Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







viernes, 30 de enero de 2009

Se fue el lobo...



Lo que voy a decir ahora no tiene ninguna importancia, pero quiero decirlo, para dejar constancia de un pequeño detalle personal.
No sé si alguien ha observado que el lobo que se veía en mi avatar ha desaparecido. Puede que el amigo Erik, que en un reciente comentario me hablaba de los "desenmascarados", quizá refiriéndose a este hecho.
La cuestión es que mi amigo lobo se ha ido. Como podeis imaginar, al menos los que conoceis algo del mundo animal, el lobo que se veía en esa fotito azul con una gran luna llena al fondo, no estaba en realidad aullando a la luna, como se suele pensar, poetizando la escena, sino que estaba buscando compañía, concretamente la compañía de una loba. Si recordais, la luna estaba a su derecha, no frente a él.
Pues bien, parece que por fin la ha encontrado. Así que he tenido que improvisar y hacerme una foto para rellenar el hueco.
No tengo cara de lobo, pero algo sí me parezco, sobre todo por dentro.

Mi amigo lobo, con las prisas, no sólo se ha ido sino que además se ha llevado con él la luna y el montículo sobre el que estaba apostado, o sea, todo el paisaje. Por eso lo de poner mi foto casera.
Me alegré al principio de su feliz encuentro, porque es mi amigo, pero reconozco que no me pareció bien que se marchara de esa manera, sin despedirse y llevándose la luna. Aunque luego pensé que fueron las mismas prisas con las que salió zumbando las culpables de la desaparición del paisaje. Salió tan rápido que lo arrastró todo.

Como compensación he recibido esta noche un regalo de mi amigo. Él no tiene cámara de fotos, ningún lobo tiene de esas cosas, pero parece que sí tiene a alguien que sabe pintar. Y el regalo de mi amigo lobo ha sido un retrato de su nueva compañera, hecho por ese alguien, al que no tengo el gusto de conocer.
La verdad, es que viendo ese retrato entiendo perfectamente su prisa por salir del cuadro. Yo, en su lugar, hubiese arrastrado hasta el marco...

Y, bueno, esto es lo que quería contaros. Mi amigo me temo que no volverá, al menos en mucho tiempo. Sólo espero que tenga una buena vida de lobo, que es lo que él quería, como es natural.

Yo aguantaré con mi foto hasta que encuentre otro animal que se me acerque y quiera ser mi amigo. Hasta entonces, veréis en los comentarios el rostro asombrado de este otro lobo con gafas; un viejo lobo estepario que seguirá encantado de leer vuestras cosas y de que tengais la amabilidad de leer las suyas, aunque sólo sea de reojo.

Eso es todo, amigos. Gracias por vuestra paciencia.

AHM
(29 de enero, 2009)

jueves, 29 de enero de 2009

Indian Summer



Los que soléis pasaros por aquí ya conoceis este tema, porque siempre lo incluyo en mis listas de música. Este "Verano Indio", del guitarrista alemán Friedemann Witecka, tiene algo que siento como alegre y animoso, me transmite buena energía y me mueve a caminar.
Y el caso es que he encontrado en internet, en una página llamada "yotuve", o algo así, un vídeo que ilustra esta, para mí, música amiga, y quiero compartirlo con vosotros. Sólo son fotos de paisajes, pero seguro que os gustan los paisajes, por lo menos los que aquí se ven, que son de esos que invitan a vivir.

AC.


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- Indian Summer

- Friedemann

lunes, 26 de enero de 2009

La canción del sol


Por si alguien ha pensado alguna vez que en este cuaderno nunca sale el sol, aquí dejo este vídeo como evidencia de lo contrario.

En el blog de la amiga Matilde Selva, Caminante Nocturna, se habla ahora de un evento que se va a celebrar en Valencia, llamado "Poesía contra la barbarie", que está dedicado a intentar paliar, de alguna manera, la desgracia que actualmente está sufriendo el pueblo palestino. Ya he comentado allí que me parece un hermoso gesto, pero un gesto inútil. Lo cual es obvio.
La poesía en tiempos antiguos era un lenguaje mágico, que tenía el poder de transformar las conciencias, pero me temo que hoy eso sea algo fútil que no va a cambiar nada ni a nadie.

Sin embargo, los que aquí escribimos no nos movemos por 'obviedades', sino, básicamente, por sentimientos. Y por eso aplaudo el gesto y me uno a él.
No sé escribir poemas, así que pongo este pequeño vídeo solar.

