Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







jueves, 25 de diciembre de 2008

Un extraño en la cocina



UN EXTRAÑO EN LA COCINA *


Aquella noche, que por un convencionalismo antiguo la gente llamaba “noche buena” y otra gente, por uno más antiguo aún, “la fiesta del invierno”, el viejo solitario volvió a pasear por su cocina, como solía hacerlo últimamente: ocho pasos lentos hacia el norte y otros ocho hacia el sur...
Recordaba el consejo de Nietzsche, de que los mejores pensamientos vienen cuando se está caminando. Él no podía andar por un elevado sendero de Sils-Maria, en el valle del Inn, rodeado de nieve y montañas, donde poder encontrarse con un imponente Zarathustra; pero tenía su cocina, que era donde a veces le venían esos breves fulgores que le gustaba llamar ‘claridades’.
Y entre paso y paso, mientras oía lejanos murmullos de alegres fiestas, voces y músicas que no podía entender ni mucho menos amar, le vino un pensamiento que le dejó parado en medio de la cocina... Todos estos pensamientos eran ya viejos, llevaban mucho tiempo guardados en su armario, pero se convertían en claridades cuando venían vestidos de nuevas palabras y tomaban una figura diáfana ante sus ojos.

    Soy un extraño, pensó, y cada día que pasa me lo confirma más, para que no haya lugar a dudas. Un extraño se comunica con los demás a través de puentes colgantes, que se balancean sobre el abismo y sólo muy de vez en cuando utiliza, por el peligro que conllevan. El extraño puede recibir visitas, pero sabe a ciencia cierta que nunca nadie se quedará. Asimismo, él puede visitar a otros, y lo hace alguna vez, pero sabiendo siempre que el viaje de vuelta es inevitable.
    Es como si viviera en otro mundo, un mundo propio e inaccesible. El universo de los extraños, con sus pequeños planetas, al estilo de Saint-Exupéry. El extraño puede estar y participar en cualquier reunión de gente normal, incluso en una fiesta, pero siempre, por mucho que se esfuerce en disimularlo, su figura se verá envuelta en un halo de distancia. Y eso los otros lo notan o lo presienten. Suelen decir de él que es un solitario empedernido, y así es, pero no por propia voluntad sino porque es su destino. Hay gente que le aprecia, pero todos saben en el fondo que acercarse a él y entrar en su mundo es casi imposible.
    El extraño siempre ha dicho aquello de que todos estamos solos, y sigue pensando que es así en realidad. Y en esta noche, piensa además que ser extraño es simplemente darse cuenta de ese hecho.

    En el pasado, cuando joven, había anhelado el amor y había sufrido enamorándose de una u otra mujer; hasta que comprendió que cualquier amor es imposible para un extraño. Porque lo que amaba en realidad era un paraíso perdido, que sólo había conocido en sueños, cuyo brillo ninguna mujer le podía devolver.
    Así que era, efectivamente, un extraño... Recordó al lobo estepario de Hesse y al extranjero de Camus, y en los dos espejos se vio reflejado. Mucho más en el primero, porque el personaje de Camus rayaba en una indiferencia y un vacío que él desconocía; mientras que la extrañeza del lobo era una reacción de rabia contenida ante un mundo que no podía aceptar, pero dentro de su piel de lobo brillaban aún con fuerza los viejos sentimientos... Hesse siempre fue en el fondo un romántico; Camus, un existencialista. A Hesse le quedaba, por encima de todas las penurias y penumbras, su fe en los Inmortales. Camus entendía la vida como un absurdo mito de Sísifo; aunque este viejo presentía que le hubiera gustado mucho al francés creer en otra cosa...
    De forma diferente, por razones distintas, se veía reflejado en esos dos espejos. Los dos hombres eran sus hermanos, los dos pertenecían, cada uno a su manera, al mundo de los extraños.

    Retomó su aparentemente absurdo paseo por la cocina, y se acordó de un lobo que vio hacía muchos años, en la ‘casa de fieras’ de un parque. Un hermoso lobo gris que corría de un lado para otro, nervioso, en su triste jaula de escasos cuatro metros de largo. Era, por supuesto, un asco de pradera, aparte de una crueldad humana, como tantas otras, pero el lobo no podía hacer otra cosa... Algo así le ocurría a él en su cocina; aunque en su caso se supone que podía abrir la puerta en cualquier momento, o tal vez no.

