundos lejanos que no me llaman y a los que nunca viajaré. Sólo en el camino está mi sitio, sólo él pronuncia mi nombre. Es quizá una alegría triste la que siento, pero me acompaña.
Me asomo al balcón sobre el río, y veo la canción del agua. Mil voces juntas, mil rostros sin tiempo, olvidándose de sí mismos a cada instante, en un descubrir incesante, en un vivir que muere, en un morir que vive. Irse, volver, conocer, olvidarse, reconocer, volverse a olvidar. El río... Él también me llama. ¿Qué quiere decirme?
Solo, bajo la fina lluvia de este norte. Solo, caminando galerías del sueño, rozando los versos de los árboles, comprendiendo, olvidando, muriendo en cada gota, anhelando con la siguiente, en un baile extraño, absurdo desde lejos, pero que lleva el sentido del agua.
Me gusta adentrarme en este silencio, leer en sus páginas de niebla, y descubrir el brillo que se esconde detrás de cada sombra.

Anoche soñé con ella...



Antonio H. Martín



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- Silence : Charlie Haden, Chet Baker, Enrico Pieranunzi

viernes, 22 de abril de 2011

El monte de los sueños



Era una mañana aparentemente normal. El cielo estaba claro, casi sin nubes, y los sonidos que se oían eran los de siempre, el murmullo como lejano de un pueblo tranquilo. Había dormido bien, de un tirón, sin esas sombras que últimamente le asaltaban en medio de la noche obligándole a pasear por la casa vacía, como buscando un hilo de luz en su conciencia. Se sentía descansado y con fuerzas para empezar el nuevo día. Pero al mirarse en el espejo del cuarto de baño, notó que en su rostro había un gesto extraño.
Vio algo en su mirada que decía: "Ya todo está hecho. Tú estás hecho. Sabes lo que hiciste en el pasado, en los años ruidosos y en los serenos, cuando creías en ti y cuando no, cuando sentías la voz de la vida y cuando no sentías nada. Muchos caminos has andado, los rutinarios, que devoran el tiempo, y los diferentes, esos que llamabas mágicos, que escapan más allá del tiempo y traspasan la línea del horizonte. Todo eso está guardado en tu memoria, todo eso lo sabes. Y tienes también una idea muy concreta de lo que harás mañana y pasado mañana. Lo sabes. Porque ya todo está hecho. Tú estás hecho..."
Reconoció a la sombra, por lo que decía y por cómo lo decía. Ésta se apartó, pero siguió allí, mirándole desde el fondo del espejo.

-No te esperaba esta mañana, sombra.
-Yo siempre estoy a tu lado.
-Ya, pero no siempre te veo y hoy creía que era uno de esos días en que puedo olvidarme de ti.
La sombra esbozó una sonrisa maliciosa.
-Eres un inconsciente si crees eso. Formo parte de ti y siempre estaré contigo, me veas o no, me recuerdes o no.
-Bien, de acuerdo, eres mi sombra, no podemos separarnos, pero quizá pueda conquistarte...
-¿Conquistarme?
-Sí. Acabas de decir que todo está hecho, que yo estoy hecho, y que mi vida futura no será sino una repetición del pasado. ¿No suena esto absurdo?
-Lo es. Pero es que así es tu vida, así eres tú: absurdo. Por eso sabes que no harás nada distinto de lo que ya has hecho.
-Yo no sé eso que dices.
-¡Ja!
-Mira, sombra, más de una vez te he ahuyentado con un golpe de luz, y volveré a hacerlo.
-Haz como gustes. Lo único que consigues con eso es que me esconda, no que me vaya. Yo siempre andaré cerca.
-De acuerdo, tienes razón. Pero escucha: ¿ves ese monte de ahí enfrente, ese que se recorta contra el cielo del amanecer?
-Sí, lo veo, ¿y qué?
-Ese es el monte de los sueños...
-Ya estás fantaseando.
-No, vieja enemiga, ese monte es real y en él habitan los sueños. No me preguntes cómo lo sé, pero lo sé.
-Bueno, ¿y qué pasa con eso?
-Pues que pienso subir allí uno de estos días.
-¿Al monte de los sueños?
-Sí, y sé que cuando llegue arriba encontraré el secreto.
-¿El secreto? ¿Qué secreto?
-El secreto de cómo borrarte.

Dicho esto, hubo una ondulación como de agua en la imagen del espejo, y la sombra desapareció. Volvería, o quizá no, pero esto le dio un respiro y supo que por fin ese día iba a ser tranquilo, tal vez diferente... Sí, no tenía por qué esperar más: empezaría hoy mismo el camino hacia el monte de los sueños...



Antonio H. Martín



The Mountain from Terje Sorgjerd on Vimeo.