Esto me recuerda algo a cuando se reunen cientos de personas en el 'sagrado' lugar de Stonehenge, para unir fuerzas psíquicas a favor de la paz en el mundo. No puedo saber si eso sirve para algo, y más bien, como dije antes, me inclino a creer que no. Pero la utilidad de un acto no tiene por qué ser siempre el sentido de ese acto. Hay ocasiones en que el acto se justifica a sí mismo, como cuando gritamos al recibir un golpe inesperado. ¿De qué sirve gritar? De nada. Pero tenemos que hacerlo: es una reacción natural que no podemos evitar.

Así pues, que grite la poesía, o que susurre, pero que se diga, que se declame. La barbarie es sorda y no lo va a oír. Pero nuestro corazón no puede hacer otra cosa.

Y quizá, quién sabe, una llama azul empieze a crecer en ese mar rojo de odio y sangre. Así lo deseo y así lo espero, a pesar de todo.


AHM
(26 de enero, 2009)




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- The Song of the Sun

- Mike Oldfield

jueves, 22 de enero de 2009

Mirar



    Mirar y no ver misterio es no saber mirar.
    Me asomo a la ventana y veo los edificios que hay delante de mi casa, los mismos de todos los días -las casas no se suelen mover-, veo los coches aparcados, la gente que pasa... Todo normal. Pero a veces algo ocurre en mi mente, y durante un instante, sólo un instante, veo todo eso de forma distinta. No es que vea nada raro, pero tampoco nada conocido... Veo esos edificios, coches y farolas como algo nuevo.
    Lo que quiero decir es que, por un momento, veo el paisaje urbano que hay frente a mi ventana como si lo viera por primera vez. Las calles son nuevas para mí, nunca he caminado por ellas, y tras cada ventana hay alguien que desconozco, quizá un futuro amigo. Todo es una misteriosa e inquietante posibilidad, pero sin la sombra del temor, como un campo luminoso que atrae e invita a ser descubierto.
    En otras palabras, miro ese paisaje sin el peso de la experiencia. Con la mirada libre y limpia. Aunque esto dure, como he dicho, sólo un instante.

    Por supuesto que ya he andado por esas calles, porque llevo varios años viviendo aquí, y aunque no sepa exactamente quiénes habitan tras las numerosas ventanas, sí me he cruzado con la mayoría de ellos en esas mismas calles, he visto sus gestos y oído sus voces, sin notar nada especial. Esta experiencia cotidiana repetida ensombrece la mirada, y cuando me asomo por mi ventana sólo veo una continuidad aparente que no me dice nada. Seguro que es un error, pero uno siempre se fía de lo que ve, o cree ver. La película está visionada mil veces y ya se la sabe uno de memoria. Sabemos qué va a decir cada personaje y cómo se va a mover; sabemos que el asesino es, como casi siempre, el mayordomo. Pero yo me pregunto: ¿hemos visto de verdad la película a fondo? Y además, ¿no será una película “viva”, que cambia constantemente?

    Tras las ventanas no hay posibilidades, sólo vecinos. Las calles son sólo calles, y las casas sólo casas normales, que para mí es como si estuvieran vacías. Todo normal y corriente. Excepto en ese instante en que la experiencia se distrae y me deja libre la mirada.


AHM
(21 de enero, 2009)
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imagen: "Flood Fences", por Rob Gonsalves.

lunes, 19 de enero de 2009

La noche estrellada



Dedicado a la amiga Rayuela, a quien parece que le gusta especialmente esta pintura de Van Gogh.

AC.

domingo, 18 de enero de 2009

Vincent




“...Conozco a dos personas agitadas en su interior por el mismo combate: ‘yo soy pintor’ y ‘yo no soy pintor’. Rappard y yo mismo. Una lucha espantosa a veces, una lucha que es precisamente la diferencia entre nosotros y algunos otros que toman las cosas menos en serio; para nosotros mismos, es algunas veces muy duro; una crisis de melancolía, un poco de luz, un poco de progreso; otros, tienen que luchar menos, trabajan quizás más fácilmente; pero también el carácter del individuo se desarrolla menos.
“Tú tendrás también que soportar esta lucha, y te lo aseguro: tienes que estar íntimamente persuadido de que corres el riesgo de que te quebranten personas que, sin ninguna duda, tendrán las mejores intenciones del mundo.