    Su extraño paseo le trajo aún otro pensamiento. Había leído por la mañana en un periódico, o quizás lo había visto en un documental, no estaba seguro, que se había descubierto un nuevo virus que era letal para la vida humana. Sí, ahora lo recordaba, había sido en un documental. Vio el reportaje con curiosidad casi hasta el final, y se quedó con un comentario que allí se decía: el virus es un ser con apariencia de vida –no hay certeza científica sobre esto- que lleva una orden principal en su interior, la de reproducirse y perpetuar su especie. Y la única forma que tiene para hacerlo es invadiendo células humanas.
    De manera, que no se puede culpar al virus de nada. Sólo cumple con su obligación, como lo hace cualquier animal del género que sea, incluido el humano. Esto tan simple, le abrió un panorama desolador de lo que era la vida... No son buenas estas visiones, pensó. Pero sin duda esa es la realidad.
    Todos somos como bichos, aunque uno no se vea a sí mismo como tal, sino sólo al de enfrente, al otro... Y nuestra ley, la que llevamos grabada a fuego, como la lleva el virus, es la de perpetuarnos por encima de todo y de todos.
    ¿No dijo el dios aquel de los hebreos: “creced y multiplicaos”?

    Ya, pero lo mismo le habrá dicho el dios de los cangrejos a los suyos, y el de las ratas, las cucarachas o los mosquitos... La sensación que le quedó al viejo después de esto era la de ver la vida como una feroz competición, cuyo único posible sentido sería aquello de la evolución de las especies, la supervivencia del más fuerte. ¿Evolución para qué? ¿El más fuerte para qué?
Imaginaba a los mosquitos pensando: “estos humanos son idiotas, se creen los mejores, y no saben que nuestro dios es más poderoso que el suyo”.

    Con todo esto en la cabeza, el viejo decidió que ya era hora de dar por concluido su paseo de esta noche. Ya no se oían ruidos de fiesta. Parecía que la “noche buena” había llegado a su fin y todos descansaban del atracón de pavo y vino. Ya era hora, también para él, de irse a dormir, y quizá soñar con cosas más agradables.
    Pero justo antes de abandonar su cocina le vino otra pequeña claridad. Encontró un hueco en esa inmensa red de luchas y supervivencias. Y este último pensamiento enlazaba con el primero. Efectivamente, todos somos ‘bichos’ programados para sobrevivir en la arena de la vida, pero había ciertos bichos que parecían salirse de la norma, que no tenían ningún interés en invadir otros territorios para perpetuarse. Estos bichos también formaban parte de la red de la vida, tenían padre y madre, pero eran la excepción. Y estos ‘bichos raros’ no eran otros que los extraños.
    O sea, que la vida se permitía a sí misma un respiro entre tanta lucha.

    Con este postrero pensamiento, que hizo que brillaran un poco sus cansados ojos, el viejo se fue a acostar. Ni siquiera había cenado, pero se sentía saciado; el extraño viejo de la cocina se alimentaba de claridades.
    Y antes de entregarse al sueño, deseó una feliz navidad a todos sus hermanos, sus hermanos extraños, que seguramente habían pasado una noche parecida a la suya.


Antonio H. Martín
(24 y 25 de diciembre, 2008)

_________________________________________

* Ver la entrada "El Tigre", del 26 de noviembre, 2008.

16 comentarios:

  1. ooooh

    realmente me ha emocionado este escrito,de ser por eso también soy un extraño n_n

    muy bello e inspirador,que me ha dejado medio triste,no sé porque :(


    Un saludo,Antonio.



    PD: Cuando puedas pásate por "Historias tenebrosas",ocurre que posteo mas ahí que en Red Miskatonica .

    ResponderEliminar
  2. Bravo Antonio, magistral, todo un derroche de ideas excelentes que acojo, respaldo y saboreo, he estado disfrutando horrores de las claridades y a su vez me sumo e identifico en demasía con ellas.
    Enhorabuena por tu texto! Me ha encantado, y al mismo tiempo me ha sorprendido, y contrariamente a Marcelo, me deja muy buen sabor de boca y me alegra!

    Besos

    ResponderEliminar
  3. ¿Hay virus más mortal que la misma vida?
    ¿hay mayor extrañeza que la de ser un extraño en la tierra propia?
    Todos somos extraños, en algún momento de nuestra vida.
    Está muy bien escrito.
    Buenas noches y un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Antonio, mientras te leia, me ha venido de pronto esos campos de amapolas sobre trincheras en Francia de la 1ª guerra mundial, donde tantos jovenes murieron por capricho de unos pocos. Hoy los que se reunen en una cocina, pueden que tengan la frontera marcada y, que de ese humus nunca florezca una flor.

    ResponderEliminar
  5. Gracias, Marcelo.
    No sé por qué te ha dejado 'medio triste', si tiene un buen final. El viejo es un extraño, pero se va a la cama con una sonrisa.

    Imagino que no te ha hecho mucha gracia sentirte tú tambíen como extraño...

    Me pasaré por tu "Historias Tenebrosas" para leer tus últimos 'miedos'. Espero no asustarme mucho, que ya estoy mayor.