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- vídeo: Terje Sorgjerd
- música: Ludovico Einaudi
- foto: Ahm

viernes, 8 de abril de 2011

Encontrar lo pequeño



Tengo un amigo que vive muy cerca de donde yo vivo. Entre los mismos montes y prados, envuelto en el mismo silencio, bajo la misma luz suave e inclinada de este norte, y junto a las casonas de piedra, que guardan ese aire fresco de sombra antigua, como pequeños castillos aislados del mundo, detenidos en el tiempo.
Pero mi amigo, desde hace unos días, no disfruta de esto... El amable oasis se le escapa, se le esconde tras múltiples y complejas tareas, la tensión de un tiempo enajenado y una invasión de problemas cotidianos, como moscas estúpidas que le llenan de ruido el aire.
Mi amigo está estresado. Vive atento al reloj, al teléfono, a las citas de trabajo... Valora, calibra, sopesa, responde todas las llamadas, hace todas las tareas necesarias, incluso las que no lo son tanto. Y asimismo intenta colocar cada cosa en su sitio, que en la sala haya la luz justa, que no le roben todo el silencio, que no le oscurezcan su amada música, que le dejen en paz lo bastante...
Y es esto último lo que no consigue. No logra encontrar el hueco por donde pasar al otro lado, a su lado, en el que vivía hasta hace poco. Las redes del mundo le tienen demasiado ocupado, y tiran de él en todas direcciones, en todas menos en una: la suya propia, la de antes, la que le llevaba hasta su lugar, hasta su sitio íntimo.
Mi amigo se rodea de buena música, busca en el día o la noche el momento propicio, el lapso de silencio donde volver a encontrar su voz, pero... en su mente bailan los diablos del mundo, esos bichitos de alas oscuras que zumban continuamente y enturbian la mirada.
A veces viene a mi casa y se sienta en su lugar preferido, donde están las mejores vistas, intentando un poco de descanso, de conversación tranquila, como teníamos antes. Yo sirvo unas cervezas o unas copas de buen vino, según el tiempo que haga, y pongo un disco de música suave. Pero le cuesta hallar el tono de antes, le cuesta soltar el lastre. Lo veo en su mirada: esos diablillos están bailando frenéticos dentro de su mente.
Y además, invariablemente, suena el teléfono móvil, con sus campanitas de urgencia. Otra vez le llaman, tiene que irse, no hay tiempo, ya hablaremos en otro momento... ¡Adiós!

A mi amigo le aconsejaría que luche por volver al rincón de su intimidad, que exija una hora para sí mismo, en medio del laberinto que ahora le envuelve y confunde. Y que intente recuperar su mirada, esa que era muy capaz de descubrir el encanto de las pequeñas cosas y pararse ante cualquier nimio detalle, fascinada, encendida, como si hubiese hallado un raro tesoro...
Pero sobra mi consejo, porque él sabe muy bien lo que tiene que hacer, que es precisamente eso: regresar los ojos a su punto lúcido, y volver a escuchar el latido de su tiempo.

Ayer, paseando sin rumbo por el pueblo, me encontré, sobre uno de esos vetustos muros de piedra que bordean las callejas, con unas florecillas despiertas y alegres tomando el sol de la mañana. No eran nada del otro mundo, y daba la impresión de que una leve brisa podía tumbarlas, pero en su sencillez creí ver el sentido del universo.


Antonio H. Martín

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foto: AHM (Abril-2011)

martes, 5 de abril de 2011

Meditación



Se lo contaba a un amigo, que le miraba con ojos asombrados, mientras ambos descansaban del largo paseo en un banco junto al río:

Después de un tiempo de ausencia, volvió esa noche a contemplar al gigante Orión, y junto a él a la estrella azul, Sirio. Fue como reencontrarse con una vieja amiga. Y en voz baja, parado en medio de la calle desierta, le agradeció a la estrella que su deseo hubiera tomado forma, que en su camino brillara ahora otra luz, la misma luz azul que soñó cuando estaba invadido por las sombras...
Era uno de esos locos extraños, de esos que hablan solos y sonríen a los destellos, que dicen escuchar lo que nadie escucha y se cuelan en los espejos cuando están a solas. Y aseguró haber oido estas palabras, vibrando en el aire de la noche, mientras miraba fijamente a la estrella:
"Todo el tiempo en que no sientas que el mundo es mágico, será tiempo perdido."

-¿Eso te dijo la estrella Sirio? -inquirió el amigo.
Por toda respuesta, el loco sonrió, y levantándose dijo adiós con la mano y se encaminó lentamente hacia las encendidas nubes del oeste.


Antonio H. Martín




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música: Meditación, de Thaïs, por Jules Massenet
foto: AHM (Abril-2011)