“Si algo en el fondo de ti te dice: ‘tú no eres pintor’, es entonces cuando hace falta pintar, viejo, y esta voz también se callará, pero solamente por este medio; aquél que sintiendo esto se va a casa de sus amigos y les cuenta sus penas, pierde un poco de su energía, un poco de lo que mejor lleva dentro. Sólo pueden ser tus amigos aquéllos que también luchen contra esto, aquéllos que por el ejemplo de su propia actividad estimulen lo que hay de activo en ti. Es preciso ponerse a la tarea con un aplomo, con una cierta conciencia de que lo que se hace es conforme a la razón, así como el labriego guía su carreta o como nuestro amigo que, en mi pequeño croquis, rastrilla su campo, y lo rastrilla él mismo. Si no se tiene caballo, uno mismo es el propio caballo, y esto es lo que una multitud de personas hacen aquí.

“Hay una frase de Gustavo Doré que yo he encontrado siempre muy bella: ‘Tengo la paciencia de un buey’. Yo veo dentro de ella a la vez algo bueno, una cierta honestidad resuelta; en fin, esta frase contiene muchas cosas: es una verdadera frase de artista. Cuando se piensa en personas en las cuales el espíritu concibe cosas de este género, me parece que los razonamientos que sólo asoman en boca de los marchands de cuadros, a propósito de ‘artistas dotados’, no son más que un horrible graznido de cuervo. ‘Tengo paciencia’, qué sereno es esto, qué digno; tal vez no se diría si precisamente no hubiera todos estos graznidos de cuervos.

“Yo no soy artista –qué grosero es esto-, incluso pensándolo de sí mismo -¿será posible no tener paciencia, no aprender de la naturaleza a tenerla, a tener paciencia viendo cómo aparece silenciosamente el trigo, crecer las cosas?- ¿será posible valorarse como una cosa tan absolutamente muerta, que hasta se llegue a pensar que ni siquiera se puede crecer más? ¿Pensaría alguien, por ventura, en contrariar intencionalmente su desarrollo? Digo esto para hacer ver cuán tonto encuentro el hablar de artistas dotados o no dotados.

“Pero si se quiere crecer, es preciso hundirse en la tierra. Te digo pues: plántate en la tierra de Drenthe y germinarás; no te seques en el empedrado.
“Hay plantas que crecen en las ciudades, me dirás; sea, pero tú eres trigo, y tu lugar está en un campo de trigo...
“No pienso decirte nada nuevo, en lo más mínimo; te pido tan sólo que no vayas al encuentro de ideas mejores que las que ya llevas dentro.”


Vincent Van Gogh

(de una carta a su hermano Théo, en respuesta al vago proyecto de éste de hacerse pintor)






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Vincent Van Gogh - A Reverie

-William Ackerman

domingo, 11 de enero de 2009

Caminos tiene el sueño...




Sobre la tierra amarga,
caminos tiene el sueño
laberínticos, sendas tortuosas,
parques en flor y en sombra y en silencio;
criptas hondas, escalas sobre estrellas;
retablos de esperanzas y recuerdos.
Figurillas que pasan y sonríen
-juguetes melancólicos de viejo-;
imágenes amigas,
a la vuelta florida del sendero,
y quimeras rosadas
que hacen camino... lejos...

Antonio Machado
(Del camino, poema XXII)


    Este poema de Machado siempre me ha traído a la memoria mis viejos paseos por el campo, cuando empleaba las mañanas en andar por el largo camino que bordea el río, siempre con un libro en las manos. Sí, en aquel tiempo vivía en un pueblo, en una casita alquilada, y junto a ese pueblo hay un pequeño río. Eran, como digo, otros tiempos.
    Y hablando de tiempo, todo era mío, tiempo libre para dedicarme a lo que más me apeteciera. Y esto era, en su mayor parte, pasear por el camino del río. No sólo las mañanas, también las tardes e incluso algunas noches de luna llena. El camino aquel estaba lleno de amables rincones, donde descansar y concentrarse más en la lectura o en la contemplación de los parvos paisajes. Para mí, el mismo camino era un amable rincón.
    Era casi como pasear por un mundo aparte, como si rozara la frontera de algún oculto paraíso. Árboles, montes, flores y río formaban un conjunto de imágenes amigas que acompañaban gratamente al caminante solitario. Y todo siempre envuelto en un respetuoso y mágico silencio.
    Allí, en ese estrecho camino junto al río, en el que a cada paso me sorprendía alguna pequeña maravilla, fue donde encontré una razón de peso para seguir viviendo. Entonces lo llamé “sentido poético”, que venía a ser como un lenguaje distinto de la mirada que conseguía transformar el mundo en otro, en otro más cercano al corazón. Se le puede llamar también, si se quiere, fantasía, o embeleso de los sentidos ante lo que apreciamos como bello; yo lo llamaba simplemente sentido poético y era para mí una forma diferente de mirar.

