Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







miércoles, 16 de diciembre de 2009

Extrañeza



Juan Muntañola había cumplido treinta y ocho años dos días antes, y esta tarde de otoño, mientras caminaba por el parque de vuelta a casa, bajo una fina lluvia y pisando el lecho de hojas caídas, lento y con la mirada un tanto perdida, comprendió que su vida se había llenado de extrañeza.
Iba recordando los detalles de ese día de anteayer; un día que debería haber sido alegre, por la visita de amigos y familiares, pero que se quedó en una especie de mala obra teatral, en la que no brillaba nada, el público no aplaudía y donde hasta el apuntador miraba constantemente el reloj entre bostezos.
Recordó que su madre le propuso hacer un viaje juntos a los valles de León en la próxima primavera, los valles en los que había transcurrido parte de su infancia y que él había querido conocer hace tiempo. Pero su respuesta fue negativa, dijo que estaba muy ocupado y no tenía tiempo para viajes ociosos. Eso fue lo que dijo, pero lo que sintió fue algo muy distinto...
Juan, ante esa invitación a la aventura sentimental, se quedó frío como el hielo. Sonrió, agradeció la idea, se disculpó, y notó que un vacío le mordía por dentro.

En aquel momento no entendió bien qué le pasaba, cual era la causa de su reacción. Pero lo entendía ahora, mientras caminaba despacio sobre las hojas caídas. Algo en su interior se había roto, un dique, antaño orgulloso y fuerte, se había derrumbado, y un mar de extrañeza había anegado su pequeño mundo personal. No sabía con exactitud el por qué, pero reconocía que ése era el paisaje que le rodeaba. Un paisaje vacío de destellos, oscuro, invadido por la distancia.
Al llegar a casa lo primero que hizo fue sentarse a su mesa y coger su viejo cuaderno, y allí escribió:

Hace un par de días cumplí treinta y ocho años. Ya son muchas sombras en la pared de mi tiempo. Azul, rojo y verde van cediendo ante el empuje triste del gris y el negro.
Vino a verme mi madre, y luego mi hermana me llamó por teléfono para felicitarme, y mi padre. Y más tarde vinieron de visita mi hermano y su novia. Hablé con voz ronca, me entregué un poco, sonreí otro tanto, sentí frío, sentí nada.
Sombras en la pared de mi tiempo... ¡Pero qué tonterías estoy diciendo! Ni sombras ni nada.
Sólo un par de vivos ojos asombrados.


Ya de noche, bajó a tomar café al bar habitual (se había convertido en una costumbre), y escuchó estas palabras de uno de los presentes:
-Yo aquí me siento en mi territorio. Esto es zona nacional...
Las palabras, el tono y la excesiva cercanía del citado presente, le impelieron a apurar su café y a salir rápidamente de su zona.
No es que sintiera temor, es que no quería castigar a su cansado estómago con una nueva náusea.
"La noche es mía", se dijo, "y voy sólo donde quiero".

De vuelta en casa, después de callejear un rato, se dedicó a mirar los libros, sus viejos amigos, pero no abrió ninguno. Sólo los miraba como desde lejos, desde muy lejos, quizá esperando alguna voz que le llamara. Pero no encontró más que silencio. Estaba claro que la extrañeza era ahora la dueña... Tan sólo llegó a coger uno de esos libros, El extranjero, de Albert Camus, miró su portada, le dió vueltas con la mano, como el que calibra un objeto cualquiera, pero tampoco lo abrió y volvió a dejarlo en su sitio.
Luego se puso a revolver entre sus papeles, como si buscara algo, pero sin tener una conciencia clara de por qué lo hacía. Y se encontró con una pequeña foto. Allí se veía a un joven de unos veintidós años, con el pelo largo, bigote y una tenue sombra de barba. Su expresión era seria, y sus ojos miraban con fuerza, intensamente, amorosamente, a no se sabe qué sueño lejano.
Juan buscó en su memoria, pero no logró dar con su identidad. Después fue a mirarse en un espejo, por si acaso, pero no, qué va, en absoluto, nada que ver, concluyó.
Así que se quedó con la duda: "¿Quién era ese joven?", se preguntaba, "¿y por qué tengo yo su fotografía?".

Todo, hasta su propia imagen del pasado, se le había vuelto extraño...


Antonio Martín
(16 de diciembre, 2009)

20 comentarios:

  1. Sí, a veces sucede esto, sentir esa extrañeza, como El extranjero de Camus, un extraño llevado al límite.Es como ver la vida desde afuera, sin implicarse, estar solo en el vacío, no saber o no poder rellenar los huecos que poseemos.
    Un abrazo.