    Un saludo sin miedo desde la fría Arkham.

    ResponderEliminar
  6. Muchas gracias, Amparo, por tus felices palabras.
    Aunque, igual que no entiendo bien por qué a Marcelo le ha medio entristecido el escrito, tampoco entiendo por qué a tí te alegra...

    Pero, bueno, el caso es que te ha gustado y lo has disfrutado, como dices.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  7. Sí, Alfaro, "todos somos extraños, en algún momento de nuestra vida", pero hay quienes lo son siempre. A esos me refería.

    ¿La vida, un virus mortal? Sin duda, pero es mi virus favorito.

    Un abrazo no virulento.

    ResponderEliminar
  8. Terry, he leído dos veces tu mensaje y todavía no sé con qué carta quedarme.
    ¿Quieres decir que hay que luchar y morir en el campo de batalla para que de nuestros restos crezcan amapolas?
    ¿Que de un viejo que medita en su cocina nunca va a florecer nada?
    ¿Es eso?

    Pues, lo siento por las flores, pero ese viejo no piensa salir a matar a nadie, se lo mande quien se lo mande, y menos a dejarse matar.

    Un saludo sin amapolas.

    ResponderEliminar
  9. Antonio, creo que la metáfora que he empleado, no ha echo el efecto que bien intencionado, describia la soledad que muchas personas sienten en el bullicio de un protocolo, llamese cocina, llamese navidades, a esa frontera que separa a los sere humanos, a ese vacio donde no crece la hierba.

    Mis disculpas, por no saber explicarme a veces. Saludos.

    ResponderEliminar
  10. Ah, amigo, ahora sí.
    Perdona por no entender; estas fiestas me dejan un poco denso...
    De esa frontera sí sé algo.

    ¿No crees que el bueno de don Quijote está precisamente en esa frontera? Aunque él se sirva de su brillante locura para intentar enmendarlo?

    Un saludo de este humilde caballero que se quedó sin su rocinante, por no saber entender una metáfora.

    ResponderEliminar
  11. ¡Joder Castellón! vaya pedazo de reflexión sobre la soledad inherente al existir. Lúcido, casi hasta la herida... me ha encantado.
    A partir de hoy, para mí, es vd. D. Antonio.
    Fdo. La extraña de al lado.

    ResponderEliminar
  12. Gracias, Cristal.
    Leo tu comentario a las siete de la mañana, y créeme que es el mejor regalo para empezar el día.
    Pero, por favor, sigue llamándome Antonio. La cosa no es para tanto, y entre extraños debe haber confianza.

    Antonio

    ResponderEliminar
  13. Querido Antonio,

    He leído muchas veces tu reflexión y luego la siguiente entrada. No me causó ni tristeza ni alegría, pero un fuerte desasosiego. Como dice la amiga Cristal, la soledad es inherente y necesaria pero también lo es el afecto verdadero, la mano extendida y el abrazo amigo. La pantalla puede ser cómoda... lo arriesgado es afrontarnos a nuestros fantasmas, reflejados en la mirada del otro. Lo que punza es esperar por algo que nunca llegará, simplemente porque no existe.

    un beso
    PD. Me gustan las palabras que me hacen Sentir, los mensajes que van directo al corazón sin pasar por la razón. Me gusta lo que escribes y como lo haces!

    ResponderEliminar
  14. En absoluto era mi intención causar desasosiego, amiga Gargola, y siento mucho que a tí te haya ocurrido.
    Cuando hablo de extrañeza no sólo me refiero a la soledad. Y cuando hablo de vacío..., bueno, reconozco que suena mal, pero no es lo que parece. Del vacío surgen todos los seres y las cosas. El vacío es la matriz de donde nace la misma vida. Qué es el vacío es algo que no creo que se pueda explicar, pero de ahí vienen todos los universos. Incluyendo a "la mano extendida y el abrazo amigo".
    Sí, la pantalla puede ser cómoda, como dices, pero te aseguro que cualquier cosa que aquí escriba la diría igual delante de unos ojos que me miran.
    Dices que duele esperar por algo que nunca llegará, porque no existe. ¿Qué es ese 'algo'? ¿Y cómo sabes que no existe?
    Escribo siempre desde el corazón; no me merecería la pena hacerlo de otra forma. Y lo paso por la razón, por la mía, que tiene aún dos o tres luces.

    Un beso, con mano extendida y abrazo amigo.

    Antonio

    ResponderEliminar
  15. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  16. ¡Hola, Maite!
    Encantado de volverte a ver. Has debido hacer un viaje muy largo, imagino.
    A ver cuando nos cuentas sobre tu rincón; aunque seguro que tienes varios.

    Un abrazo de un 'bicho raro' que te aprecia.

    Antonio

    ResponderEliminar