    En ese camino y en sus alrededores me sucedieron muchas cosas. Nada importante según las formas de la normalidad, pero muy valioso según mis propias formas. Allí, por ejemplo, me encontré una noche con la sombra de la muerte.
    Era una noche de verano y viento; me acerqué peligrosamente a un desnivel del río, donde éste corría con fuerza, y me paré justo en el borde, observando fijamente la caída del agua en una pequeña cascada. El sonido casi atronador del torrente y su rápido movimiento me atrajeron más allá de lo recomendable... Tenía ante mis ojos una puerta abierta. Sólo había que dar un paso, un solo paso y todo cambiaría, o todo acabaría. En aquel momento no era mi vida muy de mi gusto, así que no me importaba soltar la cuerda de los días y entregarme a la noche. El sonido del agua era una voz imponente, ronca y poderosa, y en su cuerpo danzaban miles de formas que me recordaban al abismo de lo infinito, lleno de vacíos y estrellas.
Hubo un momento crítico en que la decisión parecía tomada. Empecé a sentir que mi cuerpo se movía hacia delante. Tan sólo un instante fugaz me separaba de eso que algunos llaman “el otro lado”, y mi cuerpo sería agua, río, abismo de estrellas...
    Pero aquí estoy ahora, más de veinte años después, escribiendo en este cuaderno. Justo entonces, cuando el miedo a lo desconocido empezaba a dejarse seducir, alguien, o algo, me tocó la espalda. Sentí como una mano que me rozaba. Pero no con la intención de empujarme, sino como un aviso. Por supuesto, comprendí de inmediato. No de forma racional; no hubo tiempo para pensar. Sencillamente, mi cuerpo entendió de qué se trataba y dio un salto hacia atrás.
    Había estado a la distancia de un segundo de pasar al otro lado. Pero la sombra aquella, o lo que fuera, quizá algún espíritu amigo, me dijo que no debía hacerlo, que no era el tiempo. Ahora lo pienso y me doy cuenta de que lo que sentí en mi espalda no sólo no me empujaba, sino que tampoco me retenía... Sólo era un aviso, contundente, clarísimo, que venía a decir: “esto no es ningún juego, estás a punto de traspasar la puerta, ¿de verdad quieres hacerlo ahora?”
    Eso es precisamente lo que mi cuerpo, mi inconsciente, entendió.

    Y otras muchas cosas, para mí valiosas y sorprendentes, me sucedieron en ese camino y sus alrededores. Recuerdo, por poner otro ejemplo, mis conversaciones con la luna. Sí, aunque parezca locura, hablaba con la luna, y ella me contestaba. Por supuesto, sus palabras no eran de este mundo, sino del suyo. La luna, como es lógico, habla en idioma lunar.
    Y eran muy interesantes esas conversaciones, de las que quizá hable en otro momento.
    Yo es que soy muy conversador, o, mejor, lo era entonces. He hablado también con árboles, hasta con piedras. No todos los árboles hablan, pero los que lo hacen son muy buenos conversadores; aunque ellos prefieren las caricias antes que las palabras. Y en cuanto a las piedras, la verdad es que hablan muy poco, más bien casi nada. Ellas gustan más del silencio, su tiempo es muy lento y muy largo en comparación con el nuestro. Pero les gusta mucho mirar, y aunque no suelen contestar a las preguntas siempre escuchan. Escuchan y miran.

    “Caminos tiene el sueño...”, decía Machado, y yo puedo decir, al contrario, que aquel camino junto al río estaba lleno de sueños. Lo que no significa llevar la contraria a don Antonio, en absoluto.
    Cuando se tiene la buena suerte de encontrar un sitio propicio, como aquel camino, en el que las formas te rodean amablemente, te acompañan e incluso te hablan, a veces, el paisaje se convierte en espejo, y uno mismo en espejo del paisaje.
    En mi caso, puedo afirmar que las quimeras, aparte de no ser rosadas, hacían camino... cerca...