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  2. Hola, Alfaro.

    Sí, en el caso del personaje de Camus la extrañeza llegaba al límite. Este Juan no llega a tanto, pero se empieza a acercar peligrosamente...
    La extrañeza es como un pozo por el que resbalas, y nunca se sabe si podrás asirte a algo.

    Un abrazo.

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  3. Imagino que es como estar dentro de la función pero sin participar, todo sucede a tu alrededor sin afectarte, sin tocarte. He conocido algunas personas con esa forma de sentir, o mejor dicho 'no sentir'. Anestesiados, resignados. Un gran escrito Antonio, te dejo un abrazo navideño :)

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  4. Hola, Andrea.

    No creo que ese estado se pueda calificar de "anestesiado" o "resignado". Creo más bien que esos momentos son de una infinita soledad. Sentir sí que sienten esas personas extrañas -y cualquiera de nosotros puede llegar a uno de esos momentos peligrosos-, pero lo que sienten es como un inmenso vacío, una distancia insalvable entre ellos y el mundo.
    No sienten lo que les rodea, porque ha dejado de importarles, pero por dentro..., por dentro están llenos de fuego.

    Un abrazo, Andrea, y gracias. Que tengas unas felices -y nada extrañas- fiestas.

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  6. Yo también a veces cumplo antes. Así puedo disfrutar de la sensación "rodante" de re-crear mis ropajes, con tal de romper contínuidades y desarraigar al aire de su peregrino anclaje, aunque a fín de cuentas nada, ni nadie cambie, yo decidí ser inevitable.

    A veces el dolor Antonio, tuerce las puertas y es entonces que nos desacostumbramos, dejando de ocupar lugares radicales, que se alargan solo de noche, asumiendo cifras por cantidades e insinuaciones por libertades...

    Gracias por los vuelos.

    [Eliminé el comentario anterior, por una extraña razón, ;). Nah, solo quise agregar unas líneas al original.]

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  7. Amiga Eli:

    No estoy de acuerdo en eso de que "nada ni nadie cambie". Y no lo estoy por simple voluntad, no porque no sea cierto. Digamos que me rebelo contra esa realidad, e intento, como tú, "romper continuidades".
    El dolor, amiga, no sólo "tuerce las puertas", sino que las rompe, convirtiéndolas en paredes de ladrillo y cemento por las que no se puede pasar a ningún lado.
    Pero incluso esas puertas tapiadas se pueden quebrar... Hay ciertos momentos de la noche en los que este caminante se siente con fuerzas para patear, romper y saltar al otro lado, y es en esos momentos cuando desaparece la extrañeza.

    Un abrazo.

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  8. Hola, Silvia.

    Sí, así es: "extranjero de sí mismo". Pero, bueno, imagino que muchos de nosotros hemos pasado ya por esas distancias, y sabemos como salir de ellas.

    1001 besos*

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  9. Llegar a no reconocer absolutamente nada del pasado, debe ser una carga muy difícil de llevar. Para el correcto equilibrio debe haber algún punto común, que nos ayude a aceptar al que ahora somos. Forzosamente debe haber una especie de "retroalimientación" para ir avanzando en las etapas. O al menos así lo veo yo.

    Interesantísimo todo lo que nos cuentas, Antonio.

    Besos.

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  10. De la novela de Camus, antes que el singular e imprevisible suceso famoso, me quedo con las primeras páginas. A mi criterio, en el cementerio; es ahí, donde el extranjero es más extranjero. Ocurre también en el inicio de La Peste. De hecho creo que al personaje la soledad le envuelve, pero a él no le afecta. Él sólo existe sin demasiado frío ni calor; vive en una inercia. Son únicamente los lectores los que desde fuera percibimos ese aislamiento.

    También me ha ocurrido el sentirme forastero de todo, foráneo de mi mismo. Pero no tardo en reengancharme a mi identidad y a lo que me afecta, para seguir deslizándome en nuestro coetáneo tiempo irrecuperable. No nos queda otro remedio más que arder, si uno no quiere notarse, gris o directamente negro.

    Buen texto, Antonio.

    (Por cierto, ese Juan Muntañola, debe ser en realidad, Juan Montagnola, ¿no?)

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  11. Antonio, en mi blog tienes un regalo... un poquito diferente a los habituales. Te espero. :)

    Besotes.

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  12. Antonio, este Juan es con y sin miedo. Parece que una vez desconecto esa imagen, dejó pasar el tiempo y pasado este volvió a la misma dimensión. Hizo un viaje por el futuro y volvió desilusionado, viajes de la juventud, viajes a ninguna parte.