Antonio Martín
(11 de enero, 2009)

sábado, 10 de enero de 2009

Melancolía...



MELANCOLÍA... (hace diez años)

Voy a incluir aquí viejas páginas de mi cuaderno que nunca han salido al exterior, más allá de la lectura de algún amigo. Y lo hago porque considero que tienen cierto interés, aunque sólo sea por el contraste con el presente. No es que esas notas de hace años estén plagadas de sombras y lo de ahora inundado de luz, y con esto quiera dar una imagen de evolución personal. No es eso en absoluto. En esas páginas hay más o menos la misma cantidad de luces y sombras que hoy, pero la forma en que están escritas y el tono que las animó no es hoy el mismo; lo cual, por otra parte, es lógico.
Y si las incluyo aquí, en este cuaderno de cristal, es porque me parece que ilustran los escritos actuales, iluminando ciertos puntos que de otra forma pueden quedar algo oscuros.
A esas viejas páginas, escritas hace ocho o diez años, las llamaré “rescates”, y su identificación vendrá señalada simplemente por la fecha anotada al final.
Podría fácilmente presentarlas como actuales, sólo con cambiar algunos detalles, pero no veo por qué deba hacer eso. No tengo ningún interés en parecer muy prolífico. En cambio, sí me interesa lo del contraste, y también dejar constancia de que hay como un hilo conductor que no se ha roto, a pesar de los años, sino que sigue estirándose, mostrando así que aquello en lo que creía hace tiempo está vivo y creciente.

AC. (9 de enero, 2009)

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...


Extrañamente, esta tarde he encontrado tiempo, después del trabajo, para sentarme en el sillón de mi estudio y hojear un libro. Hecho extraño, como digo, entre otras cosas porque ha estado ausente de mi vida cotidiana durante muchos meses. Lo que antes era normal en mí, se ha vuelto con el tiempo algo anormal, insólito y raro. El caso es que esta misma tarde ha ocurrido, y la razón quizá tenga que ver con algo tan simple como un mínimo cambio en mis costumbres: desde hace poco más de una semana he dejado de comprar el periódico, y para mis breves trayectos en el metro, la ida y vuelta del trabajo, he echado mano de un librito de Hesse, que incluye el Viaje al Oriente y el Hermann Lauscher. Quizá una cosa ha llevado a la otra.
Bien, explicaciones aparte, lo importante es que ha ocurrido. Y encima me encuentro ahora garabateando en este cuaderno a la una y media de la noche, con coñac, cigarros y un recuerdo de música zumbándome en los oídos. De música y de silencio, que es otra clase de música que hacía siglos que no escuchaba... Ya, ya sé que estoy exagerando, que esto durará como mucho media hora más. Pero me gusta como suena.
El libro en cuestión se titula “Melancolía”, del ensayista húngaro László F. Földényi, y entre sus páginas he encontrado un párrafo que acoté hace un par de años, y que dice así:

“Según Pico della Mirandola, cada cual ha de obedecer a su genio y a sus inclinaciones o, si se quiere, creer y confiar en la propia capacidad creativa. La personalidad renacentista, si pretende obedecer a la orden diabólica de “sé tú mismo”, habrá de ser necesariamente creativa: el mundo no es “natural” y dado a priori, sino que debe ser creado como una obra de arte o una pieza fabricada. Si uno pisa el sendero vivificante y, a su vez, letal de la autonomía absoluta, deberá hacerse artista en el sentido más amplio de la palabra.”

Sólo un breve comentario: ese “arte” absoluto, lleno, creativo, que transforma la vida y el mundo, es la meta a la que siempre he aspirado. Un sueño en el que aún hoy, con mis deficiencias y fracasos, sigo creyendo. Un sueño lejano pero posible que aún hoy, repito, a pesar de estas nieblas y en contra de estas sombras, me hace suspirar.
Lo que me frena es precisamente la falta de eso que Pico della Mirandola señalaba como fundamento de ese arte: la obediencia al propio genio, la confianza en uno mismo. Ya lo he dicho aquí muchas veces y de varias maneras. Uno acaba perdiendo la fe en sí mismo y en el sentido de su vida, después de vagar alocadamente, estúpidamente entre las múltiples tensiones que le provocan voces y estímulos extraños, toda esa barahúnda estridente que entendemos como mundo objetivo. Este vagar, alargado absurda y tristemente durante años y más años, nos pierde y nos anula. Nos mata como artistas, nos elimina como vivientes. Nos convierte en esto que ahora somos, tan parecido a una sombra.
Me vienen al recuerdo aquellos versos de Machado:

“A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.”

Eso es exactamente: para distinguir las voces de los ecos, para escuchar la voz que necesitamos escuchar, primero hay que pararse...


AC. (martes, 26 de enero, 1999)
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-Imagen: "My Lady Greensleeves", por Dante Gabriel Rossetti (1863)

viernes, 9 de enero de 2009

Nieve



El mundo se viste de blanco. Y por unos momentos el mundo se transforma... Para algunos es como una vuelta de la magia y para otros sólo una molestia.
Pero en realidad, lo que ocurre es que el cielo ya no podía esperar más y deseaba casarse con la tierra. Por eso la viste de blanco, para que esté lista para la boda.
Para mí, es como una lluvia de sueños diminutos, como una amable invasión de duendes que viene a recordarme aquello que nunca se debe olvidar...

Querida nieve, gracias por venir una vez más y mostrar a este caminante que el ayer está vivo, que nada que sea valioso se pierde.


AC. (Madrid, 9 de enero, 2009)

(pd.: perdón por la simpleza de mis palabras, pero es que la infancia me rodea...)

jueves, 8 de enero de 2009

La luna en la ventana



“...Parecido, aburrido, clónico, el mundo está dejando de ser apetecible. Sólo nos queda la mente, la literatura y la imagen, porque viajar es naturalmente una práctica que deja de tener sentido con el siglo XIX. Pero ¿es posible que ustedes viajen todavía? ¡Sólo en Grecia hubo montes sagrados y en sus cimas, hoy, no hay sino polvo!”

Así hablaba hace unos años la novelista Françoise Sagan, en París, a Luis Antonio de Villena y Luis Racionero. Es una imagen triste del mundo, pero me veo obligado a aceptarla como cierta. No es que tenga mucha experiencia al respecto, pero sí la suficiente: el mundo está demasiado lleno de mundo, y ya no queda lugar para la aventura. El único viaje posible es el que va hacia dentro, y la única manera de transformar lo que vemos pasa a través de la propia mirada. Nos asusta la sospecha del espejismo, pero quizá todo el gran mundo no sea más que eso, una enorme imagen falsa que confunde la realidad.
En cualquier caso, el náufrago necesita urgentemente asirse a algo, porque no le queda tiempo para dudar, y ante un mapa vacío debe dibujar las líneas y marcar su propia ruta. Quizá sea un viaje imaginario, pero eso es irrelevante. La validez de un viaje sólo está en función de su efectividad: es bueno si nos lleva a donde queremos ir, donde necesitamos llegar. Y, además, puede que en el fondo todos los viajes sean imaginarios.
De lo que se trata es de salvarse del naufragio, de viajar, de vivir la necesaria aventura. Eso es lo que de verdad importa. Saltar sobre el vacío y encontrar colores con que pintar la realidad, aunque sean inventados, aunque sean imposibles.
Me asomo por la ventana y ahí está aún la luna, en el fondo de la noche. Lo que me recuerda el haiku de Ryokan:

Al ladrón
se le olvidó
la luna en la ventana


AHM
(7 de enero, 2009)

domingo, 4 de enero de 2009

La aventura necesaria


LA AVENTURA NECESARIA


Hay una obertura de Mendelssohn que es como una invitación a la aventura. Escuchándola, dan ganas de embarcarse hacia el horizonte, aunque la noche esté oscura y el cielo amenace tormenta. Lleva por nombre el de unas islas escocesas -las Hébridas, creo recordar-, y está llena de empuje, de mar y viento.
Al menos, eso es lo que a mí me sugiere; como ocurre con la pintura o el libro, la música no siempre provoca los mismos ecos. Todo depende del momento y de quién sea quien mira, lee o escucha.

Viene esto a cuento de que quería hablar esta noche sobre eso de la aventura. La música de Mendelssohn enciende una chispa en mi ánimo que en seguida choca con el entorno, que se apaga y anula dentro de una imposibilidad. Como un pájaro encerrado, no puede volar más que hasta el límite de la jaula. Ante la presión de las circunstancias, la aventura se queda en un juego imaginario, en una danza virtual que, como mucho, nos otorga sólo el placer del instante, de ese instante fugaz que tarda la chispa en llegar al confín de la jaula.
Cuando somos jóvenes podemos sentirnos satisfechos con esos juegos, porque todavía no somos conscientes de las limitaciones. Vemos la jaula que nos rodea, pero sólo como un dibujo hecho a lápiz que creemos poder borrar en cualquier momento. Con los años, sin embargo, éste se vuelve de tinta china.