    Saludos.

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  13. Como siempre es un placer entrar a leer tu blog, aunque he estado días si pasarme por aqui por falta de tiempo hoy estuve un buen rato leyendo todo que que me había perdido.
    Antonio, te deseo una Feliz Navidad.
    Saludos

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  14. Hola, Luisa.
    Claro que hay siempre un lazo con el pasado, pero a veces no es reconocible, o mejor dicho, no es aceptable para quien ha cambiado tanto, por dentro o por fuera, que no se encuentra en el espejo.
    Recordar a aquél que se fue junto a un presente deformado en el que ya no se es lo mismo, resulta doloroso.

    Gracias por el regalo, amiga. Un abrazo.

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  15. Hola, Daniel.

    La extrañeza no puede durar siempre, creo yo, porque si no la piel acabaría volviéndose de color verde y nos saldrían dos antenitas en la cabeza, jeje.
    No recuerdo bien ahora si al personaje de Camus le afecta o no la soledad, lo que sí recuerdo es que mira al mundo como si fuera una mala película que no entiende, una película que lo más que le provoca es simple indiferencia, mezclada con algo de hastío.
    Lo relaciono con ese refugio del desprecio de otro de sus personajes: Calígula.

    Pero no, no se puede uno hundir por entero en esa extrañeza, sería el fin. Afortunadamente, siempre se vuelven a encontrar hilos que nos unen con nosotros mismos, y eso nos evita el convertirnos en piedra.
    Frente al duro hielo, nada mejor que una buena hoguera, como bien dices.

    No, en este caso no quería aludir a la querida Montagnola, es que tenía sobre mi mesa en ese momento un viejo libro del parapsicólogo Julio Roca Muntañola (o Muntanyola), y puse ese apellido un poco en su recuerdo, aunque no tuviese nada que ver con lo que estaba escribiendo sobre la extrañeza.

    Un abrazo, amigo Conde.

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  16. Eso es, Terry, eso es lo que le duele a este Juan: reconocer que su viaje de juventud ha resultado ser un "viaje a ninguna parte". Y por tanto prefiere omitir ese recuerdo y creerse otro; cualquier cosa antes que aceptar el fracaso.

    Un saludo, Don Terry.

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  17. Gracias, Malú, por pasarte un rato delante de este cuaderno.
    La verdad es que este mes andamos todos un poco atareados con el tema de las fiestas, y queda poco tiempo para leer.

    Lo mismo digo, amiga astur: que tengas unos días felices, con la gente que sea más cercana a tus sentimientos.

    Un abrazo.

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  18. Y es que la vida, tal como dices, es eso muchas veces, un viaje a ninguna parte. Y para algunos, entre los que me cuento, un itinerario del absurdo la mayor parte de las veces. Aunque sé de sobras que no vayas a estar de acuerdo con lo que digo.

    Y a lo largo de ese camino, acontecimientos y vicisitudes varias nos ponen en esa tesitura que con tanta claridad relatas y pueden confundirnos y llevarnos hasta el punto de extrañeza de tu amigo Muntañola.

    Pero a fuer de examinarnos unos, o sentirse otros, siempre hay un momento en que el camino se nos muestra como la única meta posible o como ese fin soñado.

    Y no me iré sin añadir, que a alguien acostumbrado a comerse la fresa aún colgado en el abismo... no habrá de costarle en demasía dejar atrás esa alienación para entrar de nuevo en su viaje y disfrutar de lo que se le presente en él.

    O debería... y eso le deseo.

    Un abrazo Antonio.

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  19. Hola, Cristal.
    No había visto tu comentario hasta ahora, perdona por la tardanza de meses en contestar.

    "Viaje a ninguna parte" e "itinerario del absurdo"... Sí, conozco muy bien ese sentimiento y esta vez estoy de acuerdo con tus palabras. Pero, como dije, siempre encuentra uno hilos que le salvan, o al menos que le rescatan de ese abismo sin luz y sin memoria.

    El momento en que vemos al camino como "la única meta posible", es un momento de claridad, de reconocimiento y de encuentro.
    Esta entrada hace referencia a un hecho pasado, de hace algunos años, y hoy eso está superado. Intento comerme la fresa sobre el abismo, y lo consigo con cierta frecuencia, aunque... a veces, el vértigo de ese abismo vuelve, y oscurece la vida con aquel manto de extrañeza.
    Pero sólo son momentos, sólo momentos fugaces, porque rápidamente me engancho a la primera fresa que tenga a mano.

    Gracias por tus deseos, Crystal.

    Un abrazo.

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