Pero somos náufragos, como dice José Antonio Marina, náufragos supervivientes que se mantienen a flote con sus propias fuerzas, a la manera de Münchhausen, “a pesar de la confabulación de determinismo y azar que parece guiar nuestras vidas”. Y desde esta condición construimos nuestra particular aventura; no como algo imaginario, fantástico, irreal, sino como algo que funciona, que es efectivo en la cotidianidad, que nos libra de caer en el pantano.
Bien mirado, no es necesario coger un barco para vivir una aventura, porque ese barco ya está bajo nuestros pies. Estamos montados en la nave más aventurera y maravillosa de todas: en la de la existencia. Lo que necesitamos es afinar nuestra sensibilidad, aprender a ver la dimensión real de lo que nos rodea y de lo que somos. Tenemos que liberarnos de ese hechizo que nos condena entre cuatro paredes, ese veneno mental que nos impide reconocer la aventura que nos está ocurriendo, que estamos viviendo.

Es muy fácil caer en la trampa. Durante años hemos sido cuidadosamente aleccionados sobre la ruta a seguir, y sobre cómo debíamos percibir y valorar las cosas, siempre en función de esa misma ruta. Consiguientemente, nos pasamos la vida enganchados a ese patrón de conducta, a esa particular visión que nos han impuesto, y todo lo hacemos y pensamos según su criterio. La vida, así, queda terriblemente empobrecida. Nuestra necesidad de aventura sigue vigente, en la medida en que sigamos sintiendo la pulsión de vivir, pero nuestro concepto de aventura pasa también a través de esa visión contaminada, por lo que necesitamos el barco, o el coche potente y veloz, para realizarla. No sabemos hacerlo de otra manera.
Hemos oído alguna vez que existen otras formas de aventura, otros modos distintos de viajar, interiores, que no necesitan de la distancia para llegar lejos. Pero eso nos suena a fantasía oriental, y no nos llama la atención. La aventura ha de ser como se nos muestra, por ejemplo, en el cine: una arriesgada salida al exterior, cuanto más lejos mejor, siguiendo una senda llena de nuevas experiencias que exciten los sentidos y sacien nuestra sed de intensidad. Si esto no es posible, entonces nos resignamos a una existencia gris, y nos consolamos malamente con pequeñas evasiones y practicando el arte del ensueño. Y ni por un momento caemos en la cuenta de que la verdadera aventura corre a nuestro lado.

Hay, sin embargo, otra forma de mirar. Decía Novalis que “la senda misteriosa va hacia dentro”, y que no es necesario viajar por el espacio, porque está en nuestro interior. Alan Watts lo expresaba de otra manera: “Si abres bien los ojos lo podrás ver claro: con la ayuda de los telescopios, de la radioastronomía, con la ayuda de todo tipo de instrumentos sensibles, somos capaces de ver que no es posible llegar más adentro del espacio, de lo que estamos ya.”
Por su parte, Hermann Hesse declaraba que “la distinción entre el fuera y el dentro es familiar a nuestro pensamiento, pero no es ineludible. Nuestra mente tiene la posibilidad de retrotraerse por detrás de las fronteras que le hemos trazado. Más allá de los pares opuestos de que consta nuestro mundo comienzan nuevos tipos de conocimiento.”
Y, por supuesto, el viejo Lao Tse también tenía algo que decir al respecto:

Sin ir más allá de nuestra puerta
podemos conocer el mundo
Sin asomarnos a nuestra ventana
podemos conocer los caminos del cielo

No estoy colocando esta forma de aventura como sucedáneo de la anterior. Apuesto por ella en primer lugar. Vale decir que no tiene sentido el viaje por el mundo, si no sabemos mirar hacia dentro, y si sabemos hacerlo, entonces ese viaje no es necesario. Sé que esto chirría enormemente con nuestro habitual concepto de lo que es interesante y valioso, y por eso lo digo, para que chirríe. A ver si, con un poco de suerte, se rompe el engranaje y podemos liberarnos de ese espejismo.
De entre las muchas cosas que se consideran negativas, hay una que me parece especialmente lamentable: eso que llamamos aburrimiento. Hay un aburrimiento lógico, justificado por circunstancias que nos resultan pesadas y molestas. Pero también hay otro, que podríamos llamar vital, en que el individuo se siente desconectado de cuanto le rodea y no encuentra la chispa necesaria para ponerse en movimiento. Simplemente, nada le llama la atención, y considera que su tiempo presente está vacío, que no tiene posibilidades, que es un tiempo muerto. El individuo reflexiona someramente y llega a la conclusión de que lo que le pasa es que no tiene lo que debería tener, que le falta aquello que le permitiría sentirse vivo. Le falta el vehículo necesario para comenzar su aventura.
Sin este vehículo, que puede ser cualquier cosa, la aventura le parece imposible, y todo lo demás carece de sentido. Es una situación comprensible que puede prolongarse durante mucho tiempo, pero estimo que sobre todo es lamentable, además de absurda. Aquí se impone una reflexión de emergencia, en la que debemos reconsiderar nuestras necesidades, en la que tenemos que preguntarnos de nuevo por el valor real de ese vehículo. Si lo importante es la aventura, debemos cuestionar todo aquello que la impide. Quizá descubramos que se pueden modificar ciertos mecanismos, que se pueden saltar ciertas barreras que antes veíamos como insalvables.

La aventura es la propia vida, y ésta no precisa de vehículos ni accesorios para ponerse en marcha . Sólo hace falta una sensibilidad más abierta, más incisiva, ser conscientes, alejarse de la ruta prefijada, cambiar el modo de mirar. La aventura no es una película a la que podamos acceder mediante alguna cosa; es algo presente que sucede en este mismo instante.
Podemos perder todo el tiempo que queramos; podemos aburrirnos hasta la saciedad y el hastío, hasta la náusea, y sentir que nuestra vida, por una u otra circunstancia, es triste y vacía, sólo una larga sucesión de días grises. Pero seguro que nada de esto merece la pena. El barco hace ya tiempo que zarpó. Sólo falta que despleguemos las velas.
Personalmente, me encanta viajar.


Antonio H Martín

jueves, 1 de enero de 2009

Escrito en la arena


ESCRITO EN LA ARENA

Son sólo un soplo de brisa
el encanto y la belleza;
la más preciada delicia
sólo es gracia pasajera:
pompa de jabón, flor, nube,
infantiles risas frescas,
fuegos de artificio, espejo
donde se ve una doncella
y otras muchas maravillas
que, apenas vistas, se alejan
son sólo perfume y céfiro:
lo sabemos, ¡ay!, con pena;
y, en cambio, no nos cautivan
tanto las cosas eternas:
el duro fulgor del oro,
el gélido de las gemas,
incluso las incontables,
mudas, lejanas estrellas
no hallan , como lo que muere,
el fondo del alma nuestra.
No: la belleza más íntima
la encarnan tan sólo aquellas.
A amar más a lo mortal
nuestra inclinación nos lleva,
y el bien supremo, la música,
que al nacer se esfuma y vuela,
sólo es soplo, río, tránsito
de melancólica estela,
porque ni al simple latido
del corazón se sujeta,
y se evade y se disipa
nota a nota, apenas suenan.

Así, a lo que fluye y vive
nuestro corazón se entrega
leal y fraternalmente,
no a las cosas duraderas.
Nos cansa lo que perdura
-la roca, el rubí, la estrella-,
nos hechiza lo que cambia:
el viento que hincha las velas,
lo que anda a la par del tiempo
como el rocío en la hierba,
el requiebro de los pájaros,
mortales nubes que juegan,
copos de nieve, arcos-iris,
mariposas que se alejan,
un rumor de risas, algo
que apenas nos roce, encienda
en el alma unos destellos
de alegría o de tristeza.
Amamos lo que entendemos,
lo que se nos asemeja
porque es transitorio: aquello
que el viento escribe en la arena.


Hermann Hesse

(Septiembre de 1947)
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Quería terminar este año con un poema del amigo Hesse, y aquí está. No me gusta la traducción; habría que limarla, pero no he tenido tiempo.
Lo que dice está claro: se ama más a la flor que a la estrella, porque la flor se va y la estrella se queda.
Cuando Hesse escribió este poema ya era viejo, y se nota el acento melancólico. Aún le quedaban quince años de estar en este mundo, pero ya la sombra de la despedida le apretaba el corazón...
De todas formas, seguro que el tío Hermann sabía, en el fondo, que una estrella también es una flor.

AC. (31 de diciembre, 